Editorial

La Navidad del Papa Francisco


El Papa Francisco dijo una frase hace unos días, para intentar poner el freno y hacernos “recalcular” a los cristianos: “Estas fechas, que son muy ruidosas, deberían ser más silenciosas y más reflexivas”. En nuestro pequeño mundo pergaminense, al menos, poco caso le hemos hecho al consejo a la vista de la locura que son las calles por estas horas, con gente en estado de histeria y desesperación para complacer todos los deseos materiales de la familia a los pies del arbolito. Y en ese trámite, cometiendo todo tipo de descuidos con el prójimo, desde no respetar las normas mínimas de tránsito hasta reaccionar con improperios ante la queja del damnificado, la víctima de comodidad de alguno. De paz, nada.

Justamente la particularidad de Francisco es que no habla de paz como una palabra del discurso sino que la transforma en una herramienta real. Tanto que fue activo participante del principio del fin del bloqueo de Estados Unidos a Cuba y la reanudación de las relaciones diplomáticas entre ambos países, tras 50 años de puertas cerradas. 

Que reunió en el Vaticano a los jefes de todas las religiones, ortodoxas cristianas, judías y musulmanas para rezar juntos por una paz difícil en Oriente Medio.

Que prohibió cualquier tipo de protección a sacerdotes pedófilos y pidió perdón a las comunidades que se vieron afectadas por estos desagradables problemas.

Y esta semana, y sin pelos en la lengua, retó a los cardenales y funcionarios de la curia romana. Durante un mensaje de Navidad, llamó a ese cuerpo a hacer un “examen de conciencia” e hizo un listado de las “15 enfermedades”, entre las que incluyó el “Alzheimer espiritual”, la “esquizofrenia intelectual” y el “terrorismo de los chismes”. Porque los sacerdotes, de cualquier rango, al fin son hombres y sabido es que en cualquier grupo humano germinan este tipo de actitudes. Lo lógico es que el jefe ponga orden, lo novedoso es que este jefe lo pone y lo hace público, poniendo al mundo como testigo, para que el exhorto a los pastores venga cargado de la necesaria e ineludible presión social. 

El Santo Padre llama a las cosas por su nombre y conoce muy bien el terreno que pisa y las almas que lo rodean y por eso los pone en su sitio. Sereno, directo e incluso con humor, Francisco describió los mayores defectos y límites de la jerarquía de la Iglesia, que, como cualquier cuerpo humano, sufre de “infidelidades” al Evangelio y de “enfermedades” que hay que aprender a “curar”.

La descarnada crítica de Francisco, que no tiene precedentes en el sillón de Pedro, dejó perplejos a los cardenales y empleados de la administración vaticana, a quienes les borró las sonrisas y las ganas de aplaudir a medida que su discurso de pastor recorría los vicios que en los últimos años mancharon la reputación de la curia.

El Papa enumeró un catálogo de fallas y vicios con el fin de sacudir a la maquinaria de gobierno de la Iglesia Católica, por años protagonista de escándalos, tanto financieros como sexuales, para lograr así que sea “más armoniosa y unida”. Y pidió reflexión, penitencia y confesión, con ocasión del espíritu navideño.

La primera enfermedad que Francisco mencionó es la de “sentirse inmortal e insustituible”, sin defectos, privado de autocrítica, que no se actualiza ni trata de mejorar. E invitó a visitar los cementerios para ver los nombres de tantas personas que se consideraban inmunes e indispensables, padecientes del que llamó “complejo de Mesías”.

La segunda es la “enfermedad del martalismo”, que tienen los que, como Marta en el Evangelio, “se sumergen en el trabajo descuidando la parte mejor, la de sentarse a los pies de Jesús”, invitando a ser más contemplativos y reflexivos y menos materialistas.

Así, con mucho ingenio, agudeza y algunas ironías, el Papa fue enumerando los grandes errores de la curia. Con simpatía, pero con singular dureza y realismo. En la lista incluyó la “esquizofrenia existencial” de quienes olvidan que están al servicio de personas concretas, que viven una doble vida, se limitan a realizar trámites burocráticos, dependen sólo de sus propias pasiones, caprichos y manías y construyen a su alrededor muros y costumbres.

A pesar de lo ameno del discurso, no dejaba de ser un reto por lo que ningún purpurado sonreía. Fue entonces cuando Francisco cambió abruptamente su tono para referirse a los “chismes y la cizaña”, invitando a los funcionarios a protegerse de ese “terrorismo” por los destrozos que provocan. Tampoco cambiaba el clima en la sala. Hasta que finalmente, habló de “la enfermedad de la cara fúnebre”, exhortando al religioso a ser una persona amable, serena y entusiasta. “Debe transmitir alegría”, agregó. “¡Qué bien hace una buena dosis de humor!”, recomendó. 

Obviamente hay muchos sectores de la Iglesia allí representados que se sintieron directamente aludidos y comprendieron que Francisco habla muy en serio cuando pretende que quienes eligieron ser pastores, lo sean de verdad. Francisco, el primer pontífice latinoamericano, no vacila en denunciar la cultura de rumores, ambiciones excesivas y pugnas de poder que afectan a la Santa Sede, las que pretende cambiar. Eso en lo grande, y en lo pequeño, para las comunidades parroquiales, también dejó en claro (o más bien recordó) cuál es el perfil que debe caracterizar al sacerdote, desde el correcto accionar hasta lo actitudinal. 

Con la esperanza y su mirada puesta en los cambios que lleven a una Iglesia abierta al mundo, espera Francisco y toda a grey católica esta Navidad.

Pasada la primera quincena de enero, la presidenta Cristina Kirchner volverá al Vaticano. Esta vez junto con la mandataria chilena, Michelle Bachelet, para conmemorar los 30 años del Tratado de Paz por el Canal de Beagle, en cuya firma la Santa Sede jugó un papel importante para evitar la guerra entre ambos países hermanos.

El cónclave en el Vaticano llegó de la mano de la renovada relación bilateral que se descongeló con la llegada de Jorge Bergoglio al trono de Pedro y que se afianzó a partir del vínculo que tanto el Papa como Cristina Kirchner se plantearon desde entonces.

Esta será la quinta reunión que ambos compartirán. La invitación se dio tras la asunción del nuevo embajador argentino ante la Santa Sede, Eduardo Valdés, que el sábado pasado presentó sus cartas credenciales durante una extensa reunión con Francisco. Así, Cristina Kirchner empezará el año con un nuevo impulso internacional de la mano del Papa.

Volviendo a esta Nochebuena que celebramos hoy y mañana la Navidad, esperemos que se renueve nuestra fe, nuestra voluntad y nuestros más solidarios sentimientos, junto a nuestros afectos. Así lo desea LA OPINION a todos sus lectores.


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