Elena Beatriz Garófoli, viuda de Belcuore, tiene 87 años. Nació en Pergamino y vivió su infancia, adolescencia y parte de su juventud en el barrio Acevedo, en calle San Lorenzo entre Córdoba y Laprida. Habla con calidez de ese lugar, de aquel tiempo y de las vivencias que fueron hilando la trama de su vida personal. "En el barrio nacieron mis hijos, en la misma casa, tengo muy lindos recuerdos del lugar en el que nací", cuenta en el inicio de una charla distendida que se nutre de la riqueza que le aporta su sencillez. Es elegante y posee una lucidez admirable, propia de las personas que se han mantenido activas y siempre predispuestas a alimentar el espíritu con buenos vínculos y afectos verdaderos.
Arraigada a sus raíces comenta que fue hija de inmigrantes italianos. Tanto su papá Amadeo como su mamá María Teresa habían llegado de Italia para encontrar en esta tierra el lugar donde forjar su porvenir. "Mi padre era ferroviario, mi mamá fue una mujer que nos educó con mucha disciplina y rectitud", refiere.
"Tuve dos hermanos mayores que yo, Félix y Víctor; uno me llevaba doce años, y el otro nueve, así que fui la más mimada de la familia", señala y asegura que tuvo una infancia "linda" que transcurrió con la tranquilidad de aquella época. "Cuando yo era chica se podía jugar en la calle, los juegos entre amigos eran los propios de nuestro tiempo, se vivía de una manera muy sana y no estábamos amenazados por muchos de los peligros que hay ahora", relata.
"La adolescencia también fue muy linda, nuestra diversión era esperar los días domingos para ir al Paseo de calle San Nicolás", agrega.
La escuela y su vocación
Fue a la escuela N° 4, en calle España. "La vida transcurría en el barrio. Tuvo muchos amigos, excelentes maestras, guardo hermosos recuerdos de mi niñez", insiste.
Al finalizar sexto grado se inscribió en la vieja escuela Normal que por entonces funcionaba en calle 9 de Julio. "Estudié cinco años con mucha dedicación y egresé con el título de maestra", menciona.
Ejerció la docencia durante ocho años. "Trabajé en varias escuelas, todas rurales, algo que recuerdo como una muy linda experiencia".
En paralelo a su ejercicio profesional se casó y formó su familia. Las rutinas de la vida familiar, los horarios laborales de su esposo y la llegada de los hijos impidieron que ella siguiera trabajando. "Aunque me costó dejar la escuela, tomé la decisión de hacerlo, en ese tiempo no había guarderías ni jardines como hay hoy donde dejar a niños pequeños y en mi caso ni mi madre ni mi suegra podían cuidarlos. Me aboqué a la crianza de mis hijos, lo hice con mucho amor, y a la par de ello en mi casa comencé a dar clases de particular".
"Tener alumnos particulares fue hermoso. Por casa pasaban muchísimas chicas y chicos para tomar clases, fue un modo de ejercer la tarea docente extraordinario", destaca y afirma que hasta el día de hoy recuerda con cierta nostalgia aquel tiempo.
El amor de su vida
Elena cuenta que conoció al que fue su esposo en aquellos paseos de día domingo. "La calle San Nicolás se cortaba al tránsito desde la avenida hasta Florida y allí nos reuníamos los jóvenes que simplemente dábamos un paseo. Así fue que conocí a Ernesto Belcuore. Comenzamos a hablar, nos hicimos novios, y varios años después nos casamos. Muchas parejas se formaban en 'el paseo' de calle San Nicolás", relata.
Cuando se conocieron ella tenía apenas 14 años y él 17. "Desde que nos vimos, nunca más nos separamos. Fue un noviazgo largo porque en mi casa, sobre todo mi mamá era bastante estricta y no me dejaban salir, así que nuestra relación se nutría de vernos solo los días domingo. Nos encontrábamos en el Paseo y cuando se hacía la hora de regresar, me acompañaba hasta cerca de mi casa. Cuando yo iba al Normal, me acompañaba también. Esas eran nuestras salidas".
Contrajeron matrimonio el 20 de febrero de 1960 y pasaron juntos toda la vida. Lamentablemente su compañero falleció tempranamente, a los 59 años, luego de haber estado varios años enfermo. "Fue una pérdida muy grande para mí porque fue un excelente esposo y un padre extraordinario", recalca.
Su marido se dedicaba a la tapicería con uno de sus hermanos y aunque tuvo varios trabajos, entre ellos la fábrica Lucini y en Siderurgia, luego de un accidente muy grande, decidió volver a su oficio de "tapicero". "Incluso tuvo tapicería en casa", agrega recordándolo siempre con el amor intacto.
Recuerda con emoción la llegada de los hijos. Tuvieron dos: Ernesto Daniel (62) que nació el 21 de noviembre de 1960 y Eduardo Fabían (58) que llegó cuatro años más tarde. "Fue algo soñado, indescriptible. Fueron hijos esperados, deseados y hermosos".
