Perfiles pergaminenses

Graciela Balmaceda, una mujer que descubrió en el atletismo una pasión y se transformó en ejemplo


Graciela Balmaceda corredora apasionada siempre presente en la línea de largada

Crédito: LA OPINION

Graciela Balmaceda, corredora apasionada, siempre presente en la línea de largada.

Comenzó a salir a caminar a los 52 años y al poco tiempo estaba corriendo en distintas competencias. Desde entonces construyó su carrera deportiva, con la disciplina y la constancia como atributos fundamentales. Alegre y entusiasta, su testimonio de vida es inspirador. En lo personal es una luchadora que supo ir detrás de sus sueños, hasta alcanzarlos.

Graciela Balmaceda tiene 68 años, nació en la localidad de Rancagua y allí creció en un núcleo familiar integrado por su padre Reynaldo, su mamá Rosa Mascherini, y sus hermanos Oscar, ya fallecido, y Susana.

"Tengo lindos recuerdos de la vida en el pueblo. Fui a la escuela primaria de la localidad, conservo amistades del colegio; jugábamos en la calle y nos pasábamos todo el día andando en bicicleta, algo que me encantaba hacer, hasta que un día me la llevó por delante un auto y me la rompió toda", relata en el comienzo de la entrevista que se desarrolla en su lugar de trabajo. Desde hace varios años está a cargo de un hotel alojamiento en la zona del Segundo Cruce y además es una reconocida deportista de la ciudad.

Se estableció en Pergamino a los 19 años cuando se casó con el padre de sus hijos, un hombre del que está separada hace más de 30 años. Desde entonces siguió el camino sola y aunque se permitió vincularse afectivamente, nunca más volvió a tener una experiencia de convivencia. "Soy muy independiente y reconozco que me costaría compartir mi vida y mis decisiones con alguien más", reconoce, en una apreciación que define una característica de su personalidad.

"Cuando conocí al que fue mi marido, me vine a Pergamino; yo era muy jovencita y quería trabajar, acá había más oportunidades. Comencé a realizar trabajos de limpieza; el primer empleo fue en una casa en la que trabajaba mi suegra. Y después me dediqué durante muchos años a realizar la limpieza y mantenimiento de oficinas", comenta y refiere que años más tarde comenzó a trabajar en el hotel. Cuando quien alquilaba ese emprendimiento falleció, asumió el desafío de hacerse cargo del mismo y ponerse al frente de la tarea: "Hace 28 años que estoy en el hotel, una vida. Fui empleada durante 23 años".

La charla transcurre en la que es su casa, integrada al hotel: "Acá transcurre mi día y mis noches. Trabajo con una chica que estaba antes conmigo, María, y otra chica que viene los viernes y sábados para no cargarnos tanto con el trabajo de la noche".

Sus tesoros

Es mamá de Daniel Gustavo Lacunza, casado con Gisela; y de Oscar, casado con Luz, que vive desde hace 17 años en España. "Los dos están casados y soy abuela de nietas y un nieto hermoso", resalta. Y con profunda emoción menciona a sus nietas: Priscila, Fiorella y Angela y a su nieto, Daniel, de 11 años.

"Cuando me separé me quedé sola, crié a mis nietas y aprendí a establecer un vínculo con mi nieto más chico a la distancia. Por suerte tuve la posibilidad de viajar a España en varias oportunidades", señala destacando que su familia es su principal tesoro. "Aprendí que los hijos son de la vida y soy muy respetuosa de las decisiones de cada uno y los acompaño", agrega.

"Ver que ellos están encaminados me da una enorme tranquilidad. Mi hijo que vive acá trabaja en el correo Urbano junto a su familia. Y el que vive en España es comisionista y su esposa es maestra en un colegio religioso", menciona.

