Perfiles pergaminenses

Daniel Tortonesi, un luchador incansable que edificó su vida sobre la base del trabajo


Vivió su infancia y adolescencia entre Urquiza y Villa Da Fonte. Se insertó en el mercado laboral desde muy chico y gracias a su carácter emprendedor supo abrirse camino hasta formar su propia empresa, un negocio dedicado a la venta de materiales eléctricos. Papá de cuatro hijos y abuelo, disfruta de sus vínculos afectivos y encuentra en ellos su refugio.

Daniel Alejandro Tortonesi tiene 62 años y el propietario de una conocida empresa dedicada a la venta de materiales eléctricos que forjó su destino a fuerza de desafiar la adversidad y emprender siempre detrás de objetivos claros y precisos. Traza su Perfil Pergaminense en un cálido diálogo mantenido con LA OPINION, una tarde de sol y en un alto de jornadas en las que intercala el trabajo con el tiempo que dedica al cuidado de su nieto, Pedro, de apenas un año y medio. Con la vida ha aprendido a tomarse tiempo para las cosas valiosas y siempre supo que lo importante era la compañía de la buena gente y el tiempo de calidad compartido con los afectos. Lo demás se lo dio el trabajo y la palabra que siempre honró en cada operación comercial.

Cuenta que nació en el Hospital San José, pero vivió en Urquiza. Hasta los 10 años en el pueblo y luego en la campiña, en Villa Da Fonte. Su papá fue Leonardo Américo, hijo de un inmigrante italiano; y su mamá Nélida Noemí, nacida en Urquiza. "Mi abuelo vivió en el campo de Villa Da Fonte hasta mis 10 años, cuando él se jubiló se mudó a Urquiza y nosotros nos trasladamos al campo junto a mis padres y a mis hermanas Mariana y Andrea, mellizas, que tenían apenas unos meses", relata.

"Yo hice hasta quinto año en la escuela de Urquiza y cuando nos mudamos, terminé en la Escuela N° 13, un establecimiento rural que tenía un solo salón y una única maestra", menciona y recuerda ese tiempo. "Siempre acompañaba a mi padre en bicicleta, cada tarde, a encerrar a los terneros para ordeñar al día siguiente", refiere y acerca el recuerdo de su abuela Segundina, el café con leche, y el pan con manteca, el dulce de batata y el queso. "Disfruté mucho a mis abuelos paternos", agrega.

Cuando fue momento de iniciar el secundario comenzó a viajar a Pergamino para cursar en el Comercial. "Dos meses antes de terminar, nos mudamos a la ciudad y nos establecimos en el barrio Acevedo. Mi padre siempre había sido tambero y la actividad del campo, por los vaivenes del país, no rendía lo suficiente. El campo que mi abuelo había alquilado por más de 50 años fue rematado, se desarmó el rancho y para mi amado abuelo, ese fue el final, murió poco después".

Empezar de cero

Llegaron a la ciudad para comenzar de cero y se establecieron en el barrio Acevedo, en Matheu entre España y Guido. "Con mi padre hicimos algunas changas en el campo, después él se enfermó y seguí solo. Más tarde nos hicimos cargo del lavadero de autos de la estación de servicio Sitec, propiedad de mi tío, Mario Giani. Después conseguí trabajo en una planta de silos de Manuel Ocampo Grandilo S.A."

"Empecé como balancero, pero era muy inquieto, así que ayudaba al gerente con la entrada del cereal y al socio de transporte de la empresa, Miguel Alvarez, en lo concerniente a los choferes y balances mensuales. En el año 1979 los dueños de la planta, Grandío y López, importan Toyota de Japón y comienzo a encargarme de la distribución de las unidades. Cuando Miguel Alvarez muere de Mal de los Rastrojos, me preguntan si me animaba a tomar su lugar y encargarme de los camiones. Con 21 años tuve 42 camiones a cargo; fundé un taller para hacer toda la mecánica en la planta que funcionaba en Manuel Ocampo".

En el año 1989, cuando la actividad de la planta comenzó a decaer, tomó una oportunidad laboral que se le presentó a través de una compañía agrícola en Brasil. Se estableció en el vecino país unos meses y regresó a la Argentina para "empezar otra vez de cero".

"Realicé un par de viajes con un amigo que tenía una distribuidora de juntas de automotor, pero no me convenía. A través de un primo que era viajante de una empresa de materiales eléctricos, me presentó en algunas fábricas y comencé como viajante", cuenta y recuerda que viajaba a Buenos Aires en el tren de la madrugada y volvía en el mismo tren por la noche. "Sin ninguna cartera de clientes tomé algunas representaciones y comencé a vender materiales eléctricos no solo en Pergamino sino también en Rojas, Colón, Salto, San Nicolás. Tenía un auto cero kilómetro que había comprado en un plan, que se transformó en mi herramienta de trabajo".

El negocio propio

Al tiempo de estar en el rubro fue encontrándole la vuelta al negocio y puso su propia distribuidora. Comenzó en el garaje de la casa paterna, después alquiló un local en la esquina, una casa vecina y otro local a la vuelta. Cuando lo relata, se ve a sí mismo cargar los pedidos en un carrito que trasladaba por las veredas del barrio de un depósito a otro.

"A medida que crecía mi distribuidora, me iba desligando un poco de algunas para las que trabajaba y me iba quedando solo con las fábricas que a su vez me dieron representaciones en varias provincias", acota.

