Perfiles pergaminenses

Mabel de Matías: sensibilidad, empatía y don, como instrumentos para ayudar a los demás


Mabel de Matías una historia de vida atravesada por la fe y la empatía

Crédito: LA OPINION

Mabel de Matías, una historia de vida atravesada por la fe y la empatía.

Desde niña descubrió que tenía la capacidad de "ver más allá" y la aceptación de ese atributo hizo que se desarrollara. Dueña de una fe inquebrantable, encontró en su creencia en Dios su refugio en momentos difíciles que afrontó con coraje. Sus hijos y nietos son su tesoro y disfruta del presente, rodeada de gente que la honró con su confianza.

Estela Mabel de Matías tiene 69 años. Nació en la localidad de Manuel Ocampo y creció en una quinta ubicada a 10 cuadras del pueblo. Vivió allí hasta que sus padres se establecieron en Pergamino. Fue aquí donde desarrolló su vida, formó su propia familia y educó a sus hijos. Mabel tenía 14 años cuando llegó a la ciudad y encontró en este lugar la geografía donde forjarse un porvenir cumpliendo su misión que es la de ayudar a otros valiéndose para eso de una condición natural que descubrió siendo muy chica: se define como "vidente natural" y la fuerza con la que esa cualidad fluyó en su vida desde siempre, hizo que con los años ese don se fuera transformando en un modo de vida, algo que siempre asumió con un compromiso honesto hacia los demás.

Fue a la Escuela Nº 3 y también en Manuel Ocampo tomó su Primera Comunión guiada en la fe por los pasos de "una monjita a la que amé tanto", refiere en el inicio de la charla. Confiesa con cierta tristeza que no todos los recuerdos de su infancia fueron hermosos, sin embargo, rescata los mejores y los atesora. Admite que en aquellos tiempos "no era fácil ser parte de una familia que no tenía demasiados recursos económicos". 

"Tuve algunas maestras que no me trataron tan bien y otra a la que adoré profundamente, que fue una santa conmigo: Beatriz Teresita Lusich, de El Socorro. Recuerdo que me enfermé cuando ella se fue de la escuela", relata.

Su familia estaba integrada por su papá Juan, su mamá Miguelina y sus hermanas: Carmen (fallecida) y Norma. "Yo fui la más chica, la más malcriada y la que se atrevía a decir siempre lo que pensaba".

"Mis padres tenían un campito pequeño, pero éramos una familia de trabajo, bastante humildes. Mi papá trabajaba el campo y mi madre lo ayudaba y se quedaba en casa haciéndose cargo de nuestra crianza", señala. Refiere que la vida en el pueblo era "tranquila", demasiado para lo que luego le mostró la ciudad.

"Un día mi viejo decidió comprar una casa en Pergamino y nos mudamos. Nuestra vida cambió mucho. Mis hermanas comenzaron a trabajar en talleres de costura. Era otro Pergamino", cuenta, y honra la memoria de sus padres ya fallecidos. "Sus restos descansan en Manuel Ocampo, pero me entristece ir, lo hago muy de vez en cuando porque algunos recuerdos son amargos. Cuando regreso tengo la necesidad de bañarme", refiere y no dice mucho más. Siempre se centra en lo bueno de las experiencias y en el aprendizaje que dejan.

Durante la entrevista varias veces habla de sus hermanas. Lamenta el fallecimiento de Carmen y comenta que Norma es su compañera incondicional para la vida. "Las dos vivimos en Pergamino y disfrutamos mucho de salir a dar una vuelta en auto, es un tiempo para charlar y divertirnos juntas".

Su familia

A los 20 años Mabel conoció al que fue su esposo, un hombre de Buenos Aires con el que se casó. A los 22 nació su primer hijo: Pablo, que es músico. "Cuando nació lo miré con el amor más inmenso que jamás había sentido antes y le dije 'Si no te gusta Piazzola te mato porque es lo más'. Y hoy es músico, y se casó con Alejandra que es compositora. Pablo tiene dos hijos Manuel (13) y Camila (10), también músicos".

"En mi vida la música había ocupado siempre un lugar muy importante y lo ocupa", sostiene.

"Más tarde nació Valeria, y siempre supe que iba a dedicarse al mundo de las letras. Yo había tenido una profesora a la que amé mucho, Mónica Elustondo, y cuando la vi a Valeria al nacer tuve la convicción de que ella se iba a inclinar por ese camino. Hoy es doctora en Letras, está casada con Carlos, que también es profesor de Letras y tiene a Federico de ocho meses, que para mí tiene alma de indio".

Sus dos hijos viven en Rosario y por esta razón su ir y venir se transformó en algo habitual. "Voy siempre, o ellos vienen, somos muy unidos y tenemos muy buena relación", agrega.

Hace 20 años que está divorciada del padre de sus hijos y no volvió a tener pareja. "No tuve otro hombre en mi vida. Cuando me divorcié me quedé sola con los chicos y me dediqué a criarlos y a ayudarlos a que transitaran su camino, que estudiaran y persiguieran sus sueños. Creo que lo conseguí", expresa.

"Eran adolescentes cuando me separé", señala y con sinceridad afirma: "Lo había pasado mal en mi matrimonio, así que a pesar de todo lo que significa una separación, fue una decisión que me trajo paz y tranquilidad. Siempre guardo un agradecimiento infinito hacia Marilda Jubilei y Silvia Rondinoni que me ayudaron mucho".

