Desde que irrumpió en la política, Javier Milei ha construido su imagen bajo la promesa de acabar con la "casta" política y derribar el sistema que, según él, ha condenado a la Argentina a la decadencia. Su discurso radical, que aboga por la eliminación del Estado en varios sectores, ha resonado entre los ciudadanos hartos de la ineficiencia y la corrupción. Sin embargo, a medida que su figura gana espacio en el panorama político, sus acciones revelan una realidad muy distinta: Milei no es la víctima de un sistema que busca frenarlo, sino un actor que pareciera explotarlo en su propio beneficio.
Una muestra clara de esta contradicción es su actitud frente al poder judicial, específicamente en la propuesta del juez Ariel Lijo, una figura salpicada por escándalos de corrupción. Lijo, conocido por su cercanía a sectores del poder que Milei asegura querer erradicar, fue respaldado para un puesto clave en la Corte Suprema. Este episodio muestra cómo Milei, en lugar de mantenerse fiel a su discurso de romper con las estructuras corruptas, parece dispuesto a navegar esas mismas aguas si con ello asegura su avance político. La pregunta inevitable es: ¿Dónde queda la coherencia cuando el autoproclamado destructor del sistema apoya o guarda silencio frente a este tipo de designaciones?
Otro punto que merece atención es su promesa de dolarización y eliminación del Banco Central, dos medidas que han sido centrales en su discurso económico. Milei ha insistido durante su campaña que estas son las soluciones definitivas para el colapso económico del país, pero a medida que se acerca a instancias de poder real, no se vislumbran pasos concretos en esa dirección. Más preocupante aún, en lugar de insistir con la implementación de estas reformas, ha optado por suavizar su postura, una actitud que pone en duda la autenticidad de su compromiso con el programa de cambio radical que promovió. ¿Dónde quedó el Milei que prometía dinamitar el Banco Central y dolarizar la economía para salvar al país?
Lejos de ser un héroe antisistema, Milei se revela como un político más, uno que se adapta a las reglas del juego para avanzar en su carrera. Mientras critica a la "casta", es capaz de tejer redes y alianzas que lo conectan con el mismo sistema que dice querer destruir. Su silencio o complicidad en episodios como el nombramiento de Lijo no solo pone en entredicho su discurso de cambio radical, sino que lo sitúa como un victimario del mismo sistema que tanto denuncia.
El electorado argentino, que ha depositado en él su esperanza de transformación, deberá preguntarse cuánto de lo que Milei dice es auténtico y cuánto es simple retórica. ¿Estamos ante un verdadero reformador o ante alguien que usa el discurso antisistema como una herramienta?