Perfiles pergaminenses

Nilda Difede, forjó su historia en el Registro Civil y como vendedora de rifas


 Nilda junto a sus plantas de jazmín asegura ser una mujer activa y con muchas ganas de seguir viviendo (LA OPINION)

'' Nilda junto a sus plantas de jazmín, asegura ser una mujer activa y con muchas ganas de seguir viviendo. (LA OPINION)

El perfil de hoy porta un reconocido apellido en nuestra ciudad que le valió ser reconocido por la antigua pensión Difede que en la casona de 25 de Mayo y Dorrego, albergó a numerosos vecinos de nuestra y de otras ciudades. Durante tres décadas, Nilda desarrolló su trabajo en la dependencia del Registro de las Personas. Y desde hace 18 años recorre las calles buscando clientes que compren las rifas del Hospital San José o de Douglas Haig. 

Nilda Difede es la elegida de LA OPINION para formar parte de estas páginas que dan cuenta de las vivencias de los pergaminenses que, con honestidad, supieron “hacer camino al andar”.

El perfil de hoy tiene un reconocido apellido en nuestra ciudad que le valió ser reconocida por la antigua Pensión Difede que albergó a numerosos vecinos de nuestra ciudad y de otras localidades. 

La historia de Nilda comenzó el 25 de abril de 1935 en Pergamino. Desde niña, vivió en el barrio Centro, en donde funcionaba la Pensión. Hija de un inmigrante, don Santos Difede, que llegó a nuestro país en 1929 como “polizón” cuando en Europa se desarrollaba la guerra, y de Miguela di Roso, de descendencia brasilera; Nilda fue la menor de tres hermanos: Luis Carlos (fallecido) y Elvira Lidia (de 85 años).

 

La pensión Difede

En su narración deja entrever los numerosos recuerdos que tiene de haber vivido en esa pensión de grandes dimensiones; y del restaurante, también propiedad de su familia, en la que ella ayudaba a cocinar. “De chica junto a mi hermano llevaba las viandas de comida, casa por casa”, recuerda.

La familia Difede es recordada por haber sido los propietarios de la pensión de nombre homónimo y por el restaurante que tenían sobre San Martín casi con la intersección de Leandro N. Alem. “En esa parte del negocio, que estaba armado como si fuera un restaurante, ofrecíamos comidas elaboradas, tipo pollo al horno o pastas, a quienes iban a almorzar, por lo general, trabajadores bancarios y gente más pudiente. Mientras que los obreros de la construcción eran atendidos en la parte de la casa que daba a Dorrego. A ellos se les daba una vianda con locro o guiso, un felipe de pan y un vaso de agua”, explica Nilda.

 

El placer de cocinar

Los hermanos, todos de corta edad, ayudaban a sus progenitores en la tarea cotidiana. Recuerda que “mi papá nos dejaba ir a bailar, pero cuando volvíamos, a las 3:00, nos hacía limpiar el comedor de lo contrario no nos dejaba ir a dormir. A las 11:00 nos levantaba para que ayudáramos porque dormían y comían más de treinta personas en la pensión”.

Nilda aprendió de pequeña y gracias a su padre, el amor por la cocina. Los canelones a dos salsas (blanca y roja), se han convertido en su especialidad.

 

Aprender para saber

La Escuela Nº 2 fue el establecimiento educativo en el que realizó sus estudios primarios, luego continuó en la Escuela Profesional, Merced y 11 de Septiembre, donde se enseñaban diferentes oficios. 

Además de cocinar, es apasionada por el bordado, técnica que aprendió en la Escuela Profesional y que la llevó a realizar trabajos para una cochería fúnebre, haciendo los cubrecajones, y para la Tienda La Reina, que estaba sobre San Nicolás.

 

Encontrar el amor

Trabajando en el emprendimiento familiar, conoció a José Francisco García, un obrero metalúrgico, oriundo de Rojas, que se hospedaba en una de las diez habitaciones que tenía la pensión. El flechazo amoroso fue instantáneo y después de dos años de novios, en 1960 se casaron y se fueron a vivir a Rojas habida cuenta de que José trabajó en la Metalurgia Troilo hasta que le diagnosticaron psoriasis razón por la que le aconsejaron que no tuviera más contacto con el metal.

Para ese entonces el matrimonio García tenía dos hijos: Santos Anastasio (padre de Marcos y Matías García y en pareja con Clara) y Silvina Luján (de novia con Gabriel Oberti). “Fueron diez años de ir y venir. Todos los viernes me volvía a Pergamino para ayudar a mi papá en el restaurante y en la pensión, pasaba acá los fines de semana y el lunes al mediodía me iba para Rojas”, contó Nilda.

 

Su ingreso en el Registro

Vivió en Rojas diez años pero con su marido ya enfermo decidió emprender el regreso hacia su ciudad natal.

En esa época, cuenta Nilda, “Nava, gobernador de la provincia de Buenos Aires junto al pergaminense Moris inauguraron un gimnasio en nuestra ciudad. Ese día le pedí a Moris que me dejara entregar una carta al gobernador y así fue: se la dejé en el bolsillo de su saco y solo le dije: ‘Es la carta de una madre que necesita trabajar’”.

