Perfiles pergaminenses

Alberto Pizarro: el letrista de los pasacalles fanático de Douglas Haig


Alberto Pizarro en su taller donde dialogó con LA OPINION

Crédito: LA OPINION

Alberto Pizarro, en su taller, donde dialogó con LA OPINION.

Durante muchos años trabajó en la industria textil y fue jugador de fútbol. Con el paso del tiempo y en la búsqueda de afianzarse de manera independiente retomó su viejo oficio de pintar letras artesanalmente y forjó un camino de resiliencia a partir de algunas experiencias personales difíciles que le tocó afrontar.

Delfín Alberto Luján Pizarro, "el flaco" es letrista, conocido por su arte de pintar carteles y pasacalles de manera artesanal. Su Perfil encarna la historia de vida de un hombre que supo ponerle el pecho a la adversidad y transitar el camino superando cualquier dificultad, valiéndose de su vocación de trabajo. Tiene una nutrida trayectoria deportiva, es hincha de Douglas Haig e Independiente. La entrevista en la que narra su historia personal, se realiza en su taller que funciona en su casa, en pleno corazón del barrio Acevedo. Sobre un tablón prepara el pasacalle que agasajará a una cumpleañera en sus 15 años. La gente lo conoce y lo convoca cada vez que planifica un festejo. El "boca en boca" es su principal propaganda. 

En el inicio del diálogo las anécdotas hacen referencia a su vida familiar y a su desempeño deportivo. "Nací y creí en el barrio Acevedo, al lado de la vieja cancha de Douglas. Quizás por eso soy fanático del Club", resalta. Habla de sus padres: Delfín Florentino y María Emilia. El metalúrgico y ella ama de casa. Fue único hijo, pero creció con primos, tíos y amigos del barrio. "Tuve una linda infancia, la vida transcurría entre la escuela y la calle, donde jugábamos al fútbol todo el día", menciona. "Fui a la Escuela N° 4 y a los 12 años yo ya estaba jugando en la sexta división de Douglas Haig".

La cercanía con la cancha fue determinante para transformarse en jugador de fútbol y la proximidad con el club lo llevó también a jugar al basquetbol. "Pero lo mío fue el fútbol", destaca y describe que "a los 17 años jugué en la primera de Douglas Haig y gané el cuadro de honor".

"Ese mismo año durante un mes estuvimos en Estudiantes de La Plata viviendo una experiencia inolvidable. Fuimos con cuatro chicos de Pergamino, Luciano Polo, Ricardo Bojanich, Luis Sued y Mario Carini. Estaba Miguel Ignomiriello, y aunque hubiéramos tenido la posibilidad de quedarnos, justo cambiaron la comisión y eso frustró esa oportunidad", cuenta.

A su regreso a Pergamino siguió jugando para el equipo rojinegro. "En el año 1972 tuve un accidente que me causó una lesión, pero seguí jugando. En 1973 salimos campeones de tercera división y tuve la suerte de jugar con un primo hermano mío, 'el piojo' Blaiotta. Tuve desprendimiento de retina y ese año me operaron, lo que me dejó un año sin jugar. Volví en 1975 a Douglas Haig, jugué en Lucini, y en 1976 por razones laborales me fui a Tierra del Fuego y estuve un par de años sin jugar. En 1981 jugué en Racing y en 1983 salí campeón en Porteño de Colón y ahí me retiré del fútbol", enumera.

En lo personal, una dura vivencia

En lo personal Alberto se había divorciado de su primera esposa y mamá de su hijo mayor, Cristian Luján (45) -que está radicado desde hace muchos años en San Marino-. Había vuelto a casarse con María Ramona, la mamá de su hija María de Luján (45). "Mi hija nació en Tierra del Fuego en 1978, vivíamos allí por mi trabajo. Regresamos a Pergamino en el año 1979 y en 1983, cuando la nena tenía 5 años, mi mujer se quitó la vida", relata adentrándose en una de las experiencias más dolorosas de su historia. Se reserva los detalles de esa vivencia. Se quedó solo y se abocó a criar a su hija. "Tuve mucha ayuda de mis viejos, mi mamá fue un pilar", destaca, agradecido. "Con el paso de los años mi hijo mayor también se vino a vivir conmigo hasta que tomó la decisión de irse a vivir al exterior".

Habla de su familia y destaca que encuentra en sus hijos su principal recompensa. También el motor que le ha permitido seguir adelante y ser resiliente. "Mi hijo mayor es viudo. Estaba casado con Carolina Céccoli. Vive desde hace muchos años en San Marino, allí trabajó en una fábrica de ensamblado de muebles y actualmente tiene un negocio de indumentaria. Se volvió a casar con Stella, una chica italiana. Es papá de tres hijos: Catalina, Camila y Ricardo. Hace once años que no viene al país, pero estamos siempre en contacto".

"Mi hija es soltera y vive conmigo. Trabaja en una pollería y en su tiempo libre se dedica a fabricar artesanías que vendemos en el taller", comenta.

La historia laboral y las letras

Durante muchos años Alberto trabajó en la industria de la confección. "Cuando todavía juagaba al fútbol comencé a trabajar en el taller de José Dinardo. Ahí conocí a un ingeniero que me fue llevando y me hizo crecer mucho. Cuando me separé de mi primera esposa y comencé una relación con la madre de mi hija, ese ingeniero se fue de la fábrica y abrió una empresa en Buenos Aires. Me llevó con él y a los dos meses me ofreció irme a Tierra del Fuego. Fui apoderado de una empresa textil. Ahí estuve desde agosto de 1977 hasta febrero de 1979".

