Perfiles pergaminenses

Ricardo Favi, hombre de Urquiza que encuentra en su pueblo el ámbito donde desplegar su pasión


Ricardo Favi la calidez de una charla rica en anécdotas y profundo sentido de pertenencia a su pueblo

Crédito: LA OPINION

Ricardo Favi, la calidez de una charla rica en anécdotas y profundo sentido de pertenencia a su pueblo.

Es un amante del automovilismo y conoce a la perfección los secretos del armado de autos de carrera. Tuvo la posibilidad de desarrollar ese trabajo en distintos lugares y formó parte de importantes equipos, pero regresó nutrido de esas experiencias para seguir con su actividad laboral en su taller metalúrgico, dedicado a la prestación de servicios al agro, sin abandonar nunca su pasión, esa que comparte con sus hijos. 

En esta oportunidad, quien traza su Perfil Pergaminense es un vecino de la localidad de Urquiza. Acepta contar su historia de vida y al pautar la entrevista con naturalidad brinda la dirección de su taller. Allí se concretará la charla. Al llegar al pueblo, esta cronista pregunta por esa dirección. Y como si en esa geografía nadie tuviera demasiado en cuenta el nombre de la calle, dos vecinas se miran y en vez de una respuesta, ofrecen una pregunta: "¿A quién busca?". Al decir "el taller de Favi", la referencia es inmediata: "¡Sí!, el taller de Riki", afirman y de inmediato se activa ese GPS de la vecindad que funciona a la perfección en los pueblos. Cuesta poco llegar hasta el taller metalúrgico donde Ricardo Favi pasa gran parte de su día y de sus noches, cuando la responsabilidad lo convoca a terminar la reparación requerida por alguno de sus clientes. Finalmente, la entrevista se concreta, a la vuelta, en su casa natal, en un ambiente cálido y afectuoso. Y la charla transcurre sin grandilocuencias, pero con el tono que les imprimen a sus vivencias aquellas personas que abrazan con pasión cada cosa que emprenden.

Hijo de Federico y Teresa, ambos nacidos en Urquiza, creció en el seno de una familia que le inculcó el valor del trabajo, la educación y el esfuerzo. También la cordialidad en el trato con los otros. Cuenta que su padre de chico fue agricultor y más tarde se inició en la herrería de la mano de su hermano mayor: "Ellos vivían en el campo y cuando se mudaron al pueblo, arrancaron con el taller que luego fue la fábrica de acoplados".

"Vengo de una familia de metalúrgicos, porque a su vez, mi abuelo materno, había iniciado su trabajo como herrero con los Iglesias, y mi tío fue mecánico. Es decir que en el pueblo estaba la fábrica de acoplados que era nuestra, y la familia de mi mamá fabricaba carrocería de camiones, el engranaje estaba listo para que yo me dedicara a esta actividad", acota, aunque comenta que había decidido estudiar Medicina. "En ese momento para ingresar había que rendir un examen de nivelación; hice el curso preparatorio, pero en el momento de irme, pesó más mi deseo de quedarme en el pueblo. Mi mamá había fallecido, yo no tenía hermanos, y sentía que no podía dejar a mi papá".

"Comencé a trabajar en la empresa familiar y no me arrepiento. Hoy sé que ser médico no me hubiera gustado. Lo que hago es mi pasión", resalta. 

"Tampoco me arrepiento de haberme preparado para rendir aquel examen porque haciendo el curso preparatorio con Oscar Pico, conocí a la que es mi mujer, Marcela Parón. Ella de hecho ingresó a Farmacia e hizo un año de la carrera", agrega.

La vida en el pueblo

Ricardo tiene 57 años. Es integrante de la primera promoción del Jardín de Infantes N° 909 del pueblo, una institución que se fundó por iniciativa de las familias del pueblo. "Recuerdo que las clases comenzaron a mediados de año, así que solo fui al jardín solo un par de meses", menciona y comenta que la primaria fue en la Escuela N° 15.

"El secundario lo hice en el Colegio Nacional, y guardo lindos recuerdos de esa época. Viajaba en colectivo y conocí mucha gente. Prácticamente no había tenido contacto con la ciudad, y el hacer el secundario en Pergamino me regaló muy lindas relaciones de compañerismo y amistad", resalta.

