Perfiles pergaminenses

Rubén Ponce: chofer, gasista y un apasionado de trabajar para brindar lo mejor a su familia


Rubén Ernesto Ponce trabaja como gasista oficio que conoce como la palma de su mano

Crédito: LA OPINION

Rubén Ernesto Ponce trabaja como gasista, oficio que conoce como la palma de su mano.

Tiene 72 años, y aunque está jubilado, sigue en actividad ejerciendo un oficio que aprendió siendo muy joven. Inquieto, solidario con la gente, siente que la vida le ha dado las posibilidades de desarrollar tareas que le dieron muchas satisfacciones y le permitieron forjar su destino, sostenido siempre por el amor de sus seres queridos de los que disfruta plenamente.

Rubén Ernesto Ponce tiene72 años. Durante muchos años fue chofer de micros de larga distancia y siempre fue gasista. Nació en Rosario, provincia de Santa Fe, y al mes de vida lo trajeron a la casa de sus abuelos maternos Josefa y Ramón en la localidad de El Socorro. Allí vivió su primera infancia. Sus padres fueron Domingo y Delfa. Tiene dos hermanos: César (73) y Ramón (71).

"Todos fuimos muy seguiditos y por esa razón me crió mi abuela Josefa. Mi mamá enseguida quedó embarazada de mi hermano más chico y el mayor también era muy pequeño, así que me trajeron a casa de mis abuelos, donde viví hasta los 5 años", refiere, marcando la razón por la cual su primera infancia transcurrió en El Socorro. "Me reencontré con mis papás cuando ellos decidieron establecerse en Pergamino por cuestiones laborales de mi viejo", agrega.

Su papá trabajó en "La Martona" y después es "La Serenísima". Su mamá fue ama de casa y cuando su papá falleció comenzó a trabajar en casas de familia. "Ellos siempre trabajaron mucho y nos inculcaron esa cultura del esfuerzo", menciona.

De su infancia guarda lindos recuerdos. "Fue una niñez común", señala, marcando en esa apreciación la libertad con la que se creía en su época de la mano de juegos sencillos y costumbres propias, primero de una localidad rural, y luego de una ciudad que no era tan grande como ahora. "Al llegar a Pergamino nos instalamos en Ramón Raimundo y Perú, enfrente a la cancha de Racing, donde jugué al fútbol siendo chico", relata. Y precisa que el tiempo de su infancia transcurrió entre amigos y deporte, en un barrio donde se podía jugar en la calle.

Fue a la Escuela N° 10 y allí completó toda su escolaridad. "La primaria fue el único estudio que tuve", remarca. El resto de los aprendizajes se los dio la vida y su vocación de forjar su propio camino siempre en busca de poder progresar.

"Siempre me gustó ganar mi propio dinero. Teniendo entre 9 y 10 años, todavía yendo a la escuela, como no teníamos heladera en casa, me mandaban a comprar hielo. Fue así que empecé a traer no solo para nosotros sino a algunas familias vecinas que me pagaban por ese mandado. Podría decir que ese fue mi primer trabajo", relata.

Fue uno de sus vecinos, "Peludo" Teco, quien cuando Rubén tenía 11 años le ofreció trabajar como tapicero. Le enseñó la tarea y allí trabajó tapizando sillas hasta los 14 ó 15 años.

Siempre de la mano de su vocación de formarse en un oficio, incursionó en el tema del gas y lo hizo en la firma Taraborelli. Rubén es parte de una generación que podía aprender inserto en un mercado laboral que contaba con firmas que funcionaban como verdaderas escuelas. "Ingresé a través de un conocido de mi padre, y allí fui aprendiendo. En esa época se trabajaba reformando cocinas de kerosene a gas. Nos dedicábamos a eso, ya que habían aparecido las primeras cocinas a gas, pero muchas familias todavía tenían las que funcionaban a kerosene", describe.

Una vez aprendido el oficio de gasista, lo acompañó por siempre. Pero a la par de ello deambuló por diversas actividades. Trabajó en varias estaciones de servicio, también en un taller que funcionaba frente al Bar Querede, donde aprendió a soldar.

La convocatoria al Servicio Militar puso entre paréntesis su vida laboral durante un tiempo. "Me tocó en Esquel, donde estuve durante un año", cuenta. Y agrega: "Era lejos, pero no me quejo de esa experiencia porque dentro de todo tampoco estuve tanto tiempo. Fui en la última baja y me vine en la primera".

El colectivo 

Un gran capítulo de su vida laboral se escribió en su desempeño como chofer de micros de larga distancia. Al regreso del Servicio Militar se incorporó a la empresa Tirsa. "En ese momento éramos como 90 choferes", menciona. Y refiere que trabajó para la empresa hasta que cerró y continuó seis años más con la firma que la compró, "Costera Criolla". "Después me jubilé".

Confiesa que le apasionó la vida de chofer, la posibilidad de conocer muchos lugares, de andar siempre de un destino a otro. Pero aclara que siempre realizó en paralelo otras actividades laborales. "Mi tarea de gasista me acompañó siempre. También estuve en Pagoto, la empresa metalúrgica, pero lo cierto es que el colectivo era mi empleo formal y el que me demandaba más tiempo".

Guarda inolvidables anécdotas de su andar en las rutas. Y a pesar de los enormes sacrificios que supone ese trabajo, hasta el día de hoy lo añora. "Algunas noches me despierto a la madrugada y cuando no puedo volver a conciliar el sueño, pienso en qué lugar estaría a esa hora si estuviera arriba del colectivo. Cuando hacíamos viajes a Mar del Plata, a las 3:00 de la madrugada estábamos en Castelli, haciendo una parada para tomar un café", rememora.

