Perfiles pergaminenses

"Marita" Rolandelli y Carlos Kihn: una historia que es testimonio del valor del amor


Carlos y “Marita” se conocieron trabajando en el Colegio Marista y construyeron una vida juntos

Crédito: LA OPINION

Carlos y “Marita” se conocieron trabajando en el Colegio Marista y construyeron una vida juntos.

Se conocieron en el Colegio Marista. Ella era mamá de Facundo y orientadora educacional. El había sido hermano de la congregación y llegó a Pergamino para desempeñarse como vicedirector del Colegio. Se casaron y tuvieron a Fausto, que falleció a los 12 años. Esa experiencia desafiante y desgarradora los unió, y la fe fue un motor para encontrar consuelo y seguir adelante.

Cada historia es un milagro. Detrás del modo en que se tejen los vínculos humanos hay hilos invisibles, entramados de decisiones, duras pruebas, enormes alegrías, y de esa cuota de azar que va construyendo, ladrillo a ladrillo, el porvenir. Si uno cree en ello, y alienta la convicción de que el secreto es permitirse fluir en ese andar, lo que a cada uno le está destinado, simplemente sucede. La historia de vida y de amor de María Martha Rolandelli, "Marita", y Carlos Kihn es muestra cabal de esto. La vida de ambos transcurría por caminos separados, sin que ellos supieran que en un momento iba a existir ese punto de encuentro que los iba a unir para siempre. Quizás porque Dios, en el que creen profundamente, les tenía preparado ese plan para que transitaran juntos una senda de amor y aprendizaje. Hace 29 años que están juntos y han experimentado la felicidad y el dolor con entereza, sin perder jamás esa fe que ambos tienen y ponen en acto en lo cotidiano de sus días. 

El

Carlos nació en un pueblito de la provincia de La Pampa, llamado General Campos. Allí se formó en el seno de una familia apegada a los valores de la fe y el trabajo. Su núcleo familiar estaba conformado por su mamá Regina, su papá Jorge y sus hermanos Lidia, Héctor y Osvaldo. El es el más chico de edad y el más alto. Hoy tiene 67 años. Fue a una escuela rural y allí adquirió las competencias de saber y las herramientas que le permitieron luego seguir su vocación. Para él la escuela era algo más que el espacio para el aprendizaje académico, representaba el lugar donde se encontraban esos amigos que en la proximidad eran como una gran familia.

Cuando terminó la primaria se fue a Luján a hacer la secundaria en un internado con función de seminario de los Hermanos Maristas. Carlos fue hermano Marista desde 1976 hasta 1994. Fue una experiencia gratificante y enriquecedora que lo llevó por muchos lugares y le permitió formarse en la carrera docente, primero como maestro, luego como profesor de Ciencias Religiosas y más tarde como profesor de Ciencias Naturales. De su vivencia como hermano Marista rescata muchas cosas, una de ellas la estadía de un año y medio en Roma donde realizó una experiencia de estudio y trabajo religioso. Avido de buscar siempre experiencias nuevas, aceptó ese ofrecimiento que lo enriqueció intelectual, cultural y espiritualmente. Asegura que fue una oportunidad única y extraordinaria. Allí conoció al hermano Basilio, cuyo proceso de canonización ha sido iniciado en Roma. También tuvo la posibilidad de estar con Juan Pablo II. 

Cuando regresó a Argentina siguió trabajando en Villa Lugano donde era director de una escuela primaria. En 1994 habló con las autoridades Maristas de Argentina y les manifestó su deseo de probar nuevos caminos y armar para sí otro proyecto de vida. Ellos aceptaron generosamente esa determinación y le ofrecieron venir a Pergamino para ser vicedirector del Colegio San José de los Hermanos Maristas. Llegó en febrero de 1994, ya como laico.

