Perfiles pergaminenses

Mirta Di Santo, docente de alma, con la coherencia como bandera en sus clases y en la vida


Mirta Di Santo docente de Historia Lengua y Literatura y dueña de una historia de vida comprometida con la educación

Crédito: LA OPINION

Mirta Di Santo, docente de Historia, Lengua y Literatura, y dueña de una historia de vida comprometida con la educación.

Dueña de una fuerte vocación, abrazó la tarea en el aula con compromiso, sin abandonar nunca el tiempo que con amor dedicó a su familia. Siempre buscó el modo de nutrir su espíritu y así fue construyendo su mejor versión. Inquieta, disfruta de las rutinas que le propone su presente, aunque extrañando aún aquellas horas de "tiza y borrador" que la hicieron tan feliz.

Mirta Di Santo es docente jubilada y lleva su condición de educadora en el alma. Aunque hace varios años dejó las aulas, sigue extrañando las rutinas de preparación de sus clases y el encuentro cotidiano con aquellos que aprendieron conceptos de historia, lengua y literatura de su mano. Abraza los valores de la buena educación con convicción y jerarquiza la tarea docente, tan desvirtuada. Siente que en materia educativa "no todo está perdido" y se anima a mirar el futuro con esperanza.

Acepta la entrevista para trazar su "Perfil Pergaminense" y recibe a LA OPINION en la intimidad de su hogar. Una biblioteca sirve de marco a una charla cálida y distendida. Tiene 73 años y un espíritu jovial que la mantiene activa y con ganas de emprender siempre nuevos proyectos. Cuenta que al nacer ella, sus padres vivían con sus abuelos en calle Lorenzo Moreno y a los tres años se mudaron a la casa que su padre construyó en Marcelino Ugarte. Es el lugar en el que actualmente vive. 

Sus padres fueron Domingo Di Santo y Ofelia Rebecchini. El, maquinista de primera del Ferrocarril Belgrano y ella, ama de casa. Tiene una hermana seis años menor, Silvia. "Mis padres siempre estuvieron atentos a nuestras necesidades, no sé si me daban mucho o poco, pero me alcanzaba. Siempre fui dócil, aunque tengo mi parte revolucionaria; cuando me enojo, soy brava", sostiene, esta geminiana nacida un 4 de junio.

Fue a la Escuela Primaria N° 5 que funcionaba en la Avenida. Recuerda que iban caminando y se detenían a comer moras de un árbol de la plaza, que aún existe. Conserva inolvidables vivencias de su niñez y adolescencia. Hizo el secundario en el Colegio Normal y egresó con el título de maestra normal nacional. Continuó sus estudios terciarios en la misma institución, cuando se creó el Profesorado anexo y allí se recibió de profesora nacional de Historia, Lengua y Literatura. Desde siempre tuvo vocación docente: "Si me muero 20 veces y 20 veces vuelvo a nacer, 30 veces volvería a ser docente. Sentí mucho dejar el aula. Soy muy feliz, pero nada de lo que hago hoy se compara con el tiempo invertido en formar a mis alumnas y alumnos".

Antes de recibirse, trabajó en la delegación local del Ministerio de Trabajo. En el terreno de la docencia, comenzó haciendo una suplencia en el Instituto "Juan Anchorena" de Urquiza y luego en el Hogar de Jesús, donde se había creado un secretariado comercial para las chicas que se alojaban en el Asilo. "Fue una experiencia maravillosa, trabajé con chicas que necesitaban mucho cariño y comprensión".

"Después se pensó en extender ese secretariado comercial y crear un ciclo de cinco años y así nació el proyecto que dio vida al Instituto Comercial Gianelli, una iniciativa que impulsó María Teresa Mainetti, la hermana Carmela, y de la que tuve la dicha de ser parte", menciona y recuerda que sus primeras clases fueron de Historia.

En paralelo, tomó horas de Lengua y Literatura en el turno nocturno de la Escuela Nacional de Comercio, hoy Escuela de Educación Media N° 6. "Eran dos mundos diferentes y los amé a ambos. Trabajaba a la mañana y a la noche y durante la tarde me quedaba con mis hijos", agrega.

Su familia

Mirta se casó con Jorge Español, a quien conoció en un corso de la localidad de Mariano H. Alfonzo. "Yo había ido con una amiga que participaba de una comparsa. Había llevado mis libros para estudiar para un examen y lo gracioso de la anécdota fue que el compañero de mi amiga me consiguió un traje y me llevó a bailar con ellos. Jorge estaba en ese corso y allí nos conocimos, comenzamos a hablar, nos pusimos de novios y ocho años después nos casamos. Llevamos 44 años de casados. El estudiaba Veterinaria en Buenos Aires, abandonó en momentos muy complicados de la carrera y regresó a Pergamino donde comenzó a dedicarse a la electricidad del automotor, una actividad que se transformó en su pasión. Tuvo su propio taller hasta que se jubiló".

Tienen tres hijos: María Eugenia, psicóloga, casada con Pablo Pinco. Juan Ignacio, analista de sistemas, casado con Guillermina Carrón, y Nicolás, veterinario, en pareja con Juli Dios. Son abuelos de tres nietas: Emilia, Juanita y Guadalupe. "Tenemos una hermosa familia, mis hijos son de buena madera", resalta agradecida.

Un camino provechoso

Se jubiló en 2011. "La jubilación me llegó un jueves, cuando me avisaron que al día siguiente ya no tenía que ir más, sentí algo muy fuerte. No sé si estaba realmente preparada. Pero recibí tanto cariño, todos se ocuparon de agasajarme y hacerme sentir muy querida en esa despedida. Tanto en el Gianelli como en el Comercial me mimaron mucho".