"El colectivo me dejó muchas vivencias y las recreo cada vez que me reúno con compañeros de Pergamino y Rosario. Hasta el día de hoy extraño el andar", recalca. Y trae a la conversación la anécdota del día que rumbo a Mar del Plata, en Castelli, una pasajera le pregunta cuánto faltaba para Buenos Aires, un destino que habían pasado hacía varias horas. "Fue tremendo, era un sábado a la madrugada, tuvimos que quedarnos hasta poder embarcarla en otro coche. Esa es una de las tantas que te pasan arriba del colectivo. En las rutas, como los camioneros, ves de todo, lo bueno, lo malo, lo imprevisto". 

El gasista

Cuando se jubiló y ya no se subió más al micro se abocó de lleno al desarrollo de su oficio como gasista. Hoy trabaja en su propio taller y presta sus servicios también para algunas garantías de la empresa Pardo Hogar. Le gusta lo que hace y sobre todo el contacto con sus clientes. "Uno se nutre del diálogo con las personas", afirma.

Inquieto y siempre dispuesto a trabajar, también estuvo en un lavadero de autos que funcionaba en Salta y Ameghino, hasta que cerró. "Hoy me dedico de lleno al gas y estoy tranquilo", agrega.

Comenta que en lo habitual su día arranca a las 6:00 de la mañana. Unos mates son su desayuno y ahí arranca su rutina laboral. Se instala en el taller o sale a visitar a algún cliente. "Eso me lleva todo el día, pero me gusta mucho mi trabajo, así que lo hago con gusto".

Su familia

Rubén está casado con María Elena Franco desde 1975. Se conocieron cinco años antes en un baile y nunca más se separaron. "En aquella época era común ir a bailar, muchos bailes se realizaban en casas, era muy lindo. Así nos conocimos, nos pusimos de novios, nos casamos y conformamos nuestra familia", señala. Y cuenta que su mujer fue empleada de la emblemática fábrica Annan de Pergamino.

Tienen tres hijas: Evangelina que vive en Rosario y trabaja en un instituto médico; Carla y Bárbara que viven en Pergamino, una de ellas es ama de casa y la otra tiene un emprendimiento de costura. Ambas están en pareja. "Tenemos cuatro nietos: Brisa, Bautista, Delfina y Sofía de los que disfrutamos mucho", añade resaltando que su familia es un gran pilar y la mejor construcción de su vida.

Sabe que su trabajo le quitó mucho tiempo. Que hubo momentos en que en su casa era "una visita", pero tiene la convicción de que ese sacrificio rindió sus frutos y hoy la vida le permite disfrutar plenamente del presente, del afecto de sus hijas y nietos. "La llegada de los nietos me ha dado la revancha, porque a mis hijas quizás no pude disfrutarlas tanto porque los choferes no teníamos fines de semana, ni feriados, incluso algunas veces no estábamos ni para las Fiestas, pero a los nietos los puedo disfrutar y compartir mucho con ellos".

Agradecido por las posibilidades que le brinda el presente, Rubén se hace tiempo para salir a caminar. Antes jugaba al padel, pero ya no. Hace unos años afrontó un severo problema de salud del que se recuperó y sabe que la vida le dio otra oportunidad que abraza. "Tuve leucemia en 1997 y me recuperé. Hace unos años, sin haber fumado nunca ni tomado alcohol, debieron colocarme un stend por una afección cardíaca, así que me cuido mucho y soy consciente del valor de la vida", resalta este hombre que no tiene asignaturas pendientes, pero que sí lamenta el hecho de no haber podido compartir unas "buenas vacaciones en familia cuando mis hijas eran chicas".

"Salir de vacaciones todos juntos es algo que siempre quedó por hacer. Porque con mi trabajo en el micro se complicaba. El ser chofer de larga distancia te aleja de algunas posibilidades. Condiciona bastante la vida social y te hace perder algunas cosas", describe. Y aclara: "Pero no me quejo porque también es un trabajo hermoso que siempre hice con mucho compromiso".

Cuando habla de esto, pone en valor la enorme tarea que realizó su esposa mientras él estuvo lejos. "Yo tuve mucha suerte de cruzarme en la vida con una mujer que siempre se ocupó de todo. Yo traía el sueldo, pero ella cuidaba de las nenas cuando se enfermaban, las llevaba al colegio, preparaba los cumpleaños, yo casi siempre llegaba cuando estaba todo listo. Fui muy afortunado y hoy en día disfruto mucho con mi familia que para mí es lo principal. Con mi esposa somos muy unidos y compañeros".

Cuenta que les gusta viajar y lo hacen cada vez que pueden. "Cuando hay un fin de semana largo, con un matrimonio amigo organizamos algún viajecito, nos gusta mucho a los dos y tenemos la posibilidad de hacerlo. Nos encanta".

Sobre el final, cuando reflexiona sobre el futuro, lo imagina trabajando. "No tengo sueños por cumplir, siempre que pueda estar en actividad, ayudar a alguien que necesite una mano y estar bien con mi familia, estoy hecho", afirma, agradecido y confiesa que entre los muchos trabajos que tuvo y aunque todos le gustaron mucho, si tuviera la posibilidad de elegir, elegiría el colectivo. Quizás porque siempre le gustó andar, caminar, viajar, descubrir, eso que hoy hace en su tiempo libre, más despojado de responsabilidades, junto a los suyos. "Gracias a Dios estoy tranquilo, no podría pedirle a la vida nada más", concluye.


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