Rubén Giustozzi tiene 69 años y es un apasionado de las antigüedades. Se dedica a comprar y vender objetos que además de tener un valor material, siempre poseen una historia. Emplazado en el corazón del barrio Illia, su local es una invitación a observar el paso el tiempo y la importancia de la conservación como resguardo del patrimonio que encierra cada objeto. Desde muñecas antiguas, hasta elementos de uso doméstico y muchos objetos concernientes a la vida rural y a su otra pasión: los autos clásicos, conviven en armonía.
Acepta trazar su Perfil Pergaminense con amabilidad y se dispone a un diálogo que más que hablar de sí mismo, lo conduce por los senderos de aquellos caminos que recorrió guiado por su gusto por la historia, los fierros y sus múltiples aficiones.
Cuenta que vive en el barrio Illia desde que nació, aunque reconoce que el vecindario le propone hoy una geografía diferente a la que tuvo en otra época. Todo se ha urbanizado y modificado la fisonomía de un sector de la ciudad rico a la historia. A pocas cuadras de su casa está la casa natal del presidente Arturo Illia. Acerca una referencia a ese líder cuando habla de su barrio. También muestra cercanía con sus vecinos, y con sus clientes, muchos de ellos "de toda la vida".
Al hablar de su familia, refiere que nació en un hogar conformado por sus padres: Rosa Miri y Mario Giustozzi. "El fue carnicero toda la vida y ella ama de casa", señala y los recuerda con profunda gratitud por los valores que le inculcaron tanto a él como a sus hermanos: Mario Luis, carpintero, y Patricia, farmacéutica.
"Yo estoy casado con Ana Torti, no tenemos hijos, sí sobrinos que son como hijos, y una familia hermosa de la que disfrutamos. Mi suegra Nelly Rubio, vive con nosotros", agrega, haciendo referencia al valor que tienen en su vida esos vínculos que constituyen un núcleo afectivo que se completa con buenos amigos que ha sabido cultivar a lo largo de los años.
La infancia y su primer oficio
Fue a la escuela N° 22 y al egresar de la primaria comenzó a trabajar. Aprendió el oficio de carpintero y lo ejerció hasta que su papá enfermó y llegó el momento de seguir sus pasos: "Fui carnicero toda mi vida, fue una actividad que aprendí de mi padre y seguí sus pasos. Tuvimos carnicería propia durante mucho tiempo", señala. Más tarde en el lugar en el que aún vive instaló un supermercado. "Lo atendimos nosotros durante muchos años y hace diecisiete que lo cerramos".
El relato va y viene en el tiempo y se ordena en una cronología que tuvo al trabajo como un pilar fundamental en la vida de Rubén. "Con mi padre teníamos carnicería. En ese momento solo vendíamos carne. Mi papá fue un laburante que desde los 16 años salía a repartir carne por los campos. Yo seguí con la carnicería y aquí, en mi casa, ya casado, instalé un supermercado", relata.
La vida en el supermercado
Las vivencias de la mano de la actividad comercial son ricas. Tiene un modo de contar lo propio que abre un abanico de postales sobre cómo era la vida en esa zona de Pergamino hace unos años, y cuáles eran las rutinas que la gente seguía. "No ha pasado tanto tiempo, pero algunas cosas han ido cambiando. Cuando nosotros teníamos el supermercado, abríamos a las 6 de la mañana, porque esta avenida, era la vía que la gente utilizaba para llegar a los campos, así que en ese horario ya teníamos que tener disponible el pan y todos los insumos que compraban".
Junto a su esposa, Rubén ha sido un trabajador incansable. Cuando recrea las anécdotas de la época en que tuvieron el supermercado, señala que trabajaban a destajo siempre pensando en brindar lo mejor a los clientes. "Trabajábamos día y noche. Quizás hoy algunos comercios manejan otros horarios, pero nuestra clientela era mayoritariamente del campo y la gente pasaba temprano. Uno hoy aquí ve una avenida urbanizada, pero antes, esta calle era la vía de acceso a la zona rural y la gente cuando se iba a trabajar se llevaba todo lo que necesitaba. No había sábados ni domingos ni feriados", agrega. Y cuenta que decidieron cerrar el negocio hace ya varios años. "Nos cansamos un poco del ritmo de vida que llevábamos, porque el negocio siempre lo atendimos con mi esposa, nosotros dos, sin tener empleados", reconoce, agradecido a la fidelidad de esa clientela", resalta.
Los autos clásicos
Rubén siempre fue un enamorado de los autos antiguos. Con un amigo había comprado uno y de la mano de ese, después surgió la posibilidad de comprar varios más. Con dedicación se abocaba a restaurarlos. "Yo participaba de peñas de gente amiga que corría, pero yo iba solo como un apasionado de los fierros", comenta recordando sus comienzos en esta actividad. Cuando pudo comprar el primer auto, se abrieron las puertas de un universo de experiencias inolvidables.
