Columna de Opinion

Violencia escolar: construir entre todos entornos educativos seguros


La violencia parece haberse transformado en moneda corriente, como si marcara un modo de relación entre las personas. Y la escuela no resulta ajena a esta realidad. Cada vez son más frecuentes los hechos que ocurren y cada vez más altas las voces que alertan sobre esta problemática y estudian estos fenómenos en la búsqueda de soluciones. Los entornos educativos están llamados a ser seguros y esto parece cada vez más dificultoso en una sociedad que dirime de manera violenta sus conflictos y que no exime de esas reacciones ni siquiera a los espacios formativos. Lo que ocurre puertas adentro de las instituciones educativas no es una responsabilidad de los niños. En todo caso es consecuencia de conductas aprendidas y de problemas subjetivos que no encuentran otros canales para expresarse sin mediar el acto violento. Chicos con armas blancas que agreden a compañeros o docentes; casos de acoso verbal o físico; situaciones de bullying se reproducen en las crónicas informativas cada vez con mayor frecuencia y exigen un trabajo sostenido para modificar conductas que no le pertenecen solo a la escuela, sino que exponen un problema del conjunto de la sociedad.

La problemática no es privativa de Argentina, aunque lo que sucede en el país preocupa por sus implicancias. La violencia escolar constituye un tema global que motiva preocupación y plantea la necesidad de emprender de manera coordinada acciones que entiendan la dimensión del problema y la singularidad con la que se expresa en los distintos contextos.

Son diversos los organismos internacionales que estudian y siguen de cerca esta cuestión. Uno de ellos es Unicef que ha llevado adelante una investigación que revela que la mitad de los estudiantes de entre 13 y 15 años de todo el mundo manifiestan haber experimentado violencia entre pares en las escuelas y en sus inmediaciones. En el informe, titulado Violencia en las escuelas: una lección diaria, se confirma que la violencia entre pares ocupa un papel dominante en la educación de los jóvenes, y repercute en el aprendizaje y el bienestar de los estudiantes tanto de países ricos como pobres.

Si se atiende el hecho de que la educación es fundamental para construir sociedades pacíficas, para millones de niños la escuela ya no es un lugar seguro. Alcanza con mirar lo que sucede en geografías cercanas, incluso en nuestra ciudad se han sucedido hechos violentos, para confirmar datos que se confirman la gravedad de un flagelo que no es propio de la escuela, sino que encuentra en ella la caja de resonancia de problemáticas sociales cada vez más complejas.

Blanco de expresión de múltiples cuestiones, la institución escolar se ha visto obligada a lidiar con formas de violencia que afectan la tarea docente, perjudican el aprendizaje y acarrean consecuencias sumamente delicadas y perdurables en la subjetividad y salud mental de niñas, niños y adolescentes, cada vez más aquejados por afecciones como la depresión y la ansiedad, que los conduce en casos extremos a decisiones trágicas como el suicidio. Si a las situaciones de violencia física o verbal se les suma el efecto dañino y peligroso que supone el cyber acoso, y las múltiples variables que género que atraviesan esta problemática, el panorama es desolador y obliga a la comunidad de los adultos a avanzar con firmeza su resolución, entendiendo claramente que lo que ocurre, trasciende las fronteras del aula.

Quizás llegó el momento de poner en acto lo que señalan los protocolos y lo que definen las leyes y las políticas públicas ya trazadas. Y de emprender las acciones tendientes a hacer visible la verdadera urgencia de esta cuestión, ante los ojos de una sociedad que se alarma cuando algún hecho toma la agenda pública, pero en lo cotidiano se distrae con otros apremios y mira de costado la situación como si no le perteneciera.

Es imperioso resguardar a los chicos de la violencia y formarlos para el establecimiento de vínculos sanos. También es necesario reforzar las medidas de prevención, pero no reducir esto solo a un slogan. Se requiere de mejores respuestas, de circuitos más aceitados para promover las denuncias y las investigaciones. Es necesario interpelar las formas de comunicación de las que se valen las sociedades para convivir. Y realizar mejores inversiones para ayudar a las escuelas y a los estudiantes a permanecer más seguros.

Poner fin a la violencia en las escuelas es interrogarse seriamente sobre lo que sucede con la violencia en la sociedad, porque las escuelas no son islas. También para reflexionar sobre lo que ocurre al interior de las propias familias que tienen bajo su responsabilidad la formación primaria. No hacerlo, diferir este diálogo social y estas acciones es condenar a las generaciones futuras a hacer de la violencia la clave para el trato con los otros, algo que es verdaderamente alarmante por sus consecuencias inmediatas y futuras, irreparables.


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