Perfiles pergaminenses

Miriam Ganem: dar vida a un proyecto que tiene a la buena educación como premisa


Miriam Ganem en un alto de su tarea dialogó con LA OPINION para trazar su Perfil Pergaminense

Crédito: LA OPINION

Miriam Ganem, en un alto de su tarea, dialogó con LA OPINION para trazar su Perfil Pergaminense.

Es la propietaria del Colegio San Agustín, un establecimiento que surgió de la vocación de sumar a la oferta educativa de la ciudad una propuesta inclusiva e innovadora. Esta realización es el botón de muestra de la personalidad de una mujer que, tanto en lo laboral como en lo personal, trabaja incansablemente por aquellas cosas que anhela.

Miriam Ganem nació en Pergamino y creció en el barrio Martín Illia, cerca del club. Hija de Erminda Urquiza, "Titina", y Ricardo Ganem; y hermana de Carina, nueve años menor, tuvo una buena infancia. Cuenta que su padre falleció a los 55 años a causa de una enfermedad congénita; reconoce que esa pérdida significó un dolor profundo que costó sanar y refiere que su madre, que tiene 84 años, es su sostén permanente, junto a su familia.

Cuando habla de sus padres señala que siempre los vio trabajando para forjarse un destino. Quizás de ellos tomó esa vocación que la impulsa a ir siempre por aquellas cosas que quiere. "Cuando nosotras éramos chicas mi madre estuvo abocada a la crianza y cuando crecimos, instaló un salón de peluquería en casa, actividad que desarrolló durante 36 años con gran dedicación. Mi padre, descendiente de la comunidad siria, trabajó en la empresa de Irma Ceriotti, aunque debió jubilarse muy joven".

Fue al jardín de infantes San Vicente de Paul. Hizo la primaria en la Escuela Nº 16 y el secundario en la Escuela Nacional de Comercio.

Conoció a quien es su esposo, Héctor Brunori, cuando tenía 15 años. Fue casi de casualidad, y lo menciona recreando la inocencia de aquel tiempo: "Mi prima estaba de novio con un chico del barrio y yo siempre salía con ellos. Un día íbamos en el auto, él se detiene para saludar a alguien, y era Héctor. Ese día nos vimos por primera vez. El preguntó por mí, les manifestó que quería conocerme y yo acepté esa cita. Desde entonces, no nos separamos más. Llevamos 41 años juntos".

Define a su compañero como "un ser excepcional, de una bondad infinita" y celebra la familia que conformaron. Tienen una hija, María Victoria Brunori Ganem, de 28 años.

"El fue muy compañero de mi papá, y se integró enseguida a nuestra familia", relata. Estuvieron cuatro años y ocho meses de novios y se casaron cuando Miriam tenía 20 años. "Mi proyecto de vida siempre fue conformar mi familia", agrega y recuerda con ternura el día que él pidió su mano: "Hoy es algo que resulta irreal, pero antes era habitual".

Vocación docente

Siente que tomó la vocación de su madre que había obtenido el título de maestra normal nacional al egresar del Colegio Nacional y daba clases particulares. "Ella resultó una fuerte inspiración", manifiesta.

Estudió en el Instituto de Formación Docente Nº 5. "Primero me formé como maestra normal superior, lo que rápidamente me permitió comenzar a trabajar en el nivel primario. Luego, hice la carrera de profesora especializada en discapacitados mentales y más tarde, el profesorado en Educación Inicial".

Su ejercicio profesional fue extenso. "La primera suplencia fue en la Escuela Nº 22, en séptimo grado, me convocaron y al llegar era el grado de mi hermana, así que fui su 'señorita' y la de sus compañeros a los que conocía de toda la vida".

"Aunque pasé por distintos grados, siempre fui maestra de primero, algo que valoro por lo que representa", agrega. Y prosigue: "Trabajé durante mucho tiempo en educación especial y guardo entrañables recuerdos de mi paso por la Escuela de Educación Especial Nº 502", destaca.

