Perfiles pergaminenses

Juan Antonio Frascarelli: testimonio del valor del trabajo y la bonhomía como llaves de oportunidad


Juan Antonio Frascarelli relató su historia de vida en una clida charla con LA OPINION

Crédito: LA OPINION

Juan Antonio Frascarelli relató su historia de vida en una cálida charla con LA OPINION.

Creció en el campo y desde chico aprendió a realizar tareas rurales. Fue boyero de tambo y tractorista. Más tarde comenzó a trabajar en el transporte de gas desde San Lorenzo a Pergamino. Decisiones acertadas le permitieron crecer, compró su propio camión y se dedicó hasta hace poco al reparto de cilindros de gas "casa por casa". Apegado a su familia, encuentra en ella su refugio y su motor.

Juan Antonio Frascarelli nació en Pergamino, creció en la zona rural en cercanías del camping municipal. "Allí me crié", refiere en el inicio de una cálida charla compartida con LA OPINION. Recuerda su infancia que transcurrió entre rutinas de la vida "de chacarero" y los juegos que convocaban amigos que eran como familia en aquel tiempo.

Sus padres fueron Antonio Frascarelli y su mamá, Argentina Balbi. "Ellos siempre se dedicaron a las tareas rurales. Mi papá era el encargado del campo en el que estábamos y allí había un tambo", señala y habla de sus abuelos que eran italianos. "Tanto los maternos como los paternos habían venido de Italia", menciona recreando tradiciones de esas raíces con las que creció. También habla de su hermana Cristina, más chica que él. 

La simpleza es el común denominador de su relato. Quienes lo conocen aseguran que "es un hombre de bien". Tiene la mirada clara y un modo de decir las cosas, sereno. Sin embargo, advierte que es tranquilo "hasta que alguien lo hace enojar". Pocas veces se enfada y casi nunca discute. Le da valor a la palabra y se expresa de manera honesta para hablar de cosas sencillas, esas que nutren la vida cotidiana.

Para concurrir a la escuela, iba a caballo hasta la casa de una familia amiga, y desde allí tomaba el colectivo "rojo" y llegaba hasta la Escuela N° 41, hoy 62. En ese tiempo las distancias parecían más extensas de lo que se vivencian hoy. No sabía que ese hecho mínimo y diario de dejar ese animal al cuidado de su amigo en aquella casa era algo que iba a marcar el rumbo de su destino. Allí vivía la hermana de su amigo y quien con los años se iba a transformar en su esposa. Ella está presente en la entrevista y al escuchar el relato, se entrecruzan una mirada que conserva la complicidad del primer día. Han tenido y tienen una hermosa vida compartida.

"Yo dejaba el caballo en la casa de ella, Norma Illoa. Por ese entonces yo ni sabía que íbamos a ser compañeros de camino", afirma, y sonríe.

Vuelve a las anécdotas escolares para acercar anécdotas de ese tiempo compartido entre compañeros de aula, en el turno intermedio. "Cuando terminaba la jornada escolar, hacíamos el recorrido a la inversa hasta llegar al campo y ahí nos esperaban largas tardes de juegos, había tambo, así que había chicos que vivían allí, y era sencillo reunirse para jugar a la pelota y correr liebres, andábamos a caballo todo el día".

"Al egresar seguí el secundario en el Colegio Industrial. Pero era mucho sacrificio, las distancias entre la escuela y la chacra eran enormes. Hice dos años, y dejé de estudiar", describe.

Una dedicada vida laboral

Se abocó de lleno a la vida laboral desde entonces. "Mi primer trabajo era de boyero, me levantaba a la una de la mañana para encerrar a las vacas para el tambo", relata. "Pero ya para esto, antes, había juntado maíz".

Desde chico comprendió que el trabajo era la llave para alcanzar cualquier meta. "Un amigo de mi padre, Don Jesús Ricardo Iglesias, empezó a traer las motos 'Ducati' a Pergamino. Todavía no habían llegado cuando mi papá me propuso que saliéramos a juntar el maíz para comprarla y pagar la transferencia. Durante un año junté maíz para comprar esa moto. Y después seguí yendo a la escuela un tiempo más, hasta que dejé y comencé a trabajar más de firme".

"En una ocasión la Cooperativa de Tamberos compró un tractor y me eligieron a mí para que fuera el tractorista. Así que ahí pasé de ser boyero a andar de un campo a otro trabajando. Algunas veces volvía a mi casa los domingos cuando no tenía tarea".

Dejó el campo en el año 1968 cuando ingresó a trabajar a Lucini. "Tenía 23 años, y aquella firma era un emblema de Pergamino", refiere y destaca que trabajó allí hasta el año 1977, que la empresa empezó a andar mal. Tomé una propuesta que me hizo mi concuñado, que había ganado la licitación para traer gas de cilindro de San Lorenzo a Pergamino".

Con esa propuesta laboral comenzó a trabajar en el camión, viajando para traer el gas. "En Lucini había sido gruero. Y ahora me dedicaba a algo completamente distinto", menciona, versátil y abocado al trabajo.