"Pergamino me recibió muy bien y siempre trabajé sintiéndome muy respaldado. Mi agradecimiento a los hermanos Tomás Tizziani, Eugenio Magdaleno, Aldo Gamalero, Marcos Muzzi es eterno, lo mismo que a Graciela D'Eletto, Laura Milei y a mis compañeras María Lidia Giovannoni y Rosana Genero", resalta.

Ella

Ella había nacido en El Socorro, fue hija única del matrimonio de Clara y Eduardo, de quienes aprendió el valor del trabajo y la constancia. Creció en el pueblo y más tarde la vida la trajo a Pergamino, donde ejerció su profesión como orientadora escolar en el Colegio San José de los Hermanos Maristas. También trabajaba en el CEC N° 803 de El Socorro y más tarde en la escuela del barrio Otero. Mamá de Facundo, con coraje se impuso ante la vida con la impronta de una personalidad tenaz y alegre.

El camino juntos

Fue en Maristas donde "Marita" y Carlos se conocieron. En esa comunidad abrazaron la idea de la vida juntos y el camino se abrió ante ellos y los transformó en familia. Cuando recuerdan el modo en que se cruzaron, se miran con la complicidad de aquellos que se conocen profundamente. Y ahí, en esa mirada, aparece el hilo invisible que conecta a las personas que están destinadas a encontrarse. "Marita" cuenta que antes de que Carlos se estableciera en Pergamino, casi como un presagio, había amigos que bromeaban con la posibilidad de que "ese nuevo compañero que iba a llegar desde otro lugar ya siendo laico", se transformara en un par la vida. 

"Yo me reía, estaba sola, abocada a trabajar y a criar a mi hijo, y fue en un encuentro de recibimiento que nos vimos por primera vez y con el paso del tiempo nos enamoramos", menciona, relatando lo que sucedió en el inicio del ciclo lectivo 1994.

Se pusieron de novios y se casaron unos meses después, el 18 de noviembre de ese mismo año.

El verdadero sentido del amor

 En 1996 nació Fausto, un ser precioso que vino a enseñarles el verdadero sentido del amor. "El nació con una encefalopatía crónica no evolutiva", cuenta "Marita". Y prosigue: "Había sido un embarazo normal, sin ningún problema, y al mes de vida en un control detectamos que algo sucedía. Comenzamos un derrotero de estudios hasta que tuvimos el diagnóstico. A partir de allí iniciamos un camino de aceptación y acompañamiento muy importante. Lo transitamos con el apoyo incondicional de muchas personas, entre ellas mi mamá que, para que pudiéramos seguir trabajando, se encargaba de cuidarlo". 

Mientras ella habla, Carlos acerca una foto de ese hijo querido e inolvidable. "Fue una luz que nos acompañó durante 12 años y nos enseñó tanto", resaltan.

Su fallecimiento temprano representó una dura pérdida: "Ese día yo estaba trabajando, él tenía un cuadro respiratorio. Regresé antes de la escuela, llamé a Carlos porque no lo veía bien, fuimos a lo de Inés Larramendy, que era su pediatra, pero ya no hubo nada que hacer", recuerda "Marita".

Aunque nunca termina de sanar la herida que causa la muerte de un hijo, sienten que durante 12 años Fausto les iluminó la vida y los sigue acompañando desde donde está.

"Una experiencia como la que vivimos te enseña a mirar en otra perspectiva. Tenés una postura diferente ante la vida. Muchas cosas pasan a ser secundarias y como matrimonio, nos puso a prueba y fortaleció", afirma "Marita".

"Eramos un equipo para él, nos complementábamos para atenderlo. Aprendimos mucho y hoy somos un equipo para la vida", agrega. Y es Carlos quien sostiene que "a pesar de las limitaciones físicas que tenía, eran más las satisfacciones que nos daba".