A los quince días, fue notificada de que había sido nombrada en el Registro de las Personas. Motivó ello que se presentara en la dependencia oficial que por esa época se encontraba en Italia y San Martín, y estaba a cargo de María Luisa Faraco y el doctor García Calderón al que recuerda con mucho cariño. Allí empezó desarrollando tareas de ordenanza hasta que el Registro se trasladó a Alberti y Echevarría. La doctora Zurita, que se había constituido como encargada de la oficina, nombró a Nilda como empleada administrativa. 

 

Tareas administrativas

Una vez que el Registro se instaló en la actual sede de calle Florida, desarrolló tareas en distintas áreas, por ejemplo, en archivo, en mesa de entrada, haciendo las tramitaciones de los nacimientos de los bebés. “Tuve un compañero mejor que otro en el Registro y recuerdo con mucho cariño a una jefa: Noemí Cuartango, que con el transcurso del tiempo se convirtió en una de mis más queridas amigas. Lastimosamente esta semana Noemí falleció pero siempre la tendré en mi corazón”, evoca con nostalgia Nilda.

Al jubilarse Noemí Cuartango, fueron varios los jefes que la sucedieron, entre ellos Andrés Gracia, al que  llamaba “el milico”, y la doctora Morresi. En ese período  fue calificada como segunda jefa por lo que tuvo la potestad de casar y de firmar los documentos de identidad de las personas. “Hasta el día de hoy, voy por la calle y muchos me dicen ‘por tu culpa me casé’”, cuenta.

 

La mesa de entrada

Fueron poco más de treinta los años que trabajó en el Registro Civil. Le gustó tanto su labor en esa dependencia que ahora, ya jubilada y retirada, dice que “pagaría por volver a trabajar en el Registro. Adoro ese lugar que fue durante mucho tiempo mi segundo hogar”, y agrega que extraña su trabajo sobre todo el estar en la mesa de entrada que le propiciaba contacto con la gente.

Como mujer organizada en la recepción del Registro, el trabajo era fundamental ya que atendía a los ciudadanos y los derivaba hacia las áreas en que se realizaban las tramitaciones. “Iba llegando la gente y yo le preguntaba qué necesitaba. A algunos les decía adónde debía dirigirse para realizar las tramitaciones y a otros los atendía yo. Me caracterizaba por no hacer esperar a la gente, mi objetivo era que no se enojaran”, narra Nilda.

 

La empleada pública

Es condición sine qua non para la atención al público, una persona con carácter y ella fue quien supo sobrellevar esa tarea por muchos años en el Registro. “Algunos me decían Gasalla porque siempre decía ‘vayan para atrás, para atrás’. La gente es un poco impaciente y hay que saber cómo tratarla. Creo que lo que mejor me salía era dirigir y organizar la labor en un Registro que se caracterizaba por tener una gran afluencia de personas”, relata con una sonrisa.

Los lunes y algunos viernes, nuestro perfil, viajaba a Manuel Ocampo para, junto a Alicia Grimaldi, realizar tramitaciones en la oficina de la Delegación. “Me encantaba viajar a Ocampo a hacer trámites, era muy bien atendida por la gente del pueblo”, agrega.

Al preguntarle sobre cuál era la actividad que más le gustaba, convencida y sin dudarlo contesta: “Casar” y continúa: “Me emocionaba mucho cuando oficiaba el casamiento que es uno de los momentos más importantes en la vida de una persona”.

 

Su pasión: vender rifas

Una vez jubilada, en 1998, y sin poder quedarse quieta, descubrió una actividad que le apasiona: vender rifas. Y así, hasta hoy, caminando ayudada con un bastón, en colectivo o en remís, se ha convertido en una reconocida vendedora de rifas tanto del Hospital San José como de la Mega de Douglas Haig. “Mi hijo trabaja en la Cooperadora del Hospital y así fue que empecé a vender rifas para ellos. Hoy sigo siendo vendedora, nada me detiene, me encanta la calle y estar con la gente”, afirma y dando a conocer su rutina diaria señala: “Me levanto a las 6:00, pongo el lavarropas, limpio  la casa y me voy a la calle. Casa por casa, toco timbre y ofrezco la rifa, por las mañanas y por las tardes, ando por diferentes barrios. Me encanta charlar con las personas, es un modo también de superarme porque después de que dejé el Registro tuve varias enfermedades que afrontar, incluso operaciones complejas. Pero acá estoy viva y con fuerzas de seguir haciendo cosas”.

 

Superación personal

En 2003, Nilda quedó viuda, su compañero de la vida falleció y aplicando su filosofía de que “la vida debe continuar”, se dedicó a viajar. “Con mis amigos del Movimiento de Jubilados Pergaminenses viajo a todos lados. Me fui a las Termas de Pinanca, conocí Mendoza, vamos a Chapadmalal, adoro Mar del Plata y la ruleta del Casino”, cuenta.

El deseo de superación la hace una persona activa, y como para no tener asignaturas pendientes, aprendió a nadar hace pocos años. “Me encantaba el agua pero no sabía nadar así que fui a Davreux y allí me enseñaron. Todos los martes y jueves, desde hace siete años, disfruto de la pileta”, sostiene.

 

Las ganas de continuar

Amigable, activa, decidida, una mujer de firmes convicciones, solo quiere “andar” y asegura que la receta para vivir bien es “no hacerse problemas por nada y tener en claro que, a pesar de las dificultades y los malos momentos, la vida continúa”.


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