Marcelo Tortonesi nació en el seno de una familia conformada por su padre, Mario Ricardo Tortonesi y su madre, Virginia Amelia Alonso. Sus raíces familiares están vinculadas a Urquiza, un lugar cercano a sus afectos, pero su vida transcurrió en Pergamino. "Durante mucho tiempo mi padre tuvo tambo en Villa Da Fonte junto a mi tío, que era su mellizo. Y también fue transportista. De chico, durante un tiempo, viví en Urquiza en casa de mis tíos 'Tito' y Zulema Iglesias", menciona en el comienzo de la charla que se desarrolla en el living de la casa de su suegra Gladys, en el corazón del Cruce de Caminos. "Tenemos nuestra casa, pero pasamos bastante tiempo aquí en lo cotidiano", agrega. Y se dispone a iniciar una conversación amena.
Creció en el barrio La Amalia, en cercanías de la cancha del Club Provincial. Quizás esa proximidad hizo que desde chico comenzara a jugar al fútbol en esa institución. "Jugué desde las divisiones inferiores, pasando por distintas categorías hasta la quinta, después la vida me fue llevando por otro camino y no pude seguir jugando". Tenía condiciones para el deporte y reconoce que soñó con poder ser jugador profesional. "Realmente me hubiera gustado, pero empecé a trabajar, las condiciones de entrenamiento eran otras y se me complicaba asistir a las prácticas", comenta.
Al hablar de su infancia, cuenta que fue hijo único de padres que se separaron cuando él era chico. Esa situación marcó parte de su historia porque modificó la dinámica de la vida familiar. El decidió quedarse a vivir con su papá, y siguió manteniendo el contacto con su mamá. "Como él viajaba bastante por su trabajo, me quedaba al cuidado de mi abuela materna 'Lala' que también vivía en el barrio. Era una mujer extraordinaria a la que quería todo el mundo. Recuerdo que su casa fue una de las primeras en tener teléfono fijo".
Lo que menciona pertenece a otro tiempo, a otras costumbres de esas que marcan la identidad de las personas y constituyen una esencia. La esencia de Marcelo está marcada por la simpleza en el vivir. Salvo cuarto grado que lo cursó en Urquiza, el resto de su escolaridad fue en la Escuela N° 50, emplazada en el barrio General San Martín. "Allí conocí a muchos de mis amigos", destaca. Y prosigue: "Al egresar fui al Colegio Industrial, donde hice hasta cuarto año, y como no seguí estudiando comencé a trabajar".
La carrera militar
Señala que desde chico había tenido el deseo de incursionar en la carrera militar y cumplió los requisitos para ingresar a la Escuela "Sargento Cabral" situada en Campo de Mayo. "Ingresé en el año 1981, nos habíamos presentado tres mil aspirantes y quedamos mil quinientos. Pero al año siguiente fue la Guerra de Malvinas, la escuela cerró y yo ya no regresé, como tantos otros a los que jamás volví a ver".
"En ese tiempo tenía una vocación, pensé que la vida me iba a dar la chance de retomar esa formación cuando me tocara el servicio militar, pero obtuve número bajo en el sorteo así que no pasé por la conscripción y mi inquietud quedó ahí", refiere, aunque sin sentirlo como algo pendiente.
Al regresar, se insertó laboralmente en la firma Sinelli Hermanos como vendedor en la sección de repuestos. "Mi viejo estaba trabajando allí y, para entonces, nos habíamos mudado del barrio La Amalia al lado de la empresa que estaba en Colombia y Ugarte, y ocupaba toda una manzana". "Haciendo ese trabajo descubrí mi pasión por las ventas. Trabajé también en Pergamino Rural, cuyo propietario era Lagomarsino, en sociedad con Juan Carlos Iglesias", añade.
La Policía y la librería
En la cronología del relato menciona que, siempre buscando su destino, en una oportunidad completó los papeles para ingresar a la Policía. "Me presenté, completé una planilla y al entregarla, quien me recibió, se ve que no me veía convencido, y me dijo: 'Tómese veinticuatro horas, piénselo bien y vuelva si verdaderamente es su vocación'.
"Sinceramente, me gustaba la idea de formarme como policía, pero no me cerraba la idea de tener que usar uniforme", reconoce. Y continúa: "Al día siguiente me convocaron para ingresar a la librería Vidaurreta, donde trabajo desde hace 38 años".
"En ese tiempo yo estaba de novio con la que hoy es mi esposa, ella trabajaba allí. Cuando surgió la posibilidad, no lo dudé. Comencé y desistí de la intención de ser policía. Me gustaba el contacto con la gente y lo que te brinda la atención al público". Con la dedicación del primer día y la sonrisa siempre dispuesta, es común verlo a diario detrás del mostrador, haciendo aquello que ama hacer.
Quien me enseñó lo que sé del negocio fue Salvador Oglialoro. "Lo conocía desde chico, de cuando yo iba a comprar cosas para la escuela, era un tipo divertido que siempre estaba de buen humor. Lamentablemente falleció hace unos años. También tuve otro compañero, Juan Mayud, que estuvo con nosotros hasta que enfermó".
