Hablemos de hipocresías

Los hechos lamentables que hemos atravesado el jueves en la Comisaría Primera de nuestra ciudad, sobre los cuales abundaremos en esta columna en nuestra edición de mañana, nos traen sobre la mesa diversas problemáticas que tenemos en Pergamino, todas de vieja data las que, a falta de soluciones se van profundizando hasta llegar a situaciones de dramatismo como las vividas, con siete muertos de entre los detenidos.

Este caso, con sus particularidades de las cuales hablaremos mañana, es un extremo de varias hipocresías que caracterizan a nuestra ciudad

Porque si buceamos en las razones por las cuales terminan sucediendo hechos como éstos, no podemos eludir hablar de las responsabilidades de quienes gobernaron y quienes los sucedieron, de los oficialismos que no accionan y las oposiciones que obstruyen, pero también de nuestras propias expectativas como sociedad. Ya que muchas veces no logramos ponernos de acuerdo en aquello que pretendemos. Y no solo eso: lo que es peor es que nos contradecimos con nuestras acciones respecto de lo que proclamamos y reclamamos. 

Hoy se habla, de manera rotunda y generalizada, de la necesidad de contar con una alcaidía en Pergamino. Porque la tragedia demuestra que, al fin, no se puede amontonar a los detenidos en una comisaría que, en definitiva, no cuenta con el espacio y las condiciones necesarias. Sencillamente porque una comisaría no es el ámbito que la ley dispone para el alojamiento de todo tipo de aprehendidos. Sin embargo, este proyecto que se ventiló muchas veces, nunca llegó, no solo por falta de fondos sino, fundamentalmente, de una decisión política que vacilaba toda vez que en los sondeos de opinión, los pergaminenses parecían muy divididos y había una mayoría –no muy abultada- que no quería que en nuestra ciudad se localizara la alcaidía.

Y ahí comienzan las hipocresías: queremos a los delincuentes detenidos pero al mismo tiempo que no se produzcan tragedias como la del jueves. Le decimos no a la alcaidía, que es el lugar donde se alojan los reos con prisión preventiva, al cuidado de personal del Servicio Penitenciario, pero no queremos que estén hacinados en calabozos de comisaría bajo la vigilancia de personal de calle. ¿Cómo es entonces? ¿Qué es lo que queremos?

Esta imposibilidad que tenemos de ponernos de acuerdo conspira contra las resoluciones que se deben tomar, porque se sabe que la dirigencia en general es muy sensible y si una propuesta no tiene consenso, invariablemente, se va dejando para después. Eso ha venido sucediendo durante los últimos años con este tema.

También es un asunto de vieja data el traslado de la Comisaría Primera a otro predio, con fácil acceso y condiciones edilicias adecuadas para la actividad. En este sentido es la política la que debió hacerse cargo de esta problemática hace ya varios años. Hace por lo menos dos decenios que el proyecto está pendiente. Sencillamente porque no se puede tener una dependencia policial entre una cortada y una calle peatonal, encajonada en los fondos del Palacio Municipal, sin posibilidades de expansión, ni de salidas de escape rápidas. 

En este tema, una vez más, un conflicto vecinal complicó la posibilidad de ir trasladando la Comisaría. Porque cuando se pretendió utilizar parte del predio del exferrocarril que tenía en comodato –vencido- la Comisión de Fomento Desiderio de la Fuente, los fomentistas, acompañados por algunos concejales –vale recordarlo- pusieron el grito en el cielo y reunieron a los vecinos del sector para resistir el proyecto.  Finalmente las autoridades cedieron ante la presión y no hubo traslado. En este escenario, si ningún sector de la ciudad va a querer estar cerca de una comisaría, ¿a dónde la ubicamos? 

La misma actitud compleja y poco clara se refleja respecto de la tarea de Inspección General, ya que todos los vecinos protestan por los problemas del tránsito, de los automóviles que no respetan semáforos, de las motos que no respetan ninguna norma, ni el uso de casco, ni las señales de tránsito, ni la cantidad de pasajeros que pueden llevar. Casi no hay vecino que no tenga su teoría respecto de qué se debe hacer con esta problemática urbana. Sin embargo, cuando un vecino comete una infracción la reacción inmediata es la queja y el desacato. No quieren ser multados, acusan a los inspectores de “me paran a mí y miren todo lo que pasa”, como si ello los eximiera de haber incumplido. Los conductores terminan peleando con los inspectores, a veces en forma bastante violenta como más de una vez hemos sido testigos, pretenden que se les perdone la falta y hasta niegan lo evidente ante la infracción. Las motos cuando ven a los inspectores aceleran, doblan, huyen, porque saben que los funcionarios no pueden correrlos ya que pueden ser sancionados si lo hacen. Entonces, ¿queremos que se ponga orden pero que no nos escarmienten cuando cometemos una infracción? Pareciera que hay ciudadanos que pretenden que las autoridades actúen sobre el tránsito pero persiguiendo a otros infractores que no son ellos.

Otro caso habitual: vecinos quejándose porque la Municipalidad no mantiene la higiene de la ciudad, que no corta los pastizales (la mayoría de ellos de propiedad privada), que hay mugre en las calles pero que tienen sus veredas intransitables por sus roturas. Seguramente dentro de sus casas no hay baldosas rotas pero sí en las veredas, como si no fuera parte de su propiedad. 

Son las hipocresías de las que no queremos hacernos cargo, aquellas que ayudan a que todo sea muy difícil de resolver en nuestra ciudad. Dicho esto sin restarle responsabilidades a las autoridades, las que siempre están bajo la lupa en su accionar y a quienes no les restamos ninguna de sus obligaciones. Pero es que, alguna vez, nos toca mirarnos al espejo y reflexionamos sobre nuestras actitudes y nuestras hipocresías.