Entrada la adolescencia, con los chicos del pueblo, elegían Pergamino para salir. "Ibamos a Corcho's, los boliches, íbamos a la Peatonal y al cine, algo infaltable en nuestras salidas", menciona.

También acerca recuerdos hermosos de su infancia. "Vivíamos andando en bicicleta o jugando en la casa de alguien. Los cumpleaños en el pueblo eran 'a lo gitano': arrancaban a las dos de la tarde y terminaban cuando te iban a buscar".

Una pérdida dolorosa

Perdió a su mamá cuando tenía 15 años. "Ella tenía 47 años, sufría de asma. Debió someterse a una intervención quirúrgica y algo salió mal con la anestesia y falleció", relata. Y se conmueve como si el tiempo entre ese episodio y hoy no hubiera pasado. "Ella quiso que ese día yo fuera al colegio, entré a las 7:45 y a las 8:20 me avisaron que se había muerto", agrega y confiesa: "Fue algo terrible que me cambió la vida".

"Yo soy hijo único, mi abuelo materno había fallecido ya, así que mi abuela Estela se vino a vivir con nosotros. Fue como mi segunda mamá. Tuvo la desgracia de tener que enterrar a su hija y a pesar de ese dolor, se hizo cargo de cuidarme", señala. Y la recuerda con gratitud: "Yo me volvía de Pergamino cuando estudiaba y al bajarme del micro, de la calle se sentía el olor de la comida con la que ella me esperaba".

Confiesa que su papá también sintió mucho la muerte de su mamá y refiere que a ambos se les dio vuelta la vida. Enfrentaron esa adversidad y siguieron adelante, nutridos del amor de esa mamá que había sido siempre un pilar para ambos.

El automovilismo

De algún modo la vida de su familia estuvo atravesada por una pasión: el automovilismo. Y fue de la mano de su papá que Ricardo descubrió una actividad a la que le dedicó mucho tiempo. "Tomé el amor por los fierros de mi viejo. El se había iniciado con los Iglesias, yo continué de manera amateur y luego profesionalmente; y mis hijos siguieron la senda".   

Asegura que esa pasión y el trabajo siempre se conjugaron y convivieron en armonía, integrándose. "Cuando desistí de irme a estudiar, comencé a trabajar en la empresa familiar, intenté correr y dar un salto a nivel nacional, pero fue en un momento complicado del país y económicamente fue difícil sostener esa actividad. Sin embargo, siempre seguí ligado al automovilismo", refiere.

En 2012, a través de un amigo, recibió el ofrecimiento para radicarse en Buenos Aires y dedicarse a la preparación de autos de carrera. "Estaba en un momento de la vida en el que podía darme esa posibilidad, mis hijos habían crecido, así que tomé el desafío y fue una experiencia enriquecedora".

"Al principio me daba miedo, porque significaba cerrar el taller y salir del pueblo", reconoce. Pero asumió el reto y contó con el apoyo incondicional de su familia en esa empresa. "Estuve un año en Buenos Aires, pasé por varios equipos, todos de excelente nivel. Arranqué con un amigo en el Turismo Nacional, después me vine a trabajar a Arrecifes, estuve dos años en San Andrés de Giles y dos en Chacabuco con el equipo oficial Renault", relata este hombre que de la mano de su pasión rozó el sueño que tiene todo armador de autos que es ganar un campeonato de Turismo Carretera. "Estuvimos peleándola mano a mano hasta la última fecha, pero lo perdimos por 25 centésimas de punto a manos de Agustín Canapino en La Plata. Eso creo que me desinfló y comencé a evaluar la posibilidad de volverme".

"En el automovilismo la alegría del buen resultado te dura hasta la próxima carrera y nosotros teníamos que esperar un año, yo estaba extrañando demasiado, así que regresé al pueblo", agrega.

