Rubén Bianco es un hombre de la fotografía, y aunque hoy ya no se dedica profesionalmente, ese fue su oficio desde siempre. Tomó el legado familiar desde muy joven y abrazó la tarea con pasión. Su tío, primos y su hermano también eran fotógrafos. El retratar e inmortalizar momentos a través del lente de una cámara fue su arte y lo honró con compromiso, aún a riesgo de distraer tiempo personal en el cometido. Dueño de una mirada sensible, cuenta en su haber con ese ingrediente imprescindible, sin el cual resulta imposible hacer de una imagen, un mensaje.
Tiene 63 años y acepta con agrado trazar su Perfil Pergaminense. Tiene una rica historia de vida para contar. "El polaco", como lo conocen todos, conserva un fuerte apego a sus raíces. De hecho, vive en el mismo lugar en el que creció: el barrio Acevedo, al que llegó teniendo apenas seis meses y en el que transitó toda su vida. La esquina de Siria y Salta es su lugar, allí donde está su casa y donde tiene anclaje su mundo. En ese espacio familiar recibe a LA OPINION y se dispone a una charla distendida. Tiene la simpleza de las personas "de barrio". Es amable. "Aquí está mi vida", expresa en el comienzo y enseguida narra: "Pasé toda mi vida en esta casa, en esta esquina de mi querido barrio Acevedo".
"Crecí junto a mis padres, Horacio Bianco y Blanca Susan, y a mi hermano mayor, Alberto", agrega y comenta que su papá fue fabricante de ladrillos y su mamá comerciante en el rubro gastronómico. "Cocinaba como los dioses, acá mismo donde estamos conversando, ella tenía el negocio", menciona.
"Mi viejo también fue un gran laburante, y un hombre cariñoso. Llegaba todo tiznado de trabajar y cansado, pero siempre tenía tiempo para jugar. Con él me gustaba jugar a la lucha y todavía me parece que escucho la voz de mi mamá que nos decía: 'Chicos, se van a hacer mal'".
De esa raíz provienen sus valores. Creció en un entorno familiar de gente de trabajo en la que jamás faltaron el amor y los límites. "Mis padres eran muy afectuosos, y sabían marcarnos el camino. Yo siempre digo que mi viejo nos educaba con una letra: él decía 'Eeee' y no hacía falta que dijera nada más".
Fue a la Escuela N° 4 y su infancia transcurrió en la tranquilidad del barrio y la proximidad de los amigos. "Era otra vida, para jugar había que usar la imaginación. Nosotros nos pasábamos tardes enteras armando autos para correr la vuelta manzana", relata.
Su historia laboral
Comenzó a trabajar desde chico. Su primer empleo fue en la Heladería Venezia. "Cada verano los dueños me venían a buscar para servir helados".
"Después ingresé a Fotorama, donde estuve durante once años", refiere y cuenta que siendo muy joven y, de la mano de ese empleo, incursionó en la fotografía. "En verdad yo vengo de una familia de fotógrafos, así que el oficio me encontró de muy chico. Un día llegué a casa y arriba de la mesa había un equipo de fotografía. Mi mamá me dijo que iba a tener que dedicarme a sacar fotos, porque como no me gustaba estudiar, tenía que tener un oficio. Mi hermano, mi tío y mis primos eran fotógrafos y les iba muy bien. Empecé a practicar y a los veinte días, teniendo yo 15 años, mi hermano me dijo que tenía buen ojo para las fotos. Una semana más tarde estaba fotografiando en un casamiento en la Parroquia San Roque con 150 invitados".
"Desde ese momento y hasta la pandemia de Covid-19 la fotografía fue mi trabajo y una pasión", destaca, recordando la época de oro de su profesión. "Antes uno iba a un casamiento en una Iglesia y había cinco novias esperando. Después todo fue cambiando. Antes, entregábamos un álbum con 200 fotos, hoy es todo digital". Tuvo su propio laboratorio y su local comercial. "Ya lo vendí y hoy ya no me dedico".
"Dejé la fotografía después de haber tenido Covid-19. Estuve muy grave y estando internado dije, 'si salgo de esta, nunca más me cuelgo una cámara ni me pierdo una fiesta que no sea mía", relata. Y cuando la conversación se detiene en el recuerdo de su internación, su descripción se introduce en uno de los momentos más difíciles de su vida.
Un duro trance
Haber enfermado de Covid lo puso al borde de la muerte. Afrontó el trance con temor, pero con coraje. Puso todo de sí para recuperarse. A los pocos días de estar hospitalizado, su cuerpo se había "descarnado" y le costaba respirar. "Tuve miedo de morir. La pasé realmente mal, no sé dónde me contagié, pero fue horrible. Todos en mi familia enfermaron, pero el único que estuvo internado fui yo. Los médicos me pedían que aguantara para que no tuvieran que entubarme. Fue durísimo. Estuve quince días solo, lejos de mi familia, sin poder ver a nadie. Solo entraba la enfermera que me tomaba la temperatura y me administraba la medicación. Ni siquiera a ella le veía la cara, recién la conocí tiempo después un día que se presentó acá en casa y me dijo que quien me había asistido había sido ella", relata. Y se conmueve. "Un día entró, me dio una medicación y todo comenzó a mejorar. Luego supe que había sido un antibiótico potente. Cuando pude pararme de la cama, me asomaba a la puerta de la habitación y veía un pasillo vacío. Parecía una película en la que la gente moría lejos de sus afectos. Todo era muy cruel, parecía una guerra".
