Perfiles pergaminenses

Héctor Mateo "Kanga" Bonet: un pergaminense de ley que vivió cada experiencia intensamente


Héctor Mateo “Kanguita” Bonet en la intimidad de su casa recibió a LA OPINION

Crédito: LA OPINION

Héctor Mateo “Kanguita” Bonet, en la intimidad de su casa, recibió a LA OPINION.

A lo largo de sus 70 años desarrolló distintas actividades. En lo laboral y en lo personal, siempre tomó cada desafío con pasión. Una condición de salud lo obligó a dejar de trabajar a los 65 y a reencontrarse con otras rutinas. El recorrido por su historia tiene mucho que ver con la ciudad y con aquellas cosas que lo definen como "un buen tipo".

Héctor Mateo Bonet, "Kanguita" o "Kanga" es quien traza su Perfil Pergaminense en esta edición. Su historia de vida tiene que ver con la de esos vecinos entrañables que casi todo el mundo conoce por su desempeño en varios ámbitos. La entrevista se concreta en la intimidad de su casa, allí donde transcurre la cotidianeidad. En el comienzo habla de su apodo y aclara: "El original de ese apodo es de mi hermano mayor, a mí de chico, como mis dos nombres se prestaban para la broma, comenzaron a llamarme 'Kanguita', pero luego adopté 'Kanga' porque la edad ya no daba para el diminutivo". 

"Me llaman por mi primer nombre los que me conocen desde chico. Me dicen Mateo aquellos que me conocen de grande y el que me dice 'Kanga' es porque me conoce de la vida", refiere y asegura sentirse cómodo en esas formas de ser nombrado. "Todo el mundo sabe quién soy porque he andado por todos lados haciendo diferentes cosas", refiere. Y cuenta que nació en Pergamino, en el seno de una familia integrada por su papá Juan, su mamá Berta y su hermano 'Kanga', cuatro años mayor.

"Mis padres tenían la Hostería Bonet, en la esquina de San Nicolás y Pinto. Ambos trabajaban allí, junto a mis tías y a mi tío Carlos José Bonet. Mi mamá y mis tías cocinaban y el lugar funcionaba también como pensión y allí confluían estudiantes, albañiles, médicos, viajantes. Gente de lo más diversa. Mi infancia tuvo mucho que ver con ese lugar, hasta el día de hoy me cruzo con gente que se hospedó en la hostería y me acerca vivencias entrañables de ese lugar y anécdotas compartidas con mis padres".

Fue a la Escuela N°5, que funcionaba sobre Avenida de Mayo. "En el secundario fui un tanto errático, hice un paso por el Instituto Comercial Rancagua y terminé en el Comercial nocturno", menciona.

Asegura que tuvo una niñez y adolescencia muy lindas. "Crecimos en la Plaza 25 de Mayo y en el Club Argentino, donde jugué al básquet y al fútbol. En el colegio hice todo tipo de deportes, siempre me gustó. Y de grande jugué al padel y al tenis", refiere.

Comenta que pensaba irse a estudiar afuera y su vocación se debatía entre la arquitectura y la educación física, pero confiesa que "me habían quedado materias previas del secundario y en vez de rendirlas para iniciar los estudios superiores, me fui de vacaciones y llegué tarde".

Su historia laboral

A los 17 años fue modelo publicitario. "Me gustaba y era chico", sostiene y cuenta que las publicidades se proyectaban en el cine. "Viajábamos a lugares de la zona, era entretenido", agrega y afirma que cuando se le presentó la oportunidad de irse a Buenos Aires para continuar la carrera, desistió de ese ofrecimiento porque sintió que ese no iba a ser su camino. "El modelaje terminó ahí, fue una etapa linda que recuerdo".

Fue la exigencia de su padre porque consiguiera un empleo y se insertara en el mundo del trabajo lo que lo llevó una mañana a salir en busca de un empleo: "En el Bar La Plaza me encontré con un amigo que me llevó a Radio Mon. La radio había abierto el 1 de abril de ese año y estábamos a 27 de ese mes. Allí aprendí a operar y descubrí un mundo del que me enamoré. Fue una experiencia hermosa, la radio estaba armada con la última tecnología. Me tocó estar en una época de oro".

"Después me tocó el servicio militar, regresé a la radio y al poco tiempo un amigo, Alberto Villanueva, una de las personas con las que viví momentos inolvidables y a quien aún extraño, me convocó para trabajar con él en Fedra. Fue una época de esplendor y nuevamente todo me calzaba justo. Estuve cuatro años, y como yo ya estaba de novio con la que es mi esposa, María del Luján Degleue, trabajar en la noche resultaba imposible. Ingresé a la fábrica de su familia, un taller de confecciones muy importante. Estuve seis años allí y me fue muy bien", relata.

En un momento sintió la necesidad de trabajar de manera independiente, así que puso el kiosco, donde antes había funcionado la hostería familiar. "Me llamaron de Centro Deportivo Adidas y no dudé en aceptar ese ofrecimiento, mi papá se quedó al frente del kiosco y yo emprendí una nueva etapa que representó un gran hito de mi vida laboral. Empecé en calle Dorrego y luego en San Nicolás, frente al Banco Nación. 

En paralelo, siendo gerente de Centro Deportivo comencé a incursionar en el padel que recién llegaba a Pergamino. "Era amigo de Pipi Porcel que tenía Corchos, él tenía una cancha, comenzamos a hacer torneos y venía gente de todos lados. Yo ensamblaba mi trabajo de vender indumentaria deportiva con el deporte, jugué durante muchos años y vendí mucho también, fue una etapa muy linda".