Abrir las puertas

A su regreso reabrió las puertas de su taller y jamás se alejó del automovilismo. En la actualidad se dedica a hacer algunos componentes para autos de carrera y atiende algunos elementos en lo que es tornería y maquinado. "Hoy ya no armo autos completos, pero elaboro partes", menciona y reconoce que se quedó con lo mejor de la experiencia de haber estado trabajando afuera en el más alto nivel del automovilismo. "Aprendí mucho, pero yo soy del pueblo".

En lo laboral, el taller se fue reconvirtiendo hasta transformarse en una empresa de Agrosoluciones Metalúrgicas. "Hasta el año 1993 estuve ligado a la fábrica de acoplados con mi tío y mi primo. Después nos separamos, mi papá y yo armamos un taller de reparaciones y con el paso del tiempo lo rebautizamos para abocarnos a brindar servicios al sector agropecuario", describe y comenta que en la actualidad trabaja con su hijo que tiene una empresa gráfica de impresión 3D que se ha integrado al taller para prestar distintos servicios.

Ama lo que hace. Sus manos tienen las marcas de ese trabajo. A cada cuestión le pone el cuerpo y el alma. "Las jornadas laborales son interminables, siempre que estamos si nos llaman tratamos de brindarle una solución a nuestros clientes", refiere.

La vida familiar

Reconoce que todo lo que ha hecho hubiera sido imposible sin su familia. Su esposa es docente jubilada y ha sido un puntal. "En muchos momentos el principal ingreso de nuestra familia era su sueldo de docente. Y todo lo que logramos ha sido fruto de nuestro esfuerzo".

"Somos bastante distintos, pero llevamos más de 30 años juntos y sabemos que volveríamos a elegirnos. Nos conocemos mucho, nos alcanza con mirarnos para saber qué nos pasa", señala y destaca el rol que su esposa ha tenido en el sostenimiento de la familia que un día conformaron. "El presente del que disfrutamos es fruto del esfuerzo que hicimos. Creo firmemente en el trabajo y estoy convencido de que la mujer va al lado del hombre o adelante, nunca detrás".

Tienen dos hijos: Agustín (34), profesor de Educación Física, está en pareja con Natividad González, médica, tienen un hijo, Alfonso, y viven en Rafaela. Y Federico (27), docente, en pareja con Candela Farías, fotógrafa y productora de eventos. 

Habla de ellos y de su nieto con amor infinito. Y ve en ellos ese árbol que da frutos. "Hoy nuestro mejor plan es viajar a Rafaela a ver a nuestro nieto, es lo más lindo que nos ha regalado la vida", expresa.

Una pasión compartida

Ricardo comparte con sus hijos la pasión por el automovilismo. "Ambos estudiaron, pero ninguno ejerce y los dos de alguna manera están vinculados al automovilismo. Compartimos la pasión por el karting".

"Es hermoso compartir una pasión así con los hijos, nos une. Agustín sigue corriendo, Federico no lo hace actualmente, pero ama el karting. Tratamos de estar en las carreras y pasamos muchas horas en el taller, nuestra vida pasa por ahí, haciendo cosas, trabajando con los motores, ideando siempre algo nuevo", relata. Y confiesa que no hay un sábado o un domingo que no vaya al taller.

"Ese es el lugar en el que me siento cómodo", confiesa este hombre que siente que todo aquello que se propuso, lo consiguió y que anhela seguir viviendo como vive en el presente por mucho tiempo más.

"Ese es mi único anhelo. La vida me premió bastante, nadie me puso palos en la rueda. Tuve la capacidad de hacer lo que quise hacer y siento que no me ha costado tanto. El estar lejos del pueblo me hizo salir de mi zona de confort, me enseñó a conocerme, a confiar en mí capacidad, y el volver me mostró que aquí está mi identidad", reflexiona cuando la entrevista casi finaliza y la charla vuelve sobre el comienzo, y esa apreciación inicial de que "seguramente" su vida terminará en Urquiza cobra una relevancia sustantiva. Urquiza es el lugar que Ricardo eligió y elige para vivir y lo hace sencillamente porque privilegia por sobre cualquier otra posibilidad, el hecho de cruzarse en la calle con gente conocida, compartir esas anécdotas que se inscriben en el ADN de las personas y simplemente, las definen.


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