Sergio Musso es un pergaminense que está radicado en España desde hace varios años. Tomó la decisión de irse de Argentina en 2001, en plena crisis económica. "No vivo en Pergamino desde la adolescencia, pero tengo a mi familia en la ciudad, así que el contacto es a través de ellos", refiere en el inicio de la entrevista que se realiza telefónicamente. Diferencias de horarios y actividades no le ganan a la buena predisposición con la que acepta el diálogo que transita por los caminos del recuerdo y las esperanzas del futuro, como todas aquellas charlas en las que las anécdotas, las reflexiones y las vivencias tratan de la vida misma.
"No fui víctima del corralito, pero me fui un tanto agobiado por los vaivenes políticos y económicos. Antes de partir me robaron el dinero que había reunido para poder establecerme en Europa, así que viajé con 200 euros y mi maleta de títeres", cuenta.
"Al llegar estuve unos días en Italia y luego me establecí en Barcelona, siempre haciendo lo mío, que es el arte", acota. Y recuerda que la rambla de Barcelona era un lugar en el que los artistas de calle podían trabajar: "Yo fui uno de ellos. En tres meses ganaba lo que un camarero en todo un año".
"Nunca antes había estado en Europa, pero sabía que iba a trabajar de lo mismo que lo hacía en Argentina; venía en busca de una mayor seguridad económica y ansiando vivir en un sitio en el que las reglas de juego no cambiaran todos los días", agrega, confesando que no hubiera optado por España si no hubiera tenido una fuerte limitante en el idioma. "Quizás hubiera preferido Francia, pero hablaba castellano y necesitaba establecerme. España me recibió, aunque a decir verdad, este es un país muy parecido a Argentina en muchos aspectos y no es tan ordenado como otros de Europa".
A pesar de haber echado raíz en tierra española, sus actividades y un destino que fue forjando al andar, le brindaron la posibilidad de vivir en Francia por algún tiempo y de viajar a Portugal, China y otros países.
De la mano de su arte
Dedicado al ilusionismo, ganó varios premios en España, Portugal y Francia. Eso le valió que muchas puertas se abrieran para la expresión de su arte. "No hacía ilusionismo clásico sino que contaba una historia en ocho minutos a través de la magia", cuenta y refiere que lo que narraba en su espectáculo era la historia de un prisionero que ansiaba salir de prisión y cuando estaba a punto de lograrlo descubría que en realidad estaba soñando. "Ese espectáculo me permitió recorrer lugares como China, Alemania, Italia, Colombia. Allí donde me contrataban me presentaba y el público siempre acababa de pie y sumamente emocionado".
También el ganar un reality en televisión le dio mucha visibilidad a su arte. "Si bien estos programas no tienen buena prensa en Europa, presentarme y ganar me abrió algunas posibilidades, aunque el verdadero respaldo me lo dieron los 12 premios que había ganado", agrega.
Un nuevo camino: la cocina
Hace varios años que dejó el ilusionismo. Cuando eso sucedió Sergio ya había consolidado su desempeño en otra actividad: la gastronomía. Tenía un restaurante y ya no le convenía tener que cerrarlo para cumplir con los viajes que le imponía llevar por distintos lugares su espectáculo. También el negocio del círculo de variedades había cambiado y ya no representaba en términos económicos la ventaja que sí le aportaba cuando había iniciado su actividad.
Actualmente está radicado en A Coruña, en Galicia, donde junto a su pareja Francesc Chicón, tienen "Eclectic", un restaurante en el que despliegan su arte. "Vivimos en una pequeña ciudad de 200 mil habitantes, tenemos aquí el restaurante y somos muy felices de haber creado este lugar que nos permite dedicarnos a lo que amamos que es cocinar", comenta.
"Antes estuvimos tres o cuatro años en Barcelona y también hicimos otras actividades vinculadas a la gastronomía, como el asesoramiento a restaurantes; y luego nos establecimos en este lugar, hoy con nuestra actividad adaptada a las modalidades que impone la pandemia", señala.
Un amor de familia
Su amor por la cocina tiene raíces en su familia. Su hermano es dueño de la Panadería "Los Amigos", en el barrio Acevedo. Su mamá cocinaba muy bien y Sergio reconoce que creció en un hogar donde "siempre se comió muy bien". Francesc, su pareja, es cocinero, así que todo confluyó para que la gastronomía se transformara en su actividad. "Al principio me inclinaba más por la pastelería, después me fui interiorizando más por otros sabores", refiere.
Sin caer en comparaciones ni lugares comunes, señala que la gastronomía en Europa es muy diferente a la de Argentina. "Ni mejor ni peor, pero distinta: en Europa hay un tipo de gastronomía que privilegia la experiencia, el poder contar historias a través de la cocina". Esa característica es la que más lo seduce. Quizás porque es la que más tiene que ver con esencia siempre curiosa y creativa.
"Aquí, en la autonomía en la que vivimos se tiene un discurso que promueve la gastronomía de calidad, pero aún es un poco ambiguo, porque por fuera del discurso no hay un posicionamiento que impulse una gastronomía más moderna, todavía tiene mucho peso la cocina tradicional", explica.
