Perfiles pergaminenses

Jorge García: la historia de vida de un hombre dedicado a la actividad científica y la docencia


Hasta hace pocos días fue parte del plantel profesional del Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas "Doctor Julio Maiztegui". La jubilación le abrió las puertas de una nueva etapa en la que deja atrás también el ejercicio de la docencia, una tarea que abrazó con dedicación. Lector y escritor, encuentra en la palabra ese vehículo que lo conecta con lo esencial.

Jorge Braulio García nació en Buenos Aires en el año 1957. Creció en el seno de una familia conformada por su mamá, Lisette, que era portuguesa; su papá Braulio, empleado público siempre esforzado por brindarle a los suyos un buen porvenir; y sus hermanos Alberto, Eduardo, Carmen y Alejandro. "Nací en una clínica de una obra social que está a cinco cuadras del Congreso de la Nación. Fui a la escuela pública, primaria y secundaria, y luego a la Universidad de Buenos Aires donde estudié Bioquímica".

"Al recibirme pude entrar como becario al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) e inicié la carrera científica. Soy doctor en Bioquímica y siempre tuve el privilegio de ejercer mi profesión en espacios que pude elegir y que me enseñaron mucho", describe este hombre que es conocido en la ciudad por su desempeño en el Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas "Doctor Julio Maiztegui" y por su compromiso con la docencia.

No sabe bien de dónde viene su vocación, pero refiere que desde chico le gustaban las series televisivas de médicos y los contenidos que tuvieran que ver con la ciencia. "Además tenía facilidad para las ciencias exactas, así que cuando terminé el secundario como perito mercantil, no dude en inclinarme hacia alguna carrera científica. Pensé en Meteorología, pero finalmente opté por Bioquímica y realmente me encantó la carrera".

Trabajó en la Casa Cuna, no haciendo clínica, sino en un laboratorio que tenía sede allí. "Hacía investigación básica y estudiaba la secreción de insulina en ciertas condiciones".

En paralelo ejercía la docencia. "En 1978 comencé a dar clases en la cátedra de Histología de la UBA y estuve diez años", comenta.

 La llegada a Pergamino

Por una decisión familiar, buscando una mejor calidad de vida, teniendo 30 años y ya su familia constituida, se mudó a Pergamino. En ese tiempo estaba casado con María de las Nieves, una mujer formada también en el campo de la actividad científica que fue bioquímica en el Hospital San José. "Su familia era de Rojas, así que buscábamos un lugar cercano, que además nos permitiera a ambos desplegar nuestra profesión", señala Jorge.

Ya establecido en la ciudad pudo trasladar su actividad al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). "Llegué con mi cargo del Conicet y me incorporé al Inta, allí estuve dos o tres años, y ya después me dediqué más a la docencia como profesor de Química y de Biología en varios colegios secundarios. También fui coordinador docente en la Región Sanitaria IV".

Una historia en el Maiztegui

Sobre finales de los años 80 concursó su cargo en el Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas "Doctor Julio Maiztegui" (Inevh). Se seleccionaban cinco profesionales y pudo ingresar. Comenzó a trabajar en el Instituto en 1990 y lo hizo hasta hace pocos días en que llegó su jubilación.

 "Llegué al Inevh en una época en que ya había un control de la Fiebre Hemorrágica Argentina gracias a la vacunación y a la obtención de plasma inmune. Hacía falta reforzar el diagnóstico, en esa época empezaba a aplicarse la biología molecular en forma práctica, así que me integré al equipo del laboratorio. Mi cargo siempre estuvo entre el área de Capacitación y el área de Virología". 

Reconoce que por su formación siempre se sintió atraído por las tareas de laboratorio, pero asumió con responsabilidad y dedicación cada tarea que le tocó desempeñar. "Mi designación formal era un cargo en el Departamento de Capacitación, pero por mi formación estaba en el área de Laboratorio, así que convivieron esas funciones", destaca y comenta que tras la pandemia de Covid-19 y ya casi esperando la jubilación tuvo la posibilidad de trabajar con el secuenciador de última generación adquirido por el Instituto. "Fue un desafío, y una experiencia enriquecedora".

La trayectoria docente

En paralelo con su trabajo en el Instituto Maiztegui continuó ejerciendo la docencia, aunque con el paso del tiempo fue dejando la actividad, aunque nunca se desprendió del todo hasta hoy que ya está retirado prácticamente de toda su actividad laboral.  

"Al principio dejé de viajar a Urquiza, donde estuve muchos años trabajando en el Instituto Juan Anchorena. Después dejé mis horas en el Colegio Normal y la última que dejé fue la Escuela Media N° 4, una institución a la que le tengo mucho cariño porque cultivé una sensación de pertenencia con alumnos, docentes y no docentes".

"También me desvinculé del Instituto N°122 y me quedé con la UNNOBA, donde también voy cerrando una etapa. Ejercí la docencia de manera ininterrumpida desde 1978 y creo que es hora de retirarme", afirma.

Una instancia fundante

Al hablar de la Unnoba, recuerda las instancias fundantes. Comenzó a ser parte de la vida institucional en las reuniones previas de las que participaban las fuerzas vivas de la comunidad y en las que se discutía qué carreras se podían tener y cuáles eran necesarias. "Así me fui vinculando y me integré a la docencia. 