"Con el finado Carlos Mosca armamos 'Auto Clásica'. "Hicimos una exposición de autos clásicos en el Ferrocarril y esa fue la semilla de la conformación de esa entidad y de una actividad hermosa de la que fui parte durante muchos años, hace tiempo que no participo formalmente, pero sigo ligado porque conservo muy buenos amigos".
"Tengo diez autos antiguos, y quisiera poder venderlos, porque antes los restauraba y mantenía, pero siento que fue una etapa y en el presente ya no quiero saber más nada", refiere y confiesa su voluntad de "quedarme con uno solo".
"No se puede tener tantos autos, con uno solo es suficiente", menciona y desliza que quizás se quede con un "Jeep" caro a sus afectos. "Creo que he vendido más de quince autos antiguos que he tenido en exhibición", menciona y comenta que tuvo la fortuna de participar en distintos eventos. "No diría que he sido un corredor, pero sí que he participado en carreras emblemáticas de autos clásicos".
"Participé con siete autos en distintas oportunidades. También he prestado autos a distintos amigos y hemos ganado varios premios", refiere, aunque confiesa que su atracción nunca fue la gloria. "Ganamos copas que terminaron transformadas en hermosos floreros", comenta, rescatando que lo más importante de esas carreras para él fue la posibilidad de "compartir" y encontrarse con otras personas que comparten el mismo amor por los autos antiguos.
Las antigüedades
El hecho de comprar repuestos y siempre estar atento al hallazgo de piezas que pudieran servir a la restauración de los autos antiguos, fue incursionando en el mundo de las antigüedades. Lo relata con la misma pasión del primer día, aunque con la conciencia de que, como sucede con los autos, "ya no se puede tener todo".
"Yo andaba por distintos lados y empecé a traerme cosas. Algunas personas que sabían de mi gusto por esta actividad también comenzaron a ofrecerme distintos objetos. Armé una estantería y se fue configurando este local", expresa, mirando a su alrededor en ese espacio colmado de distintos objetos y piezas dueñas de ricas historias. Todo está perfectamente conservado. Invierte su tiempo cotidiano en una tarea dedicada y constante. Comenta que recibe cualquier tipo de objeto, pero aclara: "Algunas cosas las fui comprando para ayudar, pero me interesa más lo que no se rompe".
Un hombre que ama contar
La dinámica de su actividad es la siguiente: compra lo que considera que tiene valor ya sea material o simbólicamente. Y vende con la misma mirada. "Lo que me gusta, lo compro, pero no lo vendo. Hay objetos de los que no pretendo desprenderme", destaca y describe algunas de las antigüedades y su funcionalidad. "Muchos elementos que tienen muchísimos años, funcionan. Es hermoso verlos, esos no los vendo, los muestro cuando alguien viene, incluso me gusta mucho cuando alguien llega con niños o jóvenes que sienten curiosidad por descubrir cosas que jamás vieron o no saben para que se utilizaban antes". En esta apreciación aparece la síntesis del modo en que concibe su actividad. Hay una pasión innata en contar esas historias que hay atrás de un elemento de campo, en una herramienta, en un vehículo, o en cualquier objeto de la vida social o doméstica de antes.
Afirma que llega muchas personas de otros lugares, interesados en comprar o vender antigüedades. Considera que, aunque hay un interés creciente por determinados objetos, no es una moda. Más bien una afición que resulta "atrapante".
"Las antigüedades me encantan y detrás de cada objeto hay una historia", resalta- "Algunas cosas son raras y me gusta mostrarlas", insiste y muestra determinados objetos que conserva. Muchos tienen una gran cantidad de años. La diversidad es infinita, como también es rico el relato de Rubén que hace referencia a tareas artesanales de la vida doméstica y del modo de producir de antaño.
El valor del paso del tiempo
Consciente del paso del tiempo, sabe que su negocio lo atesora en objetos que permanecen intactos. El tiempo está presente en su local de antigüedades y también en lo que cuenta. Es conocedor del mecanismo de funcionamiento y uso de cada cosa que conserva. Pero sabe también que el desapego es un ejercicio necesario cuando "uno se va poniendo grande".
Lo dice cuando la charla va terminando y confiesa que imagina el futuro en el campo. "Quiero ir vendiendo algunas cosas, quedarme solo con las que deseo conservar y después ir soltando otras para que las tengan personas más jóvenes que puedan hacerlas durar más tiempo", expresa y reflexiona: "Yo no tengo quien siga los pasos de esta actividad y pienso que lo mejor será vender las antigüedades, ponerlas en manos de personas que también sientan esta pasión".
Hoy su tiempo libre es en Acevedo, en el campo, en familia. Allí donde el espacio se presta para "sentarse a tomar unos mates, compartir una charla y disfrutar Rubén se siente pleno. "Así me imagino el futuro, todo lo demás ya está hecho", expresa este hombre que se define a sí mismo como "un loco apasionado por las cosas" que antes se apegaba a ellas y que, con la madurez que dan los años, ha entendido que el desapego también es un ejercicio vital que además de hacer lugar, abre otras puertas de ese porvenir, que lo espera.