Hay historias de vida que se escriben más en la profundidad del relato que en el detalle cronológico de las vivencias. Quizás porque las personas que las encarnan se abren a una conversación espontánea y generosa que permite inscribir lo que dicen tanto en lo íntimo como en lo contextual. Eso sucede con el Perfil de Daniel Orlando Tortoriello, un hombre conocido por su trayectoria docente, pero también por su inquietud incansable por el conocimiento, esa que lo ha llevado por el camino de la lectura, la música y cualquier expresión de lo cultural. Dueño de una profunda conciencia social, entendió siempre el hecho educativo como "un acto de comunicación" y una oportunidad extraordinaria de crear con otros ese espacio de la escuela, llamado a ser un universo desde el cual construir realidad y resistencia.
Amante de la palabra, sabe escuchar y tiene una inteligencia intuitiva que siempre le marca el camino. Recibe a LA OPINION en su casa y vive la entrevista como una conversación honesta. Es curioso. Sabe interpelarse e interpelar a los contextos de los que es parte. Tiene una mirada consciente de la historia y reconoce en él cierta rebeldía. Le cuesta ajustarse a los comportamientos estancos que algunas veces proponen las instituciones y es renuente a cualquier definición que lo encasille.
Tiene 67 años y en el comienzo habla de sus padres: Orlando y Delia. "Mi viejo trabajó toda la vida en la estación de servicio que funcionaba enfrente de la Plaza Merced; y mi mamá era ama de casa y una gran 'guerrera', con la significancia linda de esta palabra", menciona.
También habla de sus hermanos: Miguel y Roberto. "Los tres nos llevamos muy poca diferencia de edad, compartíamos amigos, andanzas, tardes de circo y bicicletas".
Vive en la misma casa en que nació y se muestra apegado a esas raíces que lo nutrieron. Acerca recuerdos, pero no con la nostalgia de pensar que todo tiempo pasado fue mejor, porque entiende que el mejor momento siempre es el presente y lo que está por venir.
Menciona que en calles que entonces eran de tierra se entretenían "cazando mariposas". Frente a su casa funcionaba el Corralón Municipal y su memoria conserva aún el ruido de las máquinas que se encendían a las cuatro de la madrugada.
Fue a la Escuela N° 22, desde el año 1963 hasta 1969: "Tengo preciosos recuerdos y también de los otros, lo digo amorosamente, porque hubo mucho de bondad, pero también un sistema rígido en el que existía el puntero". Y aclara: "No me quejo, agradezco, pero aún recuerdo que en el pasillo de la dirección había que pararse mirando a la pared".
La cosa sociopolítica es muy importante para Daniel. Y lo expresa: "Mi tránsito por la escuela se dio en un determinado momento histórico y eso marcaba una impronta". Otro territorio de su infancia fue la Plaza San José. Allí compartió momentos con Ricardo Mollo, el líder de Divididos.
El Industrial
La historia del Colegio Industrial fue parte de su propia historia. Ese lugar fue por mucho tiempo el patio ampliado de su casa porque sus padres habían estrechado amistad con quienes eran los caseros. "Eran Nicolás y Margarita, y nosotros íbamos a jugar con Antonio y Beba, sus hijos, mientras la escuela se estaba construyendo. En casa no teníamos televisor, así que los domingos por la noche nos reuníamos allí, en el salón que está enfrente a la bandera, para ver Titanes en el Ring".
En esa institución cursó sus estudios secundarios. "Comencé en el año 1970 y egresé en 1975 con el título de técnico mecánico nacional". "Mi mamá 'Tota' estuvo a cargo del kisoco de la escuela, mi papá' Toto' la ayudaba, así que 'El Indu' era parte de nosotros", agrega.
Hace una descripción del contexto político en el que transcurrió su paso por la secundaria y reconoce: "Yo siento que estaba muerto, a lo que hoy considero que es estar vivo. No entendía nada, la pulsión estaba, pero no me daba cuenta de lo que ocurría a mi alrededor".
"Hablaban de los sueños, los centros de estudiantes eran maravillosos, se tomaban en mi época, con todas las implicancias que eso tenía. Yo iba, pero no comprendía mucho", describe.
Reconoce que fue alumno del Industrial "más por inercia que por determinación" y aunque siente que en ese momento cualquier decisión hubiera sido más acertada con su manera de pensar y de sentir, entiende que "la vida es loca" y siempre conduce por el camino indicado si uno está receptivo. El destino le tenía reservada una larga historia por vivir en esa institución como docente.
Su vida laboral
Su biografía laboral se fue construyendo de la mano de sus intereses. "Durante un tiempo tuve un taller de motos. Había tenido moto desde los 13 años. Aún tengo una. Y siempre había sido mi ilusión tener un taller de reparación y repuestos".
Al egresar del Industrial, ingresó a Filus, "pero sentí que las máquinas no eran lo mío y dos años después, me fui". A través de un amigo, Horacio Martínez, tuvo la posibilidad de ser convocado por Romeo Dieta para ingresar a la docencia. "Gracias a él que era un gran profesor y un hombre de corazón enorme empecé a trabajar, en la Escuela de Educación Técnica Provincial N°1 'Mariano Moreno', mi título me habilitaba para dar materias técnicas y luego di clases de física y matemática. Me anoté en la Unidad Administrativa Unica, tomé horas y así comenzó mi historia con los chicos".