Rescata de su memoria aquellas primeras clases en las instalaciones del viejo Jardín de Maristas y todo el proceso que desencadenó en los concursos docentes y la consolidación de la presencia de la Universidad en la ciudad. "Cuando se llamó a concurso, me designaron como profesor de Química General y Química Orgánica en la Escuela de Ciencias Agrarias, Naturales y Ambientales".

Confiesa que la creación de la Universidad lo reencontró con hábitos que había extrañado cuando se había ido de Buenos Aires. "Me costó adaptarme a Pergamino, extrañaba el acceso a todo, a la cultura, a la ciencia. Era otra época, quizás si me pasara hoy mi percepción sería otra. Y cuando se creó la Unnoba se abrió un horizonte de posibilidades me sentí un afortunado de poder ser parte de ese sueño colectivo".

Una nueva etapa

Con 66 años, reconoce que no le costó jubilarse: "Sé que para algunas personas es difícil tomar esa decisión, pero yo no tengo dudas sobre lo que voy a hacer con mi tiempo".

Cuando lo dice enseguida habla de las cosas que le gusta hacer. "Soy un amante de la lectura, tomé eso de mi madre que tenía una gran biblioteca. En casa nunca faltaba dinero para comprar libros, quizás faltaban otras cosas", señala. De la mano de eso, incursionó en la escritura y comenzó a formarse participando de distintos cursos y talleres.

"Al llegar a Pergamino me formé con Daniel Mastroberardino y también, luego, con Daniel Ruiz Rubini. Forjé con ellos un estilo y una disciplina para escribir. Al principio escribía para cumplir con las entregas de los talleres y un día sentí que podía publicar. Tengo dos libros escritos. El último de poesía, 5:45 AM, que tiene que ver con la historia de mi vida que podría ser la historia de cualquier vida. Se llama así porque fue un poema que escribí a esa hora. Fue el título y el final de un libro en el que hago un paralelismo entre las horas del día y las etapas de la vida", relata.

Y al momento de fantasear con la próxima producción, confiesa que como le sucede a muchos escritores, cuando publica una obra, siente que se vacía y experimenta la idea de "haber dicho todo lo que tenía para decir". Sin embargo, Jorge sigue escribiendo, nutriéndose de la vida que siempre inspira, de los otros con los que intercambia formas de decir.

"No tengo apuro en publicar. En este momento de la vida nada es con apremio ni de horarios ni de responsabilidades. Aspiro a poder viajar, a seguir aprendiendo, a seguir en contacto con aquellas cosas que me gustan", expresa.

Su familia y los afectos

Sobre el final habla de sus hijos. Tiene tres: Pablo, que es ingeniero Agrónomo e investigador del Conicet donde se doctoró. El está en pareja con Fabián y trabaja en un Instituto dentro de la Facultad de Agronomía de la UBA. Jorge es kinesiólogo, está en pareja con Juliana, y además de hacer consultorio trabaja en jkinesiología deportiva que es su pasión. Y Rocío es piscóloga y está muy comprometida con causas sociales.

"Cada uno de ellos tiene algo de mí y tenemos una linda relación", agrega y comenta que su universo afectivo se completa con sobrinos y con su sobrino nieto Joaquín. También con los amigos y con esas relaciones genuinas que ha sabido cultivar a lo largo de la vida.

"Estoy divorciado y aunque tuve algunas relaciones de pareja, en el presente estoy solo. Vivo en la misma casa en la que estoy desde que llegamos a Pergamino y me gusta ese espacio que con el paso del tiempo se fue nutriendo de mi impronta", describe.

Valora las relaciones humanas y aunque confiesa que le costó mucho adaptarse a Pergamino y establecer vínculos aquí, hoy, transcurridos muchos años, siente que tiene pocos pero buenos amigos con los que puede contar. "También tengo muchas relaciones de fraternidad y compañerismo, muchas de esas relaciones que tanto valoro las cultivé en el Instituto Maiztegui donde pasé la mayor parte de mi vida pergaminense, también en las escuelas".

Una impronta

Por su capacidad, su formación y su disposición a aprender siempre nuevas coas, se movió en espacios en los que aprendió mucho y en los que dejó su impronta. Lo sabe, aunque no se expresa con grandilocuencia al momento de hablar de sí mismo. "En el Instituto donde realicé la actividad científica formé parte del grupo dedicado a la biología molecular, en ese espacio se han desarrollado algunas técnicas que van a quedar, algoritmos informáticos que sirven para analizar la secuencia de los virus que se estudian ahí, y quedó gente formada, algo de mi quedará", expresa y se muestra agradecido por el camino recorrido.

 "La primera mitad de mi vida la hice en Buenos Aires, la segunda mitad en Pergamino y la tercera, no lo sé", afirma mostrándose abierto a los cambios que la vida y el destino puedan proponerle para transitar el tiempo por venir. Confiesa que tiene la idea romántica de poder envejecer en una casa en las sierras. Pero sabe que la realidad tiene otras urgencias y se siente a gusto en el lugar que habita.

"No tengo asignaturas pendientes, sería muy ingrato si me quejara porque la vida me ha tratado bien. Ejercí la profesión que elegí, tengo mi familia, una buena relación con mis hijos y con su mamá a pesar de que no estamos más juntos. No podría pedir más", concluye aspirando a que al momento de nombrarlo o de definirlo en cualquier circunstancia la gente dijera simplemente que Jorge García es "un buen tipo".


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