Considera que la emergencia sanitaria fue una experiencia traumática, cuyas consecuencias parecen haber sido olvidadas. "La gente no entendió. No le dejó experiencia. No hay más amor, nada cambió para bien. La gente olvidó lo vivido y regresó a la vida que tenía", reflexiona. En su bagaje personal, la experiencia se imprimió y dejó huellas. La enfermedad le mostró la vida en perspectiva. "Uno sale más despojado de una experiencia así. Yo solo quería volver a mi casa y reencontrarme con mi familia".
Su presente laboral
Actualmente, trabaja en la Secretaría de Salud del Municipio. "Estoy a cargo del sector de medicación, mi tarea es coordinar el abastecimiento a los Centros de Atención Primaria de la Salud", describe. En paralelo acompaña a su familia en un emprendimiento comercial. "Mi hija y su esposo que es chileno, traen indumentaria y otros productos de Chile y los venden. Es una actividad con mucho potencial que con mi esposa acompañamos. Ella es peluquera, pero ya no se dedica, y le gusta mucho el comercio, así que estamos ahí, ayudando a los chicos".
Su gran construcción
Cuando habla de su familia lo hace con satisfacción. Es su núcleo afectivo más importante y el motor que guía lo cotidiano. Hace cuarenta años está casado con Miriam Teniukas y tienen una hija, Florencia, casada con Rafael.
"Con mi esposa nos conocimos siendo muy jóvenes. Yo siempre andaba en moto y en una oportunidad la vi jugando al metegol en un parquecito que había en calle Castelli. Me detuve, hablamos, entablamos una relación que nos unió para siempre", relata este hombre que encuentra en su familia el pilar que sostiene todo lo demás. "Mi familia es muy importante para mí, me siento afortunado también de tener a mi hermano, y a mis sobrinos", agrega.
Los buenos amigos
Es una persona que tiene la dicha de tener buenos amigos. Hace del cuidado de las relaciones personales, un culto. El barrio y su forma de ser le han permitido eso: "Tengo amigos de toda la vida. Uno de ellos es Javier Martínez, a quien conozco desde siempre. Nos criamos en esta puerta y hasta el día de hoy lo veo venir caminando y ya se lo que me va a decir".
"Me honra decir que tengo una barra conformada por mis amigos de toda la vida, esos pibes del barrio con los que jugábamos cuando éramos chicos. Uno fue vidriero, otro constructor, otro intendente, y cada jueves cuando nos juntamos, todos somos iguales. Nos une la vida", asevera.
Amante de la pesca, esa actividad le ha regalado también la posibilidad de establecer vínculos perdurables. "Soy de ir seguido a pescar, siempre a la misma zona, en 'La boca de la espera', entre Ramallo y San Nicolás. En ese lugar, el 98 por ciento de los ranchos son de gente de Pergamino. Nosotros tuvimos rancho allí. Hoy no tengo rancho propio, pero sigo yendo seguido porque solo hace falta preguntar en el grupo que tenemos: '¿quién va este fin de semana' para que el viaje se organice y las puertas de cualquiera de los ranchos se abran para mí".
Pescar y estar en contacto con el paisaje del río le da calma, le ayuda a desconectar de la vorágine y a encontrarse a sí mismo. "Cuando uno va, frena, se encuentra. El río es un misterio, el aire es distinto, la luna es distinta, la perspectiva de la vida cambia. Uno tiene que llevarse muy bien con uno mismo para estar en esa quietud", sostiene y reconoce que cada vez que va, vive una experiencia hermosa. "Es precioso, vuelvo distinto", recalca y agradece el hecho de tener una familia que acompaña y otorga esa libertad de vivir plenamente ese tiempo.
En el horizonte
Al momento de imaginar el futuro, el pensamiento lo lleva por el camino de los anhelos. Afirma que siempre quedan nuevos proyectos por impulsar. "Si uno se jubila y se queda sentado, se muere. Yo creo que cuando deje de trabajar, seguramente la vida me encontrará haciendo otras cosas".
Confiesa que le gustaría volver a viajar en moto, algo que hizo durante mucho tiempo. Pasar tiempo en familia y con amigos es la manera en que imagina el porvenir. Le agradece a la vida por el modo en que le ha tocado transitar el camino hasta aquí. "Yo siempre digo que viví en el mejor hotel. Tuve una familia muy buena, que me inculcó valores, jamás vi a mis padres discutir ni faltarse el respeto. Intenté hacer lo mismo con mi hija y creo que lo logré. No puedo pedir mucho más".
Un hombre del barrio
Ama Pergamino y considera que es un buen lugar para vivir. "Me gusta Pergamino. Le faltaría el toque de la industria, ver el flujo de la gente que va a laburar. Lo otro esta todo". Respecto de su barrio, comparte con aquellos que viven en ese sector de la ciudad, algo que les es característico: el apego a esa geografía conocida.
"Hay un fuerte sentido de pertenencia al barrio Acevedo. No me pasa solo a mí, nos pasa a todos los que vivimos acá, por alguna razón que no podría definir. Hay un amor, uno cruza Alsina y siente algo especial", recalca y confiesa que extraña las cenas que se hacían en la calle, justo en la esquina de su casa. "Era una hermosa costumbre que se fue perdiendo".
Un oficio noble
Reconoce que algunas veces siente el deseo de volver a sacar fotos. Pero también siente que eso quedó en el pasado. "Le he puesto el mismo amor a una fiesta humilde que a un gran evento y he cosechado el afecto de los clientes, la fidelidad y la confianza", afirma, consciente de haber ejercido un oficio noble, ese que puede devolverle a alguien el recuerdo de un momento feliz o la mirada de un ser amado. Ese que simplemente, agradece y del que recibió tanto.