"Estuve en tiempos importantes de la educación y en épocas en las que hubo muchas transformaciones. Cada una de ellas las tomé como desafíos, incluso estuve en EGB y Polimodal", refiere.

"También tuve el privilegio de ser docente en la Unnoba, en la instancia inicial de la universidad cuando se dictaba un taller de articulación para los primeros ingresantes", agrega.

Defensora de la educación, hasta el día de hoy el encuentro con exalumnas y alumnos es un alimento para el alma. "Me brindan mucho cariño y me recuerdan anécdotas que con el paso del tiempo había perdido. Me encontré con una alumna del Gianelli que me recordó que para evitarse una mala nota de mi parte se había tenido que 'tragar' literalmente un machete que había hecho para copiarse. Y también me encontré con un alumno que me recordó una mesa de examen del Comercial en la que me tocó ser vocal. La profesora que estaba al frente de la mesa era muy estricta. Este alumno -que al leer este relato va a saber quién es- aprobó el escrito, pero desaprobó el oral por un error que cometió casi involuntariamente. Esta docente lo aplazó y fue tal su enojo por lo que consideraba una injusticia que nos esperó hasta casi la medianoche para reclamar por su nota. Tuve que acompañar a la docente caminando hasta su casa porque sentía miedo. Yo tenía la certeza de que no nos iba a suceder nada, porque conocía al alumno. Pero igualmente fue un momento de tensión, que ahora recordamos con risa por lo que a la distancia resulta una picardía", relata.

 "A otro alumno le tuve que poner una muy mala nota porque se había preparado un machete con escarbadientes y un papel milimétrico. Al descubrirlo, recuerdo que le dije: 'Debería ponerte un 10 por la creatividad del machete'", agrega.

El valor de la coherencia

Siempre ejerció su labor con coherencia, asumiendo que el hacer docente es una tarea fundamental. "Frente al aula el docente es un espejo en el que el chico se mira, aunque esté distraído. Es un vínculo de confianza que se establece y que nunca hay que traicionar porque jamás se recupera si se pierde", reflexiona.

Esa convicción es la que sostuvo el ejercicio de su profesión y esa coherencia la que la acompaña en la vida.

De tiza y borrador

Reconoce que no sabe de dónde surgió su vocación, pero menciona que desde chica quería tener una tiza y un borrador para jugar con el pizarrón. "Trabajé con tiza y borrador, no había otros dispositivos", resalta y señala que siempre buscaba formas de llegar a sus alumnos mostrándoles los contenidos de un modo atractivo. "Me tocó dar educación democrática, una materia que fue cambiando de nombre en distintos momentos de la historia. En la época del proceso, como no había textos trabajábamos con diarios y nos hacíamos de material para dar nuestras clases del modo en que podíamos".

"También viajaba mucho con mis alumnas del Gianelli. Vendíamos rifas y organizábamos salidas para que conocieran distintos lugares. Así fuimos al Congreso de la Nación, al Teatro Colón, al Cabildo. Era muy nutritivo como experiencia", agrega.

Nutrir el espíritu

Al jubilarse se interrogó sobre sus propósitos y el sentido que quería darles a las rutinas de su vida cotidiana que ya no iban a tener el aula como escenario. "Me respondí que en mi esencia yo no era 'Doña Rosa', que necesitaba hacer algo que me llenara el espíritu. Comencé a hacer Coaching en la Unnoba. Allí conformamos un grupo muy lindo, 'Las Guapas'. Después aprendí computación, inglés y decoupage".

"También me dediqué a viajar. Hice terapia para perderle el miedo a volar y cuando lo logré ya no quería bajarme del avión", bromea y confiesa que aún tiene pendiente conocer Grecia y Egipto. Disfruta de viajar con amigas y se define como "una persona sociable".

"Honro la amistad, y los amigos que tengo son de ley", resalta. Con el paso del tiempo y la vida aprendió que "en cualquier vínculo nadie puede dar lo que no sabe o lo que no tiene. Intento aceptar a los otros tal cual son, y pretendo lo mismo".

La alegría como consigna

Inquieta, y siempre en busca de esa cuota de alegría que se necesita para vivir, menciona que hizo teatro y recuerda con una sonrisa inmensa a su madre, con la que compartió esa experiencia. "Yo había ido con Jorge Grasso que venía a la Escuela N° 22, con quien hicimos 'Doña Rosita la soltera'. Pasaron los años y un día mi mamá me manifestó su inquietud de hacer teatro. Comenzamos a ir al 'Teatro Varieté' que había creado Omar Re y recreamos las obras de Niní Marshall. Mi mamá interpretaba un personaje que cantaba como Tita Merello y yo hacía el personaje de 'Mingo'. Llevamos la obra a Bellas Artes, la Casa de la Cultura y el Centro de Jubilados y Pensionados. Fue algo muy divertido", relata.

El deseo de vivir

Es precisamente el recuerdo de su madre el que habilita en la charla una reflexión sobre el paso el tiempo. "Mi madre fue una mujer hermosa que siempre sonreía. Era elegante y alegre. Intenté tomar de ella esa esencia, quizás por eso acepto el paso del tiempo, pero no soporto la decrepitud".

Mirta confiesa que anhela vivir mucho. "No tengo un propósito. He cumplido mis metas, pero me gusta vivir", destaca esta mujer sensible, a veces insegura, siempre cariñosa que se preocupa y ocupa por llenar sus espacios para brindar a los demás la mejor versión de sí misma, esa que como hacía con sus clases, se esmera por seguir construyendo, día a día.


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