Perfiles pergaminenses

Agustín Amaro: la transmisión de valores a través de la educación física y el deporte


Agustín Amaro compartió una rica charla con LA OPINION

Crédito: LA OPINION

Agustín Amaro compartió una rica charla con LA OPINION.

Ejerció la docencia durante 37 años en el Colegio San José de los Hermanos Maristas y hace cuatro décadas trabaja en el Club Sirio Libanés dictando clases de fútbol. En el ejercicio de la docencia, en el deporte y la vida, abrazó siempre la convicción de la importancia que tiene poder disfrutar del recorrido del camino, más que de la llegada a una meta.

Agustín Indalecio Amaro es profesor de Educación Física. Tiene en su haber la riqueza de las personas que saben interpelarse a sí mismas e indagar en sus deseos para intentar cumplirlos. Hizo de la docencia su modo de vida y la ejerció con la dedicación y el compromiso de aquellos que tienen la dicha de amar lo que hacen. Hoy está jubilado, pero sigue dando clases de fútbol en las categorías infantiles del Club Sirio Libanés.

Su relato es similar al de muchos docentes que han sido testigos y protagonistas de grandes transformaciones en el modo de enseñar y aprender, y en su singularidad consigue plasmar con claridad el valor que tiene para la educación y para la vida saber disfrutar del camino más que de la llegada a la meta.

Recibe a LA OPINION para trazar su Perfil en la intimidad de su hogar. En el comienzo habla de su familia, conformada por Liliana Lasarte, su esposa, y sus tres hijos: Joaquín (38), licenciado en Turismo que vive en Rosario y está en pareja con Valentina; Nicolás (35), que es diseñador industrial y vive en Alfonzo con Lucía; y Alfonso (34) que es profesor de Educación Física y está en pareja con María Sol.

Cuenta que con su esposa se conocieron en la adolescencia y llevan juntos 40 años. "Mi esposa y yo somos docentes, ya jubilados, y yo sigo ayudando en el fútbol del Club Sirio Libanés", refiere. Y agrega: "Hoy ambos transitamos otra etapa de la vida en la que van quedando atrás las urgencias".

Con profunda gratitud, habla también de su núcleo familiar de origen, conformado por sus padres, Sara y Miguel, oriundos de Manuel Ocampo. "Ellos se vinieron a vivir a Pergamino y trabajaron como empleados de maestranza en el Colegio San José de los Hermanos Maristas. Tengo una hermana, María del Huerto, musicoterapeuta y docente jubilada", menciona.

Una vocación temprana

Comenta que hizo la primaria y secundaria en Maristas y al egresar se fue a estudiar el profesorado de Educación Física a Rosario. "Soy un enfermo del fútbol, un estudioso de ese deporte y un apasionado, primero como jugador, y después como profesor y técnico", define.

Reconoce que, aunque nunca se preocupó mucho por entender de dónde venía su vocación por la educación física y el deporte, asume que jamás pensó en dedicarse a otra cosa. "Mi infancia y mi adolescencia transcurrieron en el Club Argentino. Vivíamos en el club, nos involucrábamos en distintas actividades como ayudantes. Eso seguramente forjó una vocación y, además, siempre estuve muy ligado al fútbol y jugué para Argentino muchos años, hasta que me fui a estudiar. De hecho, varios de mis amigos son aquellos compañeros del club".

Un quiebre emocional

En un momento de la charla hace referencia a un hecho que marcó una bisagra e imprimió una huella en su vida: Malvinas. "Soy de la clase que fue a Malvinas. A mí me tocó el servicio militar en 1981, al año siguiente se declaró la guerra. Yo había estado en un regimiento de caballería en San Martín de los Andes, creo que por esa razón no estuve en combate. Pero había estado como ayudante de reserva y estuvo latente la posibilidad de que nos convocaran. Fue muy duro, yo además tenía conocidos que estuvieron en el Ara General Belgrano", relata. Y continúa: "Todo fue muy desestructurante. Yo había dejado de jugar al fútbol y estaba empezando mi carrera cuando comenzó la guerra, no sabía si me iban a llamar. Recién cuando la guerra terminó sentí que las cosas comenzaron a retomar su rumbo, continué mis estudios, me recibí en el 85, al año siguiente me casé, comenzaron a llegar los chicos y la vida fue tomando su cauce, aunque con una huella imborrable".

Una vida en Maristas

Ya recibido, fue el Colegio Maristas el lugar en el que escribió buena parte de su biografía profesional. "Trabajé durante 37 años en la escuela, hasta que me jubilé hace diez años", resalta y agradece. "Haber ejercido siempre en Maristas fue una elección. Aunque me inscribía para tomar otras horas, terminaba optando por las que ya tenía. Seguramente pesó el hecho de que el colegio siempre había sido como mi casa. Tenía un fuerte sentido de pertenencia a esa institución", refiere. Y continúa: "Al día de hoy me junto con mis compañeros de Maristas. El colegio funcionaba en calle 11 de Septiembre, y como vivíamos en el barrio, a la tarde íbamos a jugar a la pelota en el patio. Los hermanos Maristas nos vinculaban con distintas actividades más allá de lo académico. Adoro el colegio y me une a él un lazo muy fuerte. Hice muy buenos amigos estudiando y trabajando allí".

El Club Sirio

Del mismo modo, valora su pertenencia al Club Sirio Libanés: "El año que viene voy a cumplir 40 años de trabajo en el Club, hoy doy clases de fútbol a los hijos de los que fueron mis alumnos". Fue el profesor Ricardo Bojanich quien lo convocó para organizar el fútbol. "Me incorporé en 1986, en el armado del fútbol como disciplina. Me ayudaron mucho los padres, conformamos una comisión y fuimos desarrollando este deporte que se consolidó. Hoy Sirio tiene fútbol en todas sus categorías y hay más de 120 chicos jugando en el fútbol infantil", señala.

