Perfiles pergaminenses

Aldo Gattelet: un hombre de trabajo que cultiva la familia como su principal tesoro


 Aldo Gattelet hizo un recorrido por la historia de su vida (LA OPINION)

'' Aldo Gattelet hizo un recorrido por la historia de su vida. (LA OPINION)

Desde hace años está dedicado a las actividades del mercado inmobiliario en su condición de martillero. Sin embargo a lo largo de su vida ha desarrollado varias tareas, siempre nutrido por el sostén de su núcleo familiar al que considera un pilar. Lector incansable y hombre de fe se reconoce como “una persona feliz”.

Aldo Horacio Gattelet nació en Pergamino un 28 de marzo de 1949 y vivió los primeros años de su infancia en la localidad de Mariano H. Alfonzo.  Al establecerse en la ciudad, cuando él tenía apenas cinco años, vivieron en el mismo lugar en el que hoy funciona la inmobiliaria que lleva el apellido familiar, en calle Bartolomé Mitre. Todos sus recuerdos de la niñez están asociados a ese barrio. Hijo de Celestino José Gattelet, un hombre dedicado a la fábrica de soda y bebidas gaseosas; y de Angelita Rosa Badía, que alternaba entre los quehaceres del hogar y su tarea de modista dedicada a confeccionar vestidos de novia. Hasta los 7 años fue hijo único. A esa edad nació Omar Edgardo, su hermano dedicado al mercado de Seguros y con el que en el presente  comparte la actividad laboral en el espacio físico de la Inmobiliaria.

Aldo está casado con María Ofelia Aguilar Ortiz, con quien tiene tres hijos: Gabriel Horacio (33) Ariel Arturo (32), casado con Carla;  y  Carlos Alberto, casado con Virginia (28). “Hace dos años nació nuestra nieta Olivia, que es nuestra chochera y tenemos dos nietos del corazón: Lautaro y Alejo”, cuenta en el inicio de una charla que tiene a la familia como hilo conductor del relato.

 “María Ofelia y yo nos conocimos de jóvenes en los bailes a los que íbamos en aquella época. Tenemos nuestra casa en la zona del Cruce de Caminos, muy cerca de Fedra, la confitería que de algún modo fue testigo de nuestro encuentro”, cuenta y se define como “un hombre feliz” de tener la familia que tiene, con hijos que se llevan muy bien y que “generacionalmente son cercanos para acompañarse y compartir las cosas de la vida”.

Aunque no tiene una mirada nostálgica del pasado, reconoce que en aquel tiempo “había otra juventud” más sana y sin los problemas que acechan a los chicos de hoy. “Nosotros tuvimos una juventud distinta a la de ahora. A veces hablo con mis hijos y les cuento las aventuras que hacíamos nosotros y coincidimos en que aquel tiempo para algunas cosas fue mejor que el de ahora, todo era más sano, no estaba la droga haciendo los estragos que hace en el presente”.

Recuerda el tiempo de “la barra de los amigos”, con los cuales se compartía “todo”. Los fines de semana el lugar de encuentro era el histórico Hotel de Roma, donde siendo solteros se reunían para tomar algo y decidir cuál iba a ser el destino para ir a bailar. Las opciones eran Fedra,  Bohemia,  o las confiterías que funcionaban en localidades vecinas como Rojas, Salto o San Nicolás.

Una cultura del trabajo

Aldo les agradece a sus padres el haberle inculcado desde chico la cultura del trabajo. “Mi padre fue un trabajador incansable y mi madre también. Aún me parece escuchar el sonido de la máquina ‘Singer’ cosiendo los trajes de novia que confeccionaba en mi casa”, señala con un brillo en la mirada que se enciende con ese recuerdo. El cursó sus estudios primarios en la Escuela N° 1; luego fue al Colegio Comercial, al Nacional y obtuvo su título de perito mercantil en el nocturno.

“Mis padres siempre me inculcaron el valor del trabajo y de la seriedad en la vida. Mi padre tenía una fábrica de refrescos  y de aguas gaseosas. Mis primos y yo ayudábamos en la temporada de verano que era la época de mayor demanda. Ahí dimos nuestros primeros pasos en el mundo laboral. Aunque yo de ‘pibe’ con un grupo de amigos ya había incursionado en otro emprendimiento que era viajar a las localidades aledañas para vender puerta a puerta productos de perfumería. Un señor nos daba la mercadería y salíamos. Tocábamos timbre casa por casa y para el mediodía teníamos todo vendido, nos íbamos al Club del pueblo comíamos y tomábamos algo y nos volvíamos a dedo. Hemos llegado hasta Cañada Rica, en la época en que funcionaba el Ferrocarril Belgrano”, relata.

Ya más formalmente y egresado del colegio secundario, entró a trabajar en una contaduría, donde estuvo durante tres años. Más tarde se estableció en San Nicolás para trabajar en Somisa. “En el año 1973 entré a trabajar en el Banco de Intercambio Regional, donde estuve hasta que cerró en 1981. Después de un tiempo apareció el Banco Exterior de España y eso me permitió la continuidad laboral hasta que también cerró sus puertas”.

“Estuve en Cuentas Corrientes, Plazo Fijo, Valores Negociados y también me formé en Comercio Exterior y durante mucho tiempo estuve como promotor de la tarjeta Vida, en una época en que el uso de las tarjetas de crédito no era tan común como hoy”, cuenta y recuerda que la entidad bancaria en la que trabajaba funcionaba en calle San Nicolás, enfrente de la Plaza Merced.

“También trabajé en Pergamino Seguros, otra empresa grande de Pergamino”, agrega y recuerda que en ese lugar cumplía con un régimen horario de cuatro horas.

