Antonio Batch tiene 81 años. Nació el 3 de agosto de 1942 en Pergamino y creció en Alberti y Alsina en el seno de una familia con raíces árabes. Su segunda casa fue y es el Club Sirio y sus valores con los que adquirió de esa crianza sustentada en el trabajo y el esfuerzo.
Sus padres fueron: Simón y Absi, ambos de origen árabe. Menciona que tenían una tienda que funcionaba en la misma casa familiar. "Era un lugar en el que se vendía de todo, como sucedía en las tiendas de ese tiempo", refiere. Y recuerda que su padre vendía a los revendedores que salían a recorrer los barrios y menciona. "El también en sus inicios fue vendedor ambulante, siempre nos contaba que había salido a vender con el atado al hombro", agrega.
Habla con profundo con respeto de sus hermanos, ya fallecidos: María y Musa. "Yo fui el más chico", indica y recuerda la vida vivida con ellos. "Mis padres nos inculcaron la cultura del trabajo. Con mi hermano comenzamos a fabricar camisas y montamos un pequeño taller que después se fue agrandando", señala y comenta que durante varios años trabajó en ese emprendimiento, hasta que luego fue abriéndose camino en otro rubro de la actividad laboral. "Mi hermano siguió trabajando con su hijo Fabián que en la actualidad tiene una gran empresa", menciona.
El relato vuelve a la infancia cuando señala que fue a la Escuela N°5 que funcionaba en la avenida. "Todo estaba cerquita para mí. La escuela y el club a tres cuadras de casa". Hizo el secundario hasta tercer año en el Colegio Nacional. "Después dejé de estudiar y me dediqué a jugar al básquet y a trabajar".
El turismo
Durante buena parte de su vida se dedicó al turismo. "Cuando dejé de trabajar en la empresa familiar comencé a trabajar en Caluch Viajes. Desde 1980 y hasta 1990 viajaba a distintos puntos del país y del exterior", cuenta. Y refiere que fue una experiencia extraordinaria. "Caluch era una empresa que trabajaba muchísimo. Conservo muy buenos recuerdos de ese tiempo", agrega.
Al dejar esta actividad se dedicó a varias cosas, entre ellas las comisiones y la venta de viajes. "El trabajo en turismo fue muy gratificante, aprendí muchas cosas y me dejó muchos amigos. El que trabaja en ese rubro, en cada lugar al que llega, encuentra un amigo. Eso no tiene precio", reflexiona y acerca recuerdos de anécdotas entrañables de grupos y contingentes con los que tuvo la fortuna de coincidir en distintos destinos.
"Hasta hoy hay gente que me cruza por la calle y me saluda porque viajó conmigo alguna vez. Yo a muchas personas no las conozco, porque es difícil recordar la cara de cada uno de los miles de pasajeros a los que he llevado y traído durante tantos años", reflexiona agradecido.
Reconoce que dejó de trabajar en turismo porque llegó un momento en el que sintió el cansancio de andar sin pausa. "Sentí que era una etapa cumplida y cuando me surgió la posibilidad de trabajar en el Club Sirio Libanés, no dudé en tomar la determinación de dejar de viajar".
Un amor entrañable
En buena parte de la conversación en la que traza el perfil de su historia de vida, Antonio habla del Club Sirio Libanés, institución a la que define como su segunda casa. Comenzó a ir al Club a los 10 años. "El 9 de julio la institución va a cumplir 94 años, yo llegué a ella cuando era una entidad muy joven, y siempre me sentí acogido como en mi casa", señala. Y en su apreciación aparece ese sentido de pertenencia que se tiene con aquellos lugares donde uno se siente recibido y cuidado.
De chico se incorporó a los equipos de básquet, deporte que practicó con dedicación y jugó durante mucho tiempo. "Jugué durante veinte años, también integré la selección de Pergamino", menciona. "Nunca lo hice profesionalmente, en mi tiempo se jugaba solo por la camiseta y hasta nosotros mismos nos comprábamos el equipo", recalca. Y con satisfacción expresa: "Jamás jugué en otra institución. Siempre llevé la camiseta del Club Sirio".
Al momento de enumerar los logros, en su balance prima el aprendizaje y la camaradería. "El Club me dio mucho. En lo deportivo en el año 1965 tuve la fortuna de salir campeón de la Asociación Pergaminense de Basquet. Fue el único título que obtuve; todo lo demás fueron las gratificaciones que me dio el propio deporte en lo personal". Y prosigue: "Hoy ya no juego al básquet, pero practico otro deporte que es el casín, así que todos los días tengo una cita obligada en el club; si me falta el club, me falta el alma".
"En la década del 90 estuve a cargo del basquetbol. Fui técnico de las categorías juveniles y de la primera división", añade en un relato colmado de vivencias.
Su tarea en el Club
En el año 1997 José "Pepe" Salauatti que era el presidente del Club lo convocó para que se integrara al equipo de trabajo. "Era un momento económico complicado para la institución. Comencé a trabajar ad honorem durante un tiempo, y lo que iba a ser una colaboración por apenas un tiempo, se transformó en mi principal actividad durante varios años. Desde que comencé y hasta 2017 trabajé en la tesorería y secretaría del Club, e integré la comisión directiva", describe.