"Comencé como docente a cargo del grupo y en verano trabajaba en la colonia del Club Sirio. Tenía experiencia porque con mi esposa, cuando estudiábamos, habíamos armado la guardería del Club Argentino", relata y destaca la experiencia de trabajo que tuvo en Sirio con el profesor Atilio Saint Julien. "Empecé a trabajar con él, me hice su segundo, y cuando se fue, tomé la posta. Durante varios años coordiné las actividades del campo de deportes y con el paso del tiempo, y como tenía muchas horas en la escuela, me fui quedando solo con el fútbol. Trabajé mucho en inferiores, y en la actualidad ayudo a Matías Alvarez y Ariel Rodriguez que se sumó. Doy dos horas de clases por día a niños de 8 y 10 años".

Un largo recorrido

Cuando mira en retrospectiva, observa que muchas cosas en el ejercicio de la docencia han cambiado. "Nuestra generación de algún modo fue testigo de un cambio. Nosotros de chicos vivíamos en el Club, y como docentes enseñamos en una época en la que había un fuerte sentido de pertenencia de las familias a las instituciones. Conocíamos a los padres de nuestros alumnos y ellos sabían de nuestra vida. No había tantos estímulos externos y nada nos distraía del club o de la escuela que eran los lugares del pasatiempo y el aprendizaje. Todo era una oportunidad de comunión".

"He tenido la fortuna de ejercer la docencia en ese tiempo. Me retiré cuando sentí que comenzaba a pesarme la actividad diaria", expresa y reconoce que la jubilación marcó el inicio de una nueva etapa. "No es fácil dejar la actividad, uno cuando trabaja muchas horas ansía el momento de estar jubilado, pero cuando llega, hay que reinventarse".

Ya jubilado, su presente se nutre de rutinas sencillas. "Las mañanas son siempre de levantarse sin horario, tomar mate en la cama, ayudar a los chicos. Por la tarde doy clases en el club y disfruto de cosas que me gustan. Amo viajar, hacer manualidades y pasar tiempo con mis afectos".

Cuidar a los suyos  

Al jubilarse, se abocó de lleno al cuidado de sus padres. "Ellos se habían puesto grandes y con mi hermana tomamos la decisión de asistirlos en su propia casa. Cuando me jubilé durante ocho o nueve años estuve dedicados a ellos, fue una tarea que demandó tiempo y fue desgastante por momentos, pero también, una experiencia de la que aprendí", señala.

"Los viejos habían vivido para nosotros, nos dieron las herramientas del trabajo, la honestidad y el estudio, y nosotros los acompañamos hasta el final. En el medio vino la pandemia, todo fue de mal en peor, y cuando fallecieron, con un año de diferencia uno de otro, la vida de todos comenzó a reordenarse de otro modo", añade y los recuerda con gratitud. "Ellos fueron padres de otra época que no hablaban mucho, pero con actitudes decían todo. Cuando me tocó el servicio militar, mi padre no me dijo nada, pero adelgazó trece kilos".

De la mano del relato sobre sus padres, aparecen ricas reflexiones sobre su propia paternidad: "Yo me veo parecido a mi papá, soy más bien callado; pero tengo un vínculo hermoso con los chicos y trato de ir un paso más, haciendo lo que me hubiera gustado, así que los abrazo mucho".

La pasión, el motor

Si tuviera que definirse, Agustín diría que es un apasionado: "No hago de todo, pero lo que hago, lo hago con pasión y le meto garra". "Soy un apasionado de mi carrera, un estudioso del fútbol, ahora menos, porque el fútbol, como la sociedad también fue cambiando y todo es mucho más comercial, y a mi me gusta el fútbol genuino, el que se disfruta, el que se juega con intensidad, pero honestamente", agrega. 

En lo personal, admite haber trabajado mucho en su autoconocimiento. "Trabajé mucho conmigo para saber quién soy, dónde estoy parado, cuáles son mis intereses y mis límites. No tengo una vida ostentosa, vivo sencillamente el día a día, siempre ligado a la actividad física", menciona y recuerda las épocas en que hacía running, ciclismo y mountain bike.

Con el paso de los años, ha aprendido a disfrutar del camino. También ha entendido que todo tiene su tiempo. De la docencia se ha quedado con el disfrute recíproco. "Siempre recuerdo las clases de softbol de Maristas, a mis alumnos les encantaban, y yo disfrutaba mucho de enseñarles ese deporte". Su motor es la pasión. "Me entusiasma ir encontrando el camino que se reinventa todo el tiempo. A mi edad el disfrute es eso".

"Vivo mucho mi interioridad. Tengo una fe católica bastante profunda y ayudo siempre que puedo", señala y describe algunas experiencias que muestran el valor de esa fe puesta en acto. "Fui parte de un grupo de La Merced que colaboraba asistiendo a personas en situación de calle", comenta. Y prosigue: "Me duele ver a la gente revolviendo en los tarros de basura, sé que no voy a cambiarles la vida, pero si mi ayuda puede cambiarles por lo menos el día, voy por eso".

Fiel a sus valores, lo irrita la mala intención y la chicana. En el deporte y en la vida es un defensor del juego limpio. Sin grandilocuencia, sobre el final, cuando la pregunta lo convoca al balance, la mirada cobra profundidad, y simplemente agradece: "He sido y soy, un afortunado", concluye.


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