Perfiles pergaminenses

Guillermo “Tito” Grimaldi: la vida a más de 200 kilómetros por hora


 “Tito” Grimaldi entre Pergamino y la Patagonia una vida colmada de anécdotas (LA OPINION)

'' “Tito” Grimaldi, entre Pergamino y la Patagonia, una vida colmada de anécdotas. (LA OPINION)

Corredor de automovilismo en varias categorías, su nombre es marca registrada en este deporte. Su perfil es la reseña de una historia marcada por una férrea voluntad de cumplir cada uno de sus sueños. Hoy lejos de los autos de carrera, está dedicado al turismo en la Bahía San Blas, en el norte de la Patagonia.

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uillermo Carlos “Tito” Grimaldi tiene 69 años y fue uno de los referentes más importantes del automovilismo en la época dorada del Turismo Carretera y antes en la Categoría Turismo 27. El taller Grimaldi-Vitale, además de su lugar de trabajo junto a su socio de entonces, fue el escenario de armado de las primeras aventuras al mando del volante. Siempre a más de 200 kilómetros por hora. Así vivió sus años gloriosos. Hoy está retirado de la actividad automotriz y abocado a la industria del turismo, a través de un complejo de cabañas que posee en Bahía San Blas, en la Patagonia norte.

Se define como “el único habitante de Maguire” porque nació en ese paraje, donde su padre Guillermo Gregorio Grimaldi era el jefe de la estación del ferrocarril. De su madre, Amalia María Julia tiene pocos recuerdos ya que falleció tempranamente. “Viví mucho tiempo en varias estaciones de tren ya que mi padre era relevante, así que lo destinaban de un lugar a otro. El jefe de la estación era como el policía o el médico; una vez estando en Guerrico una señora estaba por tener familia y mi padre  la subió al auto y la llevó a San Nicolás”, cuenta.

De su infancia menciona a su hermano Roque, cinco años mayor que él, y su estadía en Buenos Aires donde lo mandaron cuando falleció su mamá. “Me crié en colegios de Don Bosco, primero en Colegiales donde vivía una tía y más tarde pupilo en Ramos Mejía. Vine a Pergamino recién en sexto grado. Vivía solo en casa, mi papá le pagaba a una señora para que me hiciera la comida, y él venía los fines de semana. Una vez por mes mi padre me ponía plata en el bolsillo de mis pantalones cortos y me mandaba en el tren a Buenos Aires para llevárselo a mi tía que cuidaba a mi hermano. Me iba solo hasta Retiro, y desde ahí hacía combinaciones para llegar hasta La Plata y Rivadavia”.

Ya adolescente fue al viejo Colegio Industrial que funcionaba en calle Florida. Confiesa que ahí nació su pasión por los “fierros”. Cuando egresó comenzó a trabajar como mecánico en Fiat, donde llegó a hacer mecánica de tractores y de autos. “Creo que ahí nació mi ambición por los autos de carrera porque era la época en que se corrían los grandes premios que salían de Buenos Aires y nosotros les hacíamos los auxilios a corredores como Reutemann que corría con una coupé Fiat”, refiere. Esa semilla germinó y a su regreso del servicio militar luego de seguir trabajando en Fiat un tiempo más, se asoció con Rubén Vitale para formar la firma Grimaldi- Vitale. “Al principio estuvimos en un taller de ‘Tití’ Sticconi en Avenida y Bolivia y posteriormente tuvimos nuestro taller propio y venta de autos en Marcelino Ugarte”, refiere.

Esa fue la cuna en la que se inició en la categoría Turismo 27 que se hizo en Pergamino, a través de Ricardo Muises. “El auto era Grimaldi-Vitale y al año teníamos una escudería con tres autos, en uno de ellos corrían ‘Los tordos’ que eran los doctores Marino Aguirre y Elustondo; en otro corría yo y en el tercer auto, Carozzo y Francini”.

