Perfiles pergaminenses

Carlos Norberto Dinatale, un hombre valiente que supo atravesar la adversidad y salir fortalecido


En su taller Norberto Dinatale dialogó con LA OPINION

Crédito: LA OPINION

En su taller, Norberto Dinatale dialogó con LA OPINION.

Enfermó gravemente de Covid-19 en octubre de 2020 y esa experiencia marcó su destino para siempre porque puso la vida en otra perspectiva. Su templanza y fortaleza de espíritu, junto a su fe, fueron atributos de los que se valió para salir adelante. El acompañamiento de su familia le señaló el camino y hoy disfruta del presente haciendo lo que ama.

Carlos Norberto Dinatale, conocido como "el Gringo" tiene 66 años. Nació en Pergamino y vivió toda su vida en el barrio Acevedo. Hijo de Carlos y María Haydeé, tiene un hermano menor, Gerardo. Hizo primer grado en la Escuela N° 8 y a partir de segundo grado, fue a la Escuela N° 4. Guarda muchos recuerdos de su infancia: "Desde chiquito vivía en una casa que al lado tenía un terreno baldío. Mi padre tenía un Ford A y a los 6 años me enseñó a manejar girando a la redonda en ese predio, en primera regulando", relata.

Terminó séptimo grado, sus padres le insistían con la idea de que pudiera seguir estudiando, pero Norberto reconoce que a él no le gustaba estudiar, así que tomó el camino del trabajo. "Tuve un mes de vacaciones y después me puse a hacer los mandados; mi papá era mecánico dental y yo le repartía sus trabajos recorriendo los consultorios de los odontólogos", comenta.

Confiesa que su pasión siempre fue ser mecánico y sabía que debía aprender ese oficio: "De chiquito con un destornillador le desarmaba las sillas a mi mamá".

"Mi padre fue a hablar a la agencia Fiat, de Trotta. El capataz era su amigo. Le pidió que me permitieran trabajar sin pagarme, solo a cambio de que pudiera formarme como mecánico. Comencé y lo único que verdaderamente me interesaba era aprender. Siempre recuerdo que cuando llamaron a cobrar a todos los empleados; me llamaron y me dieron un sobre, regalo del señor Trotta. Me alcanzó para comprarme un pantalón vaquero. Para mí era una alegría inmensa, yo tenía 14 años y había acordado trabajar sin percibir una remuneración. A los pocos meses me ocuparon como empleado, así que ese fue mi primer empleo formal".

Trabajó para la agencia alrededor de un año. Luego consiguió trabajo en el taller de un señor que arreglaba Volkwagen. "Algunos meses después me ocupó Jesús Ricardo Iglesias, en la Avenida, para reparar vehículos y mecánica de tractores y maquinarias. En esa época salió la primera radio para tractores y me las hicieron colocar todas a mí".

"Venía aprendiendo a pasos agigantados porque me gustaba de alma", confiesa y menciona que teniendo 18 años montó su propio taller en su casa, con la ayuda de su padre. "A la casa paterna se entraba por un garaje, había un parrillero y una pileta de natación y había un terreno baldío hacia atrás. Tumbamos el parrillero, la pileta la rompimos y el piso lo usé como taller sin techo. Lo único que hice fue cortarla y armar una fosa de tierra, sin revestimiento", relata, cuando recuerda que a ese lugar comenzaron a llegar sus primeros clientes. Afianzado ya en el oficio, pudo armar un techo de siete metros de largo por tres metros y medio de ancho y eso le permitió dejar de trabajar a la intemperie. Más tarde construyó el galpón y ese fue su primer taller.

La vida familiar

Se casó a los 22 años con María Teresa Colavita. Fue el 10 de febrero de 1979. Destaca que siempre tuvo la ayuda de sus padres para concretar proyectos anhelados, uno de ellos el de construir su casa. "Cuando nos casamos, prácticamente la teníamos terminada", sostiene rescatando el esfuerzo de "haber hecho todo a pulmón". Estuvieron cinco años de novios y llevan 43 casados. "Toda una vida", afirma destacando que su familia es lo más preciado que posee.

Tiene tres hijos: Carlos Gabriel Dinatale (43), es pediatra y cardiólogo infantil y está en pareja con Erica Parra. Y los mellizos, María Verónica (41), profesora de Matemática, casada con Ezequiel Convers; y Juan Pablo (41), comerciante, en pareja con Vanesa Español. 

Habla con orgullo de ellos y de sus nietos: Valentino, Gianfranco, Juan Manuel, Isabella, Rufina y Jeremías. Tiene un bisnieto de tres meses, Constantino.

Hace algunos años complementó la actividad del taller mecánico con una casa de repuestos. "Hoy quedó para mi hijo Juan Pablo y yo sigo con el taller, dedicado a la mecánica de automóviles".

El automovilismo

A los 40 años comenzó a correr en karting: "Corrí durante cuatro años y tuve la suerte de salir campeón en todos. Después corrí seis años en el Turismo Carretera Zonal, terminé cuarto en el campeonato".

Su incursión en el automovilismo se dio de la mano de su "pasión por los fierros" y correr siempre había sido su deseo. "Recuerdo que íbamos a Junín con mis padres los domingos a pasear, había una pista recreativa de karting y siempre me gustaba andar. Siempre tuve la ilusión de poder correr, pero mis padres tenían mucho miedo y nunca me dejaron hacerlo", relata, hablando de un anhelo que quedó ahí, latente. "Siendo ya grande un día me pagan un trabajo con un karting, así que esa fue mi oportunidad de comenzar a correr un par de carreras nocturnas. Se me rompió el motor, así que salí subcampeón, pero me entusiasmé, preparé el karting. Mi madre fue la primera que lo aceptó y mi padre después de unos meses me fue a ver a Baradero donde se corrían dos finales. Tuve la suerte de ganar ambas, y le regalé un trofeo a mi padre y otro a mi suegro. Cuando dejé de correr, cerré un ciclo que fue satisfactorio".