"Entré el 13 de marzo de 1978 y me jubilé en 2017. La Escuela llevó otros nombres, fue Escuela de Educación Media N° 4 y hoy es Secundaria N° 4. También trabajé en formación profesional con Laura Cirulli y en el Colegio Industrial, al que ingresé el 7 de abril de 1987".
Asegura que la docencia lo abrazó para siempre. "Fui madurando la idea de retirarme y lo hice cuando sentí que había llegado el momento, no quería durar por durar, porque si eso ocurre en la docencia, uno deja de poner el alma en lo que hace y obtura la posibilidad de ayudar a los chicos a descubrir cuáles son sus sueños", reflexiona. Y abunda: "Siempre digo que no me jubilé, me desobligué".
Otras rutinas
Afirma que nunca tuvo miedo de abandonar las rutinas de la escuela, porque sabía que había mucho por hacer. "Me cuesta entender a quienes se interrogan sobre aquello que van a hacer cuando se jubilen. Yo sentí que me iba a dedicar a aquello para lo cual quizás me había faltado tiempo".
"A veces siento que no vi nada, no escuché nada de lo que quería escuchar, ni anduve lo suficiente. Así que me gusta agarrar la moto, salir, viajar, conocer", enumera, consciente de que se tiene una sola vida y eso impone la tarea de estar predispuesto a "saber tomar de cada cosa, la mejor experiencia".
Asegura que es apenas un técnico mecánico nacional que nunca hizo otra carrera. Sin embargo, aunque no lo menciona, es dueño de una importante trayectoria en el ámbito docente. Lector incansable, es un apasionado de lo pedagógico y siempre buscó el modo de llevar esos conceptos a su práctica.
Su visión sobre la escuela
Daniel entiende la escuela como "la familia puesta en lo sociológico" y desde esa concepción es crítico. Entiende que el conocimiento es siempre bienvenido, pero advierte sobre el riesgo que supone la especificidad que le quita esencialidad al proceso. Desde su lugar, considera que hay mucho por "deconstruir" para construir otra escuela. "La cuestión es si vamos o no por ese camino. Cómo pensamos todos en función de algo común que es trascendente", se interroga y rescata personas y experiencias que recogió en el camino.
Todo lo que dice sobre la educación invita a hablar de los sueños, de sus referentes y de su deseo de que "más locos habiten las escuelas". Sus consideraciones habilitan una reflexión profunda sobre la historia y los modelos. "Creo que tenemos que poner a la escuela en tensión y a los próceres bajarlos del bronce para poder contextualizarlos. Soy crítico de Mitre, de Roca, pero soy un convencido de que hay que revisitar la historia no para odiar, sino para comprender y humanizar. Pero a eso, se le tiene miedo".
Buscar el conocimiento
Quizás porque está en su esencia, siempre fue detrás del conocimiento: "En una época viajaba mucho a Buenos Aires. Iba al teatro, me sentaba en el mítico Bar La Paz. La Librería Gandhi era mi mundo", refiere. Y cuenta que así cultivó para sí saberes valiosos, de esos que se adquieren si se tiene la mirada atenta. "Descubrí revistas, libros, discos, el teatro alternativo. Todo fue una escuela al alcance de la mano".
Integrante del Club del Disco, melómano y autodidacta, conserva en su casa ejemplares de diarios y revistas emblemáticas. Y guarda en su memoria aquello que aprendió de programas radiales nocturnos que hicieron historia.
Su paso por el aula
De su paso por talleres y aulas rescata el trato con los chicos. "Me gustaba escucharlos y les estoy eternamente agradecido. Aprendí mucho de cada alumno, todos me brindaron un pedacito de su corazón, y yo agradezco y valoro esas ofrendas y cada hora que me regaló la vida con ellos".
"Nunca puse una sola amonestación, no creo que los límites deban ponerse de ese modo. Con mis aciertos y errores, intenté que aprendieran algo que les sirviera para la vida. Soy un convencido de que no importan tanto las paredes y los edificios, sino los chicos, qué pasa con ellos. Las clases que di nunca fueron para cumplir, aunque siempre existió la planificación, sino para recrear esa posibilidad extraordinaria del encuentro genuino con el otro".
Terapia de sonidos
De la mano de su pasión por el conocimiento, desde hace tiempo comenzó a transitar un camino que lo puso en contacto con saberes milenarios. La terapia de sonidos vincula la física con otras ciencias y con saberes intuitivos y ancestrales. Es un mundo fascinante.
"La terapia de sonidos es algo que existe hace mucho tiempo, cada elemento que se utiliza tiene una historia, es sinfónico, y conecta a la persona con un estado de conciencia necesario para estar mejor", describe respetuoso y comenta que lo que hoy queda reservado para sesiones con familiares y amigos, tiene pensado transmitirlo para abrirlo a otros.
Donde transcurre la vida
En ese universo de libros, cuencos, sonidos, energías, saberes y búsquedas Daniel transcurre la vida. Sus afectos más entrañables son sus hermanos, su cuñada Ana, sus sobrinos Franco, Leo, Emanuel y Mayra; sus sobrinos nietos Valentín, Paula y Camila y las amigas y amigos de siempre.
Le gusta vivir y lo señala sobre el final. Está convencido de que la humanidad atraviesa un momento complejo. Sin embargo, confía en que es posible "pergeñar un mundo más lindo". No lo dice desde una visión ingenua. Por el contrario, lo que expresa convoca a una tarea que sabe es individual, pero también, y fundamentalmente, colectiva.