Menciona que dejaron el barrio Acevedo en 1968 para mudarse a la casa de avenida Yrigoyen donde Elena vive actualmente. "Tuvimos una linda vida juntos", destaca. Y agrega: "Mi esposo fue un muy buen marido, muy trabajador y un padre ejemplar, compinche de sus hijos".
"Si hay algo que tengo que agradecerle a Dios es la familia que tengo", asevera, agradecida.
La unión de su familia ha sido siempre vital para Elena. "No tuve hijas mujeres, pero tengo dos nueras que son una barbaridad, con ninguna tuve un sí o un no, y me demuestran a cada momento el cariño que me tienen". Habla de Estela Britos y Elisa Caniggia.
Su universo afectivo se completa con los nietos y bisnietos. Sus nietos son: Eugenio, Agustín, Luisina, Florencia, Vittorio e Ignacio. Y sus bisnietos: Alvaro, Juana, Francesca, Alma, Mateo y Brunella.
Su pilar, siempre
Su familia es el pilar que sostiene su vida. "Muchas veces hay noches que estoy sola y con solo pensar en mis hijos, mis nietos y bisnietos, me salen lágrimas de emoción. Son lo más lindo que la vida me regaló y me gusta disfrutarlos".
Siente que la vida ha sido generosa con ella. También ha puesto mucho de su parte para forjar ese destino del que hoy disfruta. "Hicimos muchos sacrificios, la vida de la mujer en mi época era un tanto sacrificada. Pero cada cosa que hice la llevé adelante pensando en mi familia y en lo que era mejor para ella".
Reconoce que enviudar fue duro, aunque sus hijos ya se habían casado, sintió que la partida de su esposo había llegado muy tempranamente. "Fue difícil, pero me dediqué a cuidar a mis nietos, mis nueras trabajaban así que traté de darles una mano", cuenta. Ese tiempo para ella fue muy nutritivo. "Los chicos te llenan de vida", afirma.
"Me siento muy orgullosa de mis hijos, los dos son muy queridos. El mayor es productor de seguros y el menor siguió el oficio de su padre. Mis nietos son seres maravillosos y mis bisnietos me llevan loca de amor", resalta, agradeciendo a la vida la dicha de tenerlos.
En el plano de las asignaturas pendientes reconoce que le hubiera gustado seguir trabajando y desarrollarse más en el ejercicio de su profesión. Pero no se arrepiente de haber dejado la docencia para dedicarse al cuidado de sus hijos. Se queda con el recuerdo de su paso por las escuelas y guarda en lo más profundo de su corazón el rostro de cada niño que pasó por su casa para tomar clases particulares.
Una vida tranquila
Hasta antes del inicio de la pandemia su pasión era salir a caminar y hacer gimnasia. "Salía tres veces por semana a caminar por el Parque Municipal y dos días a la semana iba a hacer gimnasia. La pandemia me obligó a quedarme en casa y a la par de ello hace dos años y medio me quebré la cadera, tuve que someterme a una intervención quirúrgica, pero me recuperé bien, solo que ahora salgo menos.
Confiesa que le quedó cierto temor y que por recomendación médica se cuida de no volver a caer. Su pasatiempo en el presente es escuchar buena música y mirar televisión.
"Ahora tengo una vida más tranquila", afirma y a su alrededor se encuentra rodeada por el amor de los suyos. Ese es el alimento para el alma.
Otra de sus pasiones es el fútbol. Aprendió a amar ese deporte de la mano de su papá que la llevaba a la cancha. "Después seguí yendo con mis hijos a ver a Douglas Haig, que además fueron dirigentes del Club. Y hoy me gusta seguir los partidos por la televisión o escucharlos por la radio", señala.
Sensible, honesta, sabe mirar la vida en perspectiva y con los años ha aprendido que hay que transitar el camino con calma y nutrirse de aquellos afectos verdaderos. Tiene buenas amigas con las que se reúne a menudo. Hoy la mayoría son del barrio y la terraza de una de ellas es el escenario elegido para encuentros que se alimentan de ricas charlas.
"De la vida me han quedado muy pocos amigos, algunas compañeras del Colegio Normal con las que nos reunimos de vez en cuando. Pero de a poco se han ido, el último amigo que partió hace poco fue Adolfo 'El Vasco' Zabalza", menciona.
Acepta con serenidad el paso del tiempo, disfruta de sus hijos, nietos y bisnietos y ve reflejado en ellos el paso de la vida. "Hay cosas de la actualidad y de la juventud de ahora que son muy distintas a cómo eran antes, pero reconozco que los chicos de hoy viven mejor y que tienen una vida mejor que la que pudimos tener nosotros. Igual no me quejo de nada", reflexiona.
Conectada siempre con sus emociones, dueña de una bondad que transmite, es capaz de llorar de tristeza y de alegría y busca siempre en el amor de los suyos el refugio. Ha sido y es una madre presente. "Yo tuve una mamá muy severa, muy buena pero exigente, yo les di a mis hijos libertad, los formé en la rectitud, pero les permití que tomaran sus propias decisiones y con su papá los acompañamos en cada una de ellas", abunda. Y sobre el final agradece haber llegado a sus 87 años con lucidez, cosechando la siembra, disfrutando de la unidad de su familia y siendo, simplemente feliz.