Perfiles pergaminenses

Rosa Ventura, viuda de Restelli: la historia de vida de una mujer emprendedora


 Rosa Ventura en una charla amena recreó su historia de vida (LA OPINION)

'' Rosa Ventura, en una charla amena recreó su historia de vida. (LA OPINION)

 

Creció en una de las escoberías más grandes de Pergamino y observando cómo se fabricaban los cepillos, aprendió una tarea que desarrolló más tarde en su propio emprendimiento. Se casó con un mecánico con el que trabajó codo a codo. Hoy disfruta de una vida tranquila y recrea sus anécdotas en una charla llena de enseñanzas.

R

osa Ventura, viuda de Restelli, es una mujer de 75 años que cuenta esas historias de vida parecidas a las de tantas personas de una generación que creció a fuerza de trabajo y sacrificio y que no reniega de la carencia de los orígenes sino que, por el contrario, revaloriza el crecimiento que fue fruto del esfuerzo sostenido. Nació en un Pergamino que define muy distinto al del presente. Vivió hasta los cinco años en Ameghino y San Lorenzo, donde su papá tenía una escobería. Más tarde, siempre en el mismo barrio, su familia se mudó sobre el bulevar Ameghino, a una casa grande donde trasladaron la fábrica y la vida. Allí creció y estuvo hasta sus 54 años, en que se mudó al barrio Centenario, donde vive actualmente. Es la menor de ocho hermanos, lo que hizo que con muchos de ellos la diferencia de edad que tenían fuera enorme. Su papá Crisanto, era español y su mamá Magdalena Faccio era hija de italianos. Esa raíz de inmigrantes está en su impronta de mujer emprendedora e independiente. Su padre falleció cuando ella tenía 10 años y reconoce que no tiene muchos recuerdos de aquella primera fábrica de escobas ni de su primera infancia. Todo lo que recuerda la tiene ubicada ya en la que fue su casa, ese chalet viejo que costaba calefaccionar en invierno y del que disfrutó siempre. Allí creció al cuidado de su madre y de una de sus hermanas, Elida, a la que ella reconoce como “una segunda mamá”.

“Para mí mi mamá era mi hermana Elida, que me llevaba 23 años, ella era la que me llevaba a catecismo, la que me retaba cuando me portaba mal y la que me pegaba un coscorrón cuando era necesario. Yo la adoraba y recuerdo que cuando se casó me quería ir con ella. Vivió en General Rojo y después en Mar del Plata. Lamentablemente murió joven”, relata y refiere que en la actualidad solo vive una de sus hermanas, Magdalena, que tiene 87 años.

La charla en la que delinea su “perfil pergaminense” se desarrolla en la cocina de su casa. En el ambiente contiguo está una de sus nietas y se escucha el relato de los dibujos animados en la televisión. Desde hace cinco años es viuda y ese estado condicionó significativamente su vida porque la pérdida de su esposo fue para ella algo irreparable. Se llamaba Pedro Restelli, le decían “Bocha” y era mecánico. Pero por sobre todo lo que fue en el ejercicio de su oficio, fue su compañero de vida y el hombre de cuyos ojos celestes se enamoró apenas se lo presentaron cuando tenía 18 años. Fueron compañeros inseparables durante los tres años en que estuvieron de novios y durante los 48 años de casados. Su muerte repentina dejó una huella con la que Rosa convive.

“A Pedro lo conocí cuando tenía 18 años. Asocio nuestra historia con la película Los Puentes de Madison, que es mi preferida”, confiesa y recuerda que fue su cuñado quien le insistió para que lo conociera. “Yo era chica, tenía 18 años, vivía en Ameghino y mi hermana en Sarratea, yo iba a visitarla. Un día apareció un amigo de mi cuñado que trabajaba en la Ford y le habló a Pedro de mí. Enseguida quiso conocerme, yo no quería saber nada. Pero insistió tanto que un día con mi cuñado vino a casa, recuerdo que le cebé mates que estaban muy calientes. Así nos conocimos y no nos separamos nunca más. Nuestra salida era al paseo de calle San Nicolás, me acompañaba mi hermana”.

