Roberto Eduardo Manilla tiene 80 años. Nació el 21 de julio de 1944 en Pergamino. Creció en el barrio Acevedo, en calle Guido. Vivió con sus padres: Reynaldo, maquinista del ferrocarril Bartolomé Mitre, y Nélida Matilde, ama de casa. Tuvo un hermano, José Horacio "Pepe", ya fallecido.
Al iniciarse la entrevista habla con admiración de sus padres, de los valores que les inculcaron y del modo en que concibieron la vida. "Fueron muy trabajadores, abocados a nuestra crianza y muy buena gente. A los dos los quería todo el mundo", afirma. Cuenta que él fue a la Escuela N° 4 y más tarde al Colegio Nacional, donde egresó con el título de bachiller. Siempre tuvo inclinación por las ciencias y se fue a estudiar Medicina a La Plata. "Tenía vocación de ser médico, pero la convocatoria al servicio militar frustró mis planes. Había cursado el primer año de la carrera, me había ido muy bien, incluso había rendido Anatomía. Me tocó el servicio en San Nicolás, y tuve que discontinuar los estudios. Lamento hasta el día de hoy no haber pedido prórroga, algo que se podía hacer. La cuestión es que me tuvieron quince meses, así que no solo perdí un año, sino parte de otro, ya que me dieron la baja recién en abril, cuando ya todos estaban cursando. Mi padre llegó a hablar con el comandante en jefe del ejército para pedirle que me dejaran venir en diciembre y de ese modo yo hubiera podido preparar los trabajos prácticos y comenzar con el ciclo lectivo, pero le respondió que no podían hacer excepciones. Eso frustró mi continuidad en la Universidad, y ya no seguí estudiando", relata.
El mundo del trabajo
Al regresar a Pergamino, no sabía bien qué hacer. Comenzó a buscar trabajo y lo consiguió: "Mi primer empleo fue como vendedor de títulos de capitalización, algo que se usaba mucho en aquella época. Me iba bien, pero no me parecía honesto, porque sentía que le vendía a la gente algo que no le iba a servir, ya que con la inflación que siempre había en el país, lo que ahorraban pensando en el futuro de sus hijos, se les iba licuando. Lo hablé con mis jefes y renuncié, a pesar de que me habían ofrecido tomar a mi cargo todo el norte de la provincia de Buenos Aires".
Si para algo le sirvió esa experiencia fue para descubrir que le gustaba el mundo de las ventas. "Descubrí que tenía condiciones para ser vendedor", admite y comenta que comenzó a trabajar en Olivetti, con Don Domingo Simagona que era el concesionario de la marca. "Aprendí mucho allí y accedí a cursos de ventas. Trabajé durante tres años, hasta que me fui. Sinceramente, yo siempre pensaba en darle un beneficio a los clientes, entonces si me compraban una máquina de calcular, yo les regalaba rollos de papel, o les había un porcentaje de descuento mayor al pautado. Al final del mes, eso incidía negativamente en mis ganancias y dejó de convenirme".
"Siempre agradezco a Olivetti por la capacitación que me brindó porque fueron herramientas que me sirvieron más tarde para lo que yo iba a hacer el resto de mi vida: vender libros", recalca.
El mercado editorial
Roberto encontró su verdadero camino cuando comenzó a vender libros casa por casa. "Empecé cuando tenía 26 o 27 años y esa fue mi actividad laboral durante 50 años". "Cuando yo me inicié comenzaba a aparecer el crédito editorial que permitía pagar los libros en cuotas. La gente se entusiasmaba mucho. Trabajaba con mayoristas y fondos editoriales muy importantes, lo que me permitía acercar a mis clientes toda clase de libros. Llegué a vender para un fondo editorial de más de diez mil obras", agrega, y asegura que siempre tuvo una clientela muy fiel. "Hasta el día de hoy voy por la calle y hay gente que me recuerda que yo les vendía los libros".
Con esa actividad exploró al máximo su espíritu de vendedor. "Es cierto que el que aprende a vender, vende cualquier cosa. La venta es un arte. Pero el libro tiene sus secretos", afirma. Fue vendedor de libros hasta los 75 años. "El mercado había cambiado, pero me había adaptado. La gran transformación se produjo cuando aparecieron las computadoras y algunas personas pensaban que iban a poder prescindir de los libros. El mercado editorial se actualizó y recuerdo que comenzaron a venir libros que traían CD".
Confiesa que desde el primer día en que comenzó a vender sintió un profundo amor por la calle. "Me gustaba andar, el ir casa por casa haciendo mi trabajo. En varias oportunidades me ofrecieron tener un negocio, me tentaron diez mil veces para que pusiera una librería e incluso había gente que quería invertir en eso. Pero lo mío fue siempre el crédito editorial. Vendía no solo en Pergamino sino en todo el norte de la provincia de Buenos Aires. Al principio andaba solo y después armé un equipo de ventas integrado por mujeres, que siempre entendí, eran más constantes y se desalentaban menos al momento de salir a vender".
En la búsqueda de reinventarse y de mantenerse actualizado, siempre buscó las mejores estrategias y las puso al servicio de su tarea. "Funcionábamos con un sistema de ventas que yo mismo había creado y nos iba muy bien. Dejé de trabajar hace algunos años, ya estaba jubilado, y comenzó a pesarme un poco el hecho de ir y venir para todos lados con el auto cargado de libros. Mi esposa me acompañaba, ella había sido vendedora mía también, y los dos estábamos cansados".
