José Luis Carradori tiene 80 años. Nació en Acevedo y allí vivió buena parte de su vida hasta que con su esposa, en el año 2004, tomó la decisión de radicarse en Pergamino. Vive en el barrio Villa Progreso, en una casa que tiene la calidez de la vida que comparten, siempre dispuestos a tender la mesa y recibir a los buenos amigos. Ha hecho de la actividad agrícola su actividad comercial y de la gastronomía su pasión y ambas convivieron siempre en armonía, ya sea para cocinar el campo como para brindar ese servicio en distintos eventos. Traza su Perfil Pergaminense en la intimidad de su hogar y la charla discurre entre anécdotas y reflexiones que constituyen la esencia de un hombre "normal", como se define, que siempre ha dedicado tiempo a la vida de su comunidad.
Sus padres fueron Dora Porcel y Nazareno Carradori. "Mi papá nació en Italia y llegó a la Argentina a los seis meses, su familia se estableció en la zona de Manantiales y allí forjó su destino. Mi mamá era oriunda de Acevedo, se casaron y siempre se dedicaron a la actividad rural", cuenta en el comienzo de la entrevista. "Yo me crié en el campo, en Manantiales, y fui a la escuela N° 12 de Acevedo, una institución que quiero entrañablemente", expresa. Relata que de lunes a viernes vivía en la casa de sus abuelos maternos en Acevedo y los fines de semana volvía a Manantiales. "Las distancias eran más largas; en aquella época necesitábamos una hora y media para recorrer los 20 kilómetros que separaban el campo del pueblo y nos trasladábamos en zulky, breque o a caballo".
Conserva hermosos recuerdos de su infancia. La cercanía de los amigos y la tranquilidad de compartir momentos y experiencias en un lugar apacible. "Creo que no hubiera podido tener una niñez mejor que la que viví en contacto con la Naturaleza", afirma.
Una vida en el campo
Al egresar del colegio primario su papá le dio a elegir entre seguir estudiando o comenzar a trabajar. "El me dijo que me precisaba en el campo, pero que yo eligiera lo que prefería hacer y sinceramente me gustaba la actividad que ellos hacían. Nosotros vivíamos en lo que había sido un casco de estancia, teníamos animales y había mucho por aprender y por hacer. Tomé la decisión de no seguir estudiando y así fue que comencé a trabajar con él".
Durante muchos años vivieron en la zona de Manantiales y en el año 1978 se establecieron en el pueblo. "Algunas veces íbamos y veníamos y otras veces nos quedábamos directamente en el campo a trabajar", menciona. Y recuerda que por entonces la tecnificación de la actividad agropecuaria no tenía nada que ver con el modo en que se lleva adelante en el presente.
En ese aspecto, fue testigo y protagonista de las enormes transformaciones que vivió la actividad y su testimonio en varias partes de la conversación da cuenta de ello. "Yo terminé la escuela en el año 1956 y empecé a trabajar, al principio fui boyero y después me fueron asignando otras tareas, llegué a arar con caballos y se trabajaba de 'sol a sol'. La tecnología llegó después, cuando compramos el primer tractor, y más tarde el resto de la maquinaria con la que trabajábamos nuestra propia tierra y la de otros, como contratistas. Ahí ya no solo trabajábamos de día sino también por las noches".
"Hemos trabajado en una amplia zona; nos contrataban de Ramallo, Pinzón, Carabelas, Alfonzo y otros lugares", refiere y cuenta las vivencias en la casilla y los múltiples sacrificios que supone la vida rural, lamentablemente no reconocida por gran parte de la Argentina. Siempre le apasionó su tarea y encontró el modo de llevarla adelante con una dinámica que le permitía volver a su casa, fundamentalmente en el tiempo en que sus padres se volvieron mayores. "Algunas veces teníamos que instalarnos en un campo y por las distancias no era posible volver, pero cuando mis padres ya fueron grandes, yo volvía todas las noches para quedarme con ellos".
Hasta hace unos años, en que decidió desprenderse de la maquinaria y alquilar el campo, trabajó a destajo. Asegura que cuando uno hace lo que ama, la tarea es parte del disfrute. Hoy, ya retirado, está siempre cerca de la actividad agropecuaria que sigue siendo parte de su vida.
El amor puesto en acto
La familia de José Luis transitó una dura vivencia cuando uno de sus hermanos tuvo leucemia. Debido a la compatibilidad, él pudo ser el donante para que pudiera concretarse el trasplante de médula que se realizó en Israel. "En ese tiempo eso no era posible en Argentina, así que hicimos todos los estudios y cuando llegó el momento viajamos. No conocíamos el idioma, pero nos ayudaron mucho. Fue una experiencia muy fuerte", relata, y aún recuerda las instancias y situaciones que tuvieron que afrontar para darle a su hermano la chance de salvarse.
Cuando lo cuenta, la conversación se introduce en la esencia misma de su persona. "Yo fui el mayor de mis hermanos; tuve una hermana, Zulema, que falleció siendo muy chiquita a causa de una peritonitis en el año 1945; y mi hermano Héctor murió a los 40 años, a causa de su enfermedad, así que quedamos Raúl, Eduardo y yo".
