Pocas profesiones requieren de una mirada tan minuciosa y atenta como la medicina. Si a ello se suma la especialidad de Neonatología, estas condiciones se transforman en imprescindibles, por cuanto se trata de una formación que habilita no solo para intervenir en el inicio de la vida, algo que a menudo se traduce en una circunstancia feliz, sino para abordar situaciones delicadas cuando ocurren. Trabajar en una terapia intensiva neonatal no es para cualquier persona. Y no alcanza la vocación para emprender ese camino. Se necesita determinación, horas esforzadas y un temple que se adquiere con el tiempo y debe jugarse en la medida justa para no anular otra condición ineludible de la tarea: la sensibilidad.
Angela Pacífico encarna esos atributos y de la mano de ellos ha transitado en la profesión y en la vida un sendero provechoso. Acaba de jubilarse como jefa del servicio de Docencia e Investigación del Hospital San José y eso aporta el contexto propicio para convocarla a trazar su Perfil. Lo acepta con cierto nerviosismo, propio de aquellos que nunca buscaron el protagonismo personal. Enseguida aparece la naturalidad y la calidez, propias de su modo de ser, lo que deja transcurrir la charla sin atajos.
Cuenta que nació en la localidad de Cañada de Gómez, provincia de Santa Fe y creció en el seno de una familia conformada por su papá, César; su mamá Lisa; y su hermano Carlos. "Mi padre fue ferroviario y mi mamá, ama de casa. Mi hermano tiene un estudio contable en Cañada, está casado con Fernanda y tienen dos hijas: Paula, mi ahijada, - que a su vez tiene a Lorenzo y Genaro- y Sofía que vive en Dallas".
Raíces italianas
Su papá había nacido en Italia, allí había vivido los primeros años de su infancia hasta que emigraron. "Mis abuelos habían llegado desde la región de Abruzzo, en tiempos de guerra. Mi nono Angel había venido primero, y mi nona Teresa con mi papá lo habían hecho después".
Ninguno de ellos hablaba de su tierra, y siempre decían que su patria era Argentina. Sin embargo, Angela comenta que su curiosidad infantil le permitió indagar en retazos de esa historia que configuran la identidad de tantos inmigrantes. "Cuando llegaban cartas de Italia, sin saber italiano, yo se las leía en un idioma 'cocoliche' que ellos comprendían, y me valía de esa correspondencia para preguntarles cosas que quería saber".
Conserva recuerdos imborrables de esas charlas con sus abuelos amados y menciona que jamás perdieron esas tradiciones que los hacían dueños de la impronta italiana: "Vivíamos en una cuadra 'muy tana', mi nono y mi nona, una de las hermanas de mi papá y nosotros, así que salir a la vereda era estar como en el patio de casa con tíos y primos".
Reconoce que tiene apego a esas raíces. Ama la cocina italiana, menciona que su nona "cocinaba como los dioses", y rescata de sus abuelos, tanto como de su padre, la expresividad.
Una vocación temprana
Su inclinación hacia las ciencias biológicas le mostró su vocación tempranamente. Se había formado en un colegio Normal y siempre sintió pasión por el cuerpo humano y su funcionamiento. "Tuve docentes que supieron guiarme en esa inquietud".
Rindió el examen para ingresar a la Universidad Nacional de Rosario en 1978. Se habían presentado 1200 aspirantes y estaba convencida de que "no iba a entrar". Su alternativa era ser maestra jardinera. Su vocación convivía con el reparo de su abuelo que pensaba que "la medicina no era para una mujer"; el temor de su papá respecto de "cómo iba a hacer para estudiar"; y el impulso incondicional de su mamá que la estimulaba. "Ella siempre fue el motor para que cada uno de nosotros cumpliera sus sueños", señala acercando de su mamá un recuerdo amoroso.
Contra todos sus pronósticos, estuvo entre los 200 que ingresaron. Hizo el cursillo e inició la carrera de Medicina. Durante los primeros cuatro años viajó a diario desde Cañada de Gómez para estudiar y recién entonces se mudó a Rosario. "Nunca me costó viajar, lo hacía con ganas. Mis padres nos habían enseñado el valor que tenía progresar a través del trabajo", resalta.
Terminó la carrera ya establecida en Rosario, compartiendo vivienda con amigas de Cañada de Gómez. "Guardo lindos recuerdos de esa época, cuando me recibí en 1984 ya habíamos recuperado la democracia e íbamos dejando atrás los resabios de prácticas autoritarias que hacían que, por ejemplo, al ingresar a la Facultad, alguien de civil revisara nuestras pertenencias".
Su especialidad, una pasión
Siempre pensó que iba a especializarse en cardiología. La seducían los avances que la medicina expresaba en ese campo. Sin embargo, al hacer el medicato y rotar por las especialidades básicas, se enamoró de la Pediatría. "Entonces pensé que tal vez podía hacer cardiología pediátrica, pero la profesión me llevó por el camino de la Neonatología, una especialidad incipiente de ese tiempo". Hizo la residencia en el Hospital Centenario. "Fue una formación muy necesaria en la que confluyeron la teoría, la práctica, el trabajo y el servicio. Aprendí muchísimo".
"Como parte de la formación todos los años teníamos rotaciones en Neonatología. Las hice en el Hospital Centenario y en el Hospital Italiano", agrega y recuerda: "Llegaban los primeros respiradores y la tecnología al servicio de los bebés. Eso me resultó apasionante".