"En un momento surgió la necesidad de contar con un único local donde poder poner toda la mercadería. Pero si bien me iba bien, no tenía dinero para comprar un inmueble. Consigo hacerlo a través del padre de una amiga que me facilitó los dólares que necesitaba para adquirir un local que se vendía en el barrio Centenario, que es donde hoy funcionamos".

De la época en que la palabra era un documento, Daniel honró esa deuda devolviendo la totalidad de ese dinero, acondicionó el lugar y abrió las puertas del negocio Permatel, un espacio que desde entonces se nutre del esfuerzo y la dedicación que pone a la tarea. "Tengo la suerte que mis hermanas y mi cuñado Jorge trabajan conmigo y son un puntal", resalta.

Una dura prueba

En el año 2019 una molestia física que experimentó al regresar de un viaje de vacaciones lo llevó al médico, a la realización de múltiples estudios hasta llegar a un diagnóstico que puso la vida entre paréntesis. Se sometió a tratamientos, a un autotrasplante de médula y pensó que podía morir. Cuando lo relata, el tono de la voz mantiene la conmoción de ese momento inicial, como traduciendo una emoción muy difícil de describir con palabras.

Recuerda que poco tiempo después del diagnóstico comenzó la pandemia, razón por la cual el aislamiento que le imponía su condición de salud coincidía con el que todo el mundo estaba haciendo de manera obligada. "Ahí aprendí lo que era el trabajo a distancia, encerrado en la habitación de la clínica trabajaba y me comunicaba con mis clientes a través del celular", relata.

Reconoce que el diagnóstico fue muy duro. "Mi primera sensación fue 'me muero mañana' y frente a ello el impuso de ordenar todas aquellas cosas que hacía solo yo, sin delegarlas. Después uno va entendiendo que hay tratamientos, que hay gente que se recupera y ese impacto inicial, cambia. Y acá estamos, hoy solo con controles médicos periódicos".

El tránsito por la enfermedad le enseñó muchas cosas. Lo ayudó a caminar a otro ritmo, aunque siempre fue una persona dispuesta a permitirse esos tiempos de disfrute para conectar con las cosas esenciales de la vida.

Su núcleo afectivo

Su principal sostén es su familia. En 1988 conoció a su esposa Gricelda Temprana en Specktra, tres años después se casaron y se mudaron a una casa que habían comprado en el barrio Luis Sandrini. Fruto de su matrimonio nacieron cuatro hijos: Leonardo Daniel (31), Laureano (28), Paula Sol (26) y María Luz (22). Habla de ellos con orgullo: "El mayor es jugador profesional de básquetbol y juega en Italia, donde está viviendo desde el año pasado. Está en pareja con Paula Del Casale. Laureano también es jugador de básquet profesional y emigró a Italia en Semana Santa con su novia, Sol Bocanera, que es arquitecta. Mi hija Paula está al frente de Torto's, la pastelería. Está en pareja con Martín Delfino que es abogado y tienen a Pedro, de un año y medio. Y la más chica, María Luz estudia abogacía en Rosario, maneja las redes del negocio de su hermana y ama la pastelería. Está de novia con Federico Gobetti, estudiante de Ciencias Económicas y jugador de básquetbol".

Siente que sus hijos son parte de una generación que "busca irse y nutrirse de experiencias" y como familia aceptan cada decisión en el ejercicio de la libertad. "Siempre tratamos de que nuestros hijos forjaran su propio camino y estamos muy felices de poder acompañarlos". 

Cuenta que su esposa está jubilada. Durante muchos años trabajó en el campo de la Educación Especial. "Trabajó en la Escuela N°503, siempre disfrutó de su tarea y se dedicó a criar a nuestros hijos con dedicación".

"Hoy ya retirada de la docencia, es el pilar de nuestra hija, a quien ayuda en el negocio, con la decoración del local y detalles suyos que están siempre", menciona, agradecido a la vida por esos puntales afectivos. Su universo íntimo se completa con los amigos incondicionales. "Tenemos un grupo de matrimonios con los que viajamos y nos juntamos siempre".

"La amistad es una palabra grande, y tengo excelentes amigos, uno de ellos de la adolescencia es Miguel Colavita, padrino de una de mis hijas. Viajando también he conocido mucha gente valiosa con la que mantengo un vínculo", resalta.

En el plano de los proyectos, viajar a Italia para visitar a los chicos aparece como lo más cercano. Por lo demás, siente que "todo está hecho".

"Creo que con lo que hice, ya está; mantener lo que uno tiene para que la familia y los empleados puedan estar bien es mi aspiración", señala este hombre que valora la confianza y se siente agradecido. En lo personal, se define como "un luchador, alguien que nunca bajó los brazos a pesar de que la vida me ha puesto frente a muchas pruebas. Siempre sentí que podía". 

Su refugio

Sobre el final, vuelve sobre su familia y se refugia en el presente, donde cada día se alegra con la sonrisa de su nieto con el que pasan varias horas al día. "A pesar de que siempre trabajé mucho, acompañé a mis hijos en el deporte, los varones salieron de Sports, e hicieron una hermosa carrera. La más chica jugó al tenis hasta los 15 años. Con los cuatro viajamos mucho y ese mano a mano fue hermoso en nuestra relación. Y ahora los nietos llegan como combustible. Pedro representa la fuerza", refiere. Y al decirlo su mirada se ilumina. Celebra ese disfrute, en la convicción de que, de la mano de su familia, en el horizonte, está el futuro.


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