Ana Mirtha Trovato Fuoco de Pulido es conocida como "Kika". Adoptó ese apodo en su infancia, a causa de algunas travesuras que hicieron que su papá comenzara a llamarla de ese modo. "Siempre estaba haciendo macanas", refiere en el comienzo de la entrevista que se desarrolla en su casa. Es modista y cualquiera que se asome a su ventana puede verla coser cada día desde temprano. En esa habitación en la que están las máquinas y sus telas, está su mundo. Allí también hay fotos de sus seres amados, hilos de todos los colores y recuerdos. Tiene 84 años y escucharla en su relato es rescatar de la memoria el testimonio de una mujer a la que le ha tocado dar grandes batallas y sobreponerse a la adversidad con entereza.
Habla de sus padres: Francisco "Pancho" Trovato Fuoco y Rosa Di Trento. También de su hermano, Pedro. "Mi papá fue un artesano, siempre tuvo el taller en casa, hacía bobinados y tareas que hoy ya ni existen. Fue un hombre bueno y generoso. Y mi mamá siempre se dedicó al cuidado del hogar y de nosotros. Esta fue mi casa paterna y el lugar en el que vivimos hace muchos años", describe entre paredes que contienen buena parte de su historia.
"Cuando nací vivíamos en calle San Martín, pero yo crecí en la casa de mis abuelos, en bulevar Colón", menciona y con profunda gratitud los recuerda. Ellos fueron Pedro Trovato Fuoco y Antonia Squillace. "A ella le decíamos 'la abuela nona'". Conserva lindos recuerdos de su infancia, al cuidado de sus tías "Gorda" y "Peta". "Ellas eran solteras cuando yo era chica y me daban todos los gustos, siempre fueron muy amorosas conmigo".
"Incluso, luego de grande, estuvieron siempre a mi lado. La tía 'Gorda' y su esposo no me dejaron ni un día sola cuando enfermó mi marido. Los llevo siempre en mi corazón", agrega.
Un amor del bueno
A los 14 años "Kika" conoció a Adalberto Oscar "Pichi" Pulido. El tenía 15 y ocho años después, se casaron. Fue el amor de su vida, ese amor del bueno que permite edificar un destino compartido y conformar una familia cimentada sobre pilares indestructibles.
Cuando "Kika" lo recuerda, el tránsito por la enfermedad de su esposo, aparece como una huella imborrable: "A principio de la década del 80 él enfermó de ELA, una enfermedad que no tiene cura, y que en ese tiempo se conocía aún menos", relata. Y prosigue: "Falleció a los 48 años, lo cuidé y acompañé hasta el último día y jamás volví a enamorarme. No hubo lugar en mi vida para nadie más".
"Nuestro noviazgo fue como los de antes. Cuando yo cumplí 15 años toda su familia estuvo en la fiesta. Ese día se lo presenté a mi padrino. Recuerdo que le dije: 'Padrino te quiero presentar a mi novio. Y me respondió: 'Traelo cuando sea un hombre'. Eramos criaturas, pasó el tiempo y en una ocasión, ya casados, fuimos a visitar a mi tío a San Martín donde vivía, y cuando estábamos sentados a la mesa, le pidió disculpas por lo que había dicho aquella vez. Mi marido, que era el hombre más bueno del mundo, le dijo que no había nada que disculpar y mi tío le respondió que estaba feliz de que su sobrina se hubiera enamorado de un hombre con todas las letras".
"?Pichi' falleció muy temprano, pero fuimos muy felices juntos. Desde chicos habíamos planeado hacer todo juntos, y así fue". Tuvieron dos hijos: Mónica y Oscar. "Ellos son mi compañía. Oscar está casado con Karina y tienen a Morena y a Melina. Y Mónica es docente y vive sola".
"Los chicos eran chicos todavía cuando su papá murió y se transformaron en la razón de mi vida y en el motivo para seguir adelante", confiesa, feliz de tenerlos. Vuelve sobre la memoria de su esposo para referir que "era una persona que perdonaba todo. Yo tengo un carácter más fuerte y él ante cualquier situación me decía: 'Kika' mirá si los equivocados somos nosotros' ayudándome siempre a ponerme en el lugar del otro".
Una gran trabajadora
Su marido fue empleado de la Cooperativa Eléctrica y ella trabajó desde muy joven. "Esos son los valores que tomamos de nuestros padres y los que inculcamos a nuestros hijos", refiere. "Toda la vida trabajamos juntos. La primera casa que pudimos comprar con el fruto de nuestro esfuerzo estaba en calle General Paz, entre Francia y Perú. Yo fui peluquera, tenía instalada la peluquería en esta casa que era de mis padres. Aquí también pusimos una distribuidora mayorista de perfumería y limpieza, Distribuidora Osmo, se llamaba. Después tuvimos algunos problemas económicos y pusimos un kiosco para pagar deudas. Siempre encontramos el modo de salir adelante".
Una prueba difícil
Cuando la charla la convoca a mirar la vida en retrospectiva, admite que la enfermedad de su esposo fue la prueba más difícil que le tocó afrontar. Aunque no fue la única. Ella siempre fue la que por alguna razón cuidó a los suyos y se ocupó de sostenerlos en la adversidad. "Cuidé a mi suegro que al enviudar se vino a vivir con nosotros, y también a mi madre que cuando mi esposo enfermó, no soportó el dolor de verlo sufrir. Atravesamos años muy difíciles".
