Perfiles pergaminenses

Herminia Pérez, una mujer que afrontó las dificultades sin perder su sensibilidad


 En su patio Herminia Pérez hizo un recorrido por su historia de vida Entre plantas y pinturas (LA OPINION)

'' En su patio, Herminia Pérez hizo un recorrido por su historia de vida. Entre plantas y pinturas. (LA OPINION)

Hasta los seis años vivió en Mariano Benítez. Luego recorrió los destinos de su papá que era ferroviario. Más tarde estuvo en Buenos Aires, con su esposo, y finalmente se estableció en este que considera su lugar en el mundo. Pinta, escribe y a los 87 años, apoyada en el afecto de su hija, sobrelleva la pérdida de dos de sus seres más queridos.

Herminia Raquel Pérez,  vive en la zona del Cruce de Caminos. Le dicen “Cuca”, un sobrenombre que lleva desde la infancia.  “Mi mamá me contaba que mi papá fue a trabajar a una estación de maquinista y había una nena de sus jefes que se llamaba ‘Cuca’ y era una muñequita. Mi mamá estaba enamorada de esa nena y desde ahí me quedó el apodo. Mi hermana se llamó Carlota por la reina, ya que a mi mamá le gustaban esas historias de la nobleza”, cuenta en el inicio de la charla.

Nació en Pergamino, pero vivió parte de su infancia en Mariano Benítez, hasta los siete años. Recuerda que vivía en una casilla al lado de la estación del Ferrocarril porque su padre era empleado ferroviario. “El, primero vivió en Guerrico y de chacarero pasó a ferroviario”, cuenta. Su mamá se llamaba Antonia Asso, que vivió hasta los 96 años y su papá, Manuel Pérez, hasta pasados los 80. Es la menor de dos hermanas. “Los recuerdos de su infancia son felices. “Cada vez que vuelvo al pueblo vienen a mi mente los recuerdos de mi niñez. Como si me viera chiquita de vuelta”, refiere esta mujer que tiene 87 años que no demuestra en su aspecto. Es elegante y jovial. Tiene en la mirada el brillo particular de los recuerdos y solo rescata “los buenos momentos”. De los otros, que ha tenido muchos porque le ha tocado sortear algunos obstáculos, salió fortalecida. 

“Hice la escuela en la ciudad de Salto, donde trasladaron a mi papá con el Ferrocarril. Era una escuela preciosa, de la que guardo muy buenos recuerdos”. Vivió allí un año y medio. Cuando estaba en segundo grado fue tiempo de establecerse en Pergamino. Fue a la Escuela Nº 41, que define como muy humilde en su estructura, pero llena de buenos maestros. “Me acuerdo siempre de cada una de mis maestras. En la Escuela Nº 41 la tuve a Ernestina Derisi. Fui hasta cuarto grado, el quinto lo hice en la Escuela Nº 6 y allí terminé el sexto que era el último que había en ese tiempo”.

 

Su matrimonio

Se casó con Ernesto Leiva, al que conoció en un baile. “Nos conocimos bailando, empezamos como compañeros de baile, después se fue acercando a mi casa, no lo dejaban entrar porque yo era chica. Fueron transcurriendo los años, nos enamoramos, nos casamos, festejamos las Bodas de Oro.

“Nos llevamos muy bien y siempre fuimos como novios”, asegura. Era empleado bancario. “El hizo de todo antes de entrar al Banco. Trabajó en la Embajada del Café, fue acomodador de cine, albañil, entró en la Municipalidad y luego en el Banco Nación. Entró en Boedo, en Buenos Aires, nos fuimos a vivir allá, en el sur de la Capital Federal”.

Recuerda los tiempos de la vida en Buenos Aires con cierta necesidad de volver a casa. “Yo siempre deseaba que lo trasladaran porque aquí estaban mis padres. Quería volver a mis raíces y disfrutar de mis padres. Me acuerdo que llegué a mandarle una carta a la mismísima Eva Perón. Me respondieron que el trámite lo tenía que hacer el interesado en el mismo Banco. Finalmente por contactos consiguió el traslado. Trabajó en la sucursal del Centro y en la del barrio Acevedo, hasta que se jubiló”.

 

La maternidad

“Cuca” trabajó en la fotografía Corti, pero el resto del tiempo y más tarde fue ama de casa y se dedicó a criar a sus hijos. Tuvo dos: Ernesto Omar, que nació con una deficiencia mental severa y vivió hasta los 59 años. Falleció hace menos de un año. Y la mujer, Laura, que es empleada bancaria, está casada con Enrique Romanini y no tienen hijos.

“A mi hijo lo tuve diez meses en la panza, tuve parto seco, se ahogó y tenía como una membranita en la nariz que le impidió respirar enseguida. Los médicos me explicaron que eso motivó que se le murieran las neuronas”, cuenta relatando la historia de vida de su hijo y su propia historia, ya que esa experiencia de maternidad la afianzó en la tarea de la entrega y el cuidado. Siempre lo tuvo con ella, hasta el último día. “Lo operaron de una hernia, y la anestesia le hizo mal al cerebro. Empezó a convulsionar y su estado de salud se deterioró, lo tuvimos que internar, allí contrajo una neumonía y falleció.