A lo largo de tantos años tuvo otros muy buenos compañeros: "Seguramente me voy a olvidar de alguno, pero no puedo dejar de mencionar a Nélida Guerricabetia, Graciela Garófoli y Mercedes Magnone, con quienes pasamos grandes momentos".
"En la actualidad han pasado muchos chicos, sobre todo en el área de Diseño, con todos tengo muy buena onda, me adapto muy bien con la gente joven", admite. "Generaciones enteras han pasado por la librería, a personas que hoy son profesionales los conozco desde que estaban en el jardín de infantes o la escuela primaria e iban a Vidaurreta a comparar sus útiles", señala, agradecido por lo que su trabajo le ha dado.
"Con mi compañero Jorge Francavilla, que hace 34 que trabaja, nos tocaron todas las reformas, siempre en chiste decíamos que los que habían estado antes habían pasado más de 40 años sin cambiar nada. Con él somos muy compinches y tenemos anécdotas que podrían servir para escribir un libro".
Quizás lo mejor que tienen las experiencias laborales sea eso, construir vínculos perdurables. Marcelo ha sabido forjarlos y los honra con profunda gratitud: "Realmente he sido un afortunado. Y estoy agradecido a la familia Vidaurreta por la oportunidad. Cuando yo empecé mi jefe era Jorge, que al poco tiempo falleció. Siguió Luis, que está en la actualidad, y su hijo Santiago".
Su familia, el gran sostén
En lo personal Marcelo, se casó con Analía Morari. "Nos conocimos en Boliche, estuvimos trece años de novios y nos casamos cuando tuvimos nuestra casa propia, nos esforzamos mucho y lo logramos juntos". Son papás de Sofía Tortonesi (24), que se recibió de abogada en la Universidad Católica Argentina (UCA). "Estudió en Rosario y ahora regresó a Pergamino, vive con nosotros y está trabajando en una importante concesionaria, y la ilusiona la posibilidad de ir abriéndose camino en su profesión". Al hablar de su hija la mirada se le ilumina. "Ella es todo lo que está bien. Desde chica fue muy responsable e inteligente, y pudimos acompañarla en este camino. Queríamos que la educación le diera las mejores herramientas, hoy está recibida y nosotros nos sentimos muy orgullosos de ella".
Su esposa ha sido y es un sostén incondicional. "Nos gusta pasar tiempo juntos, viajar cada vez que podemos. Ahora mismo estamos planeando nuestras vacaciones. Soñamos el día de mañana poder vivir en algún lugar con mar, aunque con el 'ir y venir' de estos últimos años también nos hemos enamorado de Rosario, una ciudad hermosa", comenta.
El deporte
Cuando dejó de jugar al fútbol, Marcelo comenzó a correr. "Me inicié como hacen todos, primero caminando, después trotando. Hasta que un día me encontré compitiendo y me enamoré del running", menciona y refiere que ha participado de varias carreras. Su rutina hoy le permite entrenar tres veces por semana. "He conocido a mucha gente en el mundo del running, pero entreno solo. Lo hago como un modo de mantenerme bien físicamente". Asume que es disciplinado y constante. "Es un ejercicio para el cuerpo y la mente salir a correr. Ahora lo hago escuchando música".
Amor por los fierros
Al hablar de sus pasiones, el automovilismo aparece como otra de ellas. El tiempo que vivió en Urquiza lo acercó a importantes referentes de esa actividad. "Mi tía era familiar de los hermanos Iglesias, grandes corredores, así que de chico tuve la posibilidad de estar cerca de los autos y de asistir a muchas carreras", señala. Y recuerda cuando las pruebas para las carreras del TC se hacían en la ruta. "Con Juan Carlos Iglesias he andado arriba del auto cuando hacían las tiradas de ruta, fueron experiencias inolvidables".
"Y ese año que viví en Urquiza también me acercó al taller de Solmi, un gran preparador de autos de carrera. Lo veía trabajar en el auto de Juan Carlos y de Ricardo 'Caito' Iglesias. Estar ahí era increíble, lo mismo que ir los sábados a la quinta de 'Caito' y compartir los picaditos de fútbol con grandes como Traverso y otros que después fueron verdaderas glorias del Turismo Carretera".
Costumbres sencillas
Sobre el final de la charla, reconoce que vive sin asignaturas pendientes y ama las costumbres sencillas. Hay disfrute en el tono de su voz y la expresión de su mirada. Como cuando está detrás del mostrador, sonríe. Le gusta lo que hace y sabe conectarse con lo verdadero. Guarda buenos recuerdos de cada etapa de la vida y se lleva bien con el paso del tiempo. Sabe que para ser feliz hace falta trabajar y poner lo mejor de sí en esa empresa.
La vida lo ha tratado bien. Aun no tiene 60 años y sin embargo posee un largo camino recorrido. En ese tránsito ha cosechado relaciones perdurables. Su familia es su refugio y tiene el privilegio de ser "un tipo querido", ese título que solo llevan consigo las personas de bien y que Marcelo, con su simpleza, honra.