La religión y la ayuda a los demás

"Hay muchas mujeres que se dedican a salir a bailar y buscar otros hombres, a las cuales yo no las critico, pero en mi caso nunca tuve esa necesidad y me dediqué más bien a la religión y a ayudar a la gente que se acercaba a mí", menciona. Hace referencia a su don cuando afirma que "hubo un momento en el que se instaló la idea de que yo era una mujer que ayudaba a la gente que comenzó a acercarse a mi casa en busca de mi consejo".

"Yo honro lo que hago, porque lo hago con mucho amor", refiere y se define como una mujer de fe cristiana que, sin embargo, practicó varias religiones porque es una convencida de que "todas conducen a Dios". "Pero en verdad soy católica y devota de San Jorge, soy ortodoxa", aclara reconociendo que la fe es uno de los pilares que la sostiene.

Un don y una tarea

Cuando la pregunta la interroga sobre aquello que la define, Mabel afirma: "Yo soy vidente, la palabra que me define es esa". 

"La verdad es que no sé de dónde viene. En mi familia mi mamá me hablaba de una tía a la que llamaban Santa que tenía videncia natural. Quizás más que yo y mi hermana, Carmen también era muy intuitiva".

"También algún médico alguna vez me dijo que tengo 'un exceso de empatía', porque a mí me llegan mucho los problemas de la gente y ayudo brindando a las personas el mismo consejo que les daría a mis hijos", agrega y con convicción afirma: "Amo a todo el mundo. Soy millonaria en afectos".

Al momento de señalar cuándo descubrió en ella este don que la acompaña desde siempre, menciona que sucedió siendo muy chica, cuando casi no lo podía comprender: "Recuerdo que veía cosas y me asustaba, porque no sabía bien lo que me pasaba. Después mi videncia se fue desarrollando y fui aceptando que era un don que Dios me había concedido para algo, tenía por delante la tarea de ayudar".

Confiesa que, aunque fue un camino dificultoso al comienzo, nunca sintió en los demás el peso del prejuicio. "Siendo muy jovencita practicaba la videncia con mis amigas, siempre estaba dando consejos. Para mí es una necesidad, si me encuentro con alguien y siempre respetando las creencias de cada persona, es habitual que le lea las líneas de la mano. Es algo que me sale de manera natural, aunque tampoco ando persiguiendo a la gente. La videncia es algo que yo tengo en el alma, es algo que se siente", remarca.

Un vínculo de confianza

En más de 30 años la visitaron líderes, personalidades conocidas de la ciudad y vecinos anónimos. Con todos estableció un vínculo de confianza que perdura a lo largo de los años.

Vive en el barrio Ameghino, en la misma casa en la que crecieron sus hijos. Y la que siempre está llena de ese afecto que llega a manifestarse traducido en una palabra de agradecimiento o una porción de torta de alguna boda. "Vivo sola y acompañada. Es tanta la gente que viene a saludarme a charlar, nunca estoy en soledad. Por mi casa ha pasado desde aquel que vive en la villa hasta el que es juez".

Asegura que la mayor satisfacción que siente es la que le produce el poder ayudar a otros. "Yo rezo y la oración tiene un poder infinito. Es algo que hago instintivamente. Algunas veces voy al médico y si en la sala de espera veo a alguien sufriente, sin decir nada me pongo a rezar", cuenta. Ese ritual la conecta con ese ser interior intuitivo y sensible. Es casera, sencilla para vivir, ama pasar tiempo con los suyos. Sus hijos son su principal construcción y disfruta plenamente de sus nietos. "Vivo para la gente, para mis hijos y mis nietos", resalta.

"Mientras mis hijos estudiaban viajé mucho a trabajar en Rojas, Colón, Arrecifes, Buenos Aires, pero mi lugar diría que es Pérez Millán, donde me han esperado con una fiesta. Mi abogada Marilda es de allí y hasta elegí el nombre de su hija, Paulina. Mi tarea me ha regalado relaciones extraordinarias".

Su única asignatura pendiente es no haber podido estudiar Psicología. "Reconozco que no fui tan inteligente, mis padres no tenían dinero y no podía irme a estudiar. Pero mi sueño era ser psicóloga", confiesa esta mujer que afirma tenerle un poco de miedo a la vejez, no a la muerte, sino a la decrepitud y la pérdida de autonomía. "Esas cosas me asustan", afirma, sin pensar demasiado en su propio destino. "Creo en Dios, en San Jorge", remarca y sobre el final la reflexión se centra en el momento presente y en las dificultades que afronta la humanidad: "Es un tiempo complicado, y nos fortaleceremos si rezamos mucho y si imaginamos que Dios está ahí, al lado de cada uno, guiándonos y acompañándonos".

Con esa fe es más fácil transitar el camino. Un sendero que Mabel recorrió siempre del lado del bien. "La vida es como un restaurante, nadie se va sin pagar, Dios se encarga. Hay que poner las cosas en manos de Dios y aunque me han ofrecido hacer el mal, jamás tomé ese camino porque considero que es como meter un pie en el infierno. No sé cómo hacer el mal, y tampoco creo tanto en él. Más bien creo en las responsabilidades de cada uno en la tarea de construir el propio destino", concluye.


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