Perfiles pergaminenses

Miguel Habbaby: un referente de la época de oro de la confección


 Miguel Habbaby- la vida dedicada a una de las industrias que hicieron grande a Pergamino (LA OPINION)

'' Miguel Habbaby: la vida dedicada a una de las industrias que hicieron grande a Pergamino. (LA OPINION)

Trabajó en Annan de Pergamino y fue parte de Wrangler y de varias industrias textiles, lo que le permitió forjar un nombre propio que es emblema de un período pujante. Tuvo a su cargo el armado de fábricas dentro y fuera del país y ostenta el privilegio de haber visto nacer muchas fuentes de trabajo. Se retiró teniendo su propia firma y fue un “gran emprendedor”.

Dialogar con Miguel Luis Habbaby es recorrer gran parte de la época de oro de la industria de la confección. Tiene la experiencia y los años de trabajo que lo transforman en un referente y en el testigo directo de una época en que esa actividad, floreciente y pujante, era la cuna del desarrollo. Primero empleado y luego directivo de Annan de Pergamino, tuvo a su cargo el armado de fábricas textiles en distintos puntos del país y del exterior y logró la experiencia que le permitió transformarse en un referente para la actividad de la que hoy está retirado. Tiene 77 años y una vida tranquila, rodeado de sus afectos. Vive en el barrio Centenario en una casa que comparte con su esposa Marta Lagodiuk, una vieja operaria de la legendaria fábrica “Annan de Pergamino”. Juntos han transitado la vida y del mismo modo comparten lo que ahora es para ambos “tiempo de descanso”.

Hijos de padres que vinieron de Siria, es parte de una colectividad de personas trabajadoras y abocadas a la tarea de forjarse un futuro. Nació en el barrio Acevedo, en Vélez Sarsfield y Salta, y gran parte de su vida vivió allí, muy cerca de la Parroquia San Roque, donde fue monaguillo. Su padre, Fernando Habbaby se dedicaba a vender ropa por los campos con una jardinera. Su madre, María Chale era ama de casa y estaba abocada a la crianza de él y sus hermanos: María Yolanda, Moisés Adolfo, Carlos Alberto (fallecido) y Julia Beatriz. Su escolaridad fue en la Escuela Nº 8 y cuenta con orgullo que ese fue el mismo establecimiento educativo al que fue su padre. Recuerda el barrio de su infancia muy distinto a como es ahora. Vienen a su memoria las calles de tierra y el empedrado que llegaba solo hasta España. “Mi padre se dedicaba a vender ropa en el campo en una jardinera, mi mamá ama de casa y el trabajo de todo niño, era jugar en el barrio”.

Su vida está llena de recuerdos. La conversación transcurre distendida y algunas vivencias están acompañadas por fotos que acuña como tesoros. Entre ellas la que lo tiene junto a “sus segundos papás”, un matrimonio de campo al que su padre le vendía ropa. En otras está con su familia, rodeado por sus hijos: Fernando, casado con Evelyn Raimundo; Adriana, viuda y doctora en Fonoaudiología; Cristian, casado con Carolina Mora y  Ariel, casado con Paula García.

En la mayoría de las fotos está con sus nietos Lucía y Melisa; Marianela, Agustina y Victoria: Fátima, Tadeo y Nazarena; y Martina.

 

Un trabajador incansable

Se define a sí mismo como un trabajador incansable y reconoce que su actividad laboral en la industria de la confección fue junto a su familia la columna vertebral de su vida. No conoció de actividades recreativas más allá de aquellas que le proporcionaron los múltiples viajes que hizo y las actividades sociales propias de su trabajo. El resto del tiempo fue dedicado a producir. Lo que cosechó fueron vivencias que guarda en la memoria y el reconocimiento en un rubro que lo tiene entre sus principales referentes.

“Yo trabajaba en Annan de Pergamino, empecé en 1951 limpiando y aceitando máquinas. Después fui mecánico del taller, tarea que aprendí gracias a un jefe que tuve: Modesto Lencina y llegué a ser gerente general de la empresa”, cuenta y menciona que lo enviaban a montar equipos a distintos lugares, entre ellos Uruguay y Paraguay, de donde guarda muy buenas experiencias.

“Cuando regresé de Uruguay, Annan estaba por armar una fábrica en Arrecifes porque acá todo el personal estaba absorbido por las industrias, así que me casé con Marta, a quien había conocido en la fábrica y nos establecimos en Arrecifes donde estuve nueve años”, refiere y prosigue: “De ahí me fui a Tucumán, donde me tocó montar la fábrica de vaqueros más grande de Sudamérica. Era un lujo en una época de mucho auge de la confección”.

En Tucumán estuvo cuatro años. Volvió a Pergamino cuando corría 1974. Según refiere, llegó en un momento en el que Annan había reorganizado la forma de trabajar. El crecimiento era exponencial. “Yo aprendí mucho en ese proceso y apliqué todo lo que había aprendido de muchos años de viajar. Los Annan fueron precursores de avanzada.