"Nosotros tenemos una ventaja que es fundamental: no somos de aquí; es decir que no estamos condicionados por el recetario tradicional, así que siempre vamos encontrando el modo de abrir nuevos caminos".
Cocinar para rescatar historias
"Este año rescatamos la figura de una escritora coruñesa Emilia Pardo Bazán. Ella era periodista, feminista, de derecha, monárquica, elementos que eran comunes en la sociedad de su época. Escribió más de 60 novelas y sobre el final de su vida, un libro de cocina para demostrar que sabía cocinar. Así que rescatamos su recetario y a través de nuestra cocina recreamos historias".
Sin nostalgia
Anclado en su presente, afianzado en su actividad y siempre comprometido con nuevas ideas, Sergio mantiene su vínculo con Argentina a través de su familia. Viven en Pergamino su hermano Javier, su cuñada y sus sobrinos. "Mi padre Edgardo falleció el año pasado; mi mamá era Carmen Fernández y había partido antes", comenta. Sus visitas a Pergamino se hacían una vez al año. Hoy son más espaciadas y más allá de las restricciones que impone la pandemia, las imagina más espaciadas. "Albergo la esperanza que mis sobrinos cuando crezcan se puedan venir a visitarme", agrega. Habla de los tres hijos de su hermano, a quienes quiere entrañablemente.
No siente nostalgia de su vida en Pergamino. "Fui al Colegio Marista, pero después de terminar la escuela ya me fui de la ciudad y solo mantuve relación con mi familia, en un vínculo que no tiene tanto que ver con el lugar en el que estás sino con los sentimientos que te unen".
"Yo estaba trabajando mientras estudiaba; después ya no viví en Pergamino y los intereses naturalmente fueron haciéndose diferentes. Perdí contacto con la gente y tampoco tuve grandes relaciones por fuera del grupo familiar", menciona. Y confiesa que siendo chico sufrió mucha discriminación: "Era 'el puto de la clase' y recién durante los últimos años de mi estadía allí, pude lograr vincularme con un grupo muy pequeño de personas con el que pude crear un vínculo distinto. Pero fue muy duro, una discriminación en toda regla", confiesa.
Sí reconoce que ha seguido de cerca el curso de algunas cuestiones de la ciudad y que cuando viene se hace el tiempo para ver a algunas personas queridas, amigos de su familia y seres de los que guarda muy lindos recuerdos. "Me cayó muy mal el fallecimiento de Nime, amigo de mi familia. También siempre recuerdo a Raúl Premio, un artista increíble. Y a un matrimonio que estuvo en la Escuela de Rancagua, que no recuerdo sus nombres, pero sí su compromiso con la historia y el arte. Asimismo lamenté profundamente el incendio del Museo y Archivo Histórico de la ciudad".
Hermano Marista
Durante varios años Sergio fue religioso, un hermano Maristas. "Esa experiencia me llevó por varios lugares; el más importante fue el sur, en Ceferino Namuncurá, Cinco Saltos", relata.
"En un momento comencé a sentir una gran insatisfacción de fondo porque veía que había cierta incoherencia entre lo que se hacía y lo que se creía", reconoce. Esas contradicciones lo llevaron a tomar la decisión de salir de la congregación. "No estaba dispuesto a dar mi vida por una falsedad", sostiene.
"Tenía votos temporales, pedí que me los retiraran. Se generaron algunos conflictos cuando me fui con la persona que me reemplazó. Pero nada me hizo cambiar de decisión", agrega.
Una fe que pierdes
Respecto de cuál es hoy su relación con la fe, de manera descarnada afirma: "Al llegar a Europa la pierdes".
"No sé si hay algo más allá o no. Tampoco me lo pregunto. Intento ser buena persona. Eso no lo define la religión".
"Si hay algún atisbo de fe genuina, creo que sigue estando en Latinoamérica, por el entendimiento con los desfavorecidos", reflexiona. Y prosigue: "Aquí la Iglesia es un lugar que funciona de tal hora a tal hora. Prefiero la peregrinación a Luján que la Semana Santa en Sevilla".
"No queda nada de mi fe. Perduran solo cosas esenciales, a eso no se renuncia, son los valores", afirma. Y reconoce que ese bagaje se lo brindó la educación que recibió: "Tuve la suerte de tener una educación muy abierta con los Maristas, pero de ahí en más, no quedó nada de mi paso por la Congregación".
Todo lo que ama
Sobre el final, la charla lo trae nuevamente a su presente. Allí está todo lo que ama. El contacto con su gente, a la distancia, siempre cercano. El recuerdo de sus padres. Su amor con "Paco", la pasión que comparten. Los viajes que los nutren de sabores y aromas para incorporar a su cocina. El restaurante que está a punto de abrir cuando la charla termina. "Ha sido fácil para nosotros cocinar", afirma
"Cada vez que comes en un buen lugar, algo de ese sabor queda, lo aprendes y lo creas", sostiene, en una apreciación que define un modo de cocinar y de vivir. "Necesito tener un desarrollo creativo y la cocina es eso", concluye este hombre de casi 50 años que, lejos del pago, fantasea con un futuro dedicado al placer de "viajar y comer", sabiendo que vivió fiel a su esencia.