La enfermedad de su hermano lo puso frente al dolor y también frente a la posibilidad de expresar el amor en su expresión más genuina: "Fue muy importante para mí donar médula ósea para que él pudiera someterse al trasplante".
Lo que relata sucedió en el año 1988, su hermano había enfermado tiempo antes y se había sometido a distintos tratamientos. Comenta que todo era muy dificultoso en ese tiempo, incluso las comunicaciones con Israel debían hacerse desde la cabina telefónica del pueblo. "Capaz que había que estar medio día para poder comunicarse. Finalmente viajamos el 1° de noviembre de 1988, no hablábamos ni inglés ni hebreo; una mujer con la que aún estamos en contacto hasta el día de hoy nos ayudó mucho. Superamos la instancia del trasplante y yo volví a la Argentina a fines de enero del año siguiente. Mi hermano regresó a principios de abril, pero su enfermedad había avanzado demasiado y no pudo salvarse", describe. Y se conforma con haber podido hacer todo lo que la vida puso a su alcance. "Cuando los médicos me dijeron que ya no había chances, solo les pedí que lo dejaran regresar al país porque mi madre lo esperaba. Regresó seis días antes de morir", dice. Y cuando lo menciona la voz se entrecorta por la emoción y la tristeza de esa pérdida. "De esa experiencia aprendí que en la vida no todo es gloria", agrega.
Su familia
Desde hace 30 años está casado con Raquel Lasarte, a quien conoció de la mano de una de sus pasiones: la gastronomía. José Luis ama cocinar. Ella era directora de la Escuela Secundaria de Acevedo y él cocinaba en todos los eventos que se hacían en la institución para recaudar fondos. Así se conocieron, iniciaron una relación y luego de tres años de noviazgo se unieron en matrimonio y están juntos desde entonces. No tuvieron hijos, pero tienen sobrinos a los que aman profundamente. "De parte mía tenemos cuatro; y por la familia de Raquel, ocho", señala y agradece a la vida el núcleo afectivo que conformaron, ese que constituye el pilar que sostiene todo lo demás. "Somos muy compañeros, nos gusta mucho viajar y lo hacemos cada vez que podemos, y también disfrutamos mucho de compartir tiempo con amigos".
Juntos han emprendido varios proyectos de los que José Luis habla con entusiasmo cuando los recuerda. La gastronomía, la producción de licores y cerveza artesanal son parte del inventario de iniciativas que han plasmado en su realidad. "Hoy estamos en otra etapa de la vida, pero en su momento trabajamos mucho en varios emprendimientos vinculados a la producción artesanal de productos y nos fue realmente muy bien", señala.
"Hoy cocino para algunos eventos, el último fue una fiesta para el 9 de Julio. Fui de los primeros asadores de la Fiesta de la Estaca, y he cocinado en todos los eventos del pueblo. Desde que tengo 16 años cocino, me llamaban cada vez que había una fiesta, yo no les cobraba, pero me regalaban de todo", refiere y señala que con el paso de los años esa pasión fue encontrando un cauce y por épocas se transformó en una actividad que desarrolló con continuidad.
"Amo cocinar y nunca me canso de hacerlo", resalta y menciona que una vez al mes el quincho de su casa se abre para recibir a un grupo de amigos en una peña en la que él es el cocinero. "Me encanta recibirlos, alguno de ellos son ingenieros agrónomos y otros son hijos de amigos a los que quiero como si fueran míos", afirma, gratificado y agradecido.
Así imagina su futuro, en familia, cocinando para los suyos, recibiendo a los amigos, y disfrutando de esa vocación heredada de su abuelo que fue quien le enseñó "los secretos de la parrilla".
Siempre activo en su comunidad
Aunque hace ya muchos años que vive en Pergamino, jamás perdió el contacto con Acevedo, ese lugar tan caro a sus sentimientos y del que ha sido parte no solo por habitar esa localidad sino por involucrarse en la vida de su comunidad. "Siempre me gustó participar y lo he hecho muy activamente en distintas comisiones".
"Estuve en la comisión de la escuela, de los clubes, fui presidente de la comisión parroquial, del consorcio rural, de la Sociedad Italiana y de la Cooperativa Agrícola. Mi padre había sido así y yo seguí sus pasos. En cada institución encontré personas de bien a las que me une un gran afecto", asevera este hombre que cada semana regresa a su pueblo, allí donde encuentra a los amigos que quedan y donde recuerda a los que ya han partido. "En la Cooperativa hay un bar y ahí nos encontramos, es como estar en casa", afirma, sabiendo que cosechó el principal capital que una persona puede atesorar, el amor de su familia, el respeto que inspiran las personas de buen obrar y el cariño incondicional de los amigos.
Un buen balance
Transitando sus 80 años, activo, pero sereno, con la templanza que da el paso del tiempo, mantiene intacta la fidelidad a sus valores. Eso ha significado la llave que le abrió muchas puertas. Es parte de esa generación en la que la palabra resultaba más importante que un documento y la ha honrado siempre.
Cuando la entrevista llega al final y su Perfil está "ya delineado", el balance le deja la certeza de haber tenido una buena vida. "Me siento satisfecho, no podría pedirle a la vida más de lo que ya me ha sido dado", sostiene y sonríe, con ese gesto que es el saldo del buen obrar y de transitar el presente en la convicción de vivir fiel a sus principios.