Mario Antonio Tealdi tiene 76 años. Nació el 18 de octubre de 1947 en Pergamino y vivió sus primeros meses en la localidad de Rancagua, en una estancia donde sus tíos eran caseros. Su tía le había dado acogimiento a sus padres en ese lugar cuando llegaron de Italia. "Fue hasta que mis padres se acomodaron, recién llegados de Italia y luego de haber atravesado la guerra", relata en el comienzo de la entrevista este hijo de inmigrantes que nació nueve días después de que sus padres arribaran a Argentina. "De casualidad no fui italiano", bromea y agradece sus raíces y las posibilidades de desarrollo que este país le dio a sus padres que venían de atravesar una historia muy dura. Eran oriundos de Génova, cuenta Mario y menciona que "uno vivía en un pueblito al lado del mar y el otro en un pueblo cercano, de montaña". Habla de Gino Justino Tealdi y Linda, María Lina Mazucco, sus padres. "Ella viajó en el barco embarazada de mí y se pasó buena parte del trayecto en la enfermería", agrega.
Su papá era tornero y se había dedicado a la reparación de barcos y una vez mudados a Pergamino se establecieron en el barrio Acevedo e ingresó a trabajar en Berini. "Aquí mi familia encontró un buen destino. Y nacieron mis hermanos Eduardo Alberto, ya fallecido y Amelia Ester", refiere.
Mario cuenta que comenzó su escolaridad primaria en la Escuela N° 10 y continuó en la Escuela N° 4. "Tengo lindos recuerdos, sobre todo de cuando jugábamos a la pelota o remontábamos barriletes, porque después era ir a renegar a la escuela, ya que en mi casa se hablaba una mezcla de italiano y castellano, y me costaba bastante hacerme entender y entender lo que me decían", señala.
Hizo el secundario en el Colegio Industrial y siguiendo los pasos del oficio de su padre halló una vocación. "Estudié tornería y mecánica y eso me dio las herramientas para insertarme en el mundo del trabajo", sostiene y comenta que siendo muy joven ingresó en Berini donde hacía una "mecánica muy artesanal porque para que te dejaran manejar un torno, se necesitaba otra experiencia".
Más tarde trabajó en la agencia Ford Kehoe, fue al servicio militar en Olavarría, continuó al regreso y despacio comenzó a armar su propio taller. "Siempre anhelé tener un taller particular y pude concretar ese proyecto", resalta. En el interín fue empleado de la Cooperativa Eléctrica de Pergamino, donde también había trabajado su padre.
Me tocó el servicio militar en Olavarría, regresé seguí trabajando un tiempo más allí y despacito fui armando mi propio taller. Siempre angelé tener un taller particular. "Hacía horario corrido y a contraturno, trabajaba en el taller, también hacía algo con Benvino, primo de mi padre, y con un amigo de la agencia que venía a darme una mano".
El taller y la vida familiar
Armó su taller en calle España, en la planta alta construyó su casa y cuando estuvo lista se casó con Liliana D'Andrea, con quien había estado nueve años de novios. Siempre se acompañaron mucho y transitaron a la par el camino hacia cada proyecto que emprendieron. Ella tuvo peluquería y después fue secretaria en varios lugares, labor que aún hoy desarrolla. Se conocieron en un baile de carnaval en el Club San Telmo.
Para ambos la familia siempre fue primordial. Tienen dos hijos: Gabriel Gustavo (48), casado con María Ema Raggio. "El es abogado y su esposa psicopedagoga, viven en Pergamino y tienen a Valentina (14) y Juan Cruz (12). María Rita (40) estudió abogacía y vive en Rosario, donde está en pareja con Gustavo y no tienen chicos", menciona Mario y habla con orgullo de sus hijos y de los nietos. "Te alegran la vida", destaca y agrega: "Siempre están preocupados por mí, creo que me quieren demasiado".
Asegura que la vida familiar y las rutinas del trabajo siempre coincidieron en perfecta armonía. Cuando solo se quedó con el taller las jornadas laborales eran interminables y la familia siempre estaba ahí, sosteniendo ese esfuerzo y acompañando.
"Siempre trabajé mucho, lo mismo que mi esposa. Son valores que uno intenta inculcar a los hijos", menciona. Y cuenta que, por fuera de lo laboral, siempre le gustó bailar, andar en bicicleta y leer revistas de mecánica. "Algunas de esas rutinas las mantengo, sobre todo las de leer sobre mecánica, ya bailar y andar en bicicleta no puedo porque hace unos años sufrí un accidente cerebrovascular y tengo Parkinson, condiciones de salud que me limitan un poco", confiesa. "De chico jugué al fútbol en la quinta división de Racing y salimos campeones", recuerda. Y agrega: "Hoy me contento con ser hincha de Douglas, de Independiente y de Tráfico's".
Ya jubilado hace varios años, reconoce que le costó dejar de trabajar. "Le había dedicado buena parte de mi vida al taller y me apasionaba mi trabajo, pero no podía hacer fuerza y mas allá de mi condición de salud que de algún modo me limitó para seguir lo que en verdad fue determinante es que los autos habían cambiado y para continuar había que hacer grandes inversiones en equipamiento, ya que todo era electrónico en la mecánica".
Un hombre agradecido
Agradecido con su oficio, reconoce que le gustó más la mecánica que la tornería. Y lo vivió como algo artesanal, que requiere de pericia técnica y mucha dedicación. "Hacer mecánica es apasionante. Estas reparando algo que se rompió, que no tiene más vida y cuando conseguís arreglarlo, cobra vida nuevamente. Es maravilloso, da una satisfacción enorme", describe y agradece la fidelidad y confianza de sus clientes a los que nunca les falló. La honestidad ha sido para Mario un valor que honró en el trabajo y en la vida.
Hoy, retirado del taller, acepta el presente con todo lo que trae consigo. "Trato de llevarme bien con lo que me pasa, hay días que ando mejor, camino, salgo a la calle y hay otros en los que prefiero quedarme en casa mirando televisión o leyendo", sostiene.
"Tuve una buena vida, para mi fue buena, coseché grandes amigos, muchos de ellos también mecánicos y tengo una hermosa familia. No puedo pedir mucho más", refiere y confiesa que no tiene asignaturas pendientes.
Cuando lo señala y en todo momento al hablar, mira a los ojos. Tiene una mirada clara, más allá del color celeste de sus ojos. La integridad se traduce en el modo en que se expresa y conserva esa sencillez de aquellos que no tienen doblez.
Sobre el final, el recuerdo de sus padres sobreviene y la charla se colma de anécdotas relatadas por ellos de su vida en Italia. Mario no viajó nunca ni anhela hacerlo. "No es algo pendiente", afirma. Y eso sucede tal vez porque aquel pasado de sus progenitores, como el de tantos inmigrantes, está teñido de cierta cuota de dolor. "Ellos no tenían una mirada nostálgica del desarraigo. Por el contrario, estaban agradecidos a este país que los recibió. Mi padre hasta tomó clases de castellano para aprender el idioma y hacerse entender mejor. Eso le abrió muchas puertas, a él y a nosotros también. Quizás ese esfuerzo de él y lo que nos contaba de lo vivido en Italia, es lo que me hizo amar tanto la tierra en la que nací, que es esta, el lugar donde también nacieron mis hijos y mis nietos", concluye, profundamente agradecido.