En el nivel inicial, hizo una suplencia como preceptora en el jardín de infantes de Rancagua y un año en la sala de cinco del Hogar de Jesús. "No trabajé demasiado en inicial, pero esa formación y el profesorado en educación especial me dieron las herramientas para trabajar en la rama de Psicología con infantes y lo hice en el Centro de Educación Complementaria Nº 802".

El sueño del Colegio

Su personalidad y la mirada atenta de lo que la ciudad podía necesitar en materia educativa, la impulsaron a gestar un proyecto innovador que desencadenó en la creación del Colegio San Agustín.

"En 2010 me propusieron armar una sociedad para crear una escuela, comenzamos a andar, pero desistí de participar. Me retiré y aclaré que, en la medida de mis posibilidades, iba a avanzar con el proyecto que tenía armado desde hacía tiempo".

"Reconozco que soy bastante solitaria en lo que tengo que hacer y me cuesta estar pidiendo permiso en lo cotidiano de la vida, tengo una personalidad que me impulsa a ir por lo que quiero y me propongo, y eso no siempre es tan sencillo en una sociedad con otros; pero rescato esa experiencia", aclara.

El 15 de julio de 2010 comenzó a trabajar para dar vida a su idea. "Con esfuerzo y sacrificio, porque tuve que desprenderme de cosas personales que se habían logrado con mucho trabajo familiar, comencé a gestionar la apertura del colegio. Superadas las instancias burocráticas, en diciembre de 2010 tenía la autorización y el Colegio San Agustín nivel primerio nació el 28 de febrero de 2011".

Recuerda con profunda emoción esos primeros pasos de una escuela inclusiva, con inglés y portugués además de la lengua propia, y el lenguaje de señas como materia obligatoria.

"La intención original era abrirlo con una idea de crecimiento vegetativo, pero el interés que despertó en la comunidad y la propia demanda de las familias hicieron que tuviéramos que abrir de primero a quinto año en el primer ciclo lectivo, con una matrícula de 42 alumnos", menciona. Por entonces, el Colegio funcionaba en San Nicolás y Lagos, en un inmueble que había sido una fábrica de confecciones y se había adaptado para cumplir con todos los requisitos de funcionalidad, seguridad e infraestructura. Al final de ese año eran 71 alumnos. "Al siguiente empezaron 112 alumnos y habilitamos la planta alta del edificio", recuerda.

Otro desafío 

Con el egreso de los primeros alumnos, surgió el desafío de armar el colegio secundario. "Fue el pedido de las propias familias el que nos impulsó para alcanzar esa meta. Comenzamos las gestiones y el 28 de diciembre de 2012 estaba la aprobación. La secundaria nació en 2013. Habilitamos el segundo piso y al tiempo alquilamos otro inmueble para el funcionamiento de la secundaria que se mudó en 2015", relata.

En 2016 surgió la posibilidad de alquilar el lugar donde la institución funciona actualmente en la ex fábrica Eslabón. "Pusimos en marcha la obra en 2017 y nos mudamos en 2018, integrando el nivel primario y secundario en el mismo edificio".

En el presente el Colegio alberga una matrícula de alrededor de 500 alumnos y tiene posibilidades de crecimiento. 

"Yo ya estoy jubilada, di un paso al costado como directora de primaria. Soy la propietaria y responsable legal junto a mi hija, además de tener a mi cargo la dirección académica, así que sigo viniendo todos los días a las 7 de la mañana y trabajo con mucho entusiasmo. Cada día siento lo mismo que cuando hice mi primera suplencia", expresa, sabiendo que cuenta con el respaldo de su familia y un equipo sumamente competente.

Un gran equipo

Habla con admiración de los directores de primaria y secundaria del Colegio; también de su hermana que es responsable del departamento de inglés; del equipo docente y de cada uno de los colaboradores: "Todos honran el profundo amor que sienten por este lugar".