Un paso por Bahía y la llegada a Pergamino
Ya casada con Daniel D'Andrea, un pergaminense al que había conocido en 1983 cuando estudiaba, la vida la llevó a Bahía Blanca. Su esposo era empleado bancario y un traslado les propuso ese destino. Por entonces Angela era jefa de Trabajos Prácticos de Pediatría ad honorem en la residencia, hacía guardias y era mamá de un bebé. "Cuando me mudé estaba embarazada de mi segunda hija", refiere.
"Fue un cambio grande. Me aboqué al cuidado de mis hijos y cuando estaba por iniciar algo profesionalmente, a Daniel lo trasladaron a Pergamino, así que nos mudamos en 1994". Aquí comenzó para ellos una etapa más definitiva. La familia de su esposo fue el primer lazo que estrechó con la ciudad y, a poco de andar, comenzó a sentir el deseo de ejercer.
"Me presenté en la Sala de Pediatría del Hospital. Allí me recibió el doctor Bardi, el plantel estaba completo, pero me acompañó hasta Neonatología. Así conocí a Marta Albornoz que leyó mi currículum y enseguida me convocó para hacer reemplazos y me presentó ante el director, Esteban Stepanian".
"Tiempo después rendí la especialidad de Neonatología, trabajé en la terapia neonatal, en la internación conjunta, en el consultorio de seguimiento de alto riesgo y también fui docente de la licenciatura en Enfermería, a través de un programa de articulación con la Universidad de Quilmes", cuenta. Cuando se abrió la residencia de Neonatología, encontró un campo fascinante. "Fui instructora de la Residencia y aprendí mucho de residentes en los que yo misma me veía reflejada", señala.
Un desafío
En 2018 concursó para el servicio de Docencia e Investigación. "Representó un desafío. Gané el concurso y desde ese momento hasta que me jubilé trabajé en el servicio". Fiel a su esencia, ejerció la tarea con compromiso: "La formación es una responsabilidad del equipo de salud. Tenemos que estar actualizados y desde mi lugar entendí que tenía que intentar que todo el equipo de salud se comprometiera con la formación y se generara un ambiente adecuado de aprendizaje. No sé si lo logré, puse lo mejor de mí y encontré gente muy valiosa que me ayudó".
"Cuando me avisaron que estaba en condiciones de jubilarme, sentí que todavía me faltaba mucho por hacer, pero otros continuarán. Me queda una profunda gratitud hacia todo el equipo de la Neo y a los integrantes de los distintos servicios que intervienen en la asistencia de los bebés y hacen nuestra tarea más sencilla".
"También agradezco el haber trabajado en Docencia, desde allí pude conocer el Hospital en otra dimensión. Aprendí mucho de la mano, al principio de Ana Ramírez, y luego junto a Diego Fernández", agrega
Sus pilares de siempre
Mamá de dos hijos habla de ellos con orgullo: "Ambos viven en Rosario. Rodrigo tiene 34 años, es contador y trabaja en auditoría externa para empresas, es justiciero y sensible; y Florencia (32) es licenciada en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, está de novia con Ariel, y trabaja en el comedor y bares de la Universidad. Es femenina, y amiguera. Son familieros y me enseñan tanto. Son felices en lo que hacen y eso me da tranquilidad".
"Mi familia ha sido y es un pilar. Mi esposo y mis hijos soportaron guardias, decisiones, el trabajo muchas veces traído a casa, nervios, alegrías, tristezas y siempre estuvieron ahí", expresa consciente del valor de esa incondicionalidad, y confiesa que se imagina el futuro "allí donde estén ellos" que son "lo más importante de su vida".
Hoy, ya fuera de la rutina laboral, es parte de la comisión directiva de la filial local de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) y asegura que le gustaría incursionar en otros saberes: "Me atrae el campo de la inteligencia artificial aplicada a la salud", señala.
Inquieta, testaruda, siempre abierta a aprender algo nuevo, se dispone a iniciar un curso sobre historia del arte occidental. "Siempre me gustó disfrutar del arte y ahora busco entenderlo". "Me apasiona saber, desde mis cuñados que son mecánicos y me explican algo, hasta mis cuñadas que me cuentan cómo cocinan, de todo aprendo", añade, espontánea.
Un buen balance
En el umbral de una nueva etapa, el balance le deja experiencias valiosas. Su paso por el consultorio privado; sus horas en la Neonatología, su interacción con todos los servicios del Hospital, sus colegas y sus compañeros, los residentes, su trabajo en Docencia, constituyen aquello que se llevó de su profesión para la vida. También, la confianza de tantas familias que depositaron en ella el cuidado de lo más preciado que tenían, sus bebés recién nacidos. "Estar en el inicio de la vida es a veces feliz, y otras, algo muy crítico. Se aprende mucho de cada historia", reflexiona y agradece el haber podido ejercer una profesión que le enseñó a mirar la vida de otro modo.
"La medicina es una profesión social, no podemos no saber de dónde viene ese bebé que atendemos o dónde va a estar cuando se vaya", agrega en una definición que muestra la concepción humana de la tarea y la define. Y al expresarlo, vuelve a ser un poco aquella joven de Cañada de Gómez que sabía que quería abrazar esa profesión tan noble que honró tanto, de manera genuina, sin renunciar jamás a aquellos sueños.