Edgardo Luján Díaz tiene 72 años. Nació y creció en el barrio San Vicente, donde actualmente vive. "Toda mi vida transcurrió en esta zona", refiere en el comienzo de la charla con LA OPINION que se realiza un día lunes, día de descanso que le da su peluquería, cuyo salón funciona en la parte delantera de su propiedad. Hace más de cinco décadas que se dedica a esa actividad. Se formó en su oficio a los 22 años y lo adoptó con pasión y profesionalismo. Se enorgullece al hablar de la fidelidad de sus clientes y de las varias generaciones que pasan por su salón dedicado a la peluquería de hombres. Su trabajo no compite con las barberías que se han puesto de moda, porque su tarea es artesanal. El cortar con tijeras y navajas y hacerlo con el cuidado y la técnica que dan tantos años de desempeño en su labor, hace que muchos clientes lo elijan. Encuentran en él más que a un peluquero. El salón es el espacio para la charla, las confidencias, la complicidad y ese tiempo que cada uno le dedica a su propio cuidado personal. Honra esa confianza con suma dedicación y compromiso. "Estoy muy agradecido a mis clientes. Tengo uno que se viene especialmente de Buenos Aires a cortarse el pelo en mi peluquería", comenta, entre las tantas anécdotas que tiene de su trabajo cotidiano.
Durante muchos años compartió la profesión con su esposa, que se dedicaba a la peluquería de damas y hoy solo su salón de caballeros sigue funcionando. "Hemos trabajado mucho y nos ha ido muy bien, nuestros clientes han sido y son muy fieles", resalta "Edgar", como lo llaman todos.
Al hablar de su infancia menciona a sus padres, Angel, ferroviario y taxista luego de la jubilación, y Herminia, ama de casa; y de su hermana Cristina. Cuenta que fue a la Escuela N° 1 y confiesa que no le gustaba demasiado estudiar. Lo suyo era el deporte.
La experiencia en San Lorenzo
Desde chico jugó al fútbol en el Club Argentino y teniendo 12 ó 13 años se fue a jugar a San Lorenzo. "No llegué a jugar oficialmente, pero practicaba y todo. Vivía en la casa de una tía en Matheu, cerca de Pilar, así que viajaba todos los días para entrenar en el club. Me tomaba el tren, hacía trasbordo de Victoria hasta Retiro y ahí me tomaba el colectivo hasta avenida La Plata, donde estaba la vieja cancha de San Lorenzo. Era chico, pero me defendía bien".
"Sin embargo, antes no era como ahora, y pesó el deseo de mis padres de que yo volviera a Pergamino. Cada vez que venía a visitarlos me decían: 'No te vayas, cada vez que te vas sentimos que perdemos un hijo' y eso influyó en mí y finalmente decidí volverme", agrega.
Si bien le gustaba mucho el fútbol, no lamentó la decisión, la aceptó. "Obvio que me hubiera gustado seguir, pero no era como ahora; uno no se daba cuenta de las cosas que estaban en juego si me quedaba".
Ya nuevamente establecido en la ciudad, siguió jugando y a los 16 años debutó en primera del Club Argentino, siempre jugando de cuatro, posición en la que se destacaba. "Después jugué en Compañía, también en la liga de Rojas, nuevamente en Compañía, otra vez en Argentino, hasta que terminé en Manuel Ocampo".
Jugó al fútbol hasta casi sus 30 años. "Conservo muchas anécdotas del fútbol, conocí mucha gente, establecí amistades valiosas y aprendí mucho", resalta y recuerda a muchos de sus compañeros, alguno de ellos ya fallecidos.
La peluquería
Aprendió peluquería siendo muy joven. "Mi papá, al retirarse del ferrocarril fue taxista y un día en un viaje conoció a un señor que se ofreció a enseñarme el oficio. Aprendí con él y luego me perfeccioné en Rosario, donde viajaba todos los lunes".
"Hace 55 años que tengo la peluquería en mi casa y soy peluquero de alma", resalta.
"Tengo una clientela muy fiel, hoy vienen los hijos y los nietos de quienes fueron mis clientes. Por ellos es que no me decido a cerrar la peluquería, por no fallarles", expresa, señalando la puerta que lo lleva hasta el salón en el que pasa buena parte de sus días.
Considera que alguien se transforma en un buen peluquero con la práctica. "No hay demasiada teoría, es técnica y experiencia. Ahora la mayoría corta con máquina; navaja y tijeras ya son pocos los que usan. Yo sigo utilizándolas como mis instrumentos de trabajo", resalta.
Otra pasión
Edgardo siempre fue un apasionado del deporte. Cuando dejó el fútbol hacía calistenia, incursionó en las bochas y más tarde descubrió en el atletismo y se transformó en triatlonista premiado por su desempeño.
