Perfiles pergaminenses

Marcela Demilta: un compromiso con la educación más allá del aula


Marcela Demilta en cada rol la docencia ejercida con profesionalismo

Crédito: LA OPINION

Marcela Demilta, en cada rol, la docencia ejercida con profesionalismo.

De niña jugaba a ser maestra. Esa fue su profesión y la ejerció cumpliendo distintos roles. Fue subsecretaria de Educación del Municipio, una tarea que le permitió volcar su experiencia y asumir responsabilidades públicas que honró con dedicación. Hoy, ya jubilada, hace un recorrido que es testimonio del valor de la vocación como sustrato para construir el camino.

A pocos días de haberse celebrado del Día del Maestro, y casi como si la fecha para convocarla a trazar su Perfil hubiera sido elegida a propósito, Marcela Demilta recibe a LA OPINION en su hogar y se dispone a compartir una cálida conversación en la que las anécdotas vividas en tantos años de ejercicio docente se constituyen en el núcleo medular del relato. Eso ocurre cada vez que una persona logra hacer de su vocación su proyecto de vida, y el pilar que sostiene lo demás. Desde chica supo que quería ser "maestra" y no dudó en seguir el impulso de ese deseo. Trabajó duro para construir una identidad como docente que se nutrió de su impronta innovadora. Enseñar y aprender fue su cometido y lo vivió con responsabilidad y dedicación, sin perder de vista que también la tarea suponía mucho de aventura.

La charla se inicia con la lectura en voz alta de su historia escrita en un papel. Lo que podría resultar un apunte, se transforma enseguida en el sustrato vital de este Perfil. Ella hablando de ella, con palabras cuidadosamente elegidas y un mensaje contundente en favor de la educación.

En lo personal y lo profesional Marcela Demilta da testimonio del valor que tiene construir un camino propio, valiéndose para ello de los buenos valores, la capacidad de trabajo, la creatividad y la alegría. 

Así comienza su relato: "Desde pequeña, y entre muñecos de todos los tamaños y colores, que se acomodaban en una especie de salón al aire libre, que miraban concentrados cual clase magistral, se despertó en mi la vocación de ser maestra. Unos trozos de tizas de colores robados al pasar por la pizarra de la escuela me pintaban los ojos de verde, azul o rosa, para convertirme en una señorita maestra coqueta. Y así pasaba mis tardes jugando a 'ser maestra', una maestra que conocía casi a la perfección a sus alumnos. Era una matrícula numerosa, pues todos mis muñecos se transformaban en mi imaginación en mis alumnos".

"Pero mi vocación se terminó de definir un día que para mí resultó inolvidable: Cursaba séptimo grado en la Escuela N° 62, habíamos organizado un kiosco para vender golosinas y juntar recurso económico para nuestro viaje de egresados. Fue entonces que se acercó a mí la mujer más linda y perfumada de la escuela: la directora y me pidió si podía asistir a segundo grado para cuidar a los niños que no tenían a su maestra en ese momento. Recuerdo que me corrió una especie de emoción gigante y temor también, pero no dudé. Entré al salón y comencé a charlar con esos niños. No recuerdo lo que les dije, solo sé que me vi ahí, frente a ellos, como cuando jugaba con mis muñecos. Tomé las tizas, escribí algo en el pizarrón y desde ese momento la sensación de estar ahí me envolvió y, desde ese momento, no dudé en decir que cuando fuera grande, iba a ser maestra".

"Hay sucesos y acciones que marcan en uno un camino a seguir, y despiertan un talento o vocación que se desplegará durante el camino elegido para recorrer. Y eso fue lo que me pasó a mí", prosigue, leyendo con tono pausado como quien, al hilvanar las palabras, vuelve a recrear aquellas sensaciones.

"Llegó mi adolescencia y con ella el colegio secundario. Mis padres me mandaron al Comercial, yo acepté. Y al terminar, no dudé en estudiar magisterio en el Instituto Superior de Formación Docente y Técnica N° 5. ¡Qué emoción fue hacer las prácticas docentes en las escuelas, planificar clases, hacer juegos y tantas propuestas que nos pedían! "Mami necesito que me compres un guardapolvo blanco de maestra' dije en una ocasión. Y así, con ese guardapolvo blanco, comencé a caminar enseñando y aprendiendo, porque de eso se trata la educación".

"La sensación más placentera me invadió cuando recibí el título de maestra normal superior en 1987. Para mí había llegado a la cima, a los dos meses de recibida, ya estaba trabajando haciendo suplencias en distintas escuelas. Desde ese momento no paré de trabajar. Llegó el año 1993 y con él, mi titularidad. Otro logro y en el lugar que adopté como mi segunda casa, que fue la Escuela Primaria N° 22, escuela que elegí después para mis hijos", continúa.

Su relato también incluye referencias personales que fueron confluyendo para delinear su historia de vida: "Ese año fue también el de mi casamiento y de la mudanza a mi nueva casa, construida con esfuerzo, trabajo y austeridad, en el corazón del barrio Acevedo. Antes había vivido en el Cruce de Caminos".

Sin abandonar el orden cronológico que le propone ese texto construido por ella misma para narrar su biografía, cuenta que en 1995 llegó su primer hijo Franco y a los dos años, su segundo hijo, Romano. "Ya tenía ahora una familia. Empezó una etapa de corridas, horarios que cumplir, actividades varias, tareas del hogar, comidas rápidas, enfermedades, cumpleaños de amiguitos y tanto, tanto que pasó, siempre en paralelo a mi trabajo y mi vocación intacta. Nada impedía que yo creara en mi mente clases innovadoras y ocurrentes que hasta el día de hoy mis exalumnos las recuerdan: papelitos de colores, diarios, revistas, mapas, ovillos de lana, carpetas, bonetes, disfraces, libros, recetas y todo lo que se me ocurría se convertía en recursos para comenzar a dar clases y enseñar".

