Muy lejos quedó aquella idea de que los drones son de usos recreativos. Basta con ver, por ejemplo, como estas aeronaves no tripuladas son frecuentemente utilizadas para acciones bélicas, en vigilancia o detección de incendios forestales. Pero no son los usos que en este caso nos ocupa sino, por el contrario, aquel relacionado a una mejor calidad de vida y al cuidado del ambiente.
Hoy, la agricultura de precisión ha encontrado un fiel y poderoso aliado en estos equipos que son controlados a distancia y son capaces de ejecutar en alta eficiencia tareas que van mucho más allá del monitoreo rápido. Los drones ya se usan para tareas de siembra, pulverización y fertilización, además del monitoreo de lotes o de parcelas de cultivos. También pueden ser utilizados en el control de malezas y plagas, monitoreo de animales en manejos ganaderos extensivos, detección de enfermedades, entre diversas tareas más.
Muchos de estos servicios los brinda Banburubí, empresa pionera en Pergamino y la zona en brindar servicios agrícolas con drones. "Nos dedicamos exclusivamente a esto desde el año 2020, acumulando experiencia en una especialidad sin precedentes, afrontando lo bueno y lo malo que siempre implica ser primero en algo, pero lo hacemos con entusiasmo y responsabilidad", cuenta el ingeniero agrónomo Martín Rainaudo, gerente de la empresa.
Así, saliendo de lo clásico y trabajando en la vanguardia de la tecnología, Banburubí va haciendo conocer dentro de los distintos actores de la cadena agrícola, la diversidad y beneficios de una herramienta que campaña tras campaña va ganando espacio y usos.
"Disponemos de dos equipos de última generación y apuntamos a cubrir por año unas 3 mil hectáreas de mapeo de malezas y pulverización por equipo, con la intención de seguir creciendo", explica con sano orgullo Martín.
Por el momento las empresas semilleras son sus principales clientes, pero brindan también sus servicios de aplicaciones puntuales en lotes con cultivos extensivos en desarrollo, que le son solicitados para evitar las perdidas por pisoteo que generan los equipos terrestres, por la imposibilidad de que estos trabajen por falta de piso o bien para bajar costos.
"Haciendo un vuelo a 120 metros de altura en un lote, por ejemplo, logramos confeccionar un mapa muy preciso, a una escala de 2,5 a 3 cm, que volcado a una computadora nos permite detectar malezas, para luego hacer una aplicación dirigida; es decir, solo donde están presentes, teniendo así ahorros en herbicidas de hasta un 70/80 por ciento y con el menor daño al ambiente que esto también significa", detalla. Aclara a la vez que ese mapeo "puede ser cargado también a una pulverizadora terrestre, cuando el piso y el cultivo lo permite, obteniendo los mismos beneficios".
Todo en orden, todo legal
Trabajar en forma ordenada y segura lleva su tiempo. Para poder pilotear un drone aplicador, que lleno de producto, pesa unos 90/100 kilos se necesita ser piloto Clase D, que es la máxima categoría que apenas tiene un centenar de personas que manipulan estas naves en el país.
"La actividad con drones la regula la ANAC (Asociación Nacional de Aviación Civil) que nos habilita a prestar servicios, previo registro de nuestros equipos y pilotos que tienen que someterse a todo un proceso de capacitación y evaluación para llegar a obtener la categoría que hoy se necesita en el uso dedrones aplicadores", precisa Martín.
Tiempo y espacio
Al momento de operar estos equipos, tampoco nada esta librado al azar. "Montamos una base o bóxer en la cabecera del lote, donde disponemos de un generador, cargador de baterías, un mezclador de producto y otros elementos necesarios para que los tiempos de parada sean muy eficientes, así como ocurre en Formula 1 ( ) Cada drone tiene un tanque de 40 litros y funciona con una batería de 8 minutos de autonomía de vuelo, tiempo suficiente para pulverizar unas 2,5 hectáreas a razón de 20 litros/ha; tras lo cual el drone vuelve, se le cambia la batería, se recarga de producto y sigue trabajando, proceso que nos deja hacer unas 10/12 hectáreas por hora".
Un ritmo muy bajo si se lo compara con un equipo terrestre que puede hacer unas 40/50 hectáreas por hora. Queda claro, entonces, que por ahí no pasa la ventaja del uso del drone. Tampoco es comparable en ese aspecto con el avión. Sí, en cambio, tiene otros beneficios no menos importantes y que Martín se ocupa de describir. "No daña plantas, trabaja con igual precisión de día y de noche, detecta malezas y las combate de forma selectiva, factores que lo hace sumamente competitivo en cultivos intensivos, como frutales o viñedos, y para tratamientos puntuales en cultivos extensivos".
Los costos
En cuanto a costos,Martín apunta que "un drone es un equipo más económico que un avión o un pulverizador, obviamente", pero aclara que "hay algunos factores de esta nueva actividad que dificultan estipular tarifas de referencia, la demanda sigue siendo limitada y, además, hay que considerar el rápido recambio que tienen estos equipos, cada dos o tres años uno debe actualizar el modelo de drone ya que tecnológicamente están evolucionando muy rápido y un drone de 4 años de antigüedad queda obsoleto".
Por último, importa destacar que en Banburubí son muy cuidadosos con las condiciones ambientales al momento de las aplicaciones. "Como pioneros en la actividad somos conscientes de que los errores en esta etapa temprana pueden `quemar` a los drones y por lo tanto estamos haciendo todo lo posible para evitarlos y, a la vez, somos conservadores con la cantidad de trabajo que tomamos y eso a veces te vuelve poco competitivo, pero creemos que a medida que el manejo y la tecnología nos den más capacidad operativa, se podrán ir generando tarifas de referencia y ampliar nuestra participación en el mercado".