Santos Solioz nació en el año 1949 en la provincia de Entre Ríos, pero creció en Acevedo. Vivió allí hasta que se estableció en Pergamino en 1970. Desde sus 14 años y hasta el cierre de la legendaria fábrica Annan fue parte del equipo de trabajo de esa industria que hizo de la ciudad "La Perla del Norte". Siente orgullo de esa pertenencia que le permitió no solo aprender, sino forjar un porvenir para él y su familia.
El apego a ese lugar de trabajo no se deshizo con el cierre de la fábrica. Por el contrario, luego de haber sido el último empleado en irse, a los pocos días se acercó a la familia Annan y le hizo una oferta para adquirir la histórica "Tienda Annan", ubicada en calle Merced. Desde entonces está al frente del negocio "Vestir Mercedes", un espacio en el que es posible encontrar todo lo que se requiera para el vestir de los hombres. Desde ropa fina hasta indumentaria de trabajo y calzado, sombreros y accesorios, todo puede hallarse allí.
Ingresar al negocio es como entrar a un pedazo valioso de la historia pergaminense, porque la tienda conserva el estilo de siempre, como si el tiempo no hubiera pasado. La puerta de entrada, de hecho, era uno de los ingresos al inolvidable Teatro Verdi.
El Perfil Pergaminense de Santos se constituye con base en esa historia personal que tiene mucho de identidad colectiva. Acepta la entrevista con generosidad y se dispone a una charla distendida. En un alto de la tarea diaria, escritorio de por medio, aparecen las anécdotas de un hombre que ha pasado buena parte de su vida.
Sus orígenes
En el comienzo habla de su infancia. Cuenta que nació en Entre Ríos, pero siendo chico su familia se trasladó a la localidad de Acevedo. "Mis padres fueron Ramón Solioz y Mercedes Farías; él con descendencia suizo- francesa, y ella con raíces italianas. Nosotros fuimos doce hermanos, y quedamos, siete", señala destacando que el haber crecido en una familia numerosa fue "muy lindo". "Con mis hermanos siempre tuvimos muy buena relación y jamás hubo un problema entre nosotros".
"Mi padre se dedicaba a tareas rurales y mi mamá era ama de casa. Cuando él venía a la cosecha de maíz conoció el pueblo de Acevedo y se enamoró de ese lugar, así que cuando yo tenía 6 años nos mudamos", relata. Fue a la Escuela N° 12 de Acevedo. "Tengo solo primaria hecha, después trabajé en el campo con mi padre y cuando tenía 14 años ingresé a la fábrica Annan de Pergamino".
El trabajo que marcó su destino
Esa posibilidad laboral, le abrió las puertas de un futuro promisorio: "Generaciones enteras trabajaban en la fábrica, como personal estable éramos 900 empleados y había talleres satélites y negocios en distintos lugares. Era un mundo en sí mismo ese lugar".
"Cuatro de mis hermanas y un hermano trabajaron en Annan también. Pasaba mucho eso, que familias enteras estaban vinculadas a esa industria. Y como no se conseguía personal calificado y la demanda de trabajo era tan grande, llegaban obreras y obreros de distintas provincias e incluso del exterior. Era un gigante en Sudamérica. A cualquier lugar al que uno iba, cuando decía que era de Pergamino, la referencia inmediata de la gente era 'Donde funciona Annan de Pergamino'".
Trabajó en la fábrica hasta el mismo día que cerró. "Fui el último empleado en arreglar e irme. Fue doloroso el cierre de ese lugar donde estaba parte misma de la historia de Pergamino", resalta. Agradece lo que aprendió y lo que fue gracias a ese empleo al que le debe tanto: "Haber trabajado en Annan fue una escuela para mí, aprendí mucho de lo que se estando en ese lugar".
Además de trabajar en la fábrica local, durante algunos años trabajó en Buenos Aires donde se organizaba la distribución de la mercadería que se mandaba a distintas partes del país. "Yo estaba soltero en ese entonces, me iba a Buenos Aires durante la semana y los viernes me desesperaba por regresar a Pergamino", comenta. También estuvo asignado a tareas en la provincia de San Luis y durante siete años estuvo en la fábrica en Arrecifes.
El negocio, una nueva llave
Cuando la fábrica cerró, le hizo un ofrecimiento a la familia Annan para comprar el negocio que funcionaba en lo que había sido una parte del inolvidable Teatro Verdi. "A los dos días de haberme ido, me acerqué a la familia Annan y les hice una oferta, me interesaba poder seguir con el negocio, aceptaron mi propuesta y me quedé con esta tienda que era de Annan y que lleva ya 65 años de vigencia. Se llama 'Vestir Mercedes', pero es conocida por muchos como 'la vieja tienda Annan'", refiere y cuenta que, trabajando la fábrica, había estado en el negocio, ayudando a las dos chicas que atendían allí. "Era parte de mi vida, y poder mantener el negocio, fue una manera de continuar no solo con la actividad laboral, sino de mantener viva la historia que se había escrito ahí", resalta y mira las paredes que tienen las marcas del paso del tiempo y el peso de lo realmente valioso.
Profunda gratitud
Cuando habla de la fábrica Annan de Pergamino, de su paso por ese lugar, de las enseñanzas y de las lecciones que le dejó esa experiencia laboral, lo invade un sentimiento de profunda gratitud. Su biografía personal está estrechamente vinculada a la fábrica. "Tuve patrones de lujo, no creo que haya otros como ellos. Eran buena gente, muy humanos, no solo conmigo sino con cada uno de los empleados. Gracias a ellos tengo mi casa y mis chicos pudieron ser profesionales", expresa, sin obsecuencia.
