Editorial

La baja rentabilidad del campo siempre es una mala noticia


un lado de esta “grieta” que nos atraviesa como sociedad, aunque parezca perverso, hay argentinos, bonaerenses y pergaminenses que se gratifican cuando al productor agropecuario no le va bien.  Cuando en realidad, una mala cosecha o precios desfavorables, significan un perjuicio que va mucho más allá del bolsillo del chacarero.

Debido a una sobreabundante oferta de granos en el mundo, que se estima se sostendrá hasta 2018, los precios están bajando. Es la más antigua y simple regla del mercado: a mayor oferta, menor precio. Y con los récords que han tenido las cosechas en otros países exportadores como Estados Unidos, la mercadería argentina entra en la carrera pero con condiciones desfavorables, especialmente el tipo de cambio.

Pese a la cosecha récord de soja, los números no cierran por el bajo precio internacional, las retenciones, un dólar anclado y retrasado, costos de producción dolarizados. 

Como primer efecto, se ha resentido la venta de insumos para seguir produciendo: entre enero y mayo, los despachos de fertilizantes de las grandes empresas del rubro retrocedieron 17,5 por ciento respecto de igual período del año pasado. Si hay menos venta de agroquímicos, las próximas cosechas amenazan con ser menores en cuanto a volumen, además de una significativa merma en los volúmenes de facturación de estas empresas. Este sería un efecto negativo sobre el propio sector pero, como dijimos,  habrá otras consecuencias para el total de la sociedad.

Si bien la Bolsa de Cereales de Buenos Aires prevé, con 4,1 millones de hectáreas, una caída del 7 por ciento en la superficie respecto del año pasado, en el sector privado otras fuentes no descartan un recorte superior al 15 por ciento.

Los expertos opinan que respecto del trigo no darían números rentables si no hay un cambio en las retenciones o en el tipo de cambio. El negocio para los fertilizantes también parece estar teñido por el escenario electoral y la percepción del productor sobre quién podría asumir en la Casa Rosada el próximo 10 de diciembre. 

Al margen de la merma del volumen de fertilizantes, también se observa una retracción en el uso de la tecnología en otras cuestiones básicas. Por ejemplo, en las empresas registran una caída hasta en el uso de los análisis de suelo, que cuestan de 2 a 3 dólares por hectárea, claves para diagnosticar la fertilidad.

A esta problemática se suma un nuevo informe mensual de oferta y demanda de granos en el nivel mundial publicado por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos no modificó sustancialmente el escenario agrícola global, signado por precios bajos, producto de cosechas y de existencias abundantes. Los únicos recortes del trabajo oficial aparecieron en el espacio de la soja, pero incluso con ellos, la oleaginosa se negoció en leve baja, con las fuertes pérdidas del trigo y del maíz.

Por su parte, en su informe semanal de comercialización agrícola, el Ministerio de Agricultura de la Nación relevó nuevas compras conjuntas de la exportación y de la industria por 1.035.200 toneladas de soja del ciclo 2014/2015. Entre ambos sectores sumaron compras por 24.764.300 toneladas, un 22,03 por ciento por encima del volumen adquirido un año atrás, de 20.293.900 toneladas.

Pero el indicador comercial que evidencia el mayor crecimiento en la nueva campaña sojera es el de operaciones “a fijar”, es decir, sin precio cierto. Bajo esta condición, Agricultura relevó  8.916.300 toneladas, el 36 por ciento del total comprado. Un año atrás, con 4.258.500 toneladas, los negocios “a fijar” representaban el 21 por ciento del volumen adquirido por exportadores y fábricas.

En este caso no hablamos de lo que producimos sino del valor que finalmente tendrán esas cosechas. Se siembra mucho pero se gana menos. Así está el mercado de granos que es, casi exclusivamente, el que sostiene la balanza comercial argentina. No debiera ser así, pero lo es. Y esto que sucede ahora es un riesgo conocido por todo país que exporta mayormente commodities y no producción con valor agregado.

 

Por su importancia y expansión territorial, cuando al campo no le va tan bien (porque tampoco puede decirse que le va mal), las consecuencias las padece el propio Estado, que recauda menos; todas las industrias vinculadas (insumos, fertilizantes, maquinaria); el mercado laboral, y el mercado en general, en especial el de ciudades como Pergamino, donde parte importante de su población vive directa o indirectamente de la renta agropecuaria.


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