“Lo llevé a la Escuela Especial, pero se ponía nervioso, un poco travieso. Dejé de enviarlo y todo lo que él aprendía se lo enseñaba yo”, agrega.

“Siempre había querido tener una nena. A los cinco años nació mi hija. Disfruté de la experiencia de la maternidad, a pesar de los desafíos que me puso delante la vida”.

Asegura que se lleva muy bien con la edad y siente que recién ahora le “nacieron alas”.

Enviudó hace dos años y hace poco menos de un año afrontó el fallecimiento de su hijo.  “Mi hija para sacarme de la depresión que tenía me llevó a todos lados. Ahora tengo programado un paseo a Colonia del Sacramento”, cuenta.

Aprendiendo a sobrellevar esas pérdidas, y ejercitando el vivir “de otra manera”, pensando más en ella luego de haberlo dado todo, disfruta de su hija, de sus plantas, de la charla de vez en cuando con alguna amiga; y  de sus dos  gatos: “Chi chi” y “Yo yo”  que son la compañía cotidiana. “Los tuve desde que eran chiquitos, me cabían en una mano. Yo sabía que iban a crecer y ser mi compañía”.

 

Sus placeres

Ocupa su tiempo en hacer lo que más le gusta: dibujar y pintar. Lo hace muy bien y su predilección son los gatos. Dibuja felinos. De hecho el patio de su casa está pintado con murales, cuyos colores se mezclan con los de las plantas perfectamente cuidadas.

“Dibujo desde muy chica, soy una autodidacta. Antes de ir a la escuela, ya dibujaba. Cuando empecé primer grado la maestra se quedó asombrada de cómo pude dibujar y pintar a la perfección uno que ella había hecho en el pizarrón. Se ve que desde chica tengo el don de poder expresarme a través del dibujo. Empecé a dibujar con los chistes de Disney que salían en el diario Crítica, y después, ya de grande cuando tuvimos que operar a mi esposo que se moría, me entretenía haciendo caricaturas con técnicas que aprendí por correspondencia”, refiere y cuenta que a su vez escribe poesías. “También aprendí a leer antes de ir a la escuela, copiándole a mi hermana que era mayor”.

Conserva sus dibujos. Cada serie en un álbum. Parecen fotos. También guarda los cuadernos en los que escribe. Allí están sus testimonios de vida. Los murales del patio nacieron casi por casualidad, tratando de disimular el deterioro en las paredes que había generado la inundación de 1995. “Fue tremendo, tuvimos agua casi hasta el techo. Después de eso se vivía descascarando la pared, llamábamos al pintor, la arreglaba y al poco tiempo se rompía de nuevo. Así fue que empecé a poner dibujos, para disimular la rotura de la pared, y se fue armando el mural. Pintar es una terapia”.

“Cuca” es sobrina de un pintor famoso: Manuel Asso. “Yo lo veía pintar. Pero era pobre y  me decía a mí misma: ‘para qué voy a estudiar pintura y hacer exposiciones, si nunca voy a ganar dinero con eso’.

“Además en esa época las mujeres no pensábamos en estudiar. Más bien nos preparaban para ser amas de casa, lavar, cocinar y planchar”, agrega, esta mujer de espíritu inquieto. “A mí no me gustó mucho eso. Me tocó vivir con mi suegro que era alcohólico, lo pasé muy mal.

“Lo que sí me gustaba mucho era cocinar. Pero mi marido no podía comer de todo porque tenía úlcera de estómago. Mi hijo tenía muchas dificultades. Eso me de-salentaba un poco, así que me fui alejando de la cocina”.

Ese es su universo íntimo. Poca gente llega hasta su casa. Le gusta la vida que tiene y la  mira sin nostalgia. “Me llevo bien con la soledad. Vivo sola pero no me siento sola, es como si viviera con duendes”, confiesa.

Interrogándose sobre el sentido de la vida, sobre los aprendizajes que ha tenido y las asignaturas pendientes que han quedado, casi sobre el final de la charla “Cuca” vuelve sobre su nombre. Sobre su identidad. “Herminia es un nombre que me suena a ermitaña y yo me defino un poco así. Vivo en mi mundo, sola y no me siento sola. Mi madre era una persona que no podía estar ni un rato en soledad y yo convivo perfectamente en ese estado.

“En mi tiempo libre hago artesanías, me gusta mucho tejer, cuidar las plantas, escribir, hacer poesía. Tengo un primo que fue sacerdote y dejó los hábitos para casarse que siempre me decía: si hubieras estudiado literatura, hubieras sido poeta. Creo que tenía razón, me gusta crear, algunas poesías se han publicado incluso en el diario”, cuenta y se define como “una mujer con alma de poeta”.

“Soy de cáncer y vivo mucho del pasado. Es como si viviera con mis seres queridos que ya han partido. Soy muy sensible. Sueño con mi esposo y con mi hijo”, confiesa sobre el final, y se interroga sobre su fe y sobre el sentido de la trascendencia, mientras busca en su cuaderno de poemas, la última creación “Ocaso”, dedicado a ella misma y a su historia de vida.


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