“Así fue que un día pasó el gobernador de San Luis, recorrieron la fábrica y nos propusieron armar una en esa provincia. Yo para aquel tiempo era como de la familia. Recuerdo que los dueños de la empresa le dijeron al gobernador: ‘Si el ‘negro’ quiere ir a armarla, se hace’ Y así se dio. Me establecí en San Luis y armamos una fábrica en 45 días gracias a colaboradores incondicionales que siempre tuve y entre los cuales deseo mencionar a Juan Bautista Trotta y Roberto Bottini.

“Fue una experiencia increíble, recuerdo que nos pusieron el Ministerio de Industria a nuestra disposición para conseguir todo lo que necesitábamos. La fábrica estuvo y la armamos desde cero en un lugar donde prácticamente no existía la confección.

“A la vez, uno de los Annan se había encariñado con la fabricación de productos a base de cuero, confeccionaban prendas para marcas extranjeras. Así surgió la posibilidad de armar una fábrica en Paraguay, fuimos y la dejamos armada, fue una experiencia enorme porque vimos allí una realidad que nunca antes habíamos visto: una necesidad de trabajo como en ningún otro lado”.

 

Una escuela

Para Miguel, Annan fue la escuela en la que obtuvo el mayor aprendizaje. “Eramos como una familia, pero además Annan de Pergamino era como un semillero, lo que generaba se esparcía y florecía”, refiere en la continuidad de la charla.

Trabajó allí hasta 1977, cuando por razones económicas y de crecimiento personal, tomó otro camino. Con un grupo de personas formó  Wrangler. “Le alquilábamos la fábrica a los Dinardo. Con ese emprendimiento que fue de mucha responsabilidad para mí estuve desde 1977 hasta 1983.

“Fue una época gloriosa de la empresa Argenblu que se dedicaba a hacer los jeans Wrangler”, señala y cuenta con orgullo que ser director general de ese emprendimiento le dio satisfacciones. Conserva recortes de publicaciones de la época que refieren a la dinámica que tenía la fábrica y a las particularidades que la distinguían de otras.

 

Un camino propio

Con los años, llegó para Miguel el tiempo de concretar su propio emprendimiento. “Primero tuve un taller chico y más tarde una fábrica en el Parque Industrial, donde hoy funciona un lavadero de prendas”, comenta y refiere que en aquel tiempo le tocó colaborar con el montaje del Parque Industrial, un espacio distinto a como es hoy. “Habíamos formado un triunvirato para trabajar en la gestión de los servicios porque  tenia energía eléctrica mala, no había gas, ni cloacas ni teléfono. A pulmón lo fuimos armando”.

En cada actividad de las que emprendió se valió de la experiencia de haber viajado por el mundo visitando fábricas, buscando métodos y sistemas para aliviar la forma de trabajo de las costureras. “Siempre busqué el modo de aliviar la espalda de la gente con los sistemas de trabajo y de tener todo lo necesario para que los operarios trabajaran bien”.

Trabajó en su propio emprendimiento comercial hasta 1999, en que dejó la fábrica. Durante un tiempo sus hijos continuaron con la tarea, pero el cambio en las condiciones generales de la actividad y la debacle que sufrió la industria de la confección hicieron que desistieran.

“Eran tiempos muy complicados porque la importación afectó a la industria. Un producto chino que se vendía a ocho pesos a nosotros de costo de producción nos salía catorce. Era imposible competir y la actividad dejó de ser rentable”.

 

Una vida plena

Retirado de la actividad laboral, Miguel se abocó a la vida de campo. Había adquirido varias hectáreas que le gustaba trabajar. También disfrutaba de andar a caballo. “Estar en el campo es algo que me gustó desde siempre. Me descansaba la cabeza estar allí. Luego esa pasión fue muriendo a raíz de algunas operaciones que tuve en las arterias del corazón. La vida me fue marcando que era tiempo de descanso y de hecho hoy estoy abocado solo a disfrutar de mi casa, mi esposa, los hijos y los nietos, con rutinas bien simples.

Reconoce que su vida ha sido “el trabajo” y que siempre buscó hacer el bien en la medida de sus posibilidades. Fue un emprendedor y se le gastaron los zapatos en la búsqueda de lograr cada cosa que se propuso, desde el alumbrado para el barrio en el que tenía su quinta de descanso, hasta mejores condiciones de vida para sus compañeros de trabajo y el bienestar de los suyos.

“Creo que he sido un gran emprendedor y estoy contento con lo que logré”, comenta mientras en su escritorio recorre las imágenes que lo tienen como protagonista de una vida plena.

“Realmente siento que tuve la vida que soñé.  Tengo innumerable cantidad de amigos con los que me gusta compartir un buen asado. Guardo muchos recuerdos de la gente querida, sobre todo las del campo. Estoy muy contento con mi señora, mis hijos y mis nietos. Nunca fui una persona de ir a entretenerme a un bar, siempre estuve en mi casa. No tengo grandes asignaturas pendientes, quizás solo una que es haber ido más a pescar o cazar cuando era joven. En ese tiempo no lo hice porque siempre cuidé para mi familia, ahora que tengo el tiempo para hacerlo, estoy viejo”, confiesa.

“Cada vez que puedo ir de caza y pesca lo hago con mis hijos y es un buen momento para compartir ese tiempo con ellos”, agrega mientras en la entrada de su escritorio están las cañas y los elementos esperando una nueva travesía.


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