Editorial

Alcohol cero al conducir, hacia una nueva cultura del cuidado en las calles


Amenudo algunas acciones normativas se evalúan solo por sus alcances sancionatorios y se las visualiza socialmente solo por sus implicancias en términos de recaudación y los beneficios que aportan a los organismos que tienen a su cargo el poder de Policía para hacerlas cumplir. Sin embargo, detrás de una norma hay implicancias que van más allá de lo punitivo y que apuntan a que se generen cambios en hábitos y costumbres fuertemente arraigadas en una determinada sociedad.

Hace unos días en el ámbito local se anunció que comenzaron a aplicarse en los operativos de control de tránsito los parámetros de las normas nacionales y provinciales vigentes en el marco de la "Ley de Alcohol Cero al Volante", que significa que ningún conductor está habilitado a manejar si consumió bebidas alcohólicas. De inmediato se asocia el hecho con la presencia de inspectores en las calles realizando los habituales operativos de control de alcoholemia y se intuye que estos dispositivos tienen el propósito solo de labrar infracciones.

Independientemente de la severidad de las sanciones que prevé la normativa vigente para aquellos que infrinjan la ley, la norma propone otras aristas y se orienta a la necesidad de modificar ciertas costumbres para incrementar los niveles de seguridad vial.

Nadie desconoce que el consumo de alcohol incrementa en tres las chances de protagonizar un siniestro vial. También se sabe que la conducción bajo los efectos del alcohol afecta gravemente a la capacidad de juicio, la coordinación y otras funciones motrices, y que la conducción de vehículos bajo los efectos del alcohol es un importante problema de salud pública que afecta al bebedor y, en muchos casos, a partes inocentes.

Sin embargo, el consumo de alcohol está legitimado y hasta es promovido socialmente. Se incurre en una subestimación de los efectos que tiene al momento de conducir un vehículo. Aunque están descriptos los efectos reales, casi nadie los atiende con demasiada conciencia. Esto queda en evidencia cada fin de semana en cualquier avenida o ruta del país donde se ejercen los controles y la alcoholemia positiva es el común denominador de los operativos.

Aún está socialmente instalada la idea de que "una copa de vino no hace nada" o la falsa creencia de que una determinada cantidad de cualquier otra bebida que se toma con fines recreativos no alcanza para dar positivo en un test de alcoholemia.

No resulta suficiente el relato de la crónica periodística de cada fin de semana para replicar lo que sucede y alertar sobre los peligros de ciertas conductas al volante.

En este tema, la decisión del Municipio de Pergamino de establecer los criterios para que los controles vayan en consonancia con la ley vigente, no hace sino abrir un camino que es primariamente de control, pero que necesariamente complementarse con otras acciones. Campañas, acciones de concientización y docencia están llamadas a ser parte del abc en esta consigna por cuanto no resulta sencillo modificar hábitos.

Así como sucedió en su momento la prohibición de fumar en lugares cerrados o contar con espacios delimitados para fumadores en ciertos ámbitos, cambió una cultura; con el alcohol debería pasar lo mismo. Establecer nuevos códigos que, sin interferir en las libertades individuales, promuevan una convivencia ciudadana más segura. Es tarea de quienes ejercen el control, persistir en ellos de manera eficiente. Pero no alcanzará solo con eso, si no se toman otras acciones que comprometan al conjunto de la sociedad.

El establecimiento de la figura de "conductor responsable" que hace tiempo es utilizada por grupos de personas pareciera ser la consigna llamada a instaurarse como condición para circular al volante. Lo que muchas veces era la excepción, ahora está llamada a convertirse en regla. Y en este aspecto, la norma vigente aporta un marco valioso para abordar otras muchas cuestiones para romper la peligrosa alianza que se establece entre el consumo de alcohol y la conducción de un vehículo.

Las estadísticas que hablan de la asociación entre alcohol y siniestros viales con consecuencias fatales muestran con claridad meridiana la dimensión del problema. La penetración que el consumo de alcohol tiene en las generaciones más jóvenes y los peligros a los que los expone el conducir en estado de ebriedad, imponen la necesidad de abordar esta cuestión desde sus distintas aristas.

El texto de esta norma va mucho más allá de la retención del vehículo, y el retiro de la licencia de conducir y una abultada multa. La normativa aporta herramientas para trabajar sobre la creación de una nueva conciencia y busca que en el ejercicio de la responsabilidad, cada uno tome dimensión de los riesgos y actúe en consecuencia de sus actos.

La norma, también va más allá del fin recaudatorio que queda en el imaginario social como si ese fuera el objetivo, e invita a pensar nuevas maneras de entender esa tarea docente necesaria que debe hacer cada agente de tránsito en la calle y esa tarea de aprendizaje que el conjunto de la sociedad debe hacer frente a un marco legal que propone una restricción, al tiempo que invita a construir una nueva cultura en la que la diversión, el encuentro con los otros, y el esparcimiento no tengan al consumo de alcohol y la imprudencia como ingrediente imprescindible y de consabidas consecuencias.


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