Su mundo íntimo
En el plano personal, Antonio tuvo un primer matrimonio del que nacieron sus tres hijos: Mariana, Daniela y Luciano. "Hace tres años perdí a Mariana, que falleció de una muerte súbita. Ella tenía 50 años. Fue un garrotazo tremendo que me dio la vida", comenta con profunda tristeza al hablar de sus afectos. Y enseguida menciona a sus otros hijos, esos que fueron, junto a su mujer, el motor para seguir adelante: "Daniela vive en Pinzón, está en pareja, y es mamá de Maxi Rocabruna (37); y Luciano es soltero y vive con la mamá".
"Yo hace veinte años comparto mi vida con María Susana Velázquez, con quien tenemos una historia grande", menciona y relata: "Nosotros habíamos sido novios hacía 35 años. Cuando yo trabajaba en Caluch, ella trabajaba también allí. En aquel entonces era ir y venir. Pasó el tiempo, yo me separé y un día nos volvimos a encontrar. Ella trabajaba en la Justicia. Nos encontramos y fue 'un patio andaluz'".
"Ella tiene muy buena relación con mis hijos. Ama la casa, y nos gusta mucho viajar. Disfrutamos de nuestro tiempo juntos. Ahora que ambos estamos jubilados, nos divertimos mucho y nos queremos bien", agrega. El universo afectivo de Antonio se completa con sus sobrinos Fabián, Mauricio y Pablo; Andrea, Karina y Jazmin y con una innumerable cantidad de "grandes y buenos amigos".
Es apegado a sus afectos y a sus rutinas. En el presente ya sin actividad laboral, disfruta del café con los amigos, de los viajes con su mujer y de cada actividad que realiza a diario. "Jamás me gustó dormir la siesta, así que aprovecho mucho ese momento del día. Voy al club, me gusta preparar dulce de calabaza que hago para regalar a mis seres queridos", comenta.
El golpe más duro
Cuando promedia la charla, se le nubla la mirada y se le oscurece el tono de la voz cuando habla de la pérdida de su hija. Reconoce que no hay forma de asimilar la muerte de un hijo. "Eso no se asimila jamás", afirma. Recuerda con detalle ese trágico día, la recuerda por su enorme corazón. "Fue tan imprevista su muerte. El consuelo que me dejó fue escuchar de voz de los médicos que la asistieron que no sufrió, que se fue en paz y de algún modo se liberó de un padecimiento que para ella era difícil de llevar. Durante mucho tiempo había intentado por todos los medios estar bien y no podía", relata conmovido. La recuerda cada día y vive con ese dolor clavado en el alma. "Realmente no le deseo a nadie lo que se siente al perder un hijo", confiesa. Y enseguida agrega: "Pero la vida continúa". Y para seguir Antonio se aferró a sus personas amadas. "Me apegué mucho al Club, a mi familia y a amigos incondicionales".
Todos y cada uno lo ayudaron a sobrellevar esa pérdida. "Las rutinas y esos seres queridos que quedan, ayudan a seguir y a intentar hallar consuelo frente a lo incomprensible de la vida".
Un hombre agradecido
Amante del buen vestir y de la buena comida, sereno en su hablar, despojado de ambiciones personales, resuelto, y predispuesto a recibir de la vida aquello que quiera darle, sabe ir tras los sueños que tiene para cumplirlos. "Aspiro a viajar todo lo que pueda, a seguir compartiendo mi vida con Susana, con mis hijos, mi nieto, mis sobrinos y los amigos. Soy integrante de dos peñas que se realizan en el Club, respeto mi rutina de casin y la buena charla, y no tengo pendientes".
"Soy un agradecido a la vida. Haberme vuelto a cruzar con Susana, además de mis hijos, fue lo más extraordinario de la vida", expresa en un decir genuino. Y piensa en el futuro. Se lleva bien con el paso del tiempo: "Solo pido seguir haciendo más de lo que hago, disfrutar del día a día, porque en verdad uno nunca sabe cuándo termina".
Vuelve sobre el recuerdo de sus padres casi sobre el final. Les agradece el legado de los buenos valores. También habla del vínculo con sus hijos y con su compañera. Le gusta vivir, ayudar a los demás y establecer vínculos perdurables. Sabe cultivarlos. "Uno de mis pequeños placeres cotidianos es preparar dulce de calabaza para regalarle a mi gente. Me gusta estar presente, valoro la confianza", cuenta.
Y cuando la charla termina, las anécdotas tienen que ver con la cotidianeidad. Pergamino es un lugar en el que le gusta vivir. Lo señala convencido, aunque reconoce que su alma de viajero incansable siempre lo vuelve predispuesto a descubrir nuevas geografías. Pero aquí están sus raíces, su siembra y fundamentalmente su cosecha. Aquí está ese sentido de pertenencia que lo transforma en uno de esos tantos vecinos que en el andar de una ciudad van transcurriendo la vida con todos sus matices.