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Era maestra de sexto grado del área de Lengua y Ciencias Sociales. "Un día a la escuela llegó un comunicado anunciando que se abría el concurso de selección para el cargo de directora. Expresé en voz alta que no iba a rendir. Sentía que no era el momento. Una compañera me escuchó y me dijo: 'No dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy'. Sus palabras resonaron. Fue como un angel que había aparecido para marcarme el camino a seguir. Lo pensé y me convencí. Me preparé para el examen y lo rendí en la Escuela N°22, donde trabajaba. Me fue bien y con mi concurso aprobado, seguí dando clases. Un día sonó el teléfono y del otro lado, alguien me ofrecía la vicedirección de la Escuela N° 62".

Tomó ese cargo con coraje y convicción y lo ejerció durante tres años y medio. Eso sucedió en 2004. Le dijo adiós a la Escuela N° 22, a la que ya no regresó. Tiempo después concursó nuevamente. La estaba esperando el desafío de ser directora de la Escuela N° 7 de la localidad de Mariano H. Alfonzo. "Empecé a viajar y lo hice durante siete años y medio pensando que ahí sí había llegado a la cima".

"Allí pude volcar todos mis conocimientos, experiencias educativas que consideré oportunas y significativas y comunidad. Hice una especie de revolución en el pueblo, fui a romper estructuras", señala. "Armamos el kiosco saludable en la escuela, con la colaboración de las familias. También, una huerta. Hicimos cosas novedosas, fui muy feliz. Mi objetivo era que la escuela trascendiera y creo que lo logré con un gran acompañamiento del equipo docente, de los estudiantes y de la comunidad"

La gestión, otro desafío

A medida que la conversación avanza, la lectura de su escrito va quedando de lado, no el modo de decir. La espontaneidad es parte misma de la esencia de Marcela. Y eso se traduce en todo lo que expresa. En diciembre de 2015 el intendente Javier Martínez la convoca para que se integrara al equipo de trabajo del Municipio en la dirección de Educación. "Era mi amigo y vecino. Pero nunca me imaginé que él iba a pensar en mí para semejante desafío. Fue una experiencia extraordinaria que agradeceré por siempre".

"Acepté su ofrecimiento y comencé a aportar mi granito de arena. Transcurrido un tiempo le propuse la creación de la Subsecretaría de Educación para que el área tuviera el mismo rango que Deporte y Cultura", refiere. El intendente tomó su propuesta y desde el año 2017 fue subsecretaria de Educación del Municipio. Dejó el cargo el 30 de junio de 2024.

"Volqué en el cargo lo que sabía y aprendí mucho. Tuve la posibilidad de ayudar a las escuelas, fue un privilegio y una responsabilidad. Siento que fui un puente entre las escuelas y el intendente", expresa. Y al enumerar alguno de los aspectos salientes de su gestión, menciona la transformación de los Centros de Desarrollo Comunitario para fortalecer sus aspectos pedagógicos, la resolución de demandas a través del Fondo Educativo y la premisa, en cada política y en cada acción, de hacer del diálogo la llave para alcanzar acuerdos.

"Nunca me creí superior a nadie. Desde que dejé de ser maestra y pasé a ser directora, yo sabía que seguía siendo docente, con otra función y con la gestión, me pasó lo mismo", recalca en una apreciación que la define.

Una nueva etapa

Transcurridos dos mandatos, inició el trámite jubilatorio. Sintió que era una etapa que se había cumplido. "Hace dos meses estoy disfrutando de la vida jubilosa, disfrutando del tiempo libre, sin horarios".

Confiesa que le gusta estar en su casa, disfrutar de su familia, de las plantas. También salir con amigas. Cuenta que sus hijos ya han crecido y ambos viven solos. "Mi esposo Darío Maroni tiene una empresa de clasificación de semillas", refiere. Y se adentra en su universo íntimo y personal cuando cuenta que se conocieron en la confitería Corchos y en Boliche. "Bailamos durante seis meses hasta que nos pusimos de novios y ocho años y medio después cuando tuvimos lista la casa, nos casamos", cuenta. También habla de su papá Roberto Demilta, que fue tornero y aún vive; de su mamá Blanca Roberto, que falleció hace dos años; y de su hermana Gabriela que vive en Villa María y es mamá de Ignacio.

Creció en una familia de trabajo, siempre tuvo un espíritu de superación que la llevó a querer construir su propio camino. Lo consiguió. La docencia le permitió recorrer un sendero de enseñanzas y aprendizajes. Y hoy con 57 años el futuro se abre ante ella.

"Cuando miro hacia adelante, me veo artista", confiesa. Y deja salir esa niña que siempre soñó con cantar, con hablar ante el público y cautivar a otros con historias increíbles. Seguramente iniciará un camino de exploración y aprendizajes en el que el arte ocupará ese lugar que quedó relegado ante las obligaciones de la vida profesional.

Vuelve sobre su escrito al final y al releer aquellos párrafos iniciales, sabe que la docencia le permitió de algún modo desplegar también su veta artística. "Siempre me permití disfrazarme, actuar, plasmar en la realidad ideas ocurrentes que surgían desde mi cabeza loca", refiere. Vuelve también a ser un poco aquella niña, pero siendo esta mujer de hoy que está convencida de que, aunque con normas y pautas, "nunca dejó de jugar a ser maestra".


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