Rodolfo Alfredo Giachino tiene 81 años. Vive en el corazón del barrio Acevedo, a pocos metros de la plaza. profundamente ese lugar de la ciudad en el que transitó momentos felices y de los otros, apegado a las instituciones y a una vecindad que fue cambiando con el paso del tiempo. "En esta casa hace 52 años que vivo", dice en el comienzo de la charla y prosigue: "Esta propiedad era de mi suegro, y nos mudamos aquí cuando nos casamos con mi señora, Nilda Marlo".
Cuenta que ella falleció hace tres años, el 4 de agosto de 2021, a causa de la Covid-19. Al decirlo, algo en su tono de voz traduce la tristeza por esa pérdida: "Me había casado con ella a los 29 años, y fuimos muy compañeros. Nos habíamos conocido en la Parroquia San Roque. Contrajimos matrimonio el 6 de mayo de 1972 y estuvimos juntos hasta que ella partió a causa de la pandemia. Estuvimos 49 años casados, Dios no quiso que llegáramos a celebrar nuestras Bodas de Oro"
Actualmente vive con su único hijo, Fabián Alfredo (50). Al hablar de su núcleo familiar de origen, comenta que nació el 30 de enero de 1943 y que sus padres fueron Juan José Giachino y Cristina Farina. "A mi mamá casi no la conocí porque murió en el año 1945, cuando yo tenía apenas 2 años de edad. No tengo recuerdos de ella. Y mi papá falleció en 1952, cuando yo tenía 9 años, así que a ambos los perdí tempranamente".
El fallecimiento de sus padres hizo que él y sus hermanos-, crecieran al cuidado de una tía, Dominga Farina de Lira, hermana de su madre, "Ella nos crió a nosotros que éramos cinco, y a sus cuatro hijos, así que éramos nueve chicos para atender", refiere y reconoce que eso impuso cambios en el modo de vivir. "Crecimos con mucho amor, pero el haber perdido a nuestros padres, no fue fácil, no tuvimos una infancia linda como la de otros chicos, después con el paso del tiempo y de la vida, nos fuimos encaminando".
Su tía vivía en Avellaneda y Manuel de la Fuente y ese fue su lugar de residencia. Fue hasta tercer grado en la Escuela N° 4 y después salió a trabajar. "Desde chico, incluso yendo a la escuela, andábamos con unas canastas en la vereda, vendiendo el pan casero que hacía mí tía en un horno de barro que tenía detrás del patio donde también criaban gallinas", relata.
El ingreso al mundo del trabajo
Conocedor del valor de ganarse el pan honestamente, cuenta que su primer empleo fue con Julio Rolandelli, en una fábrica dedicada a la elaboración de elásticos de camas y sillas. "Ingresé teniendo 13 años y trabajé durante 20, tuve un muy buen patrón y excelentes compañeros".
"Ese fue mi primer empleo formal, después también trabajé con Marconato en la fundición, en Lucini durante un par de años. Y en 1980 entré a la Municipalidad, primero abocado a la tarea de limpieza y luego como guardia, los fines de semana".
"Trabajé en el Palacio Municipal desde que ingresé hasta el año 2001, me fui con la jubilación anticipada durante la gestión de Héctor Gutiérrez", precisa. Y describe: "Trabajaba algunos días de la semana y los sábados y domingo, de 6 a 14".
Asegura que le gustaba mucho su tarea: "Los sábados, sobre todo, solía haber mucha actividad y se hacían conferencias de prensa, yo me dedicaba a recibir a los periodistas cuando llegaban o a las personas que venían para participar de distintas reuniones".
Siempre tuvo buena relación con todos. Pasaron gobiernos de distintos signos políticos y conoció a muchas personas realizando su labor. "Me gustaba mucho, y cuando tomé la decisión de irme, hasta que llegó mi jubilación cambié drásticamente de actividad y me fui a trabajar como peón de albañil".
"Hace más de veinte años que estoy jubilado. Mi esposa toda la vida se dedicó a bordar en casa, así que estaba siempre entre máquinas y bastidores", recuerda.
La vida del barrio
Apegado a sus raíces, ama el barrio Acevedo y comenta que con su mujer durante muchos años participaron de la vida de la Parroquia San Roque. "Ella formaba parte de Cáritas y yo la acompañaba. Hoy voy a la iglesia los sábados, ya no los domingos como antes", agrega.
Otra institución de la que fue y es parte es el Club Defensores de Belgrano. "La cercanía con la casa en la que vivíamos y el hecho de haber ido desde siempre, generaron un sentido de pertenencia muy fuerte con el club", resalta. Y confiesa que siente esa entidad como su segunda casa.
Va a diario, juega a las cartas, habla con gente conocida, pasa sus tardes y regresa a su casa casi al anochecer.
