Perfiles pergaminenses

Carlos Chale, un hombre entregado a su familia, su oficio y a los amigos 


Carlos Chale- Si sos buena gente honesto y cumplís la gente te va a seguir llamando para darte trabajo

Crédito: LA OPINION

Carlos Chale: 'Si sos buena gente, honesto y cumplís, la gente te va a seguir llamando para darte trabajo'.

Nació, se crió y vive en el barrio Acevedo, del que subraya con orgullo que "es muy tranquilo y nos conocemos entre todos". Plomero y gasista matriculado, el amor al trabajo que le inculcaron sus padres fue una influencia duradera en su vida. Su bonhomía, honestidad, confianza y conocimientos lo llevaron a forjar innumerables amistades, tanto con colegas como con clientes.

Carlos Alberto Chale tiene 62 años y su familia está compuesta por su esposa Claudia Marconato (58 años) -peluquera canina- y sus tres hijas: Cecilia (37), Evelyn (28) y Camila (24). Luego de aportar estos datos a LA OPINION, se disculpa si ha incurrido por cualquier posible error en las edades de su compañera de vida o de sus hijas, admitiendo que "no soy muy memorioso con las edades y mucho menos con los cumpleaños".

Nacido y criado en el barrio Acevedo, donde todavía vive, el Perfil Pergaminense de este domingo trae al presente los imborrables recuerdos de una infancia feliz en la casa materna de San Lorenzo y Paso; cuando de niño trabajaba en el taller de costura de su tío como así también lo confortable que le resulta seguir viviendo en su barrio natal: "Cuando éramos chicos jugábamos todos los sábados en la cancha de Racing. Somos cinco hermanos (Domingo Luis, Jorge Raúl, Julia Liliana y Gustavo Rubén) y tenemos la suerte de que la vida no nos alejó del barrio -cuenta con agradecimiento-, excepto uno que vive en el barrio Maiztegui, pero todos nos quedamos prácticamente cerca de donde nos criamos. El barrio es muy tranquilo y nos conocemos entre todos, aunque por supuesto que cambió: antes estabas sentado afuera tomando mates, entrabas a tu casa a cenar y dejabas las sillas en la vereda. Al volver estaba todo como lo habías dejado. Esas cosas sí se fueron perdiendo por la inseguridad. Pero en el barrio no hay gente mala y son todos vecinos nacidos y criados ahí, incluso al conocernos, si nos podemos dar una mano siempre está el uno para el otro".

Como tantos inmigrantes llegados a Pergamino en busca de un futuro mejor, los padres de Carlos, Domingo Chale y Estrella Sabas, fueron hijos de una de las tantas oleadas que llegaron a esta ciudad: "Mi papá –Domingo, fallecido- y mi mamá –Estrella Sabas, de 86 años- son descendientes de árabes, sus padres habían llegado a Pergamino con la inmigración. Mi tío Antonio Chale tenía un taller de costura, donde trabajaba mi mamá, aunque también era ama de casa; mientras que mi papá siempre fue metalúrgico y llegó a trabajar en la fábrica Berini hasta que se jubiló, aunque de joven tenía una herrería en la casa de sus padres".

Las evocaciones de Carlos Chale serán reconocidas por muchos lectores a medida que avance su relato ya que atraviesan los años dorados de un Pergamino próspero que muchos solo conocen por fotografías: "La costura era furor en ese momento, al igual que la construcción de silos y todo tipo de maquinaria agrícola. Era la época de oro de Wrangler y Annan, Pergamino tenía un movimiento increíble con el tema de la costura y el campo. Recuerdo que de chicos íbamos a la escuela y en las vacaciones de invierno o de verano íbamos al taller de mi tío a trabajar: limpiábamos la máquina de coser, barríamos, hacíamos los pasacintos, les pegábamos las tachas a los pantalones y muchas tareas más que los chicos podíamos realizar. No había vacaciones, no estábamos de gusto. Gracias a Dios de chico nos inculcaron el amor al trabajo; podías estar enfermo e ibas a trabajar porque te gustaba; y al día siguiente a estudiar. En su momento no se podía 'tirar manteca al techo', era todo sacrificio, no nos quejábamos porque ese modo de vida da frutos: te criás como una buena persona, no le esquivás al trabajo".

