Jorge Horacio Esquiroz nació circunstancialmente en Buenos Aires, donde atendieron el parto de su madre, pero vivió en Pergamino hasta que siendo joven se radicó en el exterior. Es uno de los tantos pergaminenses que viven "Lejos del pago" y su andar por distintos lugares lo nutrió de una rica historia de vida. Alejado de esta geografía, nunca olvidó sus raíces, ligadas a las rutinas de su infancia y adolescencia y se ocupó de mantener el vínculo con sus seres entrañables.
En una visita realizada a Pergamino, mantuvo un cálido diálogo con LA OPINION en el que hizo un recorrido por su historia de vida y describió su presente en Lima, Perú, donde vive desde hace muchos años.
Habla de sus padres, de su único hermano viajero como él, ya fallecido. Y de sus vivencias como integrante de la promoción 1969 del 5° año A del Colegio Comercial y de la casa de sus abuelos maternos, donde pasaba largas temporadas intercalando entre el campo que tenían en cercanías de la ciudad y la casona donde descubrió el primer álbum de fotografías, de cuero y tapas armadas, que lo acercó con curiosas a la que iba a transformarse en su pasión.
También habla de ese espíritu juvenil que lo llevó por primera vez a viajar, inquieto por describir lugares, culturas y otros modos de vivir. "El primer viaje al exterior lo hice por tierra, porque en la década del '60 o del '70 era muy difícil viajar por otros medios", menciona y cuenta que la primera vez que viajó lo hizo como mochilero, con la intención de conocer buena parte del continente americano. "Ser mochilero era una experiencia que se vivía sin peligros ni riesgos, éramos jóvenes y la gente nos ayudaba en cada lugar".
"Era un viaje que teníamos proyectado con mi hermano Oscar y dos amigos que vivían en Buenos Aires, también hermanos. Cruzamos a Chile por San Martín de los Andes, por los lagos chilenos, pasamos Fin de Año en Valdivia, recorrimos Puerto Montt y después de recorrer todo Chile llegamos a Perú, visitamos Cuzco, Macchu Pichu, Lima y seguimos a Ecuador. Nuestro itinerario terminó en Barranquilla", relata, recreando una experiencia de viaje que duró alrededor de dos meses.
"Fruto de ese viaje tomé la decisión de irme al Cuzco, eso no estaba planificado, pero lo hice. El resto volvió a la Argentina, y yo de Lima me fui al Cuzco, un lugar que no es como lo conocemos hoy. Regresé al país seis meses después", agrega. Y comenta que después hubo otros viajes con su hermano y el menor de sus dos amigos. "Ahí hicimos otro recorrido, los tres nos fuimos a Chile y regresamos a Cuzco".
"Ese lugar no es como lo conocemos ahora, en la Plaza de Armas solo había un café y un restaurante, pero no existían los hoteles ni había demasiado turismo. Se viajaba en el tren de línea que utilizaban todos. Pero tenía algo que me atraía", relata.
Confiesa que siempre tuvo el deseo de viajar y entendió esos recorridos como un modo de conocer. Su cámara fotográfica lo acompañó desde siempre. Su pasión por la fotografía nació de manera temprana y a los 16 ó 17 años sus padres le compraron su primer equipo. "Sacar fotos era mi pasión, y es de lo que he vivido toda mi vida, pero en el tiempo de aquellos primeros viajes, era solo mi pasión".
Una decisión de vida
Con el paso del tiempo, fue madurando la decisión de radicarse en el exterior. "Después de Cuzco estuve un lapso entre Perú y Chile. Tenía buenas amistades en ambos países y me trasladaba por tierra, así que vivía una temporada en Santiago y otra en Lima", describe.
"Hasta 1975 estuve así y en 1976 decidí moverme desde Lima a Ecuador y viví 17 años en Quito", menciona, refiriendo que eso sucedió cuando ya había establecido su vida de familia, junto a su esposa y sus hijas. "Luego regresé a Perú, donde vivo hasta hoy".
Radicado en Lima, desde hace muchos años, vive una vida anclada en las cosas que ama hacer. La fotografía fue siempre su modo de vida y hoy trabaja en la producción del contenido visual para producciones editoriales. "Por mi trabajo viajo bastante, recorro el país, e incluso otros lugares", señala gratificado de haber podido lograr que confluyeran pasión y trabajo en una misma actividad.
"En Perú tuve un estudio fotográfico grande, un set de 160 metros cuadrados con oficinas, trabajé en publicidad mucho tiempo. Luego vendí el estudio y me mudé a un edificio de departamento más tranquilo y comencé a trabajar ya no tanto en la parte publicitaria sino corporativa", cuenta.
La producción editorial
En el presente está abocado a lo que más le gusta hacer que es la edición de libros. "Hago el contenido visual sobre un guión que es el que hacen los escritores", describe y puntualiza: "Son libros enfocados en las áreas de naturaleza, cultura, historia y arqueología, normalmente los escritores son antropólogos o historiadores".
"Nosotros tenemos un pequeño grupo editorial, la imprenta, el editor responsable, la diseñadora gráfica y yo trabajamos juntos hace más de 22 años", agrega, y explica que generalmente los convocan proyectos que compran las empresas. "Cuando tenemos el proyecto salimos a venderlo y las empresas financian el proceso de producción del material que lleva alrededor de entre ocho meses y un año".
Su trabajo le apasiona. Lo señala. "Tengo que viajar mucho, hay trabajo de campo, nos trasladamos a la zona que el contenido del libro exige. Es muy motivador y apasionante. Algunas veces, el tema involucra una región, otras veces un ámbito más acotado; y algunas debemos movernos por todo el país".