"Cuando volvimos a Pergamino seguí trabajando en talleres de costura. Entré en Fiorucci, tuve una experiencia en Esquel, me incorporé a otro taller que cerró en 1982 y ahí empecé a deambular haciendo distintas cosas, la actividad textil comenzó a decaer y tomé la decisión de no trabajar más bajo relación de dependencia", relata. Y agrega que esa determinación le hizo abrazar una actividad que él había realizado desde muy joven: ser letrista. "Había aprendido con Dardo Rocchi con quien trabajé como letrista. Aprendí con él, todo a base de práctica, nunca estudié para esto", refiere. 

"Tenía 17 años cuando dejé de pintar letras y con treinta y pico de años retomé y esta se transformó en mi actividad laboral desde entonces". Confiesa que ama lo que hace y disfruta de cada trabajo que realiza. "Empecé desde abajo, la misma práctica te va llevando. Hago cartelería a mano y pasacalles", describe y confiesa que, aunque la actividad fue cambiando con los años y con la irrupción de la tecnología, hay algo de lo artesanal que perdura y es lo que la gente elige.

"Mi mejor propaganda es la propia gente", destaca. Y cuando lo dice ingresa al taller una señora que averigua por el pasacalle para el cumpleaños de quince de su hija. Alberto se aboca de lleno a asesorarla y en un álbum se despliegan fotos de trabajos y propuestas.  

La entrevista continua y Alberto siente la satisfacción que sienten aquellos que pueden dedicar sus horas del día o de la noche a hacer simplemente aquello que les gusta. "Como el taller está en casa, no tengo horarios, trabajo de día o de noche y también realizo carteles y murales".

"Hubo una época en que hacía cinco o seis pasacalles por semana, ese ritmo cambió un poco, pero nunca me falta trabajo", resalta. También cuenta que durante muchos años pintó a mano la cartelería del estadio Miguel Morales. "Hoy como se usan lonas impresas, ya no pinto los carteles", agrega.

Destaca la fidelidad de los clientes como su mejor carta de presentación y comenta que varias generaciones han pasado por su taller: "Cuando empecé venía la mamá a elegir un pasacalle para la hija, después vino esa propia cumpleañera que había crecido, a encargarme el pasacalle para su hija. Hay tradiciones que continúan. Son varias generaciones las que han pasado por el taller en tantos años de tarea sostenida".

Un presente tranquilo

Por fuera de la dinámica laboral, Alberto tiene una rutina de vida sencilla. Sale poco, comparte tiempo con su hija y con algunos amigos con los que le gusta juntarse a comer y compartir buenas charlas.

El deporte hoy lo convoca como hincha. Le gusta ir a la cancha a ver al rojinegro. "Mi hija también es fanática, así que compartimos esas salidas a la cancha y hemos viajado para ver a Douglas", señala.

Asegura que lo mejor que le dejó el deporte han sido las amistades y una infinidad de gente conocida. No lo desveló el reconocimiento, pero hay recuerdos que atesora y pequeñas recompensas que conserva. Guarda fotos, recortes, recuerdos de un tiempo que lo inscribe como parte de la historia del deporte local y regional: "El fútbol me ha dado lindas satisfacciones", asevera y su memoria se colma de anécdotas de vivencias inolvidables. "Lo único que lamento es no haber salido campeón nunca con la primera. Conseguimos el campeonato en el resto de las divisiones que jugué, pero nunca en primera".

Algo pendiente

En el plano de las asignaturas pendientes, su sueño es poder regresar a Tierra del Fuego con su hija para que ella conozca el lugar en el que nació. "Ella tenía ocho meses cuando regresamos, así que me encantaría llevarla, es algo que deseo. También me gustaría que pudiera terminar sus estudios, algo que quedó inconcluso por razones económicas cuando tuvo que regresar de Rosario y abandonar la carrera que había iniciado".

"Todo lo demás para mí, ya está hecho. En otro aspecto, solo me gustaría saber el motivo de esa desgracia que nos tocó vivir, porque si bien pudimos asimilar esa tragedia, es algo que siempre vuelve, y siempre hay una charla, un momento que nos recuerda lo que vivimos y nos interroga sobre las verdaderas razones de esa decisión tan trágica", concluye este hombre que no se detiene en el dolor, que lo afrontó con las herramientas que tuvo cuando resultó necesario y salió adelante anteponiendo el bienestar de los suyos.

Un pergaminense de alma

Sobre el final y ya casi retomando la tarea de seguir inscribiendo un mensaje en el pasacalle que tiene en proceso sobre su mesa de trabajo, Alberto se define como "un pergaminense de alma" que ha encontrado en esta ciudad y en su entrañable barrio Acevedo el espacio donde vivir, donde configurar su identidad y abrazar sus pasiones. "No podría vivir en otro lugar, ni lejos de la cancha de Douglas. Es más, mis seres queridos ya saben que el día que me muera, mi deseo es que me cremen y esparzan mis cenizas en el campo de juego. No tengo otro anhelo", concluye.


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