El deporte, una pasión

Descubrió su amor por el atletismo a los 52 años, cuando comenzó a salir a caminar por el terraplén del arroyo Pergamino para bajar de peso. "Me sentía gorda, salía a caminar y no sabía ni que existía la posibilidad de correr y competir", reconoce y cuenta que en esas caminatas comenzó a encontrarse con gente conocida que trotaba o corría. "Me animé, algunos tramos los hacía cien metros caminando y cien metros corriendo, y así descubrí una pasión: me gustó más correr o trotar que caminar".

"Comencé a sentir que además tenía condiciones para hacerlo, así que de la mano de Carolina Schneider, que estaba en un grupo y me invitó a participar. No hacía mucho que corría con ellos cuando me convocaron para correr una carrera de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima", menciona y prosigue: "Me parecía que yo no iba a poder correr, me alentaron a que por lo menos la hiciera caminando. Acepté, pero en la segunda vuelta ya quería dejar. Había otras personas que me alentaron, seguí. Llegué y ahí nomás me fui a la casa de mi hijo y estando en su casa sentí deseos de volver a la carrera. Al regresar vi una mesa llena de trofeos, eran los premios. Y de golpe escucho que me nombran, aunque por un nombre que no es el mío: Gabriela Balmaceda. Cuando me di cuenta que me llamaban a mí, supe que casi sin darme cuenta estaba recibiendo mi primer premio".

No se desprendió de la actividad nunca más desde ese día. "Quería superarme, y me esforcé mucho, construí un camino que me dio muchas satisfacciones. Al momento llevo corridas más de 400 carreras de atletismo, triatlón y duatlón".

"También hice dos carreras de Río Pinto en bicicleta, una para probarme y la segunda para hacer menos tiempo. Fueron experiencias durísimas pero muy estimulantes", destaca en un inventario que incluye competencias que incluyeron el uso de kayak.

La montaña

Tiene mucha experiencia en carreras de montaña y asegura que son sus preferidas. "Hice muchas carreras de montaña, una que recuerdo gratamente es la de Ushuaia, que fue durísima y también hice los 100 kilómetros del Cruce Columbia y una de 11 kilómetros en la nieve. También hice varias en el Cerro Champaquí y el Cerro Uritorco, además de los 60 kilómetros de Salta a Jujuy".

"La montaña me provoca una adrenalina indescriptible. Representa todo un desafío llegar hasta un lugar inmenso. Saber que subiste 1.800 metros positivos, que hay que bajarlos, que hay que cruzar el río, hacer bajadas y subidas estrepitosas. El hecho de encontrarte con la gente, la compañía en algunos tramos", relata y la pasión se nota en el tono de la voz. Confiesa que el único temor que la invadió alguna vez fue la posibilidad de "no llegar a la meta", pero ningún resquemor fue lo suficientemente grande como para desalentarla. Por el contrario, cada desafío le permitió también entrenar su cabeza, el elemento imprescindible para superar cualquier obstáculo y alcanzar el objetivo.

Los aprendizajes

Independientemente del paisaje y de las características de la competencia, de cada experiencia ha tomado aprendizajes que le han servido no solo para mejorar su rendimiento sino para conocerse a sí misma de una manera increíble y descubrir su potencial. "El desafío más difícil fueron los 100 kilómetros del Cruce Columbia; lo hice en 2019 y con mi edad fue complejo porque eran tres días", menciona y recuerda que en el trayecto encontró a muchos jóvenes lesionados y se vio a ella misma realizando un enorme esfuerzo, pero sin lastimaduras ni ampollas. "Verme con ellos sin estar tirada en el piso me enseñó mucho de la importancia de la constancia y la fortaleza, me hizo sentir orgullosa de lo que podía dar en esa carrera y me enseñó mucho de la solidaridad también porque uno siempre se pone en el lugar del otro para tender una mano, acompañar y sostener en la dificultad"

"He corrido cuatro veces al mes, una cada fin de semana y he tenido la fortuna de transformar mi pasatiempo en una actividad deportiva que me encanta", resalta y con emoción abunda: "Llevo esta actividad en el corazón, veo una carrera y me traslado, la llevo en la sangre".