Con la doble indemnización que recibió en el banco, ya que era delegado gremial, decidió abrirse camino para el emprendimiento propio. “Con mi esposa pusimos un negocio dedicado a la venta de artículos de bijouterie en la Galería La Plaza. Lo tuvimos durante diez años y fue una muy linda experiencia. Yo estaba en los ratos libres porque a la par de este proyecto estaba dedicado a abrir la Inmobiliaria. Lo que más me gustaba del negocio, además del trato con la gente, era viajar para hacer compras. Era una época en que no había tantos productos importados. Cuando se abrió la importación cambiaron las condiciones del negocio, aumentaron los alquileres y subieron los gastos fijos, así que resultó más conveniente tener la inmobiliaria que el negocio”.

Eso hizo y emprendió de lleno lo que hoy constituye su presente laboral. En la Inmobiliaria pasa gran parte de su tiempo. Reconoce que “es una actividad compleja que siempre está sujeto a los avatares de la realidad”, pero destaca que tiene “una clientela fiel” en una actividad en el que juega un papel fundamental la confianza.

“Yo tenía la matrícula de martillero público desde el año 1977, había prestado juramento en San Nicolás porque aquí aún no funcionaba el Colegio. Así que siempre tuve vocación por este rubro de la actividad y cuando tuve la posibilidad emprendí este proyecto de la inmobiliaria. Reconozco que mi actividad como empleado bancario me facilitó las cosas porque tenía mucho contacto con la gente”.

 

La base de su vida

Con la foto de su nieta en su escritorio, como testigo de la charla, la conversación vuelve sobre los afectos cuando menciona a Tita Pujol de Aguilar Ortiz, su suegra a la que define como una “segunda madre”. Afectuosa, cálida, respetuosa, esa mujer colaboró para que Aldo y su esposa pudieran conformar la familia que hoy tienen y la gratitud es infinita. “Mi suegra fue una segunda madre y me emociono mucho al hablar de ella, porque fue una mujer increíble que me crió a los chicos de manera amorosa. Nosotros trabajábamos mucho y ella siempre estaba ahí. También con mi suegro, Pedro Aguilar Ortiz, tuve una buenísima relación, se esmeraba siempre en todo”, cuenta Aldo y considera que “una familia se contagia con la otra” y sobre esos valores él armó la suya.

 

Un lector incansable 

Se reconoce como un lector desde chico. Recuerda que a media cuadra de su casa en Moreno y Mitre funcionaba la sede del Club Provincial, donde funcionaba una biblioteca en la que estaban colecciones de libros y de revistas que sirvieron a su formación. “Ibamos a jugar al fútbol a Provincial y después yo pasaba por la biblioteca. Desde siempre me gustó leer. Creo que adopté ese hábito de mi padre que era un hombre al que siempre le gustaba estar informado”.

Hoy disfruta de ir a la Biblioteca Menéndez a retirar ejemplares de obras que lee con dedicación. “Ahora estoy abocado a leer historia argentina para tratar de entender algunas cosas”, confiesa. Sobre la mesa hay un libro de Marcos Aguinis.

“La biblioteca Menéndez es un orgullo tenerla aquí en Pergamino por la gran cantidad de volúmenes que tiene y la verdad es que uno se siente en otro espacio cuando entra allí”, menciona.

 

De puertas abiertas

Cuando no trabaja, disfruta de sus momentos de lectura y también de realizar distintas actividades en su casa, el lugar de reunión de toda la familia.

De puertas abiertas, su hogar fue también el lugar en el que recibió a varios jóvenes que participaron en el país de programas de intercambio. Cuenta esa vivencia con felicidad. “Tuvimos en casa a Chelsi (Estados Unidos), Romy (Holanda) Angy, Paul y Gero (Francia) Emiliano de Italia, Hanna (Alemania) Hugo (Belgica) y Merbe de Alemania,  por intermedio del Rotary Cruce, entidad a la que le agradezco por haber confiado en mi familia para recibir a Marbe en casa, a pesar de que nosotros no pertenecemos a esta institución”.

Con los “chicos de intercambio”, mantiene una relación fluida a través de las redes sociales e incluso ha conocido a los padres de los jóvenes. “Fue una experiencia muy rica de aprendizaje mutuo. Recibimos a estos jóvenes a través de una organización de Rosario, la verdad es que fue una muy linda experiencia. Y una forma de cultivar afectos que hoy forman parte de nuestra familia”.

Inquieto y apasionado del conocimiento, siempre busca formas de estar actualizado. Participa del Radio Club Zona Norte y con su esposa da charlas matrimoniales en la Parroquia San Vicente. Allí se relacionan con un grupo de familias. Considera que es “una forma de evangelizar” y confiesa que el cursillo de cristiandad que realizó en un momento de su vida le cambió la mirada y le permitió profundizar su fe. “Damos charlas a las parejas que van a casarse y tenemos encuentros de cursillos”. Es un defensor de la familia a la que considera “la escuela del más rico humanismo”.

Sus acciones cotidianas, su fe y la forma de relacionarse con los suyos es lo que le permite a Aldo, a sus 66 años, llevarse bien con la idea del paso del tiempo. “La buena lectura, los amigos, y fundamentalmente la familia me ayudan a eso”, confiesa y la conversación discurre por el acompañamiento a las actividades políticas de su esposa que actualmente es concejal. La mirada vuelve sobre la familia. “La verdad es que acompaño a los míos en todo lo que hacen. Ellos me han acompañado a mí siempre. Me gustan las pequeñas cosas. Y la verdad es que si hay algo que pedirle a Dios es que me permita seguir manteniéndome como estoy, con la vida que tengo en esta familia, estar siempre así, porque así soy feliz”.


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