Comenta que la vida de entonces era “muy sacrificada” y señala que tenían una conducta muy estricta de separar la actividad comercial de la preparación de los autos de carrera. “Trabajábamos con mucha disciplina cuando cerrábamos el taller y hasta la una de la madrugada”. Esa dedicación fue la que les permitió lograr muchos triunfos en el Turismo 27 con la escudería Grimaldi-Vitale. “Debemos tener más de quince carreras ganadas y muy pocos segundos puestos”.

En 1974, fiel a su vocación “Tito” incursionó en el Turismo Carretera. Debutó en 25 de Mayo en la categoría más vieja del mundo. En TC corrió hasta 1981. “Ahí consolidé mi pasión”, confiesa y menciona que en la actualidad está escribiendo un libro con las vivencias de aquel tiempo al que llamara: “Mi vida a 252 kilómetros por hora”.

“Era una categoría difícil, éramos del campo y era complejo competir con los grandes equipos, pero tuvimos la suerte de tener un auto con el que anduvimos muy bien, además nos ocupábamos de todos los detalles”.

Solo una vez tuvo un accidente en Bernardo de Irigoyen que lo tuvo hospitalizado durante una semana, junto a otro grande del automovilismo, Roberto Mouras.

Las anécdotas son innumerables. Pero hay una carrera en1975 que revive particularmente. “Era en Corrientes, parando en Goya hasta Paso Telégrafo, antes de La Paz, iba a 252 kilómetros de promedio y tratando de  pasar a Gradassi, un gran piloto, rompí una tapa de distribuidor, tuve que parar y llegué cuarto. Pero fue una carrera memorable; tenía siete aviones que me sobrevolaban, estar mezclado con Gradassi, el ‘flaco’ Traverso y Recalde era increíble. Por el promedio logrado en esa carrera, mi libro tendrá ese nombre”, afirma.

 

Otra pasión, volar

Otra pasión de Guillermo son los aviones y tuvo la suerte de “despuntar el vicio” en la Aeronáutica, donde hizo el Servicio Militar. “Estuve en la séptima brigada aérea de Morón, en la época en que se usaban los aviones Gloster, como yo era mecánico le arreglaba los autos a los capitanes y conseguí que me llevaran a volar. Tengo muchas horas de vuelo, salíamos de Morón y llegábamos a Viedma, hoy por esas cosas del destino, tengo mi complejo de cabañas muy cerca del lugar”.

 

En el primer nivel

De los aviones a los autos, la charla transcurre entre aventuras que siempre lo tuvieron como protagonista. Guillermo reconoce que para desarrollarse en el ámbito de la competencia deportiva se requiere de “cierta ambición” y él la tiene. “Hay pilotos que se conforman con estar entre los diez primeros, pero a mí me gustaba ganar”, refiere y confiesa que entrar al equipo Chrysler le costó mucho. “Un amigo era dueño del Hotel Sipe, ahí paraba Juan Manuel Bordeu y Graciela Borges, íbamos a verlo y un día me contó que en el equipo había diez pilotos y que cuándo él se retirara me iba a llamar. Yo pensé que se iba a olvidar, pero me llamó, me presentó y tuve la posibilidad de correr”, comenta en lo que significó el máximo nivel de exigencia.

A la distancia reconoce que el TC es una disciplina “prohibitiva” a la que define como “un deporte para príncipes practicado por pobres”. Sin embargo, rescata las enormes satisfacciones que le dio esa actividad. “Hacíamos sacrificios en todos los sentidos, preparábamos el auto junto a Vitale, un artesano como no hay otro, estábamos en cada etapa del proceso. Recuerdo que mi padre se iba con su rastrojero hasta Uruguay a buscar el combustible porque acá teníamos desconfianza.

“Las carreras de antes eran como un Dakar, corríamos grandes distancias en distintos terrenos, en caminos de tierra, en ripio, el auto volaba, tengo unas fotos increíbles”, cuenta con cierta nostalgia.