Estuvieron de novios tres años, cuando pudieron comprar sus cosas se casaron y siguieron viviendo en la casa paterna de Rosa. Fueron compañeros inseparables. El 28 de diciembre se cumplirán cinco años del fallecimiento de Pedro y Rosa lo lamenta. “Nada volvió a ser igual en mi vida, a pesar de que siempre estoy acompañada. Pedro fue un hombre extraordinario, un pedazo de padre y una persona que me respetó mucho, nunca discutimos, siempre hablamos de todo y armamos una familia maravillosa”.

Rosa tiene dos hijos: Ricardo (50 años), viudo de Mariel Perrotta; y Mariano (42), en pareja con Silvina Branchesi. También tres nietas: Julieta (19) Bianca (7) y Francina (4). 

Su familia es su mayor tesoro. “Los disfruto mucho. He tenido la suerte de tener hijos maravillosos que son buenos hermanos y también nueras extraordinarias. Lamenté mucho el fallecimiento de Mariel y con Silvina tengo una excelente relación. Es una tranquilidad saber que ellos están bien y que tienen una buena vida”.

 

Las escobas

El papá de Rosa había tenido fábrica de escobas desde siempre y le iba muy bien. “La primera fábrica estuvo en Ameghino y San Lorenzo, donde vivíamos cuando yo nací, pero no tengo muchos recuerdos de ese negocio.  De la otra fábrica que funcionó en mi casa de Ameghino sí, porque incluso con el transcurso de los años la seguimos nosotros”, refiere.

Reconoce que siguió los pasos de su padre por necesidad, cuando su marido que era mecánico y había trabajado en la Ford y en la IKA tuvo un accidente que le causó una lesión en la columna y lo dejó imposibilitado de seguir trabajando. “Cuando mi esposo se accidentó cayéndose de un techo, nosotros estábamos pagando un auto que habíamos comprado, era el año 1968, estuvo tres meses postrado en una cama y yo pensaba cómo podíamos hacer para cumplir con todos nuestros compromisos. Empecé a criar pollos y como sabía hacer cepillos porque desde chica había visto en mi casa cómo se armaban, empecé a fabricarlos y los vendíamos. Ibamos a Buenos Aires a comprar el material y nos fuimos armando. Yo armaba y también daba a fabricar a gente del barrio Otero, a medida que íbamos vendiendo, íbamos comprando y el negocio se fue agrandando. En una época me traía a casa a chicos del Hogar Scalabrini para enseñarles a fabricar escobillones y cepillos. Llegué a tener diez a los que llevaba y traía todos los días. Mi marido se encargaba de la venta en una Dodge que tenía”.

Así, a fuerza de trabajo y mucha dedicación, integrada a la dinámica de la vida familiar la Fábrica Ventura se fue haciendo grande y transformándose en la actividad que les permitió progresar y crecer como empresa y como familia. “Debo reconocer que fue una actividad que me dio satisfacciones y que lamentablemente me trajo también algunos disgustos porque tuvimos que afrontar un juicio grande. Tuvimos el negocio hasta 1987 en que cerramos esa historia”, relata.

 

Otra etapa

Cuando se mudaron al barrio Centenario, sobre avenida Juan B. Justo, comenzaron una nueva etapa de vida. Allí instalaron un negocio de artículos de limpieza y su esposo retomó su oficio como mecánico. “Era un estudioso de la mecánica y le gustaba mucho, así que hacía lo que podía por su columna y a la par de ello teníamos el negocio. Siempre trabajamos codo a codo. Viajábamos a Buenos Aires a comprar y nos iba bien hasta que la época de la hiperinflación de Alfonsín cambiaron las cosas y decidimos cerrar”, refiere esta mujer que hoy está retirada de la actividad laboral y se dedica a cuidar a sus nietas y a compartir su cotidianeidad con sus hijos.

