Perfiles pergaminenses

Darío Andrade: el arte del buen servir volcado en una rica historia de vida


 Darío Andrade mozo de varios bares y restaurantes de la ciudad trazó su Perfil

Crédito: LA OPINION

Darío Andrade, mozo de varios bares y restaurantes de la ciudad, trazó su Perfil.

Aunque realizó diversas actividades laborales, encontró en la gastronomía su vocación y se transformó en el mozo de emblemáticos lugares de la ciudad. Hoy sigue en actividad sirviendo en distintos eventos. Tiene la amabilidad de aquellos que saben que el trato con la gente es lo que deja, al final del día, la mejor recompensa.

Históricamente Pergamino tuvo tradición gastronómica y lugares emblemáticos que hacían del lugar de encuentro de bares y restaurantes un sello de identidad. Muchos de esos espacios se sostenían con el trabajo y la amabilidad de quienes prestaban servicio en ellos. Y la gastronomía como actividad no sería tal sin los buenos mozos, esos que reciben, asisten y establecen con comensales y clientes una relación casi de fraternidad.

Uno de esos mozos del Pergamino de oro de la gastronomía es Jorge Darío Andrade, bautizado con el apodo de "Aprile" por su parecido con el histórico jugador de fútbol. No nació en la ciudad, pero se siente "bien pergaminense", quizás porque aquí echó sus raíces y encontró de la mano de su oficio espacios desde los cuales desplegar su saber hacer y destacarse por su responsabilidad y amabilidad, siempre dispuestas.

"Por Andrade me conocen poco a mí, muchas personas me llaman Aprile, un apodo que me pusieron cuando trabajaba en Bon Café. Enfrente funcionaba Casa Barcia y 'el Chivo' Martínez me bautizó porque tenía un parecido al jugador de fútbol", relata y recalca: "Claro, eso sucedió cuando yo todavía tenía pelo".

Desde entonces se reconoce en ese apodo y en las mesas de los distintos bares en los cuales trabajó comenzaron a llamarlo de ese modo. También en la vida, donde muchos lo nombran así cuando lo ven por la calle y lo saludan. "Me conoce mucha gente porque he trabajado mucho en la gastronomía, una actividad social por excelencia", resalta.

La tierra de Manuelita

Tiene 72 años nació en Pehuajó "la tierra de Manuelita", como él mismo cuenta en el comienzo de la charla que se desarrolla en la intimidad de la redacción del Diario, con la simpleza de quien responde a cada pregunta sin muchas vueltas, y nutre el diálogo de anécdotas que forman parte de la postal de aquel Pergamino dueño de bares emblemáticos y rincones donde se escribieron miles de historias.

Fue el único hijo de María Parera y Florentino Andrade. Hizo la escuela primaria y secundaria en Pehuajó, donde vivió hasta la década del '80 en que se estableció en Pergamino con su esposa, Silvina Alemani, a quien había conocido siendo ambos muy jóvenes. 

"Primero vinieron mis suegros, Pablo Alemani y Mercedes Grand. Nos mandaron a llamar porque había mucho trabajo en Pergamino y ahí vinimos y ya no nos fuimos más", resalta, recordando que al principio alquilaban y más tarde pudieron tener su casa propia en el barrio Banco Provincia. 

En la época de oro de la confección, su esposa trabajaba en la industria textil y luego fue ama de casa. "Nos conocimos siendo muy jóvenes, ella en Pehuajó trabajaba en una famosa tienda y yo en la empresa Duhalde, dedicada a remates, ferias, comisiones y consignaciones, así que pasaba y la veía. Así entablamos una relación, nos casamos en Pehuajó y nos vinimos a Pergamino cuando nuestra primera hija, Andrea, tenía 5 años. Aquí nació Leo".

Hoy sus hijos tienen 46 y 35 años. "El varón es percusionista y hace algunos años está radicado en Buenos Aires; es soltero, vende gorras y además trabaja en una empresa. Y mi hija Andrea es mamá de Matías Andrade (18), es ayudante de farmacia y actualmente está en pareja con Oscar Tolesano".

Recuerda con gratitud su llegada a la ciudad, un lugar que desde el primer momento les abrió las puertas. "Primero alquilamos. Vivíamos en calle Alsina, frente al ferrocarril, en una propiedad de Nadur".

Los comienzos en la gastronomía

Recrea su incursión en la gastronomía cuando refiere que comenzó trabajando primero en la cocina y luego como mozo en el restaurante de La Rural. "Mi patrón era Carlos Pelusa", cuenta y rescata anécdotas y vivencias que le marcaron el camino en un oficio en el que había tenido experiencia estando en Pehuajó. "Yo jugaba pelota paleta en un club, y un día Frate, que era el encargado, me preguntó si no me animaba a ayudarlo como mozo. Probé y ese fue un gran comienzo, porque descubrí que era algo que me gustaba mucho".

"Ya aquí en Pergamino, en La Rural trabajábamos mi suegro y mi señora también. Estábamos para elaborar los postres y el café. Para la comida estaba el maestro Santillán", relata.

Experiencia en distintos rubros

Además de la actividad gastronómica, Darío realizó otro tipo de tareas laborales. Trabajó en la construcción como ayudante de albañil. Participó de las obras de construcción de varios barrios, entre ellos Banco Provincia, las 80 Viviendas, y la UOM.

"También estuve en Eslabón y además trabajé en Lucini, porque en verdad soy tornero auxiliar, título que obtuve en Pehuajó solo que nunca lo había ejercido porque mi madre me había mandado a trabajar a una empresa de comisiones que nada tenía que ver con lo que yo había estudiado. Pero el conocimiento lo tenía, y cuando se me presentó la oportunidad lo utilicé desempeñándome como ayudante de tornería".