Tomar otro camino

Cuando el negocio se vendió y cambió de nombre sentí que había finalizado una etapa. Ya había perdido a mi papá, así que volví al negocio. En ese momento nació mi hijo, yo tenía 40 años y me cambió la vida para siempre".

Habla con profundo amor de Lucas Bonet, su único hijo, que tiene 29 años. "Realmente vivo para él y creo que por él he podido superar cualquier adversidad. Toda la fuerza que tengo es por él", resalta. Cuenta que su hijo tiene una radio y además trabaja en el Municipio y está de novio con Pilar.

Empezar de cero

Las anécdotas de la vida familiar y el recorrido por los hechos de su vida laboral se entremezclan en la charla y van conformando su biografía. "Estando en el negocio tuve un problema con alguien y fue un traspié importante en mi historia. Fue un golpe que me dio la vida. Y yo, que estaba acostumbrado a tener todo, tuve que reinventarme", refiere sin abundar en detalles.

"Mi esposa que hoy está jubilada en ese momento trabajaba como docente y yo tenía que salir a trabajar también, así que fui a pedirle empleo a un amigo de toda la vida, 'Quilla' Cuartango en un estacionamiento y lavadero frente al Instituto Davreux. "Aprendí a lavar autos, estuve cinco años y la pasé bárbaro. Me dio una mano en el momento justo y eso siempre lo agradezco".

Estando en el lavadero, el propietario de Aberturas Centro lo convocó para que trabajara con él, tampoco sabía nada del rubro, pero tomó el desafío y aprendió enseguida. "Trabajé doce años en ese negocio del que estuve al frente porque ellos viajaban mucho".

La vida en juego

A raíz de un hecho de inseguridad que sufrió trabajando en el negocio de aberturas sufrió una descompensación cardíaca que le hizo descubrir que había un problema de salud que atacar con urgencia. "Fui a ver al cardiólogo Emilio Flageat, me salvó la vida, cuando vio que lo que tenía era grave, sin dudarlo me derivó a Buenos Aires, donde me operaron del corazón".

"Fue una cirugía a corazón abierto de la que me recuperé muy bien, pero me obligó a dejar de trabajar y a tomarme la vida de otra manera, con menos estrés", señala y confiesa ser devoto de la virgen de la Medalla Milagrosa y de María Crescencia Pérez. "Tengo un pequeño altar y rezo bastante", menciona y señala un rincón del comedor donde están las imágenes de esas advocaciones a las que recurre en sus momentos de necesidad o de agradecimiento.

Reconoce que pensó que le iba a costar dejar de trabajar, pero se adaptó enseguida a nuevas dinámicas. "Tengo que caminar mucho, así que me tomo tiempo para eso. También hago otras cosas, nunca me aburro, pero ya no me estreso", agrega.

Le gusta el contacto con la gente. "Siempre fui muy amiguero y ahora que no tengo horario laboral, todos los días voy al bar de San Nicolás y Dorrego y allí comparto momentos con grandes amigos. Somos un grupo hermoso, de quince o veinte, que además tenemos una peña. No se habla de problemas ni de trabajo, nos reímos mucho".

"El resto del tiempo lo paso en familia, mi esposa ya no trabaja. Llevamos 46 años juntos, nos casamos un 1° de abril y hemos sido muy buenos compañeros de camino", dice, agradecido.

Reconoce que, en el plano de las asignaturas pendientes, no hay demasiado. Eso le da tranquilidad y lo reconforta: "Solo me hubiera gustado dedicarme al boxeo. Boxeaba de chico a escondidas de mis padres, pero me descubrieron y ahí quedó mi intento", cuenta.

"Por lo demás, estoy hecho. Estoy satisfecho y feliz", resalta. Y abunda: "No podría pedir nada más, la pasé siempre muy bien y los golpes me enseñaron cosas".

Se define a sí mismo como "un tipo que no conoce la envidia", se considera "amigo de los amigos" y alguien que en todas las esferas de la vida siempre honró el buen obrar.

"He cometido errores como todas las personas, pero siempre intenté saldarlos. No me gustan las discusiones, ni los enfrentamientos. Soy un conciliador por naturaleza", expresa.

Bien pergaminense

En otro momento de la charla, habla de la ciudad. Pergamino es su lugar en el mundo. Acá está su gente querida y su identidad. Lo dice sin dudarlo en el momento en que la conversación transita por aquellas cosas esenciales. Sobre el final, una anécdota laboral habla mucho más de él que de su trabajo: "Para mí la palabra vale más que un documento y cuando trabajaba también era así. En Centro Deportivo no había computadoras. Cuando las incorporaron, venía gente que yo conocía mucho y me resultaba violento tener que pedirle los datos para abrirles un crédito. Yo les daba la mercadería para que se la llevaran a su casa, la midieran, se la quedaran o me la devolvieran sin hacerles firmar nada. Cuando la empresa cambió de dueño y venían 'capos' de Show Sports de Buenos Aires no podían creer que nos manejáramos de esa manera. En una oportunidad a uno de ellos lo llevé al bar, no pagué al irme. Cargué combustible, y lo mismo. Lo llevé a almorzar y tampoco pagué al retirarme. Cuando me preguntó cómo era eso, le dije simplemente: 'Estamos en Pergamino, acá nos manejamos así". 

Cuando narra esa vivencia, la mirada de Héctor se ilumina, casi seguro en un gesto de gratitud por haberse podido manejar siempre de ese modo, fiel a su propia esencia. Eso que dice es mucho más que una anécdota, evidencia "un modo de ser" no solo de la vida en esta ciudad con sus costumbres de pueblo, sino de "Kanguita" Bonet, un hombre "bien pergaminense".


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