La bicicleta

En el presente su actividad física es la bicicleta. Una afección en su rodilla lo llevó a subirse, y aunque no lo hace de manera competitiva, hizo la carrera de Río Pinto "no para ganar sino para llegar".

"Salgo a pedalear en grupo. Estuve con 'Los Pechitos Azules', con el grupo del' Bar Mitre', con Gustavo Rodríguez, hijo de Silvia Filomeno. Tengo amigos por todos lados", añade este hombre que encuentra en la amistad un verdadero tesoro.

Una dura experiencia

Norberto enfermó de Covid-19 en octubre de 2020 y experimentó un duro cuadro de esa enfermedad. "Estuve internado con respirador en la Clínica Pergamino. Me contagié trabajando en el taller, también se enfermaron integrantes de mi familia, aunque de forma más leve".

"Estuve cuatro meses internado, ingresé a la clínica el 2 de octubre. Estuve cinco días, me dieron el alta y estando en mi casa volví a tener fiebre y desarrollé una neumonía bilateral. Me internaron nuevamente y ahí comenzó un calvario", relata.

Confiesa que, aunque jamás sintió miedo, lo que vivió fue traumático. El aislamiento, la posibilidad de la muerte, y la incertidumbre marcaron esos largos días. "Sufrí dos paros. Me administraron plasma, a mí y a otra señora que estaba internada al lado mío, separados por un biombo. A las pocas horas esa mujer falleció y lo mismo sucedió con otra paciente. Eso me impactó mucho porque podría haberme ido yo".

"Fue durísimo, mientras estuve con el respirador no recuerdo nada. Y el resto del tiempo casi no podía hablar. En el día solo veía al médico y a la enfermera, ambos parecían marcianos que venían a controlarme con los equipos de protección. Después tuve una internación domiciliaria y eso me permitió recuperar el contacto con mis seres queridos que iban a visitarme puerta de por medio ya que mis defensas habían quedado muy bajas", agrega

Mucho de lo que vivió no lo recuerda y solo lo recrea por los relatos que le contaron. "En un momento le habían dicho a mi familia que lo único que quedaba era rezar".

La capacidad de sus pulmones quedó muy limitada y fue recuperándose de a poco, aunque fue dificultoso. "Yo realmente tomé dimensión de mi estado cuando ya estando en una habitación común pude verme en el espejo. Fue desesperante, yo no era el mismo. Estaba delgado y sin fuerzas".

Dueño de una profunda fe, se aferró a sus creencias religiosas y a su templanza para no caer. "Soy terco y eso creo que me ayudó a fijarme propósitos", sostiene y confiesa que su fe lo sostuvo. "Soy muy creyente, un cuadro de María Crescencia que le habían acercado a mi hijo, me acompañó en la internación. Y viví una experiencia milagrosa: en la internación domiciliaria le pedí al chico que me llevara al baño, me estaba bañando y me largué a llorar con desconsuelo. Al levantar la vista veo la imagen de Dios vestido de celeste y blanco, la imagen de la Virgen del Cerro de Salta, la imagen de la Virgen de Luján y de la Virgen de San Nicolás. De repente escuché la voz de Dios que me decía: 'Hijo por qué llorás si vos podés caminar'. Bajé la mirada y cuando la volví a levantar, ya no vi nada. No quise comentárselo a nadie porque iban a pensar que había enloquecido. Pero fue real. En ese mismo momento solté las muletas y empecé a caminar solo. Abracé al enfermero y lloré como una criatura. Le pedí que no dijera nada. Cuando llegó mi familia les mostré que podía caminar y fue como empezar de nuevo".

Volver a trabajar

Cuando se estaba recuperando sufrió un robo en el taller y en la casa de repuestos. "Ese día me hice traer al trabajo. Empecé a venir, cada día un rato más. Después llegó el cumpleaños de mi hijo, de mi nieto y el mío el 24 de diciembre. Fueron mis primeras salidas, iba en silla de ruedas, después con muletas y me tomaba mis ratos para descansar. El acompañamiento de mi familia fue un pilar".

Hoy tiene una vida normal, pero hay secuelas que aún no se fueron. Lo que cambió fue su perspectiva de la vida y lo señala: "Esta enfermedad te confronta con la soledad, al médico y a la enfermera solo les veía los ojos. El primer rostro que vi después de la terapia fue el de mi esposa, cubierta con una máscara". 

"Mientras estaba en terapia pensaba que nos hacemos problemas por tantas cosas y cuando enfermas, te encontrás desnudo, con una bata blanca, desprovisto de todo, y de esa manera es como te vas. Todo lo que tenés y la mala sangre que te haces para tener algo, queda afuera. Una experiencia como ésta te hace mirar la vida de otra manera", resalta, en un testimonio que conmueve por la crudeza.

"Yo me sentía muy joven para irme y comencé a hablar mano a mano con Dios, lo hago a menudo. Y empecé a negociar con él años de vida. Yo solo quiero vivir, para seguir disfrutando de mis nietos y mi bisnieto. Y Dios me concedió eso. Así que hoy disfruto de la vida y agradezco a tanta gente que me cuidó y rezó por mí. Mi gratitud es infinita", concluye, sintiéndose un privilegiado de haber salido fortalecido de esa experiencia que le mostró tantas cosas valiosas, esas a las que se aferra sabiendo que el tiempo es un recurso finito que debe vivirse a pleno.


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