La historia de vida de Alfredo Romeo Pagani es de aquellas que se escriben en la escucha atenta y resultan testimonio del valor que tiene el espíritu de superación, la lucha y la resiliencia. Cumplirá sus 85 años el 11 de diciembre y transita su presente con la templanza que le ha dejado el paso del tiempo y el aprendizaje que ha tomado de las pérdidas. Es conocido por las luchas que ha dado en el gremio de Luz y Fuerza, por su desempeño en el campo deportivo como nadador de aguas abiertas y por la dignidad con la que ha enfrentado cada piedra que el destino puso en su camino. Dueño de un modo de ser honesto y generoso, acepta la entrevista que le propone trazar su Perfil con cierto pudor y afirma que "no tiene nada extraordinario para contar". Sin embargo, apenas el diálogo fluye, en su decir aparecen valores que expresan el modo de vivir de un hombre que siempre le fue fiel a principios que jamás traicionó. También, referencias que tienen anclaje en su biografía individual, pero se erigen en postales de un tiempo propio de una generación que encontró en el trabajo la herramienta del progreso.
Cuenta que nació en Pergamino y vivió su infancia en Rivadavia, entre Larrea y 3 de Febrero. "Todavía no existía el Colegio Nacional, era un gran terreno por el que cruzábamos a diario", menciona. Habla de su padre Emilio Pagani; de su madre Justa Prados; y de su hermana mayor, Susana. "Su fallecimiento temprano, cuando tenía 23 años, y yo apenas 18, fue el primer gran golpe que me dio la vida, porque con mi hermana éramos muy unidos".
Fue a la Escuela N° 5, después se pasó a la Escuela N° 6 y finalizó la primaria de noche. "A los 6 años tuve púrpura, eso me obligó a discontinuar la escuela, retomé después y finalmente terminé de noche, cuando ya había empezado a trabajar".
"Mi primer empleo fue como repartidor de una carnicería, tenía 13 años. Después, como había aprendido el oficio de cortar carne, tuve mi propia carnicería en el barrio Obrero, '17 de Octubre', donde ya vivíamos".
Su querido barrio
Desde el año 1982 vive en el barrio 25 de Mayo, sin embargo, antes vivió en el barrio Obrero. Su familia fue de las primeras en llegar a ese lugar caro a sus afectos: "Nos mudamos al barrio cuando se inauguró en 1953. La casa número 1 era de Juan Santos Pérez, un señor que tenía diez hijos y trabajaba en el Hospital de Llanura. La nuestra era la 30, en calle Gahandi, cerca de la plazoleta que no era como la conocemos hoy. Era una gran barranca que terminaba en un zanjón profundo".
"El barrio se fue poblando de muy buena gente", menciona y su memoria rescata nombres y apellidos de aquellos vecinos entrañables. Fue uno de los fundadores del Club Barrios Unidos: "Integré varias comisiones, los equipos del club intervenían en torneos, hacíamos bailes en la Quinta de Annan, también torneos de billar. Me desvinculé muchos años después cuando la institución fue cambiando".
La Cooperativa
Gran parte de su historia laboral se escribió en la Cooperativa Eléctrica de Pergamino, donde comenzó a trabajar a los 24 años. "Al principio fui peón, mi tarea era hacer pozos y colocar postes. Fui ascendiendo, me incorporé como ayudante al laboratorio de medidores y allí conocí a Juan Carlos Montenegro, alguien que fue como un padre, un hermano, un amigo que me enseñó todo. Llegué a ser encargado del laboratorio y en esa función me jubilé".
Fruto de su trabajo, y de su vocación de luchar por conquistas que consideró justas, tuvo activa participación gremial en el Sindicato de Luz y Fuerza. "En la época de la dictadura fue muy duro, echaron a compañeros y otros fueron detenidos. Los convenios colectivos se perdieron y con el regreso de la democracia tuvimos que dar duras batallas para recuperar derechos que se habían vulnerado. Conseguimos recuperar una gran cantidad de artículos y fuimos el modelo que implementaron otras cooperativas de la Provincia. Desde Pergamino habíamos hecho una gran conquista", recuerda este hombre que en varias oportunidades fue tentado para ocupar cargos de más alta representación tanto en el plano sindical como en la política. "En una ocasión me ofrecieron una concejalía y también en la Federación de Cooperativas, pero siempre desistí. Yo era un simple delegado gremial", aclara, orgulloso de una trayectoria en la que jamás traicionó sus valores.
El deporte
Además de su labor en la Cooperativa, Alfredo realizó trabajos de electricidad de manera particular. Al jubilarse, fue desprendiéndose de las rutinas de la vida laboral para abocarse a otras actividades que abrazó con pasión.
"Me gustó mucho el deporte desde siempre, y durante muchos años, trabajé en la preparación física en varios clubes. Nunca tuve formación académica en el campo de la educación física, pero era un idóneo en la materia. Trabajé en el Club Annan, en el Club de Viajantes, en la preparación física de futbol del Club Provincial, donde también fui dirigente cuando trajimos a Independiente", cuenta y reconoce que durante toda la vida fue un apasionado del fútbol y de la natación.
Fue de la mano de la natación que ya siendo grande abrió un capítulo provechoso que le dio enormes satisfacciones y le mostró el valor que tienen el entrenamiento y las ansias de superación de las propias metas. "Siempre había nadado, pero no más que algunas piletas de modo recreativo. Empecé a ir al Instituto Davreux y comencé a entrenarme y a hacer fondo. A los 62 años, en el grupo Los Delfines, comencé a competir en aguas abiertas, en pileta ya lo hacía desde antes", comenta.