Su vida familiar
En el año 1972, Roberto se había casado con Silvia Norma Etchebarne, de Arrecifes. Con ella tuvo a sus hijas: Cecilia (49) y Paula (45). "Cecilia vive en Pergamino, está casada con Gabriel y tienen a Agustín y Juan Manuel. Paula vive en Colón, está en pareja con Martín, y tiene a Morena y Nazareno", comenta al hablar de sus hijas y asegura que ambas son "muy cariñosas conmigo y siempre están atentas a lo que me pasa".
Su relato se vuelve conmovedor cuando cuenta que la mamá de sus hijas falleció tempranamente, cuando tenía 47 años, a causa de una enfermedad oncológica cruel y dolorosa. "Fue muy difícil atravesar esa pérdida. Las chicas eran adolescentes y sufrieron mucho".
Varios años después de haber enviudado, conoció a Norma Angélica Aguirre, su actual esposa, a quien conoció circunstancialmente, cuando se acercó a venderle el plan de una mutual. "Yo no accedí a esa compra, pero vi que ella tenía condiciones para la venta y le propuse integrar mi equipo. Aceptó, comenzamos a trabajar juntos y tiempo después descubrimos que nos unía otro sentimiento. Ella también había enviudado, iniciamos una relación y compartimos nuestra vida desde entonces", relata. Y cuenta que contrajeron matrimonio hace algunos meses. "Decidimos casarnos, ella tenía la ilusión de poder hacerlo por iglesia, ya que es muy creyente", comenta y celebra el haber podido ensamblar sus afectos y construir esos lazos que conforman su universo privado y personal.
Siente un profundo orgullo por sus hijas, por el modo en que han sabido conducir sus vidas. "Hace siete meses estando de vacaciones sufrí una caída que me llevó a estar en terapia intensiva. Yo no recuerdo bien ese trance, pero mis hijas cumplieron un trabajo en equipo excepcional del que me siento orgulloso y agradecido", recalca.
El básquet en Douglas
Por fuera de lo laboral, tuvo activa participación en diversos espacios, uno de ellos fue el Club Douglas Haig, donde integró la comisión de basquetbol. "Eramos tres o cuatro locos apasionados por este deporte, en un club que no tenía tanta tradición en esta disciplina", expresa.
"Yo nunca había jugado, salvo algún intercolegial. Sí había jugado al fútbol de chico, hasta que me robaron un buzo que me había regalado mi mamá y me gustaba mucho, y no fui más. Pero más allá de eso, siempre me gustó el deporte y la participación dirigencial", comenta.
"Desde la comisión fuimos inquietos y logramos posicionar al Club en una época dorada del básquet en Pergamino, donde brillaban los americanos. Douglas no tenía a ninguno y nos propusimos traerlos. A través de Mauricio Musso, que nos hizo el contacto, trajimos como base a Antonio 'Chiche' Gornatti, a Marcus 'la pantera' Adams; y a Gregory Hunter. Corría el año 80, grandes glorias del básquet estaban en la ciudad, la gente solo por ir a verlos jugar se acercaba a las canchas, era un furor y Douglas pudo ser parte de esa historia", relata, acercando a la conversación anécdotas entrañables que se inscriben en la biografía del deporte local.
El paso del tiempo
Asegura que se lleva bien con el paso del tiempo. "Lo que tiene de feo la edad es que uno va perdiendo a los amigos. Yo era un hombre de café, siempre tenía ese rato para juntarme con personas queridas que ya no están. Extraño eso", reflexiona y recuerda la época dorada en la que Rincón Azul era el espacio que los reunía. "Le habíamos puesto el nombre de 'multisectorial' a esa mesa de café en la que confluíamos personas de todas las ideologías políticas. Había empresarios, comerciantes, políticos, periodistas. Esas charlas eran increíbles e inolvidables", relata poniéndole nombre propio a ese recuerdo. "Yo era uno de los más jóvenes".
"Esa no era la única mesa de café que tenía. A la noche nos reuníamos con los políticos, al mediodía había una mesa de fútbol. A pesar de haber trabajado mucho, siempre me permití ese tiempo para el ocio y para encontrarme con personas queridas", agrega. Su presente transcurre tranquilo. "Me gusta andar, y he viajado mucho. Conozco la Argentina de punta a punta y tuve la posibilidad de ir a Europa. Los años van poniendo un límite, pero cada vez que puedo, planifico viajar".
Sin enemigos
Si algo reconforta su conciencia es haber vivido fiel a sus valores, sin traicionarlos jamás. "Soy un tipo tranquilo, de perfil bajo, me jacto de decir que nunca tuve un enemigo, por el contrario, cultivé muchas amistades en el trabajo y en la vida. Mis clientes me decían que parecía psicólogo y que les transmitía una sensación de paz interior. Supongo que eso pasaba porque siempre fui una persona relajada que intentó vivir de la mejor manera posible, asumiendo las dificultades, resolviendo los problemas y tratando de sacar del camino las cosas malas. He llevado una vida tranquila, a pesar de las pérdidas que he tenido", reflexiona sobre el final, y esa consideración pinta de cuerpo entero la integridad de su don de gente.