"Recuerdo que para ingresar tuve que rendir un examen, pero me ayudaron y pude acceder a ese puesto en una fábrica que era emblemática en la ciudad", agrega.

El regreso

Regresó a su oficio gastronómico cuando trabajando en Lucini lo llamaron desde el recordado Bon Café. No lo dudó, porque esa era su verdadera vocación. "Funcionaba donde actualmente está Bonafide; servíamos café, sándwiches, pizzas, tragos. Iba mucha gente", menciona y recuerda que en aquel tiempo la calle San Nicolás no era peatonal. 

"Era San Nicolás, una calle hermosa, con mucha actividad. El público de Bon Café era de muchos deportistas y de varios oficios. Una clientela muy fiel, grupos que se juntaban, allí conocí a muchas personas", señala. "Mesere y Pitorino eran mis patrones, ellos eran de Rojas, trabajé muy bien ahí, estuve como seis años".

Su historia siguió escribiéndose en Rincón Azul, que funcionaba en calle Pueyrredón. "Era la cita obligada para aquellos que salían de los cines o por las madrugadas, cuando se salía de los bailes", describe y cuenta que los fines de semana "cuando llegaban los chicos de los bailes los esperábamos con la comida preparada".

"Se trabajaba mucho en aquel tiempo porque el poder adquisitivo también era otro", resalta. Lo que cuenta habla de su historia personal, pero pinta postales de la noche pergaminense. 

"Más tarde trabajé en Verona, la famosa confitería que tuvo la ciudad. También trabajé a la vuelta, en Diana. Guardo muy lindos recuerdos de esa época", agrega.

Siempre de la mano de su profesión de gastronómico, la vida lo fue llevando por distintos lugares. Uno de ellos fue La Máquina de Jugar y otro el hotel Terrazas. "En el hotel, propiedad de Ricardo Repetto en ese tiempo, trabajé durante varios años. Siempre me acuerdo que en la inundación de 1995 el agua nos llegaba al cuello. Trabajé allí varios años, también con Marcela Repetto. Después trabajé en Gasoil, donde hoy funciona Nazareno". 

En su relato, recuerda cuando comenzó a construirse el Complejo LA OPINION Plaza y el Diario se trasladó a la esquina de Doctor Alem y Avenida de Mayo. "Me acuerdo que les llevábamos el almuerzo mientras trabajaban en la Redacción y todo lo que pedían. Fue una época muy linda, en la que conocí a muchos de los que hacían el Diario de ese tiempo".

"También fui mozo de la Terminal; durante 14 años trabajé de noche con Marcelo Ferrari", añade en un inventario rico en vivencias. "Entraba a las 22:00 y salía a las 6:00 de la mañana y atendía a clientes mayormente viajeros. Presencié infinidad de encuentros y despedidas realizando mi tarea allí", comenta.

En actividad

Me encanta mi actividad. En la actualidad trabaja con Pedro Acha para eventos. "En estos últimos tiempos ya atendí tres cumpleaños de 15, algo que a los 72 años no es fácil. Pero me gusta mucho lo que hago y me adapto muy bien".

Hoy ya no añora trabajar en establecimientos gastronómicos. Considera que, a su edad, el ritmo debe ser más lento. Y lo asume con la convicción de saber que en cada servicio pone lo mejor de sí, como el primer día. De su oficio rescata el contacto con la gente. "La relación que se establece con los clientes es muy linda".

"Uno es mozo, pero también es un poco psicólogo, porque uno aprende a escuchar, a aconsejar y también recibe mucho de las personas", expresa en el transcurrir de la charla. Siente que la condición para ser un buen mozo es "ser simpático, pero respetuoso con la gente y tener carisma, sin dejar nunca de ser como uno es". 

Jardinero

Cuando no trabaja de mozo es jardinero. Hace varios años que incursionó en esa actividad junto a su hijo y hoy, con una clientela más reducida, sigue solo. "Valoro mucho a los clientes con los que me he quedado; teniendo mi edad, no es una tarea sencilla pero la hago con mucho gusto. Ellos me conocen y saben que no me tienen que dar una indicación más de una vez. Me honran dejándome muchas veces las llaves de sus casas y esa confianza, no tiene precio", resalta, orgulloso de haber transitado en la vida un camino que lo llevó siempre por la senda del trabajo.

Asegura que piensa seguir trabajando hasta que la salud lo acompañe. "Es una pasión el trabajo, me ayuda a mantenerme activo".

Expresa con profunda gratitud el acompañamiento que siempre tuvo de su familia para poder desplegarse en lo suyo. "Mi esposa ha sido una gran compañera, llevamos 60 años juntos, 10 que nos conocimos y 50 de casados. Es una mujer que vale lo que pesa en oro".

Con el paso de los años fue perdiendo relación y contacto con su ciudad natal, solo quedan allí algunos afectos. Siente que su lugar es Pergamino y lo afirma: "Mi lugar es este, me gusta vivir acá, esta ciudad fue generosa con nosotros y tengo toda mi trayectoria acá". 

 "La palabra amigo es demasiado grande y tengo la fortuna de tener buenos amigos y muchísima gente conocida, mi actividad me ha permitido cosechar ese afecto", sostiene, agradecido.

Quizás ese reconocimiento que percibe cuando anda por la calle y alguien lo llama por su nombre o por su apodo, tiene que ver con lo que ha hecho, brindarse a los demás en el servicio dando siempre lo mejor de sí. A cambio de eso, solo queda cosechar la recompensa.


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