Esa pasión por el trabajo y conocer varios secretos del mundo de la costura serían la simiente del desarrollo futuro de esos chicos: "Todos mis hermanos trabajaron en la costura, menos yo que seguí el camino de mi papá; fui a la Escuela Nº 4, después hice el ciclo básico en el Colegio Comercial y más tarde seguí en la Escuela Agrotécnica porque tenía la intención de ser ingeniero agrónomo o veterinario ya que siempre me gustó el campo. Pero cursé un año y dejé. Así que empecé a buscar trabajo y le pedí a un tío que era gerente de Wrangler, pero si no tenías el Servicio Militar no podías ingresar. Fue así que comencé a trabajar como ayudante con Edgardo Musso, que era un joven plomero en ese momento pero conocía muy bien el oficio; con él estuve unos nueve meses hasta que me tocó el Servicio Militar, donde me anoté como plomero".

Un agradecido al oficio

Finalizado el Servicio Militar, Carlos volvió a Pergamino, allá por 1981, y se reintegró a trabajar con Musso unos dos o tres meses más. Es que como quería progresar y conocía bastante el oficio, decidió trazar su propio camino y empezó a trabajar por su cuenta: "Realicé el curso para poder firmar planos y el de gasista en el Colegio Industrial, que en ese momento duraba seis meses e iba a cursar de 19:00 a 23:00. Hicimos parte de la instalación de gas en el Hogar de Jesús ya que todos los cursos tenían como trabajo final una instalación a beneficio de una institución.

"Como ya conocía el oficio para mí no fue difícil; pude sacar la matrícula para poder firmar planos, ya que los que firmo son de instalaciones que hago por mi cuenta, no de terceros. Gracias a Dios y a ese trabajo después pude formar una familia. Gracias también a Edgardo Musso que me ensenó el oficio y a hacer de todo, como los gasistas antiguos, que hacían agua, gas y cloacas.

"Soy un agradecido al oficio porque he conocido mucha gente, hice muchas amistades, tanto de colegas como de clientes. Incluso tengo clientes que tuvieron hijos y esos hijos crecieron y me llaman para darme trabajo. Esa confianza está relacionada con la cultura que te inculcan tus padres, haber visto cómo trabajaron ellos; ser buena gente. Hoy en día hay dos chicos que están trabajando conmigo y los estoy ayudando, pero todo depende de la conducta que tengas: si sos buena gente, honesto y cumplís, la gente te va a seguir llamando para darte trabajo", afirma Carlos como si fuera una máxima que hubiera escuchado de sus padres y que hoy quiere transmitir a quienes lo leen. "Hoy trabajo de 7:00 a 15:00, voy a mi casa a almorzar y a las 17:00 visito a los clientes para hacer reparaciones de agua o gas. Si uno quiere progresar tiene que trabajar de esa manera", remata, destacando una vez más la confianza que la gente deposita en él, atribuyéndola a la buena conducta y la honestidad, creyendo además firmemente que el trabajo constante es la clave del progreso.

El presente

El oficio de Carlos Chale sirve sin dudas como termómetro a la hora de evaluar cuánto ha evolucionado la construcción, y por ende la ciudad, en los últimos años: "Hoy la construcción se mueve mucho, gracias a Dios; si se llega a parar se complicaría todo. Lo que sí han mermado son las ampliaciones o las reformas; la gente de trabajo antes las hacía cada tanto y ahora trata de subsistir y nada más. Pero Pergamino siempre ha estado en continuo crecimiento, hay edificios y barrios privados por todos lados".

Los amigos y la pesca

Cuando se le pregunta a Carlos sobre sus hobbies, se ríe: "Antes la caza y siempre la pesca", dice con una sonrisa como quien cuenta el secreto de la felicidad, y agrega con énfasis apasionado: "La caza hace tiempo que la dejé pero tengo un grupo de amigos con los que siempre vamos a pescar a todos lados: Jorge Jaime, Julio Toriano y Juan Lara. En épocas de pejerrey si tenemos que ir todos los sábados, vamos, y si no pescamos no importa, nos comemos un asado y somos felices charlando" concluye su relato.


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