El sorprendente descubrimiento ocurría en 1995 al iniciar las tareas de reparación del piso de la institución, cuando funcionaba en calle San Martín. El espacio subterráneo databa del siglo pasado. La casa había pertenecido a la familia de Héctor Acuña y era de las más lujosas de la ciudad.
En el año 1995, un sector de la Biblioteca “Joaquín Menéndez” era refaccionado y, mientras los albañiles quitaban el piso de una de las salas, hallaron una bodega del siglo pasado. El paso de los años no había dañado la construcción, ya que el lugar no fue tapado con escombros y todo estaba intacto.
LA OPINION, 8/01/1995
Como informamos hace algunos días, en la Biblioteca Municipal “Joaquín Menéndez” se está realizando una serie de trabajos a fin de hacer arreglos necesarios en la sala de referencias.
Pero grande fue el susto cuando al levantar el piso los obreros se encontraron con una amplia escalera que conducía hacía un espacio físico de grandes dimensiones ubicado a unos ocho metros por debajo del piso que se había levantado. Los albañiles más osados fueron los primeros en penetrar y romper la oscuridad con potentes luces artificiales.
Después de muchos cabildeos y consultas a personas que conocen la historia local, se determinó que el espacio había sido construido para alojar una bodega de buenos vinos como se acostumbraba en el siglo pasado.
Para que el lector se ubique: el espacio donde se encontró la bodega es en la sala de referencias de la Biblioteca, es decir, la que queda detrás del lugar donde normalmente está el mostrador de atención al público y que sirve de pasaje del hall principal hacia la sala polifuncional paralela al pasillo que se utiliza como acceso a la misma para los eventos culturales.
La construcción intacta
La sala de referencias y la polifuncional conformaban antiguamente una gran galería cerrada, en donde probablemente se realizaban reuniones sociales, sobre todo en épocas de clima cálido. Allí estaba la amplia bodega que, seguramente, alojaba las bebidas más exquisitas en estado añejo y alguna otra cosa que debiera mantenerse a temperatura ambiente.
El descubrimiento en la “Menéndez” nos muestra una bodega circular -cual tanque australiano- con gruesas paredes y perfecta adaptación a un clima ideal para la conservación de bebidas y algunos alimentos.
Lo maravilloso es que el paso de los años no ha dañado para nada la construcción, ya que el lugar no fue tapado con escombros y todo está intacto. Las paredes están construidas de tal manera que la humedad no ha podido penetrar y se puede acceder al lugar sin ningún problema, ya que en él no existe ni siquiera el peligro de encontrarse con algún insecto o roedor que, en otro tipo de construcciones, sí hubiéramos hallado.
Se ha rescatado parte de la escalera porque, como decíamos, la pared separatoria de la sala polifuncional de la sala de referencias fue construida tras adquirir el bien, así que la escalera comenzaría en la mencionada sala polifuncional que es donde se muestran los actos al público.
Por dónde subían las bebidas
A un costado de la escalera hay un agujero en el piso, perfectamente delimitado por una construcción de material y que, en su buena época, habrá tenido algún artilugio decorativo. Por allí se acercaba el vino a los dueños de casa para que lo sirvieran a los invitados. Es decir, cuando faltaba la bebida, alguien sin duda, algún empleado de servicio, bajaba a la bodega y por medio de una roldana subía los vinos necesarios, ya que por la profundidad del lugar era bastante difícil subir y bajar las escaleras ante cada pedido.
Cuando tapan la bodega
A mediados de la década del ‘60 la Municipalidad adquiere la casa y no se sabe bien porqué procede a clausurar la bodega. Quizás los hombres públicos estuvieran preocupados porque la casa se compraba para sede de una biblioteca y el amplio subsuelo traería recuerdos de reuniones sociales incompatibles –para el prejuicio de algunos- con la lectura de un buen libro o quizás, simplemente, porque no se le vio utilidad alguna. De todos modos, no se pudo tapar porque las grandes dimensiones demandarían días y días de trabajo y camionadas de tierra para lograr el objetivo. Entonces se clausuró, sencillamente.
Tampoco estamos seguros que haya sido la Municipalidad la que cerró el lugar, ya que no hay constancia de ello. Quizás fuera la misma familia Acuña la que decidió cerrar el lugar por donde habrán corrido tantos sueños y años de convivencia y felicidad. Será un capítulo posterior, ya que la urgencia periodística no nos permitió averiguar todo.
La realidad es una: en la sede de la Biblioteca “Menéndez” se encuentra una de las bodegas subterráneas más grandes y antiguas de la zona, sólido testigo de las que se construyeron en el siglo pasado, con el arribo a nuestro país de las primeras corrientes inmigratorias. Allí se guardaba el buen vino que bebían las clases acomodadas, cuando todavía Argentina era “el granero del mundo”.
La familia Acuña
La casa pertenecía a la familia de Héctor Acuña y era de las más lujosas de la ciudad. La bodega -de acuerdo a lo consultado con el historiador local Antonio Lapolla- es del siglo pasado, porque en este siglo ya no se construían espacios de esas dimensiones en los subsuelos de los inmuebles. Los Acuña compraron la casa y la reconstruyeron con la bodega en ella.
Héctor Acuña era rematador de hacienda y tenía muy buena posición económica a principios de siglo. Pariente de la familia Carrica, compartía con uno de ellos la oficina ubicada al lado de la casa de calle San Martín.
Acuña vivía con su familia en la casa que hoy ocupa la Biblioteca y en ella se realizaban numerosas reuniones sociales; además de tener varias personas de servicio a su cargo y viviendo allí: mucamas, ama de llaves, chofer y encargados varios. Era una de las familias mejor ubicadas de Pergamino y esa casa era una de las más importantes del ejido urbano. Hay que tener en cuenta que los Acuña constituyen una de las familias más antiguas de la ciudad en la que aún viven sus descendientes.
De todos modos, la casa fue ocupada por los Acuña a principios de siglo. Ciertas voces cuentan que en el siglo pasado la casa era ocupada por la familia de los Sierra –Pancho Sierra, uno de sus integrantes, se hizo popular como curandero en Pergamino, la zona y Salto, donde está su tumba- y, probablemente, fuera de esa familia –también con poderío económico- la que construyó la bodega que hoy ve nuevamente la luz.