Conserva cada trofeo y medalla de las que obtuvo en ese recorrido. Y guarda otras satisfacciones más trascendentes, como la de haber estimulado el hecho de que a través de las categorías se promoviera la participación de las personas de la tercera edad en este tipo de competencias. "En este plano también me tocó pelear, porque en la época en que comencé a competir las categorías eran hasta los 40 años. Comencé a plantearle a los organizadores que había que elevar las categorías para estimular la participación de las personas mayores. Así fueron apareciendo las categorías de 50 y hasta de 60 años", relata y refiere que compitió hasta los 70 años. "La primera carrera fue en San Antonio de Areco y la última en Ramallo. En el medio hubo muchas otras inolvidables, como la de Rosario, nadar en el Río Paraná fue algo inolvidable".
Siguió nadando hasta la irrupción de la pandemia y hoy "hace algunas piletas" en el Parque Municipal. Tiene el carnet N° 1 del natatorio, un lugar al que concurre a diario. "Lo vi nacer y me habían conferido el honor de inaugurarlo cuando se habilitó", destaca este deportista que ha sido premiado en distintos ámbitos. Nunca lo desveló el reconocimiento. En su práctica deportiva se jugaban otras cuestiones asociadas al placer de realizar una actividad que amaba, la satisfacción de alcanzar metas y encontrar siempre nuevos desafíos.
Su núcleo imprescindible
Desde hace 38 años comparte la vida con Alicia Miri. Se habían conocido trabajando en la Cooperativa Eléctrica y durante veinte años apenas habían cruzado algún saludo. La actividad gremial los unió y entablaron una relación que se transformó en un amor genuino y perdurable. Alfredo estaba divorciado desde el año 1978 y vivía con sus dos hijos: Osvaldo y Susana.
"Los chicos habían elegido vivir conmigo cuando su madre y yo nos separamos, así que yo estaba abocado a la tarea de criarlos, eran adolescentes. Con Alicia comenzamos nuestra relación, y todo fluyó de manera muy natural. Con el paso del tiempo nos casamos y conformamos una hermosa familia", resalta. Y de repente lo invade una emoción profunda. Tuvo la desgracia de perder a sus dos hijos a causa de enfermedades oncológicas que lo confrontaron con las batallas más difíciles que dar. "A Osvaldo le diagnosticaron un cáncer en 2014 y falleció al año siguiente. Susana era muy fumadora, enfermó también y falleció a causa de un cáncer de pulmón. Fueron los golpes más duros de mi vida", reconoce. Y afirma que su esposa y los nietos resultaron esa tabla de salvación que le permitió seguir. "Tenemos tres nietos maravillosos: Ignacio, que vive en Rosario; y Nicolás y Luciana que están acá. Son seres maravillosos".
Las pérdidas han dejado en el alma una huella imborrable. No la oculta, tampoco siente vergüenza de derramar lágrimas cuando recuerda a sus hijos. Es de las personas que sabe sobrellevar el dolor con dignidad y que ama vivir. Honra la memoria de los suyos, pero se aferra a la vida e intenta vivirla plenamente. "Tengo un núcleo afectivo imprescindible".
"Me llevo bien con el paso del tiempo, pero soy consciente de la finitud", remarca y prosigue: "Trato de mantenerme activo y conectar con aquellas cosas que me gustan. La pileta del parque me ha dado un espacio de pertenencia del que disfruto, tengo un grupo con el que compartimos cenas y lindos momentos. Hay un amigo de mi hijo, Mario Zandrino, que se me acopló cuando él falleció, y que a diario va a la pileta a conversar conmigo. Esas pequeñas cosas me hacen feliz".
"También me gusta viajar. Con mi esposa hemos pisado las 24 provincias argentinas, los países limítrofes y otros destinos. Y cuando no teníamos la moneda, nos íbamos en carpa. Hemos acampado en el Glaciar Perito Mariano Moreno muertos de frío, pero juntos. Ella cumple años el 25 de mayo y ese día, siempre nos encuentra viajando", afirma. Y la emoción vuelve a invadirlo cuando habla de su compañera. Ha encontrado en ella un pilar incondicional. Lo agradece, como agradece la presencia en su vida de afectos verdaderos. "Amigos he tenido pocos y de los buenos".
El balance
En "el ocaso de la vida", como define a su presente, simplemente agradece. Se nutre de aquello que le permite disfrutar de lo cotidiano sabiendo que, a esta altura del camino, "ya no hay pendientes". "Las que quedan, ya son de cumplimiento casi imposible: viajar a Egipto y a Disney", dice y aclara: "Nada que a mi edad vaya a concretar".
"Me quedo con el recuerdo de las noches de isla pescando junto a mi mujer. Los amigos, el grupo de veteranos que hemos armado en la pileta, el recuerdo de mis hijos y el amor de mis nietos. Todo lo demás está hecho", recalca. Y sobre el final, cuando la pregunta lo invita a hablar de sí mismo, se define como alguien generoso y familiero, a quien la vida ha tratado con dureza, pero también le ha regalado la felicidad. "Cuando miro hacia atrás, me veo como una persona que arrancó de una vida modesta y pudo lograr lo que se propuso. Con los dolores y las alegrías, el balance es positivo", concluye, en una afirmación honesta.