La fe como cimiente

Mientras hablan, la foto de La foto de Fausto es testigo de lo que estos padres dicen de él. Es conmovedor. Confiesan que la fe fue el cimiento que los sostuvo, lo mismo que el afecto de la gente cercana y querida. "Uno se aferra a la fe, la creencia de que te vas a volver a encontrar y que está bien te sostiene", refiere "Marita", confesando que algunas veces lo sueña y en esos sueños lo ve feliz. "Lo sueño libre", expresa y recuerda lo que alguna vez les dijo un sacerdote amigo: "Con la muerte, Fausto se liberó de las ataduras de su cuerpo. Saber eso de algún modo reconforta".

Carlos reconoce que a pesar de conocer un diagnóstico y de asumir la posibilidad, nadie se prepara para perder un hijo. "Cuando ocurre es devastador", define.

Juntos y fortalecidos

Después del fallecimiento de Fausto, Carlos y "Marita" siguieron adelante. Ya no fueron los mismos, pero encontraron el modo de no traicionar lo que ese niño vino a enseñarles. Se nutrieron del amor de los suyos y fueron resilientes. Ella siguió trabajando como orientadora educacional y él, como vicedirector del Colegio Marista hasta que se jubilaron hace ya unos años.

Al poco tiempo de haber nacido Fausto, Carlos se había integrado al Coro San José de los Hermanos Maristas y con el paso de los años hizo de ese espacio algo más que un lugar donde cantar. "Encontré un ámbito de pertenencia y coseché verdaderos amigos. Salvo alguna interrupción, soy integrante del Coro desde hace 25 años", destaca y cuenta que desde chico el canto fue un modo de expresarse: "Con mi hermano, cuando éramos chicos, como no teníamos vecinos, cantábamos en voz alta a la tardecita cuando en el campo estaba todo calmo".

A "Marita" le gusta pintar y ha hecho de la pintura una actividad que acompaña su tiempo libre. Ambos son sociables y les gusta el trato con la gente. "Quizás eso lo tomamos de la filosofía marista que es un corazón sin fronteras", afirman.

Hoy, lejos de las rutinas de la escuela, ambos están abocados a acompañar al papá de "Marita" en las actividades del campo en El Socorro. Carlos ya no tiene a sus padres, y ella perdió a su mamá hace poco. Dos de los hermanos de Carlos viven en La Pampa y otro en Río Negro. "Los visitamos cada vez que podemos, lo mismo que a Facundo que es ingeniero civil y vive en Reconquista junto a su esposa Claudina que es contadora".

"Somos abuelos de Guadalupe (6) y Vicente (2) y a pesar de que viven lejos, los disfrutamos mucho. Vienen o vamos a visitarlos, y la tecnología nos acerca", señalan. Y dichosos, afirman que los nietos llegan para "regalarte la posibilidad del amor sin esa cuota de responsabilidad que tiene la crianza de los hijos". 

La complicidad, el ingrediente vital

Cuando la pregunta los interroga por las claves de la vida en común, sostienen que la complicidad es un ingrediente vital. Vuelven sobre el recuerdo de Fausto para aseverar: "El nos ayudó mucho. Nos unió y nos enseñó a complementarnos". 

"No hay recetas, pero para convivir es fundamental tratar de ver lo que el otro quiere, lo que necesita y lo que desearía. Es más importante dar que recibir, tener siempre la mirada atenta para ver qué es lo que le sucede y lo que le agradaría al otro", señalan, con la convicción de aquellos que con la vida han aprendido a estrechar ese lazo perdurable del amor que une y posibilita que cada uno pueda construir la mejor versión de sí mismo y desde ese espacio de confianza, brindarse al otro. Sobre el final de la charla, en retrospectiva, el relato de ambos muestra la traza del camino recorrido. Se escuchan atenta y respetuosamente en cada palabra. Lo que sienten está ahí, intacto. Vuelven a mirarse y sonríen. Y en ese gesto, que es igual al de estrecharse la mano con alguien amado, aparece el hilo invisible que desde hace tanto tiempo los conecta con lo verdadero.


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