"Traía el gas desde San Lorenzo hasta Pergamino. Me dediqué a eso durante muchos años. Y quien tenía la concesión del gas, Trotta, me incentivó a que me comprara un camión porque el emprendimiento se iba agrandando. Trabajando compré el camión y cuando lo tuvo, me propuso que empezara a repartir". Esto que relata ocurrió en marzo de 1980 y el reparto se transformó en su tarea diaria hasta que se jubiló. "repartía casa por casa los cilindros de gas", menciona y reconfortado cuenta que nietos de sus clientes iniciales lo han llamado para que les llevara el gas. "Después de tantos años uno establece una relación de confianza con los clientes", destaca.

En verdad dejó de trabajar hace muy poco tiempo. Le costó dejar su tarea, pero sintió que ya era tiempo de disfrutar del descanso y de vivir a otro ritmo.

Su núcleo familiar y afectivo

La vida lo acercó a aquella chica en cuya casa dejaba el caballo, en el año 1970. "Eramos vecinos, pero habíamos dejado de vernos. Yo andaba de un lado a otro y un día, por esas cosas de la vida, nos volvimos a encontrar. El papá de ella tenía un almacén y despacho de bebidas. El hermano me invitó a jugar al metegol, fui, la volví a ver, y diría que ahí fue el flechazo", menciona. Estuvieron un año de novios y se casaron. Comparten la vida desde ese mismo momento en que se volvieron a ver y agradecen el camino que han transitado juntos. Ella es tres años mayor que él y Juan reconoce que siempre la había mirado. "Pero la vida nos había llevado por caminos diferentes, hasta que nos reunió".

Están casados hace 54 años. Tienen dos hijos: Viviana María (53), casada con Cristian Cordo y tienen a Micaela y Danilo Iván (51) que es soltero y tiene un taller de motos.  "Tenemos una hermosa vida. Cuando nos casamos vivimos en calle Bolivia, en una casa que era de mi padre. Más tarde nos mudamos a una quinta de uno de sus tíos. Yo trabajaba en Lucini y ella se quedaba sola con los chicos, pero aunque estaba alejada de la ciudad, era otra ciudad había más seguridad".

Una dura prueba

Cuenta que la inundación de 1995 fue una dura prueba que les tocó atravesar. Por entonces se habían mudado a una casa que había comprado su padre, al lado de donde actualmente funciona la empresa Impla. "En esa inundación perdimos todo. Fue muy doloroso. No nos quedó nada de lo que teníamos", relata. Y agrega que aunque regresaron y vivieron un tiempo más allí tratando de volver a armarse material y emocionalmente, algo había cambiado y ese ya no era el lugar en el que querían vivir. El propietario de Impla les compró el inmueble, y fue entonces que se mudaron a la casa que habitan hoy en el corazón del barrio General San Martín.

"Hace ya muchos años que estamos acá. Fue iniciar una nueva etapa. Nos había quedado el miedo de que la inundación se pudiera repetir y no queríamos atravesar nuevamente esa experiencia tan traumática. De ese modo, cuando surgió la posibilidad, no lo dudamos y nos mudamos a esta que es nuestra casa", resalta Juan, sentado en el comedor diario de ese lugar que siempre está abierto para recibir a la familia y los amigos. 

"Estamos muy tranquilos, tenemos una vida sencilla. Nuestros hijos están bien y tenemos una nieta hermosa de 17 años, y amistades muy valiosas con las que siempre compartimos buenos momentos".

Sus rutinas y sus pasiones

Hoy que ya no trabaja, usa el tiempo para pasear y se entretiene con rutinas sencillas. Le gusta el deporte, ama el fútbol. Jugó de chico en el Club Compañía, pero sus tareas no le permitían entrenar con la frecuencia necesaria. "No podía ir a practicar así que jugué poco tiempo. Pero me gusta el fútbol con locura. Soy hincha de River Plate", refiere y confiesa que su pasión son los deportes motores. "El automovilismo, las carreras del TC, y las carreras de motos", enumera.

"También me encanta viajar y no he tenido muchas posibilidades de hacerlo por el trabajo. En proyectos hay algunas escapadas previstas, para visitar familiares y conocer algún destino", menciona este hombre que siempre encuentra refugio en su familia. "Siempre fuimos muy unidos. Hace unos años mi hija se había ido a vivir a Neuquén, estaba embarazada y recuerdo que en un año viajamos seis veces para verla".

Apegado a esos afectos, asegura no tener demasiadas cosas pendientes más que disfrutar de aquello que la vida esté dispuesta a ofrecerle en estos años de la vida que comienzan a tener el ritmo y el tono del balance: "Gracias a Dios no puedo quejarme, la vida me ha tratado bien. He disfrutado, he trabajado mucho también, en épocas gloriosas como las de Lucini en las que rendía el esfuerzo. Siempre traté de obrar bien, no he tenido problemas con nadie y donde voy, la gente me conoce. Creo en Dios, y le agradezco lo que me ha dado. No pido nada más, solo que me deje seguir disfrutando junto a mi familia y mis seres queridos la vida", concluye con ese modo de decir simple que abarca lo esencial y lo describe.


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