"Toda mi vida transcurre en el barrio Acevedo, nunca salí de aquí, y el Club es como mi segundo hogar", añade, agradecido por ese sentir.
Las bochas
En ese club aprendió el deporte que lo acompañó durante toda la vida: las bochas. "Empecé a jugar siendo adolescente y podría decir que me destaqué, nunca brillé, pero siempre estuve ahí", refiere. "Soy un bochero, comencé a jugar en el año 1958", define y recuerda a quienes fueron sus compañeros de equipo: Vicente Sinalli, Néstor Ramundo y Juan Carlos Baldoni.
"Hasta los 74 años jugué y competí con continuidad, casi todos los domingos íbamos a jugar en los torneos aniversarios de los clubes, conservo hermosos recuerdos y muchas anécdotas. "Guardo los trofeos que gané y también la medalla que me dieron en la Fiesta del Deporte de LA OPINION en el año 2005 en que integré la terna".
"Ahora las bochas prácticamente desaparecieron, acá en el barrio, solo se juega en Defensores y en el Club Federal. En mi caso sigo jugando, aunque con menos intensidad. Este año participé de los Torneos Bonaerenses, llegamos hasta la instancia regional en Rojas, pero perdimos".
Además de las bochas, le gusta el fútbol. "El Club de mis amores siempre fue Defensores y en el fútbol, Tráficos. Además, soy hincha de Boca Juniors, sigo los partidos e incluso miro aquellos en los que juegan otros equipos no solo argentinos, sino del mundo. Me entretiene ver buen fútbol", comenta.
Su presente
Con 81 años, Rodolfo mantiene una rutina activa. Es común verlo andar en su bicicleta, yendo al Club, haciendo los mandados o asistiendo al médico. "Siempre anduve en bicicleta, me acompaña a todos lados", señala. Tiene buena salud, come de todo, aunque con muy poca sal. Siempre fue delgado y mantuvo una vida austera y saludable.
"No he tenido desbordes. Viví siempre tranquilamente. Hoy me dedico a mantener la casa, me llevo bien con la edad que tengo y asumo sin problemas que el tiempo pasa".
Dueño de una profunda fe cristiana, confía en Dios. El arreglo de su mesa del comedor tiene imágenes de santos a los que invoca. "Nos acompañan", afirma con la convicción que da esa creencia puesta en acto.
Aprendió a sobrellevar las pérdidas y con su sencillez salió adelante. Su familia se ha visto diezmada por la muerte, en muchos casos prematura de seres queridos. "De mis hermanos tampoco queda ninguno; familiares de mi esposa que eran vecinos, también han fallecido; pero tengo unos cuantos sobrinos y una cuñada vive en un departamento detrás de casa. Siempre estoy acompañado, y con mi hijo vivimos bien".
No es de los que cree que todo tiempo pasado fue mejor, pero conserva hermosos recuerdos de su juventud. "Todo era distinto, el barrio también era otro, y la ciudad", expresa y cuenta: "Nuestras salidas eran ir al Cine Monumental y comer algo en lo del 'Tiburón' González, un lugar que hacía minutas, y después me volvía caminando hasta mi casa. Cruzaba el puente de hierro, a la madrugada solo sin ningún inconveniente. Era una vida muy sana".
"Algunas cosas hoy han cambiado. El viaducto modificó completamente el barrio que quedó integrado al centro de la ciudad, los vecinos también fueron cambiando, a mí de los de antes, solo me quedan los de enfrente. Pero toda es muy buena gente, y el barrio sigue siendo un sentimiento", resalta.
En el plano de lo afectivo, destaca que tuvo una linda vida junto a su esposa y a su hijo. También destaca que tuvo la fortuna de estrechar buenas relaciones de amistad. "En el club he cosechado muchos amigos. Algunos ya no están, pero quedan otros. Si tengo que nombrar a alguien como amigo, menciono a Carlos Sued, presidente del Club Defensores de Belgrano. Y cuento que tuve otro muy buen amigo que falleció hace siete años, vivía enfrente de mi casa en calle Avellaneda".
La gratitud, una virtud
Es de las personas que se siente agradecida a la vida. Deja ver eso al hablar. Lo gratifican las pequeñas cosas y no tiene anhelos inalcanzables. Casi todo lo que ha querido tener, lo ha conseguido a base de trabajo y perseverancia. "A esta altura de la vida, no pido nada más que seguir valiéndome por mis propios medios y agradezco a Dios por todo".
"Por las mañanas al despertar, solo le pido algo, que jamás pierda mi autonomía, que me deje andar por mi cuenta sin tener que depender de nadie", confiesa. Y ese deseo es a la vez su motor, ese que lo hace siempre seguir activo, consciente del tesoro que representa la vida.