Lo que cuenta cuando describe cómo era ser parte de Annan de Pergamino tiene mucho que ver con su modo de ser y de concebir la responsabilidad del trabajo, pero también es un reflejo de lo que ese lugar representaba. "Era un gigante en Sudamérica en materia de confección. En el año 1968, Annan no conseguía gente para trabajar y traía personal de San Luis, de Tucumán, de Uruguay, Paraguay. Alquilaban en el espacio que tenían las Hermanas Adoratrices para que pudieran vivir allí", describe.
"No solo eran los empleados de la fábrica, había innumerable cantidad de personas que tenían máquinas en sus casas o pequeños talleres que confeccionaban para Annan de Pergamino. La industria textil en la ciudad era muy fuerte y generaba un movimiento importantísimo. En los horarios de entrada y salida de la fábrica, el centro era un mundo de gente", abunda.
Su vida familiar
Santos se casó con Susana Novarese, luego de ocho años de noviazgo. Ella trabajó en la industria de la confección. "Tenía máquinas en casa y confeccionaba para terceros", menciona. Tuvieron cuatro hijos: Daniela, Fernando, Esteban y Claudio: "Mi hija es farmacéutica, durante la semana vive en San Nicolás, donde es directora de la farmacia de Somisa. Esteban es ingeniero, trabaja en Siderar y está en pareja con Romina Conca. Claudio está al frente del negocio, le falta un año y medio para recibirse de ingeniero electrónico y está en pareja con María Luz Bichara. Y Fernando estudió ingeniería también, trabaja en una empresa metalúrgica y está en pareja con Georgina González. Todos están encaminados", precisa. Y habla con profundo amor de sus nietas: Morena, Constanza, Alfonsina, Lupe, Lina, Uriel y Gino.
Su lugar
Aunque desde hace diez años está jubilado, para Santos es vital seguir en actividad. "Nunca hay que dejar de caminar ni de trabajar. Aunque a cargo del negocio está mi hijo, sigo viniendo a diario", afirma y confiesa que la actividad comercial ocupa un lugar medular en su vida cotidiana. "Vengo todos los días, lo hago caminando desde mi casa", resalta. Y agrega: "El único día que no salgo de mi casa es el domingo".
El negocio tiene 65 años de historia. Sabe que eso representa un honor y una responsabilidad que honra con dedicación y trabajo: "Con el paso de los años el negocio no cambió. Tampoco la clientela. Han pasado generaciones por acá y tenemos clientes de distintos lugares".
Pertenecer para siempre
Casi nada de lo que cuenta en la entrevista se aparta de lo que representó para él su vida laboral. Ha sido un trabajador constante. "La fábrica Annan fue una parte de mi vida y aún siento pena cuando recuerdo el tiempo que estuvo todo abandonado. Cuando construyeron el edificio nuevo, tuve sensaciones encontradas, después me llevaron a recorrer los pisos y son hermosos los departamentos", confiesa.
De algún modo su negocio es algo que queda vivo de aquella historia. "Le alquilamos el local a las chicas de Annan y cada vez que abrimos las puertas somos conscientes de lo que representa este lugar", refiere y toma un álbum de fotos en el que guarda imágenes de la fábrica Annan cuando funcionaba a pleno, entre los palcos del teatro.
"En realidad la fábrica se había iniciado en calle San Nicolás, después se compró el teatro, estaban los palcos. Al lado había una pensión, Annan la compró y comenzaron a construir el edificio de la fábrica", aclara, acompañando su testimonio con fotos que conserva cuidadosamente.
Como si fueran tesoros, cuida fotografías, libros, revistas que hacen referencia a lo que representó esa empresa. "De vez en cuando vienen a consultarme por Annan de Pergamino cuando van a escribir un libro o a producir un documental. Llegan estudiantes y periodistas. Me han entrevistado varias veces y yo les cuento la historia con alegría y agradecimiento", destaca. "Mientras Dios me de vida voy a seguir honrando el recuerdo de la fábrica y voy a seguir trabajando", expresa.
Y de repente acerca a la conversación cajas en las que guarda las fichas de personal de los empleados de la fábrica. Las tiene en su poder desde que Annan de Pergamino cerró sus puertas. "Los empleados las precisaban cuando hacían los trámites para jubilarse y me las pedían. Si yo no las hubiera guardado, quizás todo esto se hubiera perdido", admite. Y comienza a pasar una por una esas fichas que contienen los datos personales y las fotografías de los empleados de Annan de Pergamino. Recuerda nombres, apellidos, sabe algo de sus historias de vida, lugar de procedencia y hasta formas de ser en aquella juventud añorada. "Los que aún viven, algunas veces si andan por acá, se acercan al negocio y conversamos", agrega este hombre que ha sabido cosechar buenos amigos.
La riqueza de lo importante
Cuando la conversación termina, reconoce que ya no le queda nada por hacer. Solo anhela seguir trabajando y disfrutando de su familia. "No tengo cosas pendientes. A mis hijos les dejé la mejor herencia que pude, que es el estudio. Esa fue nuestra inversión. Si le hubiéramos dejado dos o tres casas, capaz se peleaban entre ellos por unos pocos pesos y nada hubiera tenido sentido. Logramos que estudiaran y que cada uno tomara su camino con las mejores herramientas", refiere este hombre que supo construir su destino nutrido de los valores de la dedicación y el trabajo, y que ha sido testigo y protagonista de una historia.