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La crisis económica afecta todas las dimensiones de la vida social y el ajuste impuesto para "poner los números en caja" y alcanzar el déficit cero se ha transformado en la constante. No hay ningún sector de la estructura del Estado que haya quedado ajeno al recorte y esto, así como acrecienta el reclamo de los actores involucrados, también pone en foco la realidad que viven los distintos organismos y el impacto que las decisiones políticas tienen sobre la sostenibilidad de algunas actividades.
Hay un fuerte consenso social respecto de la necesidad de hacer el ajuste y revertir problemas estructurales que han conducido al país a este estado de cosas. Sin embargo, hay matices en relación a cuál es el modo de llevar adelante este proceso y qué actividades habría que preservar por la función social que cumplen. Uno de esos matices está dado en relación al funcionamiento de los organismos de ciencia y tecnología. Si bien es cierto que la política ha hecho de espacios como el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) cajas y lugares donde insertar amigos del poder en estructuras administrativas, no menos cierto es que el presupuesto de ciencia y tecnología financia una de las cuestiones más intangibles como importantes para el país: la soberanía de su conocimiento científico.
Hay un clima social que marca posturas que van a favor de posibilitar de que la ciencia sea financiada solo por el sector privado y la misma sociedad es la que cuestiona el monopolio de los laboratorios y de la industria en muchos de otros aspectos.
El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) es un organismo de prestigio internacional y concentra buena parte de la ciencia que se hace en el país. Su estructura, sin embargo, está siendo cuestionada.
Es legítimo que se expulse a quienes no cumplen con su tarea o a quienes han desnaturalizado su labor para ser funcionales a los políticos de turno. Pero ese recorte debe encontrar un coto y no afectar el normal desenvolvimiento de una institución en cuyo seno confluyen líneas de trabajo en áreas estratégicas, investigadores de carrera y becarios, que no solo hacen ciencia básica, sino que transfieren esos conocimientos a la sociedad. El avance de cada una de esas investigaciones redunda en más desarrollo. Esa es una verdad incuestionable. Alcanza con ver la larga tradición que tiene Pergamino en esta materia, donde a raíz del funcionamiento del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, del Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas "Doctor Julio Maiztegui" y más recientemente de la Unnoba, el Conicet ha encontrado alianzas estratégicas y virtuosas en el marco de las cuales se han establecido proyectos con distinto grado de inserción en la comunidad.
Quizás en un contexto de crisis, la sociedad entienda que hay cosas que no resultan prioritarias, y pida a sus autoridades que vayan al extremo con las restricciones para ordenar el desfasaje fenomenal de las cuentas públicas. En este mismo contexto, quizás el propio sistema científico y tecnológico esté llamado a discutirse en su pertinencia. Lo que no puede suceder es que se anule el valor de la ciencia y se la restrinja a su mínima expresión, a riesgo de hacerla desaparecer por completo.
El reclamo que están haciendo los científicos de este país, los mismos que en la década del 90 por falta de financiamiento eran mandados por un ministro de Economía a "lavar los platos", debe ser respondido. La tarea científica debe quedar resguardada de los debates que está dando legítimamente la política. No hay ideología posible que admita que un país deba resignar la genuina generación de conocimientos. Lo que hay que discutir y sincerar es el modo en que se hace ciencia, los recursos que se destinan a tal fin y los que se han colado por los agujeros negros de la política y se han perdido. Pero el debate está llamado a darse con los investigadores dentro de sus laboratorios y de cara a la sociedad. No son menos recursos destinados a la ciencia y la tecnología, sino con más inversión, entendiendo que las medidas que se toman en este terreno, afectan no solo al sistema científico, sino al conjunto de la sociedad.
Hasta el momento el sistema está funcionando en un estado de imprevisión sustantivo debido a la inexistencia de un presupuesto actualizado, y esto impacta no solo en la estructura operativa sino en la apertura de nuevas convocatorias y el sostenimiento de becas, algo que, a juicio de los propios actores del sistema, de persistir puede representar un retroceso grave que llevará años revertir.
En este escenario, alertan sobre las consecuencias mediatas de este presente: la interrupción de la obtención de las metas de las investigaciones, el deterioro de las condiciones de ingreso, permanencia y progreso de recursos humanos. Un inventario que en este país ya se ha hecho en repetidas oportunidades.
Tal vez hay que hacer ajustes, pero reconociendo que no todo lo que pertenece al Estado es una casta. Que hay que "separar la paja del trigo" y desde ese prisma tomar decisiones que preserven la tarea de investigadores altamente calificados que rinden informes anuales, que concursan para ascender en la carrera científica y que son permanentemente auditados.
Caer en generalizaciones bajo el argumento de una economía en crisis, representa una amenaza no para quienes trabajan en el ámbito científico y tecnológico, sino para el conjunto de la sociedad que cuenta con investigadores competentes, comprometidos con la tarea de sacar este país adelante y hacerlo de manera honesta y austera, haciendo lo que saben hacer: aportar conocimiento que contribuya a resolver problemas reales. Solo desde el conocimiento será posible alcanzar el desarrollo. Esa senda la marca la ciencia, y no solo el mercado.