 

Una emprendedora

Rosa se define a sí misma como una mujer emprendedora. Reconoce que no tuvo mucho “estudio” solo fue a la Escuela Nº 22 donde hizo la primaria. Todo lo demás que aprendió se lo mostró la vida. “He sido una emprendedora desde chica, en algunas cosas una adelantada para mi época porque siempre fui muy independiente”, señala y recuerda que desde chica con lo que ganaba vendiendo los cepillos que fabricaba, reunía el dinero para comprar su ropa y ayudar a su mamá que había quedado viuda siendo joven. “Eramos pobres, pero eso no nos impidió crecer con dignidad”, asegura en una definición que la muestra de cuerpo entero. Sabe del sacrificio y no reniega de haberse esforzado por lo que consideraba justo. “Pergamino era un lugar distinto al de ahora, nosotros para ir a la escuela caminábamos muchas cuadras por calles de tierra, pero estábamos contentos, disfrutábamos de las pequeñas cosas”, afirma.

El recorrido por su historia de vida en perspectiva arroja un buen balance. Aunque reconoce que todo lo que logró le exigió siempre una buena cuota de sacrificio, se muestra satisfecha. “Agradezco tener salud, que es lo más importante”.

En su presente disfruta de rutinas sencillas. Sus nietas la acompañan en lo cotidiano y es muy rico el tiempo con ellas. Le gusta manejar. Lo hace desde los 18 años, aprendió en un jeep que tenía su hermano. Le enseñó su marido. “Me encanta manejar, de hecho cuando fui a tener a mi hijo mayor, fui manejando”, recuerda.

También le gusta la tecnología y pasa tiempo navegando en Internet. Mira televisión, va al supermercado y busca los mejores precios, cocina para ella y para su familia y aunque vive sola, no se siente sola. “Solo extraño a mi marido y me permito llorar cuando siento la necesidad de hacerlo”, confiesa y asegura que es muy difícil perder a una persona con la que uno ha transitado la vida llevándose muy bien. 

El recuerdo de su esposo vuelve casi sobre el final de la charla. Quizás porque hay ausencias que nunca son tales. “De él admiré su perseverancia, su vocación de charlar, de arreglar las cosas dialogando, de comprender. Amé sus ojos celestes y su capacidad de trabajar. Creo que a él de mí lo enamoró mi personalidad y mi cuerpo, porque en aquella época yo pesaba 53 kilos. Siempre nos complementamos muy bien. Incluso estando casado, seguíamos teniendo rutinas de novios, él venía de viaje los sábados y salíamos solos. Comíamos donde hoy funciona la Casa de la Cultura, que era la Terminal, y luego buscábamos una película en el trasnoche en cualquiera de los tres cines que había en Pergamino. Mi mamá se quedaba con los chicos”. 

 

El presente

Con 75 años, siente que ya está en la vejez y la transita como un período natural de la vida. Solo desea “no sufrir ni dar trabajo”. “Si pudiera elegir una forma de morir, preferiría que fuera como sucedió con su marido. “El se acostó a dormir y nunca despertó. Para nosotros fue muy difícil, pero creo que es la mejor forma de morir, sin sufrimiento”.

En la misma casa en la que extraña a su compañero, en la que disfruta de sus hijos y de sus nietas, y en la que añora algunas amistades entrañables, transita su presente con serenidad. Sabe que no tiene asignaturas pendientes. Solo una que es casi una fantasía. “Me hubiera gustado alcanzarle los zapatos o ayudarla con el vestuario a Susana Giménez, mirá con qué poco me conformo, no pido ser millonaria, solo haber estado cerca de una mujer que me encanta, que para mí es la mejor”.

 

Sonríe cuando se permite confesar ese anhelo. Y en esa sonrisa está la esencia de una mujer que realizó sus sueños, que sobrellevó con empeño algunas dificultades y que añora con cierta melancolía a su querido barrio Ameghino al que vuelve buscando formas de seguir cerca de la que fue su casa. Una cualidad que solo tienen aquellas personas que saben que en la raíz está el pilar que sostiene una vida.


Otros de esta sección...
Descargá tu entrada Buscar en Archivo
BuscaLo Clasificados de Pergamino y su región
Buscar en Archivo
Tapa del día
00:00
15:42
Errores:  0
Pistas:  38

Tu mejor tiempo:
12:07
Registrate o Ingresá para poder guardar tus mejores tiempos.

Nueva Partida
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Editorial
Funebres
Perfiles Pergaminenses
Lejos del pago
Farmacias de turno

LO MÁS LEÍDO