Editorial

Llegar como héroe, terminar como dictador


Otro caso de un mandatario que llega al Gobierno o alcanza con su gestión la consideración social de héroe y con el tiempo queda sumido en la enfermedad del poder, lo que asegura que terminará arruinando su propia historia, es Evo Morales.

Pese a que su administración cuenta con gran apoyo y es catalogada en términos generales como exitosa, los bolivianos votaron en 2019 en contra de su intención de reformar la Constitución.  La Carta Magna del vecino país (como la de toda nación democrática) impide la reelección indefinida, lógicamente por considerarla opuesta a la premisa de la alternancia que caracteriza a este sistema. Y luego, ante el intento del mandatario de modificarla para introducirla, el pueblo se manifestó de manera sabia y madura en contra. Pero ahora, un polémico fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional habilitó ahora al presidente a buscar un cuarto mandato, en una actitud contraria a la voz de la gente y de la Ley, e intrínsecamente, contra natura.

En el poder desde 2006, el líder aimara es el presidente que más tiempo gobernó su país de manera continua y el mandatario activo con más años en el cargo en América Latina. Si gana las elecciones de 2019, gobernará hasta 2025.

Morales llegó al poder como el primer presidente indígena de Bolivia y venía para cerrar la tamaña herida que existía en esa sociedad entre descendientes de inmigrantes y de aborígenes. Cierto es que su gobierno también logró poner al país en una posición muy interesante. Así se hubiese contado la historia de Evo Morales, si al fin la enfermedad del poder, de eternizarse en el cargo, de creer en teorías mesiánicas alejadas de la democracia, no hubiese mordido al presidente de Bolivia.

Morales accedió por primera vez a la presidencia el 22 de enero de 2006, con la vieja Constitución. En su gobierno convocó a una Asamblea Constituyente, que elaboró una nueva Carta Magna, que entró en vigor en febrero de 2009. Su primer mandato con la nueva Constitución se inició en 2010 y se prolongó hasta 2015. En ese marco fue reelegido por única vez para el período 2015-2020. En todos los comicios Evo Morales ganó por amplia mayoría. Es decir, el pueblo lo avala, pero más lo hace al concepto de alternancia. No así, el propio presidente.

El gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) había presentado en septiembre pasado un recurso ante el tribunal para que declarara inaplicables los artículos de la Constitución que limitaban la reelección de Evo. El pedido había sido apoyado por 30 organizaciones sociales.

Para entender lo pueril de las acciones de la Justicia boliviana, el tribunal concluyó que el derecho humano a participar libremente en las elecciones prevalece por sobre las limitaciones de la Constitución. La Carta Magna boliviana, que el propio Evo reformó en 2009, solo permite a las autoridades una reelección consecutiva. No resiste el análisis creer que es un “derecho humano” no cumplir la ley solo para quedarse atornillado al sillón del poder. El fallo definitivo de la Justicia, adoptado por unanimidad, también beneficia al vicepresidente, 154 legisladores, nueve gobernadores, 339 alcaldes y 3.500 concejales y consejeros. Todos ganan, menos el pueblo boliviano que, en un referéndum dijo mayoritariamente que no a la posibilidad de una nueva reelección de Morales.

Los intentos por conseguir sucesivas reelecciones, o incluso la reelección indefinida, han sido una constante en los gobiernos identificados con el “socialismo del Siglo XXI. Algunos más autoritarios que otros, que promovió Hugo Chávez desde Venezuela hacia América Latina. Parecía que Evo no caería en este influjo pero terminó cayendo, muy posiblemente, acompañado por una pléyade de funcionarios que van “prendidos” al poder, los alrededores y sus negocios. Y que en las sombras son quienes terminan impulsando esta suerte de trocar democracia en dictadura, por el mero hecho de sobrevivir en el poder ellos también.

La oposición, como es sencillo de imaginar, mostró desde el principio su desacuerdo y llegó a interponer demandas previas ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, por considerar no solo que el tribunal extralimitaba sus funciones al modificar la Constitución sino que esto rompía el orden constitucional. El líder de la oposición, el empresario Samuel Doria Medina, de la centroderechista Unidad Nacional (UN), lamentó el fallo y lo calificó como un golpe de Estado.

Ya en  2016 Morales se sometió a un referéndum para tener basamento mayoritario para su reelección. Pero con el 51,3 por ciento de los votos, Evo perdió la posibilidad de reformar la Constitución y habilitar su postulación para el período 2020-2025.

Mientras la oposición se desgañita gritando en Bolivia, el oficialismo anunció movilizaciones en todo el país en respaldo del fallo. También estas movidas las hemos visto, sin ir más lejos, en Venezuela, donde ante cada conflicto político, sospecha de corrupción o elección poco clara, pedían a su gente salir a tomar las calles para mostrar fuerza.

La democracia, lo hemos dicho hasta el cansancio, necesita de la alternancia, que garantice a la ciudadanía el libre uso de sus derechos. Lo que vemos en Bolivia y que hemos visto en otros países, es la clara antesala a velar la república en el altar de las democraduras (regímenes con apariencia democrática pero con prácticas de la dictadura).

El argumento de que Evo perdió el referéndum por culpa de las “mentiras” que la prensa y el oficialismo tejieron es otra de las excusas favoritas de los gobiernos de izquierda, eternas víctimas de oscuras conspiraciones locales y hasta globales. 

¿No es más lógico pensar que tras tantos años de poder el ciudadano busca cambiar de mandatario? 

¿Qué se esconde detrás de este espíritu mesiánico y eternizante de algunas figuras? Difícil saberlo ya que es imposible sondear la mente humana. Pero es presumible que algunas cuestiones más terrenas que espirituales llevan a tomar esta posición, incluso cuando inicialmente se las critica. Una es que, evidentemente, existe lo que algunos califican como síndrome de Hubris o enfermedad del poder. Otra es que gobiernos tan personalistas no promueven ni permiten el surgimiento de otro líder, ni siquiera en el seno de su propio partido. Porque si el deseo es garantizar la continuidad de las políticas implementadas por considerarlas lo mejor para el país, bastaría con un cambio de candidato y que las urnas hablen. Pero en su enfermedad, no solo no se permiten dejar herederos en su propio círculo político sino que terminan creyendo que solo ellos mismos “garantizan” un gobierno popular. Mucho menos pensar en que un opositor pueda llegar al Gobierno.

Y otra explicación, a la luz de hechos frecuentes en países que han (o hemos) pasado similar trance, es que el beneficio económico de estar en la cúpula del poder es mucho y se pierde ni bien se lo deja.

 

Bolivia vive a estas horas un momento bisagra, decisivo en su historia moderna como nación, porque de cómo se resuelva esta cuestión de Evo Morales, veremos cómo siguen floreciendo como una nación democrática o se hunden en los peligros del autoritarismo de la reelección indefinida. 


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