Su relato se detiene en varias ocasiones en aquello que le deja cada carrera y también en lo que esta actividad representa para ella en términos de relaciones que ha cosechado en el camino. "Aunque corro sola, nunca estoy sola; viajo con personas que se dedican a lo mismo y comparto con ellos una hermosa amistad".

"El atletismo te permite estrechar vínculos de amistad muy valiosos, he compartido viajes con matrimonios amigos, con grupos, siempre hay tiempo para un asado, para el mate de la tarde y la sucesión de anécdotas que se recrean en cada encuentro", señala. Y menciona a una compañera con la que le gusta salir a correr: Nélida Tessone. "Ella tiene 74 años y hace unos días nos fuimos a correr a Arrecifes, las dos a nuestra manera corremos y nos respetamos, nos divertimos y donde podemos coincidir, ahí estamos juntas".

Comenta que en distintas etapas de su carrera la entrenó Luis Galizia, fundamentalmente para prepararse para las primeras de 42 kilómetros. "Después para reforzar y evitar las lesiones hice gimnasio. En el presente no tengo entrenador y salgo sola, entrenando con disciplina, quizás no tanto como antes porque el trabajo también me demanda mucho".

Entusiasta, alegre, sabe que encontró su vocación. "Cada carrera que llego siempre me quedo mirando cuántos son los que llegan después que yo y agradezco a la vida", señala y mientras se escribe este relato Graciela está enfrentando un nuevo desafío participando en una carrera de 38 kilómetros en Villa Yacanto.

Su única asignatura pendiente es haber podido competir en algún circuito internacional. "Si miro una carrera en el extranjero, me hubiera gustado estar ahí. Tenía proyectado ir a Brasil, pero vino la pandemia. También estaba la posibilidad de ir a Berlín y hoy que la pandemia terminó cambiaron las condiciones económicas". 

"Me hubiera gustado ser una corredora internacional, pero no se dio. Una sola vez corrí una carrera es España con mi hijo, pero fue algo casi recreativo porque él quería correr conmigo. Hoy mi nieto corre, y ojalá le siga gustando hacerlo", agrega.

Donde están sus sueños

Reconoce que Pergamino es un lugar en el que le gusta vivir y que si tuviera que cambiarlo por algún otro sería por Córdoba. Fantasea con la tranquilidad de una casa en la montaña, en contacto con la Naturaleza, pero sabe que eso queda solo en el terreno de los sueños. Su vida está aquí, en el hotel que es su casa, con sus mascotas, su loro Pepe, su lorita Pepa, que no solo hablan sino que cantan la canción "La cucaracha" cada vez que ella los convoca a hacerlo. Su presente está en esta ciudad que un día la recibió cuando llegó desde su pueblo. Quizás con sueños distintos a los que abraza hoy, que sus días transcurren entre las dinámicas del trabajo y esa pasión que siente por salir a correr por distintos lugares. "Hoy ya no voy al terraplén, elijo ir a la autopista, salir a la ruta, espacios que me permiten ponerme metas, estimular la mente". Confiesa que lo único que pide es tener buena salud para "seguir corriendo".

"Después ya no pido nada más, solo le agradezco a Dios despertarme cada mañana y que el sol me acaricie la cara, como una invitación para salir a correr", expresa. Y cuando la entrevista termina, la charla transcurre entre la reflexión y las anécdotas. Tiene la sencillez de aquellas personas que han asumido la vida con todas sus pruebas. La gratitud y el gesto alegre que siempre al acompaña, visten el relato de un tono acogedor. La mirada hacia atrás la encuentra satisfecha y feliz, y en perspectiva, la vida le muestra que por delante hay nuevas metas por alcanzar. Confía en ella y sabe que, en el atletismo y en la vida, tiene a su favor el principal capital que una persona puede poseer: su buen obrar y esa cuota de valentía que se necesita para asumir cualquier reto.


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