"Trabajo con un grupo de personas que me da absoluta confianza por su capacidad de gestión y desempeño en el aula", resalta. Y comenta que se rodea de "gente muy joven y preparada" porque "así como entiendo que mi proyecto es muy valioso en un montón de aspectos, también sé que hay que tener apertura mental para aprender de todos".

En la coincidencia de miradas, en la búsqueda constante de la innovación y en el respeto a lo que significa la tarea educativa en todas sus dimensiones, está el pilar edificante de lo que Miriam soñó: "En cada reunión trato de inculcarles a los alumnos, a los docentes y a las familias que mientras el respeto esté rodeando cada cosa que hacemos, todo lo demás tiene solución".

Ese valor sostiene la labor de todos los días y las relaciones humanas que se forjan en el aula y fuera de ella. Desde esa convicción siente que la confianza que tantas familias han depositado en la institución es lo que la ha legitimado. 

Nutrir con lo mejor

Para Miriam educar es la experiencia vital en la que se juega el presente y el futuro y ejerce esa tarea con enorme responsabilidad. Su experiencia docente ha sido el sustrato que dio vida a su proyecto y siempre está atenta para poder nutrirlo de lo mejor. "En una oportunidad me tocó estar con un niño que tenía una inteligencia sublime y solo podía expresarse con lengua de señas. La mamá y sus hermanas nos venían a enseñar a quienes estábamos a cargo de él. Pensé qué importante sería que todo conociéramos el lenguaje de señas y esto forma parte de nuestros contenidos. Lo mismo pasó con el teatro, las técnicas de relajación y otras áreas especiales. De algún modo mi experiencia docente me marcó el camino".

"Soy una impulsora de las cosas, siempre creo que puede hacerse más y tal vez por eso trabajo incansablemente para que el proceso educativo tenga la dinámica que necesita, es como regar una planta para hacerla crecer", añade y reconoce que tanto en lo laboral como en lo personal "no podría hacer siempre lo mismo".

"Esté donde esté, se me ocurre una idea, la escribo y no paro hasta verla materializada", remarca, en una apreciación que la define.

Un rico universo personal

Encuentra en su casa y su familia, el refugio cotidiano. "Me gusta mucho trabajar y cuando no estoy en el colegio trato de descansar, leer. Los fines de semana me gusta ir a Buenos Aires, pero reconozco que me cuesta un poco desconectarme".

"Soy representante de la Región XIII de la Asociación de Instituciones Privadas de la Provincia de Buenos Aires, una entidad que depende de la Junta Nacional de Escuelas Privadas, y ese espacio me mantiene bastante ocupada también", menciona.

"Por fuera de lo laboral, disfruto de mi familia. Mi esposo está jubilado, trabajó durante 12 años en Inta y en una empresa privada; y hoy está también en la escuela. Tengo una familia que ha apuntalado mucho este sueño y son parte de él", señala satisfecha. "Realmente he tenido la posibilidad de ir cumpliendo cada día un sueño distinto, no lo digo desde una posición romántica, no me permito que las cosas pasen sin por lo menos intentar".

Sobre el final, confiesa que es una persona que necesita "vivir en paz" y ha hecho de esa búsqueda una tarea. "Estoy haciendo mucho trabajo personal para lograr un equilibrio personal pleno, porque entiendo que la vida transcurre mejor en armonía, sin estar pendientes de comentarios, sin hacer juicios de valor apresurados ni recibirlos". 

"Creo que lograr la mayor paz posible sería mi gran sueño. Con 57 años podría decir que mantuve una línea de vida en coherencia con ese anhelo, nutriéndome de aquello que me da más felicidad para volcarla en cada cosa que hago", concluye y alcanza con ver su modo de vivir y de hacer para confirmar el fruto de esa actitud consecuente.


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