Se retiró porque los motores Dodge eran de cuatro bancadas. Chevrolet y Ford tenían de siete. “Nosotros lográbamos muy buena velocidad, pero el motor se rompía y estábamos cansados de romper motores. Me dolió en el alma porque luego la Asociación de Corredores de Turismo de Carretera dejó entrar el motor Cherokee, de siete bancadas, con el que hubiéramos podido traer muchas más satisfacciones para Pergamino, si hubiéramos seguido”.

Lo que quedó de aquella época fueron las evocaciones de tiempos memorables. “Recuerdo cuando armamos un auto, el primer rojo boreal de Dodge. Jamás olvidaré cómo los ingenieros colocaban cada pieza, lo trajimos arriba de una carrocería y nos fueron a buscar los Bomberos a Urquiza y desde allá vinimos con toda la gente en una especie de caravana. 

“También, más lejos en la historia, recuerdo que cuando armábamos los autos recibíamos repuestos de Estados Unidos que nos enviaba ‘Tato’ Ferrea. Nos mandaba las indicaciones por teletipo, el único equipo que había en Pergamino estaba en Annan, así que nos abrían a la noche para que pudiéramos recibir las instrucciones. Algunas venían en inglés y buscábamos a jugadores de basquetbol que jugaban en Pergamino para que las pudieran traducir. Todo era a pulmón”.   

Guillermo atesora los recuerdos; la voz de su padre que al despedirlo antes de cada carrera le decía: ‘Hijo, andá despacio’;  y  también los entrañables amigos.

 

Del taller, al turismo

Cuando dejó las carreras, “Tito” volvió al taller y en 1991 cuando comenzaron a existir problemas con las importaciones, la actividad se volvió complicada, se disolvió la sociedad Grimaldi-Vitale y tomó la decisión de apostar al turismo, a través de la construcción de un complejo de cabañas en Bahía San Blas. 

Casado con “Rosita” Sahud, fallecida en un trágico accidente en 2006, Guillermo tuvo dos hijas: Paola (39) y Pamela (34).  Con “Rosita” se habían conocido cuando ella tenía 14 años y él 17. Pasaron gran parte de la vida juntos hasta que el destino se les cruzó en el camino. “Fue una pérdida irreparable. Cuando murió ‘Rosita’ todos me decían que el dolor ya se me iba a pasar y a mí me daban ganas de pelear con todo el mundo. Hoy aprendí a vivir con su ausencia, aunque guardo los recuerdos más lindos de nuestra vida juntos.

“Me recluí en las cabañas y traté de rearmarme para empezar de nuevo. Era un lugar al que yo iba a pescar con amigos. Y quizás por una coincidencia del destino, en un gran premio en la etapa Bahía Blanca Viedma se me rompió el auto en la entrada de la Bahía San Blas, en el kilómetro 918 de la ruta Nº 3. Una señal, quizás”.

 

Viajero incansable

Desde hace seis años está en pareja con Nancy Bosch, una compañera incondicional a la que conoció realizando un trámite en la DGI donde ella trabaja. “Es una mujer extraordinaria con la que compartimos la pasión por viajar, nos llevamos muy bien y nos hacemos mucha compañía. Ella tiene sus hijos Laura y Andrés y yo tengo a mis hijas y a mi nieto Gregorio”.

De octubre a abril Guillermo se establece en el complejo de cabañas. Nancy viaja a Bahía Blanca los fines de semana donde se encuentran. El resto del año está en Pergamino y viajan mucho. “Hemos recorrido muchos lugares, tuve la suerte de ir a Mónaco y me empaché de automovilismo”.

Imagina su vejez en un lugar cálido, andando en bicicleta y comiendo mariscos; aunque su paraíso está en la aridez de la Patagonia. Cuando no trabaja, disfruta de las rutinas sencillas, y avanza con la redacción de su libro. “Es una manera de recrear la vida y de dejarle un mensaje a los chicos para que sepan que cuando se quiere, se puede”, afirma y solo se concentra en el deseo de hacer lo que quiere hacer, lejos ya del rugir de los motores, aunque cerca de la pasión, ese ingrediente que  le sigue dando impulso para emprender nuevas aventuras.


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