"Fue casi por casualidad. Un día mi señora estaba en el buffet del Club Gimnasia, y un médico que asistía al club le había regalado al mozo un par de zapatillas, pero no le andaban. Me sugirió que me las probara. Me quedaban bien. Yo no había vuelto a usar calzado deportivo desde que había dejado el fútbol. Me las calcé y no me las saqué más. Comencé a ir al terraplén a probarlas y trotar un poco. Descubrí una pasión en las carreras pedestres. Me sumé a un grupo comencé a entrenar y a competir. Me inicié en el año 1995 y no dejé nunca más".
"Entre 1995 hasta 2003 corrí cuatro maratones, después comencé a nadar y más tarde me subí a la bicicleta", relata. "Cuando se abrió la pileta del Parque Municipal comenzamos a ir en el verano, aún no estaba climatizada", agrega y reconoce que le empezó a gustar.
De la mano de Luis Galizia perfeccionó sus técnicas y se comprometió con un entrenamiento integral y riguroso. "Es un estudioso del deporte, te incentiva, te alienta. Me ha enseñado mucho, lo mismo que mis compañeros con los que he vivido experiencias hermosas", destaca.
Reconoce que a lo largo de los años desarrolló un espíritu competitivo. Eso le ha permitido superar sus propios objetivos y trazarse a cada paso nuevas metas. "Hay personas que me dicen que a mi edad debería contentarme con salir, divertirme y dar un par de vueltas. Pero yo no siento que mi deseo sea hacer eso. Me gusta competir, no voy a dar ninguna vuelta. Yo cada vez que salgo voy a competir y a ganar. Después puedo salir último, no importa, pero yo entreno para ganar".
"La mayoría son Iron Man (quienes han completado triatlones de 3,86 kilómetros de natación, 180 kilómetros de ciclismo y 42 kilómetros de pedestrismo) , y me están incentivando a eso. Pero no estoy muy convenido", reconoce. Ha competido en distintos lugares, los viajes forman parte de la disciplina deportiva y allí donde hay alguna carrera que lo motiva, dentro de sus posibilidades participa. "En septiembre salí campeón argentino en el duatlón de Tandil, una competencia muy exigente porque es todo cerro", dice orgulloso.
En ese grupo de triatletas, donde también hay atletas de pedestrismo, encontró no solo pares para la actividad deportiva sino un grupo de pertenencia social muy valioso. En lo deportivo se inicia la temporada de triatlón y está pensando cuál será su próxima competencia.
La disciplina
Independientemente de cuál sea el destino, Edgardo no pierde disciplina en su entrenamiento. Cada día a la mañana va a nadar. Luego abre la peluquería y al mediodía, sale a correr. Y tres veces a la semana sale a andar en bicicleta. "Hay citas que son irrenunciables", resalta y destaca que la mayor satisfacción que le ha dado el deporte son las amistades y el haber conocido a personas que hoy forman parte de su núcleo afectivo.
"El fútbol también me dio mucho. Pero este deporte que hago hoy me enseñó mucho a conocerme. Porque uno cuando corre, cuando nada o cuando va en la bicicleta va solo, compite con su propia cabeza", destaca.
Comenzó a competir a los 40 años y nunca se detuvo: "Me siento muy satisfecho con el camino recorrido".
La vida familiar
Todo lo que hizo en la vida fue posible gracias al acompañamiento incondicional de su familia. Siendo muy joven se casó con Fernanda González. "Nos casamos a los 19 años, nos habíamos conocido en un pic nic del Día de la Primavera y luego de unos meses de novios nos casamos".
Han compartido toda la vida juntos y se han acompañado en cada proyecto. Los une la complicidad y la confianza. Esas han sido las bases de la familia que conformaron y de la que están orgullosos. Tienen tres hijos: Cristian (54), casado con María del Carmen; Mariela (48), casada con Marcelo; y Rita (41). Son abuelos de cinco nietos: Fernando (29), Florencia (26), Valentina (22). Santiago (18) e Ilaria (2 años).
El horizonte
En el plano de los proyectos, la vida se le presenta a Edgardo como un horizonte hacia el cual avanzar sembrando y cosechando esa siembra. Su aspiración es "seguir trabajando y compitiendo hasta que Dios quiera".
Se define a sí mismo como un hombre de fe que agradece la vida que tuvo, sin cambiar nada. "Desde 1978 voy todos los domingos a la Parroquia Nuestra Señora de la Merced, pero no asisto a misa", confiesa. Lo reconforta ese momento de intimidad. También el tiempo compartido en casa con su familia. "No tengo grandes pretensiones. Soy un hombre común", destaca sobre el final, y reconoce que lo incomodan las grandilocuencias. Vive en coincidencia con sus valores, con los principios que han marcado su andar y le han permitido construirse a sí mismo desafiando sus límites a costa de convicción y constancia, atributos que sencillamente lo definen.