Para ejemplificar la dinámica de su trabajo, menciona algunos de los proyectos realizados y destaca de cada uno de ellos lo que importan en términos de registro de pedacitos de la historia que quedan inmortalizados a través del relato de los escritores y de sus imágenes.
Su universo afectivo
En lo personal, Jorge se casó con Anabella Eskenazi, una mujer chilena con la que construyó su familia. Tuvieron dos hijas que nacieron en Chile, luego se mudaron a Ecuador. Su hija mayor, María Ignacia, se casó allí y reside en ese país. La más chica, Jazmín, vive en Lima. "Mi esposa falleció en el año 2010 y vivo solo desde entonces, aunque mi hija vive muy cerca, en el mismo barrio".
Sigue abocado de lleno a su actividad laboral y en el tiempo libre hace trekking. "Luego de vivir en países como Ecuador en un valle a 2.600 metros de altura, como una manera mía de conocer, comencé a hacer trekking y es una actividad que disfruto", relata y comenta que el año pasado estuvo a 4.800 metros de altura. "También forma parte del trabajo que hago cuando me toca ir a fotografiar diferentes ecosistemas", agrega.
Siempre cerca
A lo largo de todos estos años y aunque no viaja con tanta frecuencia a la ciudad, siempre encontró el modo de mantener un vínculo cercano con Pergamino. "La relación con Pergamino siempre se mantuvo, cuando vivía mi padre, venía más seguido. Hoy no lo hago tanto, pero siempre estoy en contacto con amigos entrañables y con mi prima que de mi generación es el único familiar que tengo. Mi hermano falleció poco antes de la pandemia en Lima, donde vivía".
"Así que aquí en Pergamino, he mantenido siempre contacto con mi prima y hace un tiempo recuperé la relación y el encuentro con quienes fueron mis compañeros de secundaria".
Afirma que los recuerdos que guarda de su vida en Pergamino son agradables. "La vida de estudiante fue muy linda. Eramos un grupo lindo, participábamos de muchas cosas juntos y la pasábamos muy bien".
"Fueron años muy buenos. Toda la historia tan dura de Argentina fue posterior. Yo me fui en 1970 y aunque había dictadura, no fue ni parecida a lo que ocurrió después. No tuvimos grandes problemas, lo que sucedió posteriormente es lo que todos conocemos", reflexiona. Y en su decir se advierte un registro de la historia comprometido que no se ha perdido ni con la distancia ni con el paso de los años.
Disfruta de reencontrarse con sus amigos de toda la vida. Su grupo del secundario ha propiciado encuentros nutritivos. También su familia le abre las puertas y cada vez que vuelve a la ciudad vuelve a andar por pasos siempre recordados. Pero todo lo que cuenta nada tiene que ver con la nostalgia. Haberse ido del país fue una decisión elegida que le permitió forjar su destino "lejos del pago".
Durante la charla recrea varias vivencias de su infancia y habla con profundo respeto de su familia. Cuenta que su papá fue electricista y trabajó en Ferrocarriles del Estado. También de su mamá, Irma Francisconi que era docente. Integrante de una clase media que honraba el esfuerzo, se formó en esos valores.
Cuenta que vivían a dos cuadras del arroyo Pergamino, del lado del centro. Pero menciona que pasaba mucho tiempo en casa de sus abuelos paternos, en calle Belgrano. "Era una casona antigua en la que me encantaba estar", refiere y agrega: "¿A quién no le gusta pasar tiempo con sus abuelos?".
Con esos mismos abuelos iba al campo y allí se conectaba con un lugar de naturaleza del que tomó inspiración para sus primeras fotografías. "En la casa de ellos había fotografías familiares y me pasaba tardes preguntando quién era tal o cual. También los acompañaba al campo, muchas fotos se tomaban allí. Ese contacto con un álbum de tapas duras forradas en cuero seguramente me acercó a mi vocación, lo mismo que los libros de arte que había en mi casa", insiste, agradecido por ese tiempo nutritivo.
De chico por cercanía iba al Club Sports, pero confiesa que nunca tuvo talento para la actividad deportiva. "Mi pasión era la fotografía. Me gustaba el fútbol como a todos, pero no era un deportista", refiere.
La hora de recoger sus pasos
Con 71 años acepta con serenidad y sin apuro el paso del tiempo. Tiene un tono de voz que denota tranquilidad. Sus descripciones son precisas, lo mismo que su mirada sobre las cosas.
En el horizonte ya no aparece la idea de regresar a la Argentina para vivir. "Las relaciones comerciales y sociales están donde uno ha vivido", expresa y reconoce que "incluso los hábitos de vida, aunque no son tan diferentes porque todos somos latinoamericanos" tienen las particularidades de otro lugar. "A esta edad moverme, ya no".
Y cuando la conversación lo lleva por estos temas tan íntimos a la identidad, a los lugares de pertenencia y a los proyectos, Jorge menciona que es abuelo de dos nietas: Valentina Del Salto Esquiroz (20 años) y Rafaela Del Salto Esquiroz (19 años), ambas ecuatorianas nacidas en Quito. "Ellas se están instalando en Argentina para hacer sus carreras universitarias. Se han venido a la Facultad de Agronomía y Veterinaria en Buenos Aires", menciona.
"El motivo de este viaje mío ha sido acompañarlas a que se instalen. He sido un impulsor de que sigan sus estudios profesionales aquí. Así que hay una parte de mi raíz que vuelve, es un círculo", concluye sabiendo que ha llegado el tiempo de "recoger mis pasos, con mucha calma y sin ningún apuro".