"La enfermedad de mi marido fue invalidante. Nunca quiso estar en silla de ruedas, así que uno de sus mejores amigos, Eduardo 'Cuqui' Gómez Echevarrieta, le regaló un sillón con rueditas que usaba para trasladarse", cuenta. En su memoria habita cada detalle de esos años. Recuerda que, con la precisión del diagnóstico que le habían dado Leandro Laguía y Patricia D' Avino, llegaron a ver al doctor Raúl Matera, el especialista más experimentado del país.
"Mi esposo era peronista y sindicalista y lo había conocido a través de la Federación de Luz y Fuerza. Gracias a ello pudimos conseguir que nos atendiera en su clínica particular con una generosidad increíble". "Jamás voy a olvidar que después de evaluarlo y ver sus estudios le dijo:' Flaco, tenés dos años de vida' y ante mi mirada aterrada, agregó: 'Hay que hablar siempre con la verdad'".
Resurgir, siempre
Luego de la muerte de su compañero, tuvo que empezar de nuevo. La vida le había cambiado para siempre. Para entonces ya habían dejado varias casas en las que habían vivido, una de ellas en calle Drago, y se habían establecido en la casa materna de 'Kika'.
"Antes de enfermarse ?Pichi? había querido mudarse a esta casa, que había sido la de mis padres, le compramos la parte a mi hermano y nos establecimos aquí", agrega. "Cuando él murió, estábamos en 'pampa y la vía' y emocionalmente devastados", reconoce y cuenta que, buscando el modo de salir adelante, emprendió una aventura que no sabía si iba a funcionar: "Yo siempre fui modista, así que compré cuatro máquinas y con una amiga íntima que me acompañó, alquilé un local en calle Saavedra, vendí los muebles porque no los podía ver, y me mudé a calle 25 de Mayo y Dorrego, lugar al que iba solo a dormir, porque durante el día trabajaba sin descanso. Empecé con un tallercito, me fue bien. Alquilamos otro local y pusimos allí venta de ropa. En un par de años saldé las deudas y salí a flote".
Ese primer oficio de "Kika", y el que ejerce hasta el día de hoy, es el que le sirvió como tabla de salvación para rearmar la vida laboral y familiar. Lo señala y se conmueve: "Yo toda la vida había sido modista, me había recibido a los 17 años y había dado clases de corte y confección en casa de mis padres. Ese había sido mi primer trabajo, parte de lo que ganaba se lo daba a mi mamá. Soy profesora de corte y confección, de sastrería, de bordado a mano y a máquina y de lencería", precisa.
Su capacidad de trabajo, su talento para crear y su tenacidad frente a la vida, junto al acompañamiento de sus hijos, le dieron las herramientas para superar los tiempos difíciles: "Me agarré de mi oficio inicial para armar el emprendimiento y salir del pozo. No teníamos dinero, pero nos acomodamos".
"En un momento pude volver a mudarme a casa. Y seguí trabajando como modista por mi cuenta", señala en un relato que acerca las vivencias genuinas que se experimentan cuando se transitan los duelos sanamente.
Su presente
Hoy vive sola, aunque acompañada por sus hijos y por Silvina, una persona que se ocupa de organizar las cuestiones cotidianas del día a día. En el corazón del barrio Trocha, cualquiera que la conoce suele verla dar la vuelta manzana con algunos vecinos, estar siempre dispuesta a la charla amable y a tender una mano a quien lo necesite.
La persiana del ambiente de su casa donde tiene instalado su lugar de trabajo se levanta muy temprano. "Si algún día está cerrado, seguro alguien me toca el timbre para preguntarme si me pasa algo", señala, sabiendo que, si precisa algo, ahí está "el barrio a disposición".
Tiene clientes de toda la vida y de cada uno de ellos conserva su nombre y números de teléfono prolijamente agendados. "Con el paso de los años se me van desdibujando los rostros", reconoce, sintiéndose afortunada por la fidelidad de quienes hace tanto tiempo la eligen.
Es una mujer solidaria que siempre tiene una mirada empática hacia los demás. "También hago arreglos de costura de ropa que venden en la feria de la Escuela Los Buenos Hijos. Ana Clara García Facal me trae prendas que les donan y yo las acondiciono", comenta.
Siempre está entretenida. "Recibo gente a comer. Me gusta cocinar. El mensajero come conmigo. Hasta hace unos años cocinaba para algunos vecinos y les alcanzaba la comida. Tengo muchos amigos y me siento acompañada. No puedo pedirle a la vida nada más, solo que mis hijos y mis nietas sean felices. Yo soy feliz porque los tengo a ellos y vivo sin asignaturas pendientes, con la conciencia tranquila", asevera.
"Estoy esperando irme con mi marido, pero Dios dirá cuándo", reflexiona sobre el final, y abunda: "No me queda nada por hacer, vivo en paz. Los que me han pagado mal, ya no están en mi vida, y los que no me han fallado forman parte de mi mundo". Cuando la charla casi termina, vuelve a su máquina de coser, y se dispone a seguir adelante con sus costuras. Y así como hilvana un arreglo, en la charla hilvana ideas que muestran la esencia de alguien que se define como "una mujer común y corriente", que posee la sabiduría que dan los años y la templanza de quienes